MERCEDES DE ORLEANS Y BORBÓN, LA REINA DE LOS ESPAÑOLES

Si te gusta, compártelo:

María de las Mercedes de Orleans y Borbón fue durante muy poco tiempo reina consorte de España, tras su matrimonio con el rey Alfonso XII. La reina, tan querida por los españoles, murió a los dieciocho años en el Palacio Real, dando pie con su repentina muerte a coplas y romances y a toda una leyenda sobre su vida. Atrás quedaban sus amoríos de juventud con el Príncipe de Asturias. ¿Dónde vas Alfonso XII?, y ¿Dónde vas triste de sí?, son coplas que cantaban por las calles de Madrid y que luego dieron título a películas que quisieron homenajear aquella historia de amor regio.

Mercedes era hija de los duques de Montepensier, Antonio de Orleans, ― hijo de Luis Felipe de Orleans ―, y Luisa Fernanda de Borbón, hermana de Isabel II, cuyo acuerdo de matrimonio se llevó a cabo en Pamplona en 1845. Estaba previsto que el duque de Montepensier no se casara con Luisa Fernanda hasta que la reina Isabel II no tuviese descendencia, pero después se acordó que se casaran simultáneamente las dos hermanas y así lo hicieron en 1846. Aquel matrimonio con un Orleans fue considerado como una subordinación a los deseos de los franceses.

María de las Mercedes era la quinta hija del matrimonio y nació en la Corte, pues sus padres acudieron en 1859 a Madrid, poco tiempo antes de que empezara la Guerra de África, y la reina Isabel II les propuso quedarse allí a su hermana a la espera del alumbramiento, que se produjo el 24 de junio de 1860.  Antonio de Orleans, que había luchado en Argelia, quiso participar en la campaña de África, algo que le fue denegado a sabiendas la reina de la notoriedad que quería tomar, escalando posiciones al trono.

María de las Mercedes no fue la primera candidata a reina consorte, antes lo fueron la princesa Beatriz, hija de la reina Victoria de Inglaterra y la Princesa Estefanía de Bélgica.

Los duques de Montepensier, aunque inicialmente vivieron en Francia, se trasladaron a Sevilla en 1849, tras los sucesos revolucionarios de 1848 que asolaron la capital francesa y que hizo temer por sus vidas cuando estaban en las Tullerías, por lo que regresaron a España tras proclamar la Asamblea Nacional la Segunda República. Fue entonces cuando reclamaron la herencia de Fernando VII, cerca de 57 millones de reales, en un mal momento para las arcas del estado. Después, alejados de la corte de Madrid, alternarían su estancia en Sevilla con su exilio en Lisboa ― cuando la revolución de la Gloriosa de 1868 ― dadas las relaciones tirantes con Isabel II, que siempre consideró el hecho de tenerles cerca como una amenaza a su corona y a sus intereses.

En 1869, tras su exilio en Lisboa, regresarían a la corte chica del Palacio de San Telmo, que habían adquirido en 1850 y en donde el duque lucía con orgullo el uniforme de Caballero de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, tenía una caseta en la Feria de Abril y se codeaba con la élite de la aristocracia española y europea y los disidentes de la Unión Liberal. Los duques sentían gran fervor por la Semana Santa sevillana, hicieron importantes donativos y acudían a los principales actos de las cofradías. Su hija Mercedes pertenecería a la Real Orden de las Damas Nobles de la Reina María Luisa. Los veranos acudían a la finca El Picacho en Sanlúcar de Barrameda hasta que en 1851 comenzó la construcción del Palacio de Orleans-Borbón y el diseño de sus jardines por Lecolant. En 1854 el duque adquirió la casa de Castilleja de la Cuesta donde murió Hernán Cortés en 1547.

No fue hasta 1877 cuando Alfonso XII comunicó el enamoramiento a su madre, del cual ya estaba enterada desde hacía bastante tiempo su hermana mayor, la Infanta Isabel, más conocida como La Chata. María de las Mercedes de Orleans era para quienes la conocían un ejemplo de bondad y generosidad innatas. Cuando coincidió con su primo, ampliaba por entonces su formación en el Colegio de la Asunción en París. La reacción de Isabel II a una futura boda solo podía ser de rechazo, pues su padre, el duque de Montepensier no había hecho más que conspirar contra la reina desde 1867, llegando incluso a hipotecar sus propiedades de Sanlúcar de Barrameda y San Telmo para derrocar a Isabel II. Fueron los generales Dulce, Serrano y Fernández de Córdoba los que le prometieron otorgar la corona a Antonio de Orleans, en caso de que esta quedase vacante.

