Margarita Pole, dama de compañia de Catalina de Inglaterra

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Cuando en 1534 se aprobaba el Acta de Supremacía, Enrique VIII se convertía en cabeza de la iglesia de Inglaterra. Culminaba así una larga pugna entre el soberano y la Iglesia que se había iniciado a cuenta de sus deseos de anular el matrimonio con Catalina de Aragón para poder casarse con Ana Bolena.

La decisión real provocó no pocos conflictos en sus dominios, en los que quienes defendían la fe católica y se negaban a aceptar la nueva religión oficial no se quedaron de brazos cruzados. En este crudo enfrentamiento, católicos de todas las clases sociales fallecieron en las revueltas o fueron condenados y ejecutados acusados de alta traición.

Una de estas personas fue Margarita Pole, de su propia familia, a la que amó como una abuela y confió la educación de su hija María. Su negativa a aprobar las decisiones del monarca despertaron su ira y no cesó hasta conseguir que fuera ejecutada, sin juicio previo.

Margarita nació el 14 de agosto de 1473, en el condado de Somerset. Sus padres, los duques de Clarence, pertenecían a la rama dinástica de los Platagenet y eran familiares de los Tudor. Isabel Neville, la madre de Margarita, falleció cuando era una niña de tres años. Pocos años después, quedaba huérfana de padre. Creció en la corte de Enrique VII, quien se había casado con Isabel de York, prima de Margarita.

El rey eligió a Sir Richard Pole como futuro marido de Margarita. Ambos cercanos a la Corte, cuando llegó a Inglaterra Catalina de Aragón para contraer matrimonio con el príncipe Arturo, se convirtió en dama de compañía de la Infanta española con la que, desde entonces, mantendría una estrecha relación de amistad y fidelidad. Sir Richard y su esposa, que se habían casado en 1494, tuvieron cinco hijos, cuatro niños y una niña a los que Margarita tuvo que cuidar en solitario tras la prematura muerte de su esposo, en 1505.

Cuando el príncipe Enrique subió al trono como Enrique VIII, Margarita continuó ejerciendo como dama de la entonces Reina Catalina. Como condesa de Salisbury, título otorgado por el nuevo rey, gestionó con eficacia sus dominios convirtiéndose en una de las nobles más poderosas de Inglaterra.

En 1516 nacía María, la única hija de Enrique y Catalina. La reina quiso que Margarita fuera su madrina de bautizo y la nombró su institutriz. En aquella época, los soberanos estaban encantados con ella. Enrique llegó a decir que era la mujer más santa de Inglaterra.

Pero cuando el ambiente se enrareció en palacio por la falta de un heredero y el deseo del rey de casarse con Ana Bolena, Margarita Pole no dudó ni un segundo. Apoyó sin fisuras a Catalina y su hija oponiéndose a las planes de Enrique VIII de anular su primer matrimonio y declarar bastarda a su hija María.

Margarita Pole perdió automáticamente el favor del rey y después de recluir a su esposa y a su hija, echó a la dama de palacio. Aquel fue un duro golpe para Margarita, quien sintió profundamente la separación de su amada reina y de la princesa, a la que había tratado como si fuera su propia hija. Enrique VIII no se olvidaría de ella tan fácilmente.

Uno de sus hijos, Reginaldo, había abrazado la vida religiosa y se había convertido en cardenal. Dadas las discusiones con el monarca, Reginaldo marchó a Roma desde donde escribió un tratado en el que criticaba duramente la decisión del rey de erigirse cabeza de la iglesia anglicana. Enrique VIII no pudo hacer nada contra él, pues se encontraba demasiado lejos de Inglaterra. Así que no dudó en ejercer su venganza sobre la familia del cardenal.

Acta de Condena

En 1538, dos de sus hijos y otros miembros de la familia Pole fueron condenados por alta traición y ejecutados. Solo se salvó su hijo Godofredo. La siguiente en ser detenida e interrogada fue Margarita que terminaría siendo recluida en la Torre de Londres. Antes de eso, había sido desposeía de todas sus tierras y bienes.

A pesar de los deseos de Enrique VIII de eliminar a toda la familia Pole, no pudo encontrar pruebas contundentes contra la condesa que, por aquel entonces, ya era una mujer de casi setenta años de edad, y que tuvo que pasar varios años encerrada en la prisión en unas condiciones deplorables.

El problema radicaba en el hecho de que no todos los hombres fieles a Enrique consideraban que ejecutar a aquella anciana sin juicio previo era una buena decisión. Sin querer escucharlos, hizo uso del Parlamento al que presionó para que firmaran el “Acta de condena”.

El rey intentó vincularla con la conocida como la “peregrinación de Gracia” que había tenido lugar en el condado de Yorkshire en 1536 como respuesta a la clausura de monasterios y demás prejuicios provocados a quienes pretendían continuar siendo católicos. Esta y otras acusaciones contra Margarita no pudieron ser probadas ni ella defenderse en un juicio justo. Cuando el 29 de junio de 1539 el Parlamento firmaba el Acta, Margarita fue trasladada ese mismo día a la Torre de Londres. No fue hasta dos años después que se cumplió la sentencia de muerte. Dos largos y angustiosos años en los que se esperaba que el rey entrara en razón. Algo que no sucedió.

Su hijo perdonó a los responsables de la muerte

El 28 de mayo de 1541, subía a un cadalso situado en un rincón discreto de la Torre. Mientras negaba una y otra vez su culpabilidad, los pocos testigos, pues el rey no quería que fuera una ejecución demasiado pública, contemplaron horrorizados como un verdugo muy poco experimentado, torturó el cuerpo de la anciana asestándole varios golpes hasta que consiguió decapitarla.

Años después, su hijo el cardenal Reginaldo, regresó a Inglaterra para ayudar a la nueva reina María Tudor, a restablecer el catolicismo. A pesar del dolor provocado por la cruenta ejecución de su madre, perdonó a los responsables de su muerte. La historia de Margarita Pole es la historia de una convicción profunda; es el ejemplo de cómo la fe imperturbable fue más fuerte que cualquier miedo a morir. Margarita Pole se mantuvo siempre firme a sus principios y no se dejó amedrentar por las amenazas que finalmente se materializaron. Margarita Pole fue beatificada por el Papa León XIII el 12 de febrero de 1886.

Jesús Caraballo


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