Tilda Swinton habla sobre su papel en la película Memoria y su trayectoria

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Bocas

Tilda Swinton: 'Colombia era el lugar'

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Reproducir Video

La intérprete habla con BOCAS sobre su trayectoria artística, la cinta y su relación con Colombia

A Tilda Swinton no le gusta llamarse actriz, pero usted ha visto su trabajo en el cine más veces de las que cree.
Antes que nada, fue Lena, en Caravaggio, de Derek Jarman, con quien además trabajó en otras siete películas. En los noventa fue Orlando en la película de Sally Potter: el Orlando hombre, el Orlando mujer, la eterna ambivalencia de Swinton en Orlando. La ha visto en El Gran Hotel Budapest, de Wes Anderson, como Madame D., la excéntrica anciana millonaria a la que no le cabía una arruga más en la cara. También apareció en Moonrise Kingdom e Isla de perros, del mismo director. Fue Sal, en La playa, al lado de Leonardo DiCaprio. La bruja blanca de Las crónicas de Narnia. El Antiguo en Doctor Strange. El arcángel Gabriel en Constantine. Le dio vida a Mason bajo toneladas de maquillaje en Snowpiercer, de Bong Joon-ho. Interpretó dos roles en Okja (que está en Netflix). Y en Trainwreck y Michael Clayton se transformó en mujeres despiadadas, corporativas, muy norteamericanas (más lejos de ella que cualquier otro rol que haya aceptado). Fue la madre de Kevin en Necesitamos hablar de Kevin. Ha hecho varias películas con Jim Jarmusch, a quien conoció por casualidad en un concierto de The Darkness en Los Ángeles, incluida una de vampiros. Y en Suspiria, el remake de Luca Guadagnino de la película de Dario Argento de 1977, fue la Madre Helena Markos, Madame Blanc y el Dr. Jozef Klemperer, aunque en los créditos de la película diga que este último fue interpretado por Lutz Ebersdorf. Es la primera “chica” Almodóvar de habla inglesa luego de su participación en La voz humana.
La actriz protagoniza la película Memoria, galardonada en el Festival de Cannes

