Libros
Con Coleridge y su albatros alrededor del cuello
Cátedra y José Luis Rey publican la primera edición para lectores en español de la poesía completa del autor de la Balada del viejo marinero
La escritura en ocasiones se recrudece. En otras se expande, y como insinuaba Vallejo, es susceptible de convertirse en espuma. Uno, en su ingenuidad filológica, todavía no sabe si es verdaderamente posible que el tigre salte si se escribe la palabra tigre. Menos aún hasta dónde avanzará un escrito en su recorrido, qué tempestades hará rugir o claudicar, qué encuentros, qué hojas de árbol, qué trifulcas, qué divorcios. En literatura, hay quien empieza a escribir y obtiene dos o tres versos más o menos dignos. También quienes suman un ramillete y en lugar de arrojarlos al mar o a un tanque los convierten en un libro. A Coleridge lo de juntarse con su amigo Wordsworth para publicar las Baladas líricas le llevó, en comparación un poco más lejos; resulta que los dos alumbraron sus poemas por su cuenta y al mezclarlos les salió el romanticismo. Nada menos que en 1789, fecha de modificación, que dirían los ilustrados y los místicos. Y con una inversión en términos de tinta que es una lección de humildad en sí misma para todos los que creen haber emparentado con los dioses por ganar un premio y una flor de la mancomunidad de municipios: apenas unos cuantos textos que valieron, en dos vertientes y estilos diferenciados, para descorchar en Inglaterra toda una nueva estética y filosofía.
Williams Wordsworth y Samuel Taylor Coleridge supusieron el equivalente a la caída de un obús en plena reestructuración de la poesía inglesa. Su irrupción, con altibajos de aceptación, logró dar a la entonces encopetada cultura británica una manera alternativa de ver la realidad y hasta el verdor que asomaba tras la ventana -principalmente el verdor, la naturaleza-. Cada uno con sus armas, que acabarían por inaugurar dos de los caminos más transitados por la modernidad de las letras. El primero, con la incorporación del habla de la calle y su poso meditativo; el segundo, con el precedente entonces denostado de William Blake, dejándose arrastrar por lo sobrenatural y hasta por las disipaciones. Con la carísima virtud, además, de haber sido capaz hasta de insuflar al idioma nuevas expresiones. Que un inglés, de los de pinta y bufanda, siga quejándose todavía hoy del albatros que le rodea el cuello -como el marinero del poema de Coleridge- constituye un milagro que cada vez resulta más infrecuente en las relaciones de la lengua popular con la poesía. Y más si se advierte que, en este caso, viene de un autor cuyo pan, como decía De Quincey, no era de este mundo. Un poeta al que incluso en su país pocos conocen más allá de sus tres grandes poemas -La balada del viejo marinero, Christabel y Kubla Khan- y de su suma de pensamientos en prosa La Biographia Literaria. Selección, sin duda, más que representativa y provechosa, pero que deja fuera algunos de los periodos y acentos que no sólo explican la posterior dimensión del poeta, sino que la desparraman en nuevos y sorprendentes matices que multiplican la complejidad y el valor de su obra.
En España, donde Coleridge apenas contaba con la traducción diligente -y, en algunos casos, brillante- de sus textos más conocidos, la editorial Cátedra, con José Luis Rey como responsable del resultado y de la edición, ha querido publicar la primera compilación de su poesía completa en castellano. O lo que es lo mismo, legarnos, con un espléndido, afinado y divertidísimo prefacio del propio Rey -impagables son las anécdotas del jovencito Coleridge- la que es la Biblia del autor inglés. Con todos sus, hasta ahora, nuevos registros: la cadencia y la modernidad de sus poemas breves, la capacidad -más que singular en la primera mitad del siglo XIX- de consagrar su inspiración a objetos tan aparentemente poco elevados como una tetera o una inscripción localizada en un asiento; la introducción de la crueldad, de la soledad individual, del aislamiento, de las divisas de un romanticismo que encuentra en él a su fundador lírico y también a su imaginación más autónoma. Una imaginación, que como se deja entrever en este volumen, se interesó por todo, desde la ciencia a los efectos del opio, la religión o la política, en la que destaca su sueño de juventud de fundar una colonia de artistas en las praderas salvajes de América.
Con esta edición referencial, Cátedra amplía su repertorio de clásicos universales sumando el conjunto de la producción lírica de uno de los autores más sutiles y visionarios de la literatura europea. Un autor que, como bien señala José Luis Rey, germina en el ulterior Keats, en los surrealistas -especialmente por sus imágenes oníricas- y hasta en otro de los grandes poetas caminantes, Wallace Stevens. Y que es mucho más, ya era mucho más, que la memoria del albatros y de su cita más conocida, la que propone el pacto fundamental al lector, «la suspensión momentánea de la incredulidad», tantas veces invocada en la ficción. «Y llegó la mañana y despertó / y era más sabio y triste», concluye la balada del viejo marinero. Acaso, también para fundar una época, personal o colectiva, baste con ese verso.
Con Coleridge y su albatros alrededor del cuello
Autor: S.T Coleridge
Editorial: Cátedra
Páginas: 624
Precio: 25,95 €
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