'Bosch': la serie policiaca que es distinta a todas las demás

'Bosch': la serie policiaca que es distinta a todas las demás

El detective interpretado por Titus Welliver vuelve en 'Bosch: Legacy' con su fórmula que escapa a la fórmula.
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Vuelve en formato nuevo, pero con los mismos ingredientes, la que para muchos es la serie más infravalorada de los últimos años: Bosch. El 6 de mayo está fijada la fecha de estreno en la plataforma IMDb TV de Bosch: Legacy, un spin-off que no logrará tener mucha atención pero merece desde luego no pasar desapercibido.

En sus primeras siete temporadas (actualmente en Amazon Prime Video), Bosch recupera un aroma noir que no asomaba en ninguna de las series policiacas de los últimos años. Tuve ocasión de descubrirla durante el confinamiento y debo decir que al llegar a su séptima temporada me dejó una orfandad que hacía mucho no sentía por una serie. Por suerte, pronto será revertida gracias a las nuevas aventuras de Harry Bosch, que renace al más puro estilo Sam Spade.

Es una buena ocasión para recomendarla y para analizar algunos de sus puntos fuertes. Por qué es tan clásica y a la vez tan diferente a todos los procedimentales policiacos habituales. Por qué es la más ambigua, la mejor interpretada, la más oscura sin aditamentos perversos. Y sobre todo por qué es, sin dárselas de nada, la más política de todas las series sobre la América actual.

Infravalorada

Bosch nunca ha gozado de excesiva promoción ni ha estado protegida por un poderoso presupuesto; de hecho existe casi por casualidad. Cuando Amazon daba sus primeros pasos como plataforma audiovisual, produjo dos pilotos y dejó a sus espectadores elegir cual de los dos le interesaba más. 

Para su sorpresa, el público se decantó por la historia de aquel sabueso que en su primer capítulo se sentaba en el banquillo de los acusados por haber disparado contra un sospechoso. Un año después tuvo luz verde para producir la primera temporada.

Tampoco tiene actores llamativos, aunque sean, diría, lo mejor de lo mejor de los actores de reparto. Cómicos de tripa que diría Berlanga, aquellos que pueblan las últimas páginas de los listados de las agencias de casting de ese lugar inhóspito llamado Hollywood. Veréis a intérpretes que os suenan de siempre, que han pasado por series como Urgencias, Fringe, Navy, The Wire o El ala oeste de la Casa Blanca. Papeles poco lucidos pero imprescindibles para conseguir credibilidad.

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Contar con Michael Connelly como showrunner ha sido esencial. El autor de las novelas ha supervisado todos los elementos de la serie. Además, comprendiendo que se trata de un lenguaje diferente, ha realizado adaptaciones de su propio trabajo como novelista. 

En cada temporada eli#ge un elemento concreto de la criminalidad (la droga, la corrupción, la prostitución, los abusos…) y fusiona un par o tres de sus novelas, las desordena y recompone, y consigue otorgarle a cada arco narrativo una densidad extraordinaria.

Todos cuentan. Nadie cuenta

Lo que Bosch propone nos sirve, creo, para establecer las diferencias entre el cine negro original y el thriller. Mientras que este último se ve mucho más determinado por el ritmo y por el whodunnit, la búsqueda incesante del asesino y el duelo (a veces maniqueo) entre el héroe y el villano; el noir que heredamos de los años cuarenta tiene una mirada más atmosférica al mundo del crimen y está siempre más determinado por las coordenadas específicas de una ciudad que se convierte en personaje.

La estupenda Guía Film Affinity que editó Nórdica el año pasado plantea con finura esta escisión, que en los últimos años ha dejado más a la intemperie la línea clásica. Me parece que Bosch se encumbra como un héroe perfectamente clásico de la línea Bogart (incluso nos lo recuerda en su físico y en su manera de moverse).

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Otro de los ingredientes inusitadamente noir de Bosch es su apuesta por una mirada compleja a la moralidad. Ya sabemos que el noir es hijo del cine expresionista, y debe tener un código ético lo suficientemente discutible como para obligarnos a los espectadores a preguntarnos si podemos fiarnos o no de nuestro protagonista, que tiene pinta de héroe anónimo pero que se toma la justicia por su mano y casi siempre se enfrenta solo a todo y a todos.

Connelly parece mucho menos interesado en “el malo de la historia” típico del thriller que en la maldad que lo impregna todo, la corrupción de una ciudad desmemoriada y arribista que ha perdido su centro de gravedad moral a base de narcisismo.

Por eso desde el principio nos perfila a Harry Bosch como un tipo, efectivamente, siempre en el umbral de lo moralmente discutible. Alguien sin duda molesto para el departamento de policía de Los Ángeles, que no duda en arriesgar su carrera, ni en disparar si hace falta, alguien que jamás ascenderá porque es incapaz de pelotear a sus jefes y cuya procedencia y origen, que se van desvelando con el paso de los capítulos, le impiden tomarse su oficio de modo impersonal.

Por eso su frase legendaria es “Todos cuentan. Nadie cuenta”. O lo que es lo mismo, todas y cada una de las víctimas importan en igualdad de condiciones, y al tiempo, nadie importa lo suficiente como para bloquear su incesante búsqueda de justicia.

La ciudad como personaje

Decía también que en el noir, como buen hijo del expresionismo, hace de la ciudad un personaje más, tal vez el más importante de la narración. Un lugar amado y odiado al tiempo, Parnaso y Babilonia, donde cabe todo lo mejor y todo lo peor.

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La ciudad, con sus luces y sus sombras nocturnas, es siempre observada por Harry mientras suena el saxo solitario de Art Pepper. Todo es atmósfera noir. Nuestro héroe mira desde su atalaya, la increíble terraza de su casa, que por cierto fue escenario también de la película Heat (Michael Mann, 1995). Una casa que, se apresura a decirnos Connelly, jamás habría podido pagar con su sueldo de detective pero que compró tras asesorar un film, por supuesto policiaco y por supuesto francamente cutre.

Desde arriba hacia abajo camina ese retrato de un Los Ángeles sucio y desvencijado que estamos tan poco acostumbrados a ver más allá de los true crimes. Supongo que a causa de un presupuesto no excesivo, la serie ha preferido rodar casi todo en exteriores reales de la ciudad. Y no es extraño que algunas de esas localizaciones sean espacios verdaderamente marginales, donde de verdad ocurren constantes delitos. Es el caso, por ejemplo, del paradigmático funicular de Angels Flight, el sórdido motel Hollywood Star, el edificio Bradbury o Chinatown.

Estos espacios aportan una apabullante sensación de credibilidad a la serie. Todo en ella está en carne viva. Por eso parece una fórmula que escapa a la fórmula volviendo a lo más clásico del género, la herida personal de un tipo que nos engancha porque es tan poco heroico como todos nosotros.

Ojalá no nos defrauden las nuevas andanzas de Harry Bosch. Es el juego de Hollywood cuando se consigue mirar más allá del plástico.

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