La actriz protagoniza la película Memoria, galardonada en el Festival de Cannes

Foto:Cortesía Burning Colombia

Su encuentro con el cine sucedió de la mano de Jarman, con quien trabajó durante nueve años y que le dio el espacio para encontrar su poética, entender su afán de autobiografía y su impulso por perderse en las vidas de otros. Dice que Jarman se hubiera burlado del premio Óscar que recibió en el 2008 por su papel en Michael Clayton.
Es una maestra del disfraz. Si el rol es femenino o masculino le da igual, siempre y cuando el personaje esté al borde de un precipicio y ella se pueda relacionar con ese ritmo del punto de quiebre. Sabe que hacer películas toma tiempo, años desde ese primer impulso y le gusta involucrarse desde el inicio de los proyectos. Llevar su vida personal y la experiencia humana. Tal vez por esto es que conserva una copia de los ensayos de Montaigne en su mesa de noche.
Ha sido obra de arte expuesta en la Serpentine Gallery de Londres y en el MoMA de Nueva York. Ha sido musa y colaboradora de diseñadores como Karl Lagerfeld y Haider Ackermann, a quien considera más como familia, pues son amigos hace más de veinte años. Las categorías “musa”, “diosa”, “alien” le parecen ridículas, se le nota en la cara cuando se las mencionan. Lo que más le gusta en la vida es colaborar, con sus amigos, a quienes llama camaradas. Siempre habla de la fortuna de haber encontrado su circo.
En el 2019 estuvo dos meses en Bogotá, se volvió una leyenda urbana entre los habitantes de Chapinero, quienes la veían comer en diferentes restaurantes, pero nunca tuvieron muy claro qué hacía acá.
En Memoria, la más reciente película de Apichatpong Weerasethakul, interpreta a Jessica Holland, una mujer inglesa que recorre las calles de Bogotá y luego el paisaje de Pijao con un sonido que le retumba en la cabeza y no la deja dormir. Swinton también fue insomne por el recuerdo de sus muertos. Su sonido, hace un tiempo, era el del mar de las Tierras Altas de Escocia, donde es su casa. Ahora su sonido es el del viento de los bosques que rodean Kimmerghame House, la casa de su familia que heredó hace poco, una mansión del siglo XIX donde pasó parte de su infancia rodeada de retratos de personas llenas de encaje y con bigotes largos que tenían sus mismos rasgos.
No soporta las ciudades. Vivió muchos años en Londres y dice que es una máquina que la deslumbra y que ya no sabe cómo operar. Sin embargo, se pregunta cómo sería vivir en Nueva York y tener un trabajo de oficina.
Uno de sus primeros recuerdos de infancia es de su nana prohibiéndole un helado. El otro es haberse soltado de la mano de quien la cuidaba para bailar en medio de un campo de entrenamiento militar completamente vacío y sentir la excitación de ser el centro de atención. Su padre, Sir John Swinton, sirvió al ejército inglés en la Segunda Guerra Mundial. Su madre, Lady Judith, pertenece a una larga línea de alcurnia galesa con terrenos en Australia. El escudo del clan Swinton, uno de los más antiguos de Escocia y del que Tilda hace parte, muestra un cerdo amarrado a un árbol. Los colores del tartán de su clan son una mezcla de azules y verdes. Aunque nació en Londres –“un típico accidente cuando se es de familia militar”– es escocesa, aunque ya no habla con acento.
A los cuatro años quiso asfixiar a su hermano menor con una almohada, pero terminó salvándolo de ahogarse con la cuerdita de un gorro. A los nueve años tuvo su última fiesta de cumpleaños y dice no haber tenido una desde entonces, aunque para su cumpleaños 53, en el 2013, fue homenajeada en el MoMA, en Nueva York.
También a los diez años tuvo una de sus primeras epifanías relacionadas con el arte: sentada en un tren rumbo al internado, donde debería haber aprendido las formas de una señorita aristocrática destinada a casarse con un duque, pensó que nadie notaba su desdicha, que nadie jamás se enteraría, pero que ella tampoco podría saber qué pensaban quienes la acompañaban en el tren. Dice que fue una de sus primeras experiencias cinemáticas. Sobrevivió al bullying del internado gracias a la poesía, el atletismo y una que otra obra de teatro que montaba con sus amigos.

El año pasado estuvieron muy en contacto con Colombia no solo por Memoria, sino porque él (su pareja) tiene un club de dibujo en Bogotá con quienes se reúne virtualmente cada semana

Fue a la Universidad de Cambridge con una beca para escribir, pero dejó de hacerlo en el minuto que llegó a la universidad. Estaba abrumada. No pudo aguantar la presión. Sin embargo, desde el 2002, cuando la invitaron a dar una charla sobre Jarman, escribe. Tiene varios ensayos entre un cajón.
No le gusta el teatro. Hay algo en su inmediatez que no va con su estilo, aunque fue parte de la Royal Shakespeare Academy e hizo teatro durante muchos años. Lo que más extrañó en el año de pandemia fue la música en vivo y poder bailar con sus amigos, que la llaman Tilly.
No tiene redes sociales. No le interesan. Pero los tabloides ingleses están obsesionados con ella y su relación con el pintor Sandro Kopp, menor que ella, y con quien compartió casa mientras seguía viviendo con el padre de sus mellizos, el también artista John Byrne. También les obsesiona que haya estudiado en el colegio con Diana de Gales y algún primer ministro del Reino Unido. “Tonterías”, dice ella, tranquila, por encima de cualquier chisme mediático que la obligue a hablar de su vida privada. Otro disfraz que sabe usar con elegancia.

