La mejor comedia sexual sobre el duelo y el cáncer tenía que ser de Cronenberg: 'The Shrouds' en Cannes 2024

La mejor comedia sexual sobre el duelo y el cáncer tenía que ser de Cronenberg: 'The Shrouds' en Cannes 2024

Con 81 años, el retorcido director canadiense sigue siendo un cineasta como ningún otro. Su nueva película, protagonizada por Vincent Cassel y Diane Kruger, lo certifica siendo árida en la forma y fructífera en las ideas.
Diane Kruger y Vincent Cassel en 'The Shrouds'
Diane Kruger y Vincent Cassel en 'The Shrouds'
Cinemanía
Diane Kruger y Vincent Cassel en 'The Shrouds'

David Cronenberg ha vuelto a Cannes, descolocando una vez más las expectativas o ideas prefijadas que pudieran existir sobre The Shrouds, su vigesimotercer largometraje.

Vincent Cassel, Diane Kruger, Guy Pearce y Sandrine Holt protagonizan esta triste historia de duelo que, por momentos, toma las formas de una comedia sexual y otras la de thriller conspiranoico en un mundo donde es posible observar en tiempo real dentro de sus tumbas a los seres queridos que han muerto.

Crítica de 'The Shrouds'

Valoración:

Solo David Cronenberg podría convertir el duelo por la muerte de su mujer Carolyn Zeifman, cuyo dolor se palpa en la obra del canadiense desde que falleció en 2017, en una suerte de comedia sexual (o lo más parecido a un tono ligero que se puede rastrear en su filmografía) en torno a la pérdida, la soledad y el desconsuelo de ver al ser que más quieres siendo consumido por el cáncer.

Todo eso aglutina The Shrouds en sus austeras imágenes, casi una sucesión áspera de diálogos encadenados entre un número muy limitado de personajes. Vincent Cassel, caracterizado como un alter ego radical de Cronenberg, interpreta a Karsh, propietario de un cementerio que, gracias a una insólita tecnología de vídeo (Grave Tech) parecida a un sudario que amortaja a los muertos, permite ver en directo los cadáveres de tus seres queridos dentro de sus tumbas. 

Una idea de negocio ciertamente descabellada, pero que a algunas personas les supone una ayuda para terminar de despedirse durante el proceso de duelo. La propia mujer de Karsh, fallecida por un cáncer fulminante, está enterrada allí, y él en consecuencia observa a diario la descomposición de su cuerpo inerte hasta que le perturba detectar uno extraños bultos que le han salido en los huesos. Esto se une a un asalto del cementerio y profanación de algunas tumbas.

'The Shrouds', de David Cronenberg
'The Shrouds', de David Cronenberg
Cinemanía

Así se asientan las bases de la dimensión más tecno-thriller de la película, casi un macguffin compuesto por dos misterios (qué son esas protuberancias, quiénes han atacado las tumbas) que sirven para canalizar el tema central del filme: la grieta sin cicatriz que deja la desaparición de tu ser amado y el efecto que tiene la muerte sobre quienes se quedan, la relación que es posible establecer con quien ya no está.

Pocas veces se ha visto a Cronenberg tan sombrío (la foto oscura de Christopher Donaldson y la música del siempre imprescindible Howard Shore colaboran), tan arisco formalmente como sus primeros largos y tan subyugado por la pesadumbre que en la superlativa Crímenes del futuro (2022) se declinaba en la fragilidad desvanecida del personaje de Viggo Mortensen y en The Shrouds esculpe una interpretación aturdida de Cassel. Y todo eso, recordemos, rebatido por el buen humor que reina durante todo el metraje.

La tensión de esa contradicción (la pesadumbre y la levedad) solo puede resolverse en una obra maestra que remite a otra, la gran película sobre el trinomio de amor, muerte e imagen (cine): Vértigo, claro. Diane Kruger interpreta a la pareja muerta del protagonista y a su hermana gemela (el trabajo es triple, pues la actriz alemana también pone voz a una asistente de IA que es uno de los elementos más inauditos del relato) con una convicción desarmante, como la exigencia física de un rol recreado en su cuerpo desnudo y en distintas fases de mutilación.

Cronenberg ha depurado tanto el arte de filmar diálogos (esa gramática cumbre de Cosmópolis, 2012) que en The Shrouds no hace casi otra cosa y todos tienen una puesta en escena distinta, digna de acontecimiento. La aparición de personajes como el antiguo cuñado de Karsh (Guy Pearce) o su nuevo interés amoroso (Sandrine Holt haciendo de invidente) enreda el ovillo de relaciones, seducción y engaños entre vivos y muertos con un espíritu de juego no muy distante al Jacques Rivette de Vete a saber (2001). Materialización de un vínculo que siempre fue pertinente: por algo son los dos máximos cineastas de las conspiraciones.

Sin solución posible a la cuestiones humanas, demasiado humanas, que ninguna de las tecnologías futuristas desplegadas en la película pueden resolver, si acaso ofrecer un consuelo transitario mientras te espían por detrás igual que el móvil desde el que estás leyendo esto, en conclusión Cronenberg remite a un pilar ya conocido de su obra: la decadencia y desaparición del cuerpo, solo trascendida por el contacto del amor y el placer sexual. Aunque pueda pulverizar huesos, polvo es lo que somos.

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Coordinador web 'Cinemanía'

Crítico de cine que ve demasiadas series, licenciado en Periodismo y posgraduado en Semiótica en la Universidad Complutense de Madrid; cayó en una marmita de Nouvelle Vague cuando era pequeño y lleva mucho tiempo acostándose tarde en festivales de cine.

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