En 1862 los duques recibieron en la estación de la plaza de Armas en Sevilla a la reina Isabel II con sus dos hijos: Isabel de diez años y Alfonso de cinco. En 1868 los duques de Montepensier acudieron a Madrid a la boda de La Infanta Isabel con Cayetano de Borbón. Hacia 1869 el duque quiso alejar a Carlos Marfori, Intendente de palacio y amante de la reina, de su lado y la Infanta Luisa Fernanda recomendó dar a su régimen un aire más liberal y coherente con el régimen constitucional. Mientras Carlos Marfori le pedía a Isabel II que no abdicara jamás, fueron personas como el duque de Sesto y Cánovas los que más le animaron a que pasara página y dejara abierta con la abdicación la posibilidad de una restauración borbónica en la persona de su hijo.

El 25 de junio de 1870 tuvo lugar en el Palacio de Castilla la abdicación de la reina Isabel II en su hijo, el príncipe de Asturias, unos meses después de que el duque de Montepensier matara en duelo en marzo al infante Enrique de Borbón. Mientras tanto llegaba a España para ser rey en enero de 1871 Amadeo de Saboya, gracias a los esfuerzos del general Prim porque un Borbón no regresase al trono de España jamás, algo que Antonio de Orleans consideró una provocación a su persona, pues en su momento era uno de los que le había ayudado con fondos de su bolsillo para destronar a la reina. El 27 de diciembre de 1870 el general Prim sufrió un atentado en la calle del Turco, falleciendo a los tres días y por lo que todo apuntaba estaba involucrado el duque de Montepensier.  Este no tardó en abandonar España. En 1871 se iniciaron los contactos con Antonio de Orleans para que este reconociera los derechos al trono de Alfonso y en el caso de reinar bajo la minoría de edad, lo haría siendo regentes el mismo duque de Montepensier y su abuela María Cristina. El acuerdo de Cannes firmado en 1872, establecía que “se celebraría el matrimonio de Alfonso y Mercedes, siempre y cuando esa fuera la voluntad de ambos”, pues la propia Isabel II sentía rechazo a cómo habían arreglado su matrimonio a los dieciséis años con su primo Francisco de Asís, un enlace que se había producido contra su voluntad.

El duque se negó a aportar dinero a la causa de su sobrino y solicitó a Isabel dos millones de reales por su apoyo. Ese mismo año Alfonso visitó a su prima María de las Mercedes en el Castillo de Radán y a pesar de su corta edad, quince y doce años, se comprometieron en un futuro a casarse. Alfonso había quedado prendado de su acento andaluz, sencillez y hermosura: “Una niña en la que se insinuaban ya los encantos de la mujer futura”, dirían de ella. Un año después, en 1873, Amadeo de Saboya renunciaba al trono de España, tras un intento de atentado contra su persona y sin el afecto del pueblo español.

Se proclamaba entonces la I República Española. Isabel II, desde su exilio en París en el Palacio de Castilla, confiaba entonces en que el líder de los conservadores, Cánovas del Castillo, acometiera la restauración Borbónica en lo que debía ser un proyecto íntegramente constitucional para ser efectivo. El 29 de diciembre de 1874 fue proclamado rey Alfonso XII tras un pronunciamiento militar del general Martínez Campos en Sagunto y la firma del Manifiesto de Sandhurst. 

En 1876 los duques regresaron a España y se reunieron en Madrid con Alfonso XII. Ese mismo año Isabel II se instaló con las Infantas Paz, Eulalia y Pilar en el Alcázar de Sevilla.

Por entonces la situación de las dos familias reales parecía que estaba en perfecta armonía, tratándose con amistad cariñosa y franca, y los Infantes procuraban en todo evitar lo que pareciera que era querer rivalizar en público con la reina destronada.

El 24 de octubre de 1876 el duque de Montepensier llegó a Sevilla. Por entonces, las relaciones de Isabel con el duque eran tensas y en los círculos políticos no había unanimidad sobre la idoneidad de la decisión del rey de casarse con su prima. Los moderados aceptaron la boda del rey, salvo Moyano, que fue inquebrantable en su oposición al duque.

