El triste adiós de Vicente del Bosque

En su despedida, tan necesaria, anunciando que deja al mismo tiempo la selección española y todo lo que tiene que ver con el fútbol, Vicente del Bosque podía haber optado por el señorío del marquesado que se le impuso, por la elegancia del club donde se hizo grande o por el mínimo sentido común. Del Bosque optó en su lugar por marcharse dejando claro que se había despedido de todos los jugadores, los veintidós, excepto de Iker Casillas, porque no le había gustado la actitud de este con el cuerpo técnico de 'La Roja'.

No soporto muy bien la zafiedad, la hosquedad y la indelicadeza, tanto más en las personas a las que se les supone que, por edad, dignidad y gobierno, deben tener mayor cantidad de elegancia, finura y cortesía, por no hablar de responsabilidad. Del Bosque es un hombre al que se le presumía tranquilo, parco en palabras, discreto, de trabajar mucho y hablar poco. Ahora, en este adiós que podría haber sido, si no glorioso, si al menos pacífico, ha prendido un fuego debajo de los pies del que fue su capitán en los momentos buenos y del que sacó la cara por la selección en los momentos malos.

Ahora que ha abierto la boca como el proverbial fraile en el convento, cabe pensar si hablaba poco porque no tenía nada que decir. Dos fracasos seguidos, de los cuales es igualmente responsable, le dejaban poco margen para sacar pecho y largarse escupiendo al viento. El hombre que ha disputado 167 partidos internacionales con la camiseta de 'La Roja' merecía una despedida mejor que la que le ha dedicado Del Bosque, que ha sido tan sucio en la partida como indolente, ineficaz e irresoluto en los partidos. Al menos, los de esta Euro.

Vendrán otros -Caparrós, quizás- que bueno te harán, pero por ahora, Vicente, tanta paz lleves como descanso dejas.