Cuando visité Cartagena, me di cuenta de que Joey tenía razón: Colombia era el lugar

Sabe apostar a los caballos y hasta se mantuvo con las carreras durante un año, antes de ser famosa. Fue comunista y cree en la independencia de Escocia. Casi fue arrestada en Rusia por posar para una foto con la bandera LGBTI frente al Kremlin. Está completamente enamorada de los perros, a tal punto que detiene a cualquiera que se encuentre en la calle para hablarle, saludarlo. Vive con cinco Springer Spaniels, toda una familia: la abuela, la tía abuela, la madre y dos más pequeños, hermanos. Tres de ellos ganaron un premio en Cannes este año por su aparición en la segunda parte de The Souvenir, en la que Swinton es protagonista. En su huerta tiene brócoli morado, remolachas, coles de Bruselas y zanahorias. Y lechugas de todos los colores. A su pareja todavía le dice sweetheart, incluso después de quince años. El año pasado estuvieron muy en contacto con Colombia no solo por Memoria, sino porque él tiene un club de dibujo en Bogotá con quienes se reúne virtualmente cada semana.
Habla despacio y suave, pero se emociona fácilmente con la conversación y sube el tono hasta que su voz llega alto. Es cuidadosa con las palabras, las piensa, las escoge, juega con ellas, las acompaña de movimientos de sus manos. Mira a los ojos, pregunta, analiza. Dice que es perezosa y que por eso le gusta el cine, porque la saca de ese trance de la ociosidad.
El día que hablamos estaba en el apartamento de estudiante de su hija en Edimburgo, de visita. Vestía un saco peludo rojo cereza, prestado, tenía el pelo rubio peinado en una coletica desordenada y debía acomodarse las gafas cada vez que tomaba de su taza de té. Al final de la charla, pensando en Bogotá, en los eventos del último año en Colombia, me preguntó: “¿Y ustedes cómo están?”. Cuando me encogí de hombros asintió y dijo: “Sí, entiendo lo que se siente”.
La actriz es protagonista de la pelicula Memoria premiada en Cannes, que se lanzará en cines el 30 de septiembre

La actriz es protagonista de la pelicula Memoria premiada en Cannes, que se lanzará en cines el 30 de septiembre

Foto:Cortesía Burning Colombia

¿Cómo se convirtió Memoria en una película colombiana?
Cuando pienso hacia atrás, cuando sigo el camino que llevó a que Memoria se convirtiera en una película colombiana –porque es una película colombiana, sin duda–, viajo al momento en que Joey [el apodo de Swinton para el director tailandés Apichatpong Weerasethakul] visitó Cartagena para el FICCI, cuando Diana
[Bustamante], nuestra productora era directora. Él y yo habíamos entablado una amistad por correspondencia mucho antes de conocernos y habíamos discutido la película que soñábamos hacer. Después, cuando visité Cartagena, me di cuenta de que Joey tenía razón: Colombia era el lugar.
¿Qué buscaban?
Ambos sabíamos que primero aparecería el lugar, después la historia. Y el lugar debía ser un sitio en el que ambos fuéramos extraños, extranjeros, y que resonara con el espíritu de su poética. Joey conoce muy bien la reverberación del trauma, sabe cómo funciona en Tailandia, y ha hecho varias películas sobre esto. Entonces buscamos un lugar donde pudiéramos cantar una canción similar, un lugar con el mismo tono.
¿Cómo se sintoniza usted con el trauma de la violencia de Colombia?
Es una canción que también se canta en Escocia, sin duda. Es una señal que conozco muy bien: vivir con el pasado, vivir con la violencia del pasado. Crecí en el área de Escocia que está justo en la frontera con Inglaterra, en una granja que se llama Sorrowless Fields [los Campos sin Dolor] porque es la única granja que no perdió a nadie en la batalla de Flodden Field, en el siglo XVI. Cada vez que pasas por Sorrowless Fields estás recordando una masacre que tuvo lugar hace seiscientos años y así aprendes a vivir con eso. Cuando estuvimos en Colombia sentí ese mismo tipo de reverberación, en las personas.
¿Es esa reverberación de la que hablan algo parecido a la memoria colectiva?
No quiero ser simplista, pero hicimos esta película en el 2019 y pensamos que estábamos haciendo una película con una fuerte relación con el pasado. Después, en el 2020, cuando se iba a estrenar la película durante la pandemia, pensé: “Oh, esto va a ser interesante porque para el público internacional será posible comprender este quiebre, la ruptura social y una nueva relación con la naturaleza”. Pero ahora, en el 2021, con los recientes desarrollos sociales, esta película se siente como si la hubiéramos hecho ayer en Colombia. Y lo mismo puede pasar en Escocia cada vez que se enciende el tema de la independencia. Estas experiencias construyen la cultura, construyen el espíritu de la gente, no solo colectivamente, sino también de forma individual. Es parte de la resiliencia. Y para nosotros sí era importante que la película hablara de compartir memorias y experiencias, también entre culturas.
Bogotá es una ciudad tremenda, ¿cómo fue su relación con Bogotá cuando estuvo acá?
Uno de los primeros recuerdos que tengo de Bogotá fue un rodaje nocturno, porque Jessica es insomne. Me encantó caminar por la ciudad de noche, algo que no hubiera hecho si no estuviéramos haciendo una película. Otra cosa es que no recuerdo haber tenido tanto frío como lo tuve en Bogotá.
También rodaron en Pijao, ¿cómo se sintió allá?
Pijao es mágico. Tuvimos la suerte de quedarnos en una finca a las afueras de Pijao, la llamamos la República Popular de Soñarte. Y allá hicimos las fiestas más increíbles.
He oído que le gustan las fiestas...
No solo me gustan, creo que son increíblemente importantes cuando estás trabajando. Es una forma de unir lazos, de crear confianza. Las necesitas todo el tiempo durante un rodaje: al comienzo, en la mitad y al final. Como productora puedo decirte que la gente trabaja mejor cuando hay fiestas todo el tiempo. Y tuvimos fiestas maravillosas en Pijao.