Un año después, Alfonso XII, estaba deseando reencontrarse con su prima. Por ello acudió a San Telmo casi a diario junto con su tutor Guillermo Morphy y el marqués de Alcañices. Compartía con su prima confidencias en los banquetes familiares, las procesiones de las cofradías y conversaban de otros lugares que ella le había mencionado por sus gratos recuerdos como eran Castilleja y San Isidro del Campo. En los banquetes de gala que se celebran en los salones, el rey Alfonso colocaba a la derecha a la Infanta Luisa Fernanda y a su izquierda a Mercedes y no a su hermana mayor Cristina, como señalaba el protocolo. El 8 de septiembre de 1877 Isabel abandonó el Alcázar huyendo del calor veraniego para instalarse en el Monasterio de El Escorial: “Al venir del Real Sitio de El Escorial para dejar a sus hijas, Isabel II ha citado a los representantes de Francia, Alemania y Rusia manifestándoles su repugnancia por el matrimonio de doña Mercedes, disparándose contra el duque de Montepensier. “

La reina abandonó El Escorial para volver enseguida en noviembre a París. Sus hijas ya más mayores se quedarían residiendo en palacio. Dos meses después, Alfonso XII mandó al duque de Sesto con una carta en la que pedía la mano de Mercedes, esperando “que sea pronta y favorable como lo desea mi corazón”. Ella aceptó casarse y se siguieron viendo en San Telmo, concretamente el 26 de diciembre de 1877 se celebró un baile donde asistieron más de 2000 invitados. El 6 de diciembre ya habían informado al Consejo de Ministros de la decisión del monarca de tomar como esposa a su prima. El 12 de diciembre de 1877 el duque de Sesto acudió, junto al marqués de La Frontera, al Palacio de San Telmo a pedir la mano de la prima del rey, una cuestión en la que Cánovas se mostró muy a favor. En enero de 1878, días antes de la boda, Alfonso y Mercedes acudieron juntos a cazar y el rey escribía en su Diario de caza: “Me dediqué mucho a Mercedes y muy poco a la caza, Mercedes, más bonita que nunca”. La maestra de la ceremonia de la boda tenía que ser su abuela María Cristina, viuda entonces de Fernando Muñoz, duque de Riansares, pero una dolencia hizo que fuera la Infanta Isabel en su lugar. Francisco de Asís, marido de la reina Isabel II también acudiría a la boda en calidad de padrino, cuando todo el mundo renegaba de la paternidad de todos los hijos que tuvo la reina Isabel durante su matrimonio.

Alfonso y Mercedes contrajeron matrimonio ante el altar mayor de la Basílica de Atocha. Ella era una joven, que llevaba una corona real de brillantes, de ojos oscuros, grandes pestañas y pelo negro de pura andaluza, piel mate, cutis suave y delicado, envuelta en tul y encajes que en sus ratos libres hacía obras de caridad por los barrios más pobres… ahora descendía del tren desde el que había salido del Palacio de Aranjuez para casarse en dirección a la estación de Atocha. Isabel II, que nunca pudo o quiso prever la trascendencia de aquellos primeros encuentros entre los dos jóvenes, no acudió a la ceremonia por indicación de Cánovas, que desaconsejó su viaje a España y también por su actitud airosa con el enlace por su enemistad de todos conocida con su cuñado, el duque de Montepensier, causante de muchas de sus desgracias.

La pareja pasó el viaje de novios en El Pardo, de donde regresaron pronto para asistir a una carrera de caballos en el recién inaugurado Hipódromo de la Castellana. El mejor regalo de boda, en palabras de Seco Serrano, fue la noticia de la firma de la Paz de Zanjón en Cuba en 1878.  Dicha victoria fue confirmada en un telegrama por Martínez Campos y los diputados acudieron a palacio a felicitar a los reyes.

La jovencísima nuera de Isabel II no gozaba de buena salud. Tras unos primeros síntomas de embarazo, que finalizaron en un aborto, acudieron unos días a Aranjuez, pero pronto la tisis afectó a la joven reina, una enfermedad de la que moriría también en 1879 su hermana María Cristina. Pocos años antes había fallecido también su hermana María Amalia.

