Con 1.69 de estatura, un cuerpo menudo y frágil y dos ojos inmensos que se abrieron al mundo en un barrio obrero londinense cuando se acercaban los años 50s, Lesley Lawson (Twiggy) nació loca por la moda y vio cumplido su sueño cuando, años más tarde, se convertiría en un icono de la revolución londinense y en una musa entre las musas.
El ambiente que la rodeaba no parecía el más apropiado para triunfar en la vida. La sociedad de los años sesenta tenía una mísera opinión de la juventud, que empeoraba si se procedía de la clase obrera y se vivía en un suburbio, como era su caso. Pero su infantil y decidida militancia en uno de los movimientos más dinámicos y efervescentes de la época, los Mods o Modernos, la ayudó a dar el salto y lo que es más importante, a cambiar.
Una chica Mod tenía reglas: lo primero que había que destruir era la disciplina, después las buenas maneras, para continuar con el sistema de educación vigente. Ser mod significaba ante todo ser brutalmente sincero. Pero no se trataba de una verdadera filosofía. Era más bien una cuestión de actitud ante la vida, de lenguaje, de excesos y, sobre todo, de estética.
Estamos en 1966 y la City londinense dicta tendencias al mundo entero. Los jóvenes ingleses llevan años de lucha en busca de una independencia que vaya mucho más allá de las estrictas normas de vida que sus padres les imponen, copiadas de las que ellos mismos tuvieron que padecer. Beatles y Stones están en la cima con discos como Revólver y Aftermath. Un nuevo grupo, The Who, cala hondo entre los mods ingleses que han adoptado una de sus canciones My Generation como himno. La que va a ser la cara más famosa del mundo, Lesley Hornby, toma ese mismo año el alias de Twiggy (algo así como briznilla, hebra o filamento) con el que va a darse a conocer internacionalmente. Acaba de cumplir los 17, pesa 40 kilos y mide 1,69. Un físico que estaba a años luz de cualquier aspirante a supermodelo. Sin embargo, esta "cosita de nada", como a ella todavía le gusta definirse, se convirtió en un fenómeno mundial que empezó a cobrar cifras astronómicas; incluso muy por encima de su antecesora en el trono, Jean Shrimpton.
Hija de un humilde carpintero londinense, con 17 años fue descubierta por un cazatalentos en una peluquería donde trabajaba enjabonando cabezas.
Ser una mod era un asunto muy serio. Era la primera vez que la clase trabajadora conseguía destacar e imponer por su manera de ser y estar. Su forma de vestir, de bailar y de peinarse se convirtió enseguida en un ejemplo copiado hasta la saciedad, incluso por los jóvenes de las clases más altas. El objetivo era no pasar desapercibido y, especialmente, brillar en las noches de los sábados. Había que dar el golpe como fuera. Destacar de la masa e imponerse sobre los demás como individuo y como grupo era esencial. Y vaya si lo consiguió, hoy sigue siendo considerada musa entre las musas, un icono pop tan frágil como fascinante.
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