Busco trabajar en producciones que retomen ese trabajo autobiográfico, ojalá silencioso, que esté en constante movimiento, casi más cerca de la danza que de la actuación

Usted siempre ha defendido la idea de ser una intérprete [performer en inglés], pero no una actriz. ¿Por qué tan enfática en hacer esta diferenciación?
Tal vez debo disculparme por esto porque a veces se siente como una locura que solo yo comprendo. Pero tengo mis razones. En primer lugar, no me parece exacto llamarme actriz. Nunca tuve la intención de ser actriz y todavía no tengo la intención de serlo. No me interesa “actuar”. Lo que realmente me interesa es la interpretación. Además, nunca estudié actuación. Es muy difícil para mí explicarlo, pero tiene sentido para mí. Y me parece muy extraño decir que soy actriz. Se siente falso. Me aterroriza que todos los actores reales se pongan de pie y digan: “Ella no es actriz”.
¿Cómo se inició en la interpretación?
Con Derek Jarman. Trabajé con él durante nueve años. Él fue el primer artista que conocí. Siento cómo me sube la temperatura con la sola idea de no haberme topado con él.
¿Cómo lo conoció?
Mi idea era escribir. Llegué a la universidad con una beca para escribir, para escribir poesía. Pero dejé de escribir el segundo en que llegué, lo cual fue bastante dramático. Para ese entonces ya tenía amigos que eran dramaturgos, actores, algunos directores, entonces hice obras con ellos. Era mi forma de escribir, así lo veía. Pero el teatro no es lo mío y cuando me iba a dar por vencida, mi agente me dijo que audicionara para Caravaggio, que Derek quería conocerme. Qué suerte tuve.
¿Cómo era el trabajo con Jarman, que fue tan significativo para su carrera?
Mi trabajo estaba desarticulado, sin forma, no tenía, no tengo, modelos a seguir. Pero el trabajo con Derek tenía que ver con la autobiografía. Las primeras películas que hicimos juntos, algunas de 35 mm, tenían un guion, estaban construidas de cierta forma, pero eran interpretativas. Después llegaron las películas en Super-8, que fueron películas caseras completamente autobiográficas en las que no hubo actuación involucrada en absoluto. Así trabajé con él durante nueve años, hasta que murió, en 1994.
¿Cómo ha logrado perpetuar el espíritu de Jarman en cuanto a su trabajo?
He sido muy afortunada porque la gente me ha buscado con eso en mente. Busco trabajar en producciones que retomen ese trabajo autobiográfico, ojalá silencioso, que esté en constante movimiento, casi más cerca de la danza que de la actuación. Eso ha pasado con mi trabajo con Joanna Hogg, porque ella trabaja con la improvisación.
Las películas de Wes Anderson, que son precisas, milimétricas, parecen ser lo contrario a lo que busca y, sin embargo, ya ha hecho varias con él…
Él es sin duda milimétrico. Pero es mi amigo, me involucra en el proceso, lo que hace que mi trabajo siga siendo autobiográfico, que encaje en mi vida de forma que tenga significado para mí, un significado para mi vida, algo que nadie más necesita saber.
La británica es una maestra del disfraz. Ha tenido roles femeninos y masculinos. Ha trabajado con geniales directores del cine mundial. Ha sido musa de grandes diseñadores.

