El 2% de la población mundial desapareció el 14 de octubre de 2011 en un evento conocido como la Ascensión. No sabemos cómo, ni dónde están y, sobre todo, por qué se fueron. Su repentino desvanecimiento dejó un doloroso vacío en la vida de los que les rodeaban. Un hueco que todos los abandonados, el 98% de la población restante, han tratado de llenar de alguna u otra forma.

A pesar de que nuestro yo televisivo nos empuje a pensarlo, 'The Leftovers', la serie creada por Damon Lindelof ('Perdidos', un precedente nada casual) que regresa este 17 de abril (de forma simultánea en HBO España y Movistar Series), no es una serie sobre los que se fueron, sino sobre los que se quedaron. Una historia sobre sus sentimientos, sus preguntas y su sufrimiento. Una pérdida que algunos abordan con resentimiento. Otros lo hacen con ira, no solo por lo que han perdido sino también porque han sido dejados atrás. Muchos manifiestan su culpa personal así como social en la desaparición, quizás fumándose un cigarro en su honor. No pocos lo hacen bajo la depresión, haciéndose daño a sí mismos, ahogados en la tristeza. Son menos aún los que lo llegan a aceptar plenamente. Algunos no lo aceptarán nunca.

Porque, si algo ha demostrado 'The Leftovers', es que más allá de su profundo retrato de la pérdida y el duelo, su interés es representar a través de este doloroso evento la búsqueda de un significado, un sentido inesperado a una vida cuyos límites han sido desafiados y que son cada vez más confusos tras la Ascensión y, especialmente, tras todo lo que hemos visto en la serie. En la nueva y última temporada de 'The Leftovers', un evento televisivo sin precedentes al que hemos podido tener acceso, queda claro que responder a esta cuestión, es decir, a encontrar un sentido es, con cada vez más intensidad, una cuestión de fe.

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Esta fe se manifiesta aquí con fuerza a través de una extensión y fortalecimiento de determinadas creencias de nuestros personajes, que vibran a través de un nuevo salto cualitativo que sigue, cómo no, a las revelaciones del tramo final de la segunda temporada, quizás una de las entregas más contundentes de cualquier drama de HBO. Un salto en tres dimensiones: una que continúa con esa intención de amplitud geográfica que vimos en la segunda temporada (como se viene avisando en la promoción, viajamos a Australia); una segunda que supone una inmersión incluso más profunda en el verdadero ser de sus personajes, de nuevo con capítulos centrados específicamente en algunos de ellos, removiendo sus inquietudes hacia el esperado desenlace de la serie; y una tercera a través del tiempo, tres años después de los eventos con los que concluyó la segunda temporada. Un futuro que se acerca a la normalidad lo suficiente como para que la fe se apropie de la rutina y que la esperanza hago lo mismo con los símbolos, todo ello en fechas cercanas al séptimo aniversario de la Ascensión, una cifra lo suficientemente relevante como para revolver a todos los personajes y dar pie a nuevas incógnitas.

Con todo ello, 'The Leftovers' demuestra que todavía tenía espacio para crecer a todos los niveles, abordando con una ambición admirable nuevas tramas y propuestas todavía más salvajes, atacando desde nuevas construcciones todo el sistema de creencias de la serie. Para ello, la serie no vuelve a comenzar desde cero, como en la segunda temporada, sino que coge los respuestas que esta dejó y las semillas que plantó en su lugar para hacer evolucionar su narrativa hacia derroteros creativos inusitados pero no por ello menos lógicos. Porque aunque la razón nos lleve a pensar que encontraremos respuestas, la realidad es que a medida que avanzamos por este camino encontramos más preguntas. Quizás más grandes, y más universales, pero preguntas al fin y al cabo.

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En cierto sentido, la experiencia de visionado de 'The Leftovers' no dista demasiado de la realidad interna de la propia serie. Los que la hemos seguido durante estos años hemos paladeado unos temas y unas cuestiones generalmente ajenas al medio televisivo e, indudablemente, jamás tratadas con esta generosidad, este dolor e incluso esta ternura. Más allá de sus historias, sus ejercicios narrativos (que televisivamente funcionan como un reloj), sus personajes y sus tramas acumulativas, 'The Leftovers' es una experiencia simbólica. Como en la vida, quizás 'The Leftovers' jamás nos dé las respuestas que estábamos buscando. O no de la forma que querríamos. A eso también apunta el título del último episodio de la serie, el único que no ha estado disponible a ningún periodista ni crítico de todo el mundo.

El viaje ha sido y es importante, porque aunque nunca vayamos a tener esas respuestas compartimos las mismas preguntas con sus personajes. Nunca nos hemos sentido más en su piel. Tenemos la empatía suficiente como para compartir su dolor a pesar de que nuestras vidas generalmente no hayan sido tocadas por la pérdida de una forma similar o incluso cercana. Sin duda, la representación de estos misterios y sus consecuentes emociones, así como la facilidad para hacer al espectador partícipe de todo ello es una de las grandezas de 'The Leftovers', algo que incluso queda más patente en esta última entrega en la que parece que el camino hacia la verdad está más despejado que nunca (aunque tenga millares de obstáculos) y, como los personajes, estamos más dispuestos que nunca a creer o a mirar hacia otro lado.

Quizás porque para creer no hay que entender, hay que querer. Aceptar que la serie, como la vida, está repleta de preguntas. Una aceptación que representa nuestro salto de fe pero también nuestra felicidad.

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