Estrella fugaz de los sesenta

Estrella fugaz de los sesenta

Qué fue de... Sonia Bruno

Abandono de golpe su carrera como actriz cuando se casó con Pirri, jugador del Real Madrid

Vertical

Una vez casada estudió medicina pero no terminó, al contrario de su marido que ya no fue Pirri, sino el doctor Martínez, convertido después de ser jugador en médico de su club

Gianni Ferrari / EFE

Lucir minifalda en los sesenta fue un signo rotundo de modernidad para la mujer. Sonia Bruno, además, aparecía en el cine de aquellos años con el pelo corto, de un negro rabioso, y flequillo. “En realidad llevaba pelucas a lo garçon, porque yo tenía el pelo rubio y larguísimo, pero para los personajes cambiaba de look”, aclara la entonces actriz. Rodó una veintena de películas y, de repente, la boda con Pirri, futbolista del Real Madrid, puso fin a su carrera. Nunca se ha arrepentido. “He hecho lo que he querido y lo que he deseado en mi vida”, confiesa a La Vanguardia.

María Antonia Oyamburu Bruno, que después se cambió el nombre incluso en el registro, nació el 31 de julio de 1945 en Barcelona. “Tuve una infancia maravillosa, éramos cinco hermanas, yo la pequeña, y después venía un hermano, nos llevábamos poco entre nosotros, primero vivimos en la calle Muntaner, después nos cambiamos de casa”, recuerda. También refresca la memoria al vislumbrar el colegio de monjas al que iba y el uniforme con el cuello de plástico que vestía. La madre era catalana y el padre, de origen navarro, trabajaba en RNE –que tenía los estudios en el paseo de Gràcia–, y en TVE –que estaba en Miramar (Montjuïc)–. Esta circunstancia le abrió camino.

Con trece años entró en contacto con el mundo de la moda. Empezó a desfilar y también presentó algunos programas de televisión. Llegó a ser miss Barcelona. Así obtuvo muy pronto su primer papel en la gran pantalla. Fue en 1961 con el filme Los atracadores de Francisco Rovira Beleta. Estuvo viviendo en la ciudad hasta los dieciocho años, edad en la que se marchó a Madrid. Aún le queda familia aquí a la que visita de vez en cuando. “Yo eso de la vocación no lo sentí para nada, ni me di cuenta, todo vino rodado”, explica.

La imagen de Sonia Bruno no era corriente. Como actriz reflejaba el fondo y la forma que desprendía como mujer. Primero, la fotogenia, imprescindible para el ojo de la cámara. Después, el aire de chica coqueta. Pero esto no era todo. También transmitía los valores rupturistas de aquellos años porque ofrecía la imagen de independiente y emancipada. Rodó algunos títulos con productoras barcelonesas y luego, entre otros, El juego de la oca de Manuel Summers, La boutique de Berlanga, Oscuros sueños de agosto de Miguel Picazo y Novios 68 de Pedro Lazaga.

También probó fortuna en el mundo del teatro con la obra El mantel, junto a Mary Carrillo y en la televisión intervino en Tiempo y hora, una serie de Jaime de Armiñán en la que actuó junto a Antonio Ferrandis y Amparo Baró.

Su última película fue El taxi de los conflictos de Mariano Ozores y José Luis Sáenz de Heredia, en 1969, el mismo año en que tras un corto noviazgo dio la campanada al anunciar su boda con un futbolista, tanto o más popular que ella. Se casaron en la iglesia de Santa Rita de la capital y es curioso leer en la prensa de la época titulares como “La directiva del Madrid les ha regalado un estupendo frigorífico”. Desde entonces dejó de ser un personaje público. “Simplemente abandoné la profesión y nunca la he añorado”, dice, aunque le han ofrecido de volver y siempre ha renunciado.

Una vez casada estudió medicina pero no terminó, al contrario de su marido que ya no fue Pirri, sino el doctor Martínez, convertido después de ser jugador en médico de su club. “Ahora me gusta leer, ir al cine, al teatro, viajar…”. Contempla el retrovisor de lo vivido sin ningún tipo de nostalgias: “He sido muy feliz porque he tenido mucha suerte, mi marido ha sido un padre maravilloso, y hemos intentado educar lo mejor posible a nuestros tres hijos”, que ahora ya son tres hombres de 46, 45 y 41 años. Además le han dado nueve nietos, “los últimos, un par de gemelos que acaban de nacer”.

Sin artificios, sincera y transparente consigo misma, todavía despierta con su voz la sensación que causaba desde la pantalla, la de una mujer con una sonrisa que procedía deliberadamente de sus ojos y tímidamente de sus labios. “Ya no veo futbol porque ya no me divierte”, asegura y añade que su marido ya no ve tanto como antes.

Entre sus aficiones, dos en aparencia poco homologables: “Me gusta pintar y seguir con el deporte que practico desde hace treinta años, el golf”. Acertar en el agujero que se persigue siempre es lo más reconfortante.

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