La británica es una maestra del disfraz. Ha tenido roles femeninos y masculinos. Ha trabajado con geniales directores del cine mundial. Ha sido musa de grandes diseñadores.

Foto:Cortesía Burning Colombia

Ha dicho que suele escoger los personajes que interpreta porque son personas que están al borde de un precipicio, ¿en qué precipicio se encuentra su personaje en Memoria?
Era muy importante para nosotros que Jessica fuera una alien [extraterrestre y extranjera en inglés]. Está pasando por un duelo, que no se explora, pero que sutilmente se sugiere, y esto la hace estar desencajada. Ese es su territorio y eso hace que esté desconectada. Sin embargo, esto abre la posibilidad de que a la vez esté sintonizada con otras cosas fuera de ella.
¿Cómo se preparó para este personaje?
Mi trabajo con Joey está en un rincón muy particular de mi patio de juegos. Así como trabajar con Wes es milimétrico, el trabajo con Joey tiene una calidad inconmensurable, molecular, fluye como si no hubiera juntas o costuras…
¿Cómo si fuera líquido?
Es líquido. Gracias. Eso es perfecto. No hay división entre nuestros ritmos. Cada uno hace un trabajo diferente, por supuesto, él en su rol de director, yo con mi presencia. Entonces, en respuesta a tu pregunta de cómo me preparé: he vivido durante varias décadas.

En 1994, tenía 33 años, fui a 43 funerales. Fue bastante. Es posible que muchos hayan olvidado esa época, o que simplemente no estén enterados

¿Qué rol ha sentido más lejos de su forma de trabajar?
Lo más parecido que he hecho a la actuación fue la abogada estadounidense que interpreté en Michael Clayton, con Tony Gilroy. Fue un disfraz, y sé que he trabajado con disfraces.
¿Alguna vez ha tenido una crisis artística?
Supongo que cuando murió Derek. Me sentía derrotada. Habíamos desarrollado una forma de hacer películas que sentía completamente intransferible y dudaba de que alguna vez pudiera lograr lo mismo con alguien más. Había hecho Orlando con Sally Potter, pero esa película tiene un molde similar, orgánico. Simplemente no sabía si tenía las herramientas para seguir en el cine. No me interesaba solo aprender los parlamentos y no tener otro tipo de participación en el desarrollo de la película. Mi respuesta fue hacer una instalación performática, donde estuve en estado suspensión en una caja de vidrio, una vitrina, en la galería Serpentine, en Londres, en 1995,
La misma que llevó a cabo en el 2013 en el MoMA, titulada The Maybe.
Sí.
¿De verdad logró dormir mientras estuvo en la caja?
Nunca hablo de ello porque pretendo hacerlo de nuevo alguna vez. No te voy a decir cuál fue mi experiencia. Una de las formas en que esta pieza funciona es que la gente no sabe qué pasa de verdad y todo el tiempo se lo pregunta.
Parece que entra en un estado meditativo…
Es meditativo, sí. Lo que hace el público es traer su propia experiencia y proyectarla sobre la pieza. Es como una caja de espejos que refleja diferentes emociones. Algunos encuentran la pieza muy divertida, otros la ven dolorosa, otros se han puesto furiosos. Es una experiencia muy interesante. Quiero hacerlo de nuevo. Quise hacerlo cuando estaba embarazada, pero cuando descubrimos que iba a tener mellizos pensamos que era demasiado estresante. Me gustaría hacerlo a mis 160 años.
¿Cómo fue diferente hacer la obra en los noventa versus el 2013?
En los noventa era una persona de la que tal vez el público había oído hablar, no solo un cuerpo, sino una cara reconocida. Y cuando hice la pieza en Nueva York, las cosas ya habían cambiado bastante. En los noventa también estaba saliendo del trauma de vivir con tantos amigos muriendo de sida, de sentarme al lado de ellos mientras morían. Ese fue otro impulso para poner mi cuerpo ahí: quería aportar un cuerpo sano, un cuerpo que también está muriendo, porque todos estamos muriendo, pero que no estaba mortalmente enfermo.
¿Qué más recuerda de esa época?
En 1994, tenía 33 años, fui a 43 funerales. Fue bastante. Es posible que muchos hayan olvidado esa época, o que simplemente no estén enterados. La única persona que en mi familia realmente entendía era mi abuela, que había vivido ambas guerras. Nació en 1900, y entre 1914 y 1918 fue adolescente y vio cómo todos los amigos de sus hermanos morían. Ella entendió y me dijo: “Esta es la guerra de tu generación”.
¿Cómo fue crecer en una familia militar?
Definitivamente te prepara para la vida cinematográfica. Recuerdo que mi madre me dijo que cuando ella y mi padre celebraron su aniversario de bodas número veinticinco, la fecha también marcaba su mudanza número veintiuno. Ahora soy una persona con raíces muy marcadas, pero también me encanta viajar. Me encanta ir a un lugar nuevo, crear un mundo y seguir adelante, regresar.
Usted suele llamar a las personas con las que trabaja “camaradas” más que amigos o colegas, ¿por qué esta elección tan puntual de palabras?
Es una palabra que tiene un significado real para mí. Hay otras palabras que me encantan, me encanta la palabra compañero. Creo que el compañerismo es lo que hace girar al mundo. Y colega, por supuesto, y amigos, pero creo que camarada está tan presente porque soy la hija de un soldado. Había muchas cosas en las que no estábamos de acuerdo, que veíamos de forma diferente, pero la idea de camaradería, de interdependencia y de una responsabilidad y un objetivo compartidos era algo que nos unía. Para él significó mucho como militar. Creo que es un concepto hermoso que ha sido desacreditado desde hace algunas décadas. Estoy a favor de traer la idea de vuelta.
¿Fue militante del Partido Comunista?
En los años ochenta tuvimos todo tipo de batallas sociales y yo creía que era extremadamente razonable, pero mi padre diría que fui militante.
Además de mudarse de un lado al otro cuando era más pequeña, pasó un buen tiempo de su infancia en un internado. ¿Cómo lo recuerda en retrospectiva?
Bueno, habiendo tenido hijos yo misma, me parece una locura. Tomar a tus hijos, desconectarlos de todo aquello que sienten seguro y encarcelarlos por diez años… Ni siquiera puedo entenderlo. Fui al internado cuando tenía diez años y mis hermanos cuando tenían siete. Recuerdo la emoción que sentí cuando mis hijos iban a cumplir diez años, siempre me han encantado sus cumpleaños, pero ese año fue muy especial para mí y no podía saber por qué. Después entendí que era porque finalmente iba a saber cómo es tener diez años y compartir la casa con tus padres, ir a la escuela, regresar, cenar alrededor de la misma mesa, recibir abrazos en la mañana… Una vida normal. Soy una sobreviviente. El internado es algo a lo que sobrevives. Algunas personas no sobrevivieron.
Ha dicho que la identidad no es algo estático, ¿cómo cambió la maternidad su identidad?
Cada persona tendrá su propia respuesta sobre lo que es convertirse en madre o padre. Pero, para mí, no sé si esto suene extraño, pero es algo que iba a pasar, que estaba esperando que sucediera incluso desde que era una niña. Cuando sucedió, cuando fui madre, me convertí más en mí misma. Si no hubiera sido madre, estaría un poco atrapada. Es como pensar en que Miguel Ángel liberó a David de la roca. Fue como si me liberaran. Me despertaron; ahora estoy completamente presente.
Tilda Swinton es la portada de nuestra edición 110. La foto fue cedida por el exvocalista de la banda R.E.M Michael Stipe

Tilda Swinton es la portada de nuestra edición 110. La foto fue cedida por el exvocalista de la banda R.E.M Michael Stipe

Foto:Michael Stipe

A los trece años se encontró por primera vez con David Bowie, ¿cómo fue eso?
¡Sí! Un día vi Aladdin Sane, el álbum, el LP, y tuve que comprarlo inmediatamente. Había algo ahí, en esa imagen, que encontraba completamente encantador. Ni siquiera tenía un tocadiscos, lo tuve hasta dos o tres años después. Pero lo llevaba a todas partes. Como estaba en el internado, cada vez que regresaba a casa lo llevaba conmigo porque debía llevar todo de vuelta al final del año, y recuerdo estar parada en el aeropuerto cargándolo debajo del brazo. No quería empacarlo porque se iba a dañar. Creo que era una carta del futuro.
¿Y cuándo conoció a Bowie en carne y hueso?
La primera vez que lo conocí fue en una esquina de Londres. Ambos estábamos en una tienda, entonces nos encontramos y empezamos a charlar. Él iba a verse con Scorsese para un rol en una película y se sentía algo inseguro. No lo vi mucho más durante años y luego me contactó para estar en esa pequeña película de la canción The Stars Are Out Tonight. Ahí nos convertimos en amigos cercanos. No tuve mucho tiempo con él, pero fue una bendición.
¿Qué puede decir de él?
Siempre estaba feliz.
Uno de sus primeros roles fue Orlando en la película de Sally Potter basada en la novela de Virginia Woolf. Orlando es un hombre aristocrático que vive durante siglos y cambia entre ser hombre y ser mujer. De alguna manera se ha convertido en un hito para la cultura trans. ¿Qué tan cercano siente este personaje?
Orlando es una historia muy cercana a mí, tiene que ver con el sentido de la flexibilidad. He estado pensando en este personaje, esta novela, mucho en los últimos años. Cada cinco años vuelvo a leerla y siento que es una plantilla, un espejo, y quiero leerla hasta que tenga 150 años. Es una novela sobre no tener límites. Hace poco hice un trabajo de curaduría sobre la novela con la revista Aperture. Invitamos a varios artistas y fotógrafos para que nos dieran su punto de vista y una cosa que me llamó la atención es que hay una leyenda en torno al libro, y la película, que dice que es sobre género. En especial un cambio de género de hombre a mujer, pero en verdad no se trata de esto. En realidad no creo que se trate de género para nada. Como dijo Virginia Woolf: “Las mentes geniales son andróginas”, entonces no hablemos de género. Mi fantasía sobre el libro es que si ella hubiera escrito mil páginas más, Orlando se hubiera convertido en un Spaniel, en un gato. Pienso firmemente que es una historia sobre no tener fronteras de nación, de clase, de género, de mortalidad. Es muy particular que la gente crea que es una historia trans más que una declaración sobre la inmortalidad.
¿Qué haría usted con la inmortalidad?
Voy muy bien, gracias. La estoy viviendo.
Edición 110

Edición 110

Foto:BOCAS

Gracias por leernos.
Nos gustaría recomendarle nuestra crónica gráfica de la edición 109 sobre los bellísimos colibríes de Bogotá
POR: CAROLINA VENEGAS KLEIN
FOTOS: CORTESÍA BURNING COLOMBIA
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 110. SEPTIEMBRE-OCTUBRE 2021
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