María de las Mercedes estuvo cuatro días postrada en cama, después de que los médicos tras varios episodios de fiebre, vómitos y hemorragias concluyeran que no había posibilidades de sanación. Los duques de Montepensier regresaron de Normandía a Madrid. Los madrileños esperaban el fatal desenlace en cualquier momento apostados en las verjas del palacio de Oriente. El día que cumplía la mayoría de edad recibía la extremaunción y la visita de las Infantas Paz, Pilar y Eulalia. El rey Alfonso no se separó de su esposa ni un instante hasta su fallecimiento el 26 de junio de 1878.

El féretro fue conducido en tren al Monasterio de El Escorial, donde la joven fue enterrada con el hábito de la Merced en el Panteón de Reyes, un privilegio reservado a las madres de reyes. El pueblo de Madrid se volcó con el dolor del rey. Posteriormente, en 1999, siendo rey Juan Carlos I sus restos serían trasladados a la Catedral de la Almudena, cerca de donde muchos de sus habitantes habían desfilado en su día por la capilla ardiente de palacio. En su lápida figura: “María de Las Mercedes, dulcísima esposa de Alfonso XII”. La causa de su muerte según dijeron los médicos fue: “Fiebre gástrica nerviosa y grandes hemorragias intestinales”. Tras el aborto Mercedes seguía sin encontrarse bien por lo que los médicos le habían aconsejado reposo absoluto de “Chaise longue”, pero todo indica que no acertaron con el verdadero diagnóstico. Desde el día de su muerte Alfonso se cobijó en la lectura, en el despacho de sus negocios urgentes y en dar paseos por el campo con su perro Clavel. Un mes después fallecía su abuela María Cristina en El Havre.

De aquella época de 1872 en Auvernia, en el castillo de Radán datan los primeros escarceos amorosos de la pareja. Hoy se le atribuyen a María de las Mercedes las palabras que predecían el futuro del príncipe: “Algún día te llamarán los españoles y te despertarás siendo rey y todos regresaremos”. Cuando fue proclamado Alfonso XII rey de España el prometió, como buen español, no defraudar a nadie y ser un buen católico.  Hay quien hoy en día duda de la veracidad de sus creencias religiosas pues una vez dijo: “Si fuera Felipe II me hubiera creído que me volvería a encontrar a Mercedes en el Cielo”.

Los más reacios al enlace celebrado el 23 de enero de 1878 habían sido los alfonsinos, pero el pueblo español se decantó por la princesa española, más afín a los intereses del joven rey que una reina protestante o una rusa conversa a pesar de los rumores iniciales de una posible boda con una extranjera.

La reina Isabel al principio se mostró favorable al casamiento, pero luego se opuso, pero nunca lo hizo por hostilidad con su hermana Luisa Fernanda. Fue en La Granja de San Ildefonso donde Alfonso planteó la cuestión a Cánovas. Éste estaba preocupado por la oposición que aquella boda tendría en determinadas potencias europeas.

Tras el fallecimiento de su esposa y un intento de atentado todos estaban preocupados por la continuidad monástica: María Cristina de Habsburgo-Lorena sería su nueva prometida.

Inés Ceballos

Si te gusta, compártelo:

2 thoughts on “MERCEDES DE ORLEANS Y BORBÓN, LA REINA DE LOS ESPAÑOLES”

  1. Buenas tardes, Inés:
    Me gustaría saber quién dijo lo de “si fuera Felipe II me hubiera creído que me volvería a encontrar a Mercedes en el Cielo”. ¿Algún masón? No tengo nada claro la veracidad y el objeto de tal expresión. Desgraciadamente, hay mucha manipulación en el sentido de los intereses de la Masonería, que damos como ciertos. Por ejemplo que la Desamortización de Mendizábal fue algo digno de encomio, que Fernando VII era un felón y un inepto, que Cuba se perdió por la perfidia y el esclavismo de los españoles, etc.
    Yo, particularmente, cuestiono todas estas interpretaciones históricas favorables a los intereses de la Masonería que, en la actualidad controla el relato.
    Un abrazo cordial,
    Francisco Iglesias Guisasola

    1. Nunca lo sabremos cuanto hay de cierto en esas expresiones puestas en boca de otros, en cualquier caso la Historia siempre lleva impregnada «algo de leyenda, cuento o fantasía», que siglos después es muy difícil descubrir cuánto hay de mito y cuanto de realidad. quién sabe si tuvo una crisis de fe tras morir su esposa …

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *