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• Captains es una fascinante docuserie gratuita de FIFA+ Originals

• Presenta el viaje de Thiago Silva para ayudar a Brasil a llegar a Catar 2022

• El central revela qué fue lo que lo preparó para soportar la presión

“Hay mucha presión y ponerse el brazalete de capitán implica automáticamente más”. Thiago Silva habla de una función cuyo desempeño le llena de orgullo tanto como le agota. “Todo el mundo me mira y quiere que sea como un superhéroe. Es una gran responsabilidad”.

Thiago Silva, de 38 años, lleva dos décadas siendo futbolista profesional y jugando al más alto nivel. En su historial figuran más de 30 títulos de torneos de clubes y selecciones, y ha competido en algunos de los clubes más grandes de su país natal, Italia, Francia e Inglaterra. Pero la responsabilidad de tener que liderar a sus compañeros de la selección brasileña en un Mundial puede pasar factura incluso a alguien de una experiencia tan dilatada como él. “Solo quienes han vestido la camiseta de su selección en un Mundial saben de la responsabilidad con la que cargamos”, dice Thiago en el nuevo documental Capitanes, que sigue la trayectoria de seis jugadores que lideran a sus equipos en su intento de alcanzar el Mundial de Catar 2022.

La capitanía de la selección brasileña es uno de los puestos que más presión entraña en el país sudamericano, ya que es objeto de tanta atención y escrutinio como la presidencia de la nación. Como dice el célebre escritor brasileño Paulo Coelho, se trata de un país de “200 millones de seleccionadores”, en el que cada ciudadano tiene su propia opinión sobre cómo debe jugar el combinado nacional. Figurar a la cabeza del palmarés del torneo, con cinco títulos, no sacia la sed de triunfos de los hinchas ni sus expectativas, sino que los hace más exigentes y críticos si cabe. Coelho explica que cuando uno ama algo con mucha intensidad su forma de expresarlo puede sonar aborrecible.

Un ejemplo de ello es la campaña clasificatoria de Brasil para el Mundial. Encabezaba la tabla, con un pleno de nueve victorias, pero tras empatar a 0-0 en Colombia los medios de comunicación nacionales se cebaron con el equipo. Thiago Silva se encontró en una rueda de prensa ante la pregunta de si seguía importándole jugar con la selección, algo que le dolió mucho. “A veces los aficionados no lo entienden”, afirma. “Dicen ‘mira todo el dinero que tiene, le da igual’. Pero no es así”.

Si algo preparó a Thiago para afrontar el implacable fútbol de selecciones son los feroces partidos entre barrios de Brasil, conocidos como várzea, en los que jugaba de niño. Ese término hace referencia a los campos de tierra batida o de las márgenes de los ríos donde empezó a jugarse al fútbol en el país, y también a los partidillos improvisados y sin organización. En esos campos polvorientos y partidos sin reglas fue donde Silva y tantos otros internacionales brasileños recibieron la educación futbolística que los convirtió en profesionales. “Todo empezó allí”, recuerda sonriendo. “Fue en la várzea donde aprendimos a regatear, donde aprendimos a darlo todo”.

“Tendría unos 11 o 12 años cuando jugué por primera vez en la várzea. Era muy tímido. Entré en el campo, que estaba lleno de gente, y pensé: ‘pero ¿esto qué es?”. “En la várzea se espera mucho de uno. Estábamos sometidos a una presión increíble. Si te equivocabas, te destrozaban”. “Todos los brasileños que juegan en Europa y en la selección empezaron en la várzea. Marquinhos pasó por esos campos, también Neymar, y Gabriel Jesus. Para nosotros la presión de ganar siempre ha estado ahí, desde los primeros días en aquellos partidillos informales. La presión que tuve entonces no puede ni compararse con la que siento hoy”.

Su ascenso a capitán del combinado nacional tal vez sorprenda, al ser él de carácter tímido. De hecho, su primera pasión fueron las cometas, no jugar al fútbol, pero todo cambió cuando vio la final del Mundial de 1994, que enfrentó a Brasil e Italia. Cuando Roberto Baggio falló su penal y Brasil conquistó su cuarto título mundial, Thiago supo lo que quería ser de mayor. Y dio sus primeros pasos hacia esa meta en el equipo local de la empobrecida comunidad de Vila Urucânia, en Río de Janeiro, donde su entrenador, Dequinho, se fijó en sus cualidades de liderazgo. “En los entrenamientos organizaba a los jugadores, siempre se lo tomaba muy en serