El retorno del tigre de Tasmania

El retorno del tigre de Tasmania

Casi un siglo después de su aniquilación, el tigre de Tasmania, también llamado tilacino, es un apreciado símbolo nacional... y un candidato a la desextinción.

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Tasmanian Tiger Graphic Art DEGATE

El tigre de Tasmania está vivo. No en el sentido literal –hace casi un siglo que no se verifica un solo avistamiento del emblemático depredador marsupial de Australia–,  pero sí en la imaginación, en la memoria, en el reconocimiento cultural y en el lamento colectivo por su extinción.

Y también está vivo en el empeño de un pequeño grupo de científicos y empresarios por «desextinguir» la especie y devolverla a la naturaleza.

Lo primero que hay que decir sobre el tigre de Tasmania es que ni era un tigre ni vivía únicamente en Tasmania. Y que el tilacino fue víctima de la ignorancia y los errores de los europeos.

El explorador y navegante neerlandés Abel Tasman fue quien forjó la fama del tigre. En su búsqueda de nuevas tierras australes explotables, Tasman arribó en 1642 a las costas orientales de una isla a la que denominó Tierra de Van Diemen como homenaje al gobernador general de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, que promovió su expedición. Más tarde rebautizada como Tasmania en su honor, también es conocida por su nombre aborigen tradicional, Lutruwita. Un destacamento de marineros de Tasman que buscaban agua dulce localizaron las huellas de unos animales «con garras como de tigre».

Tilacinos en cautividad
Archivos de la Smithsonian Institution

Esta fotografía tomada hacia 1903 en un zoológico de Washington D.C. muestra a dos tilacinos en cautividad.

Los europeos asignaron diversos nombres a aquel animal –zarigüeya cebra, lobo marsupial, dingo de Tasmania–, fruto tanto de los prejuicios coloniales como de la pura ignorancia. Los mamíferos del hemisferio Norte se consideraban superiores a los marsupiales australianos,  «criaturas inermes, deformes y monstruosas» según sus primeros observadores. El koala que hoy tan simpático nos parece se tildaba de «tosco […] torpe e inmanejable», y el tilacino, el mayor de los depredadores marsupiales que sobrevivieron hasta los tiempos modernos, era tachado de carroñero primitivo, «bruto» y «estúpido».

Lo que comenzó siendo una catalogación errónea y una demonización de la fauna autóctona devino en poco tiempo en su sustitución por especies foráneas introducidas. Aquel fervor colonial culminó en una transformación del ecosistema del que Australia no se ha recuperado. La extinción del tilacino es un símbolo de aquella barbaridad.

Registros grabados en piedra
Tony Wheeler, División de Historia Institucional

Pintura rupestre del Territorio del Norte australiano que representa un tilacino y un humano armado con un bumerán.

En el pasado existieron al menos cinco especies del género Thylacinus. La última en desaparecer fue el llamado tilacino o tigre de Tasmania, que en otro tiempo habitó todo el continente australiano además de la isla de Nueva Guinea. Hace unos 3.000 años esta especie desapareció de la Australia continental. Nadie sabe a ciencia cierta por qué, pero las causas más probables son un clima cambiante y la competencia con el recién llegado dingo. Solo quedó la población de Tasmania, incomunicada en Lutruwita desde que hace unos 10.000 años la subida del nivel del mar inundó el puente de tierra que la unía al continente. Pero lo que podría haber sido el refugio de la especie se convirtió, en cambio, en su campo de exterminio. Aunque no estaba ni mucho menos demostrado que estos animales causasen importantes pérdidas de ganado, los ganaderos los convirtieron en su chivo expiatorio. El «tigre autóctono» se pintó como un mataovejas sanguinario y en 1888 se aprobó un programa de recompensas por su matanza. En las dos décadas siguientes, miles de tilacinos sucumbieron al veneno, las trampas y las balas de pastores y cazadores.

El programa de recompensas fue un éxito. A principios del siglo  XX quedaban tan pocos tilacinos que esas compensaciones económicas fueron disminuyendo, hasta que al final cesaron del todo. Los llamamientos a proteger a estos animales llegaron demasiado tarde. En 1986, transcurridos 56 años sin avistamientos confirmados de tilacinos en libertad, la especie se declaró oficialmente extinta.

Muchos rechazaron el veredicto: en un momento dado se calculó que uno de cada tres tasmanos había protagonizado un avistamiento «auténtico» del tigre. Pero conforme pasan las décadas y nadie reclama la recompensa de más de un millón de dólares que se ofrecía en 2005 a todo aquel que pueda aportar pruebas concluyentes de la existencia del tilacino, la extinción de la especie es cada vez más incontrovertible… y más lamentada.

El director científico del Museo Australiano, el mastozoólogo y Explorador de National Geographic Kris Helgen, ha examinado especímenes de tilacino en la mayoría de los museos que los custodian. Ha medido unos 500 cráneos y habla del animal con una mezcla de respeto y asombro. «Es impresionante el tamaño que tenían –afirma–. Este animal fue uno de los depredadores dominantes de la Australia continental durante la mayor parte de su existencia».

Incluso más impresionante que su papel como carnívoro superpredador es su posición en el panteón evolutivo. «El tilacino fue el último miembro de su familia [la de los tilacínidos] –explica Helgen–. Cuando reflexionas sobre lo que es una familia de mamíferos, te das cuenta de lo que eso significa: los osos son una familia, las jirafas son una familia, los caballos son una familia, los delfines son una familia. En Australia hay unas cuantas familias de marsupiales: canguros, petáuridos, falangeros de cola anillada, y otras especies de carnívoros. Y el tilacino no formaba parte de ninguna de ellas.

»Era absolutamente singular, muy antiguo, y toda su historia se desarrolló siempre en este continente».

Se cree que el último tilacino salvaje murió en 1930 en una zona rural del noroeste de Tasmania víctima de los disparos de un cazador, que lo fotografió una vez muerto. Seis años después fallecía el último ejemplar cautivo en un parque zoológico de Hobart; apenas dos meses antes, el Gobierno de Tasmania por fin había tenido a bien declarar al tilacino especie protegida; en palabras del experto Robert Paddle, «la especie estuvo plenamente protegida durante los últimos 59 días de su existencia».

Mientras disminuía en número, el tilacino ya ganaba en importancia cultural. En 1917 fue elegido como emblema dominante del escudo de armas de Tasmania. Una pareja de tilacinos leonados sostiene un escudo en el que figuran las principales exportaciones del Estado: lúpulo, manzanas e, ironía pura y dura, ovejas, supuestas presas del tilacino.

Último miembro de su familia, el tilacino era absolutamiente singular, muy antiguo, y su historia siempre se desarrolló en un único continente. 

Hoy su imagen está por doquier: en etiquetas de cervezas, en autobuses, como mascota del equipo de críquet tasmano y hasta protagonizando el día nacional de las especies amenazadas de Australia. Ha pasado de plaga a ídolo. «El tilacino es Tasmania –escribe David Owen, autor afincado en Hobart–. Aunque solo sea por eso, sigue vivo».

PLANES DE DESEXTINCIÓN 

Vive en la memoria… pero ¿podría volver a vivir en la realidad?

La idea deresucitar al tilacino surgió a finales de la década de 1990. El Proyecto Lázaro –nombre ambicioso donde los haya– se proponía clonarlo a partir de ADN de especímenes conservados en museos, pero se suspendió cuando el material genético disponible resultó estar demasiado degradado y fragmentado.

Desde entonces se han desarrollado nuevas herramientas que hoy permitirían llevar a cabo cortes y empalmes genéticos precisos para recrear un genoma de tilacino a partir de fuentes múltiples, por lo que la desextinción vuelve a estar sobre la mesa. A la cabeza de esta iniciativa hay un grupo de genetistas de la Universidad de Melbourne autodenominado Laboratorio TIGRR (por las iniciales de Thylacine Integrated Genomic Restoration Research, investigación sobre la restauración genómica integrada del tilacino), respaldado además por una empresa de biotecnología de Texas.

En 2022, el investigador principal del TIGRR, Andrew Pask, predijo que su equipo produciría su primera cría de tilacino híbrido en menos 10 años (véase el gráfico de la página anterior).

Helgen no lo ve nada claro. En su opinión, el mayor obstáculo es la distancia genética que separa al tilacino de todos y cada uno de sus parientes vivos. A diferencia del mamut lanudo –el otro carismático mamífero extinto que se perfila como potencial objetivo de desextinción–, el tilacino carece de una especie estrechamente emparentada que sirva de referencia genética y proporcione células capaces de convertirse en embriones viables portadores del genoma del tilacino. En el caso del mamut lanudo, ese papel lo desempeña el elefante asiático. El receptor propuesto para portar el genoma reconstruido del tilacino –el ratón marsupial de cola gruesa– está tan alejado genéticamente del tilacino como un humano de un tití, afirma Helgen.

«El tilacino era totalmente distinto –aduce–. La diferencia equivaldría a la que hay entre un gato y un perro, o entre un caballo y un rinoceronte. Creer que podemos resucitar a este marsupial carnívoro simplemente porque tenemos una batería de herramientas genéticas modernas… La cosa no funciona así. Si hoy se extinguiese el rinoceronte y alguien dijese que puede coger un caballo y convertirlo en rinoceronte, o convertir un perro en gato, las carcajadas se oirían desde aquí».

Fantasear con la desextinción detrae esfuerzos de la labor acuciante que es preservar lo que todavía queda, o eso opina el grueso de la comunidad científica, empezando por Helgen. En otras palabras, en la actual crisis de la biodiversidad por causas antropogénicas, dejar de concentrarnos en proteger a los vivos para tratar de revivir a los muertos es un mal plan. Helgen sugiere que muchas de las especies que se enfrentan a la extinción «pueden salvarse, no con sabe Dios qué tecnologías mágicas, sino mediante los métodos archidemostrados de cuidar los hábitats salvajes y gestionar las especies que nos rodean lo mejor que podamos».

El tilacino es un elocuente símbolo de lo que hemos perdido, pero al mismo tiempo también es un símbolo de esepranza. 

El tilacino es un elocuente símbolo de lo que hemos perdido. Pero al mismo tiempo también es un símbolo de esperanza. Después de su extinción, los tasmanos se comprometieron a que jamás volviese a ocurrir una tragedia semejante. Fundaron el primer partido político verde del mundo. Juraron colectivamente oponerse a la degradación medioambiental y proteger a las especies autóctonas vulnerables, compromisos que todos debemos asumir si queremos evitar futuras extinciones.

El tilacino nos habla desde el siglo pasado: no esperemos a que sea demasiado tarde.

Pasos hacia al restauración

A punto de cumplirse un siglo de la muerte del último tilacino conocido, hoy se conservan unos 800 especímenes, pero menos de 20 de ellos se almacenaron en el medio que mejor preserva el ADN nuclear. El objetivo ahora es utilizar el genoma de uno de sus parientes vivos más cercanos –el ratón marsupial de cola gruesa– para convertirlo en un tilacino.

 

1) SECUENCIAR EL GENOMA

Se secuenció el ADN de un espécimen centenario conservado en etanol.

2) SECUENCIAR EL PARIENTE

Un ratón marsupial aporta células vivas y la «plantilla genómica» de la que partir.

3) MARCAR LAS DIFERENCIAS 

Se modifican los genes que más separan al ratón marsupial del tilacino.

4) CREAR LA CÉLULA 

Editando células madre del ratón marsupial se crea una nueva célula viva de «tilacino».

5)  FUSIONARLA CON UN ÓVULO

El núcleo de la célula se transfiere a un óvulo vacío de ratón marsupial y se «fecunda» para obtener un embrión.

6 ) IMPLANTAR EL EMBRIÓN

Una vez está totalmente formado, el embrión podría introducirse en el útero
de una hembra de ratón marsupial.

7) FOMENTAR LA MADURACIÓN

Tras la gestación y el parto, los recién nacidos se criarían con biberón o con un marsupial de mayor tamaño.

 

Representación de los últimos experimentos científicos para devolver al tilacino a la vida. Amplía la imagen haciendo clic en este enlace

 

El retorno del tigre de Tasmania
NGME

Este artículo pertenece al número de Agosto de 2023 de la revista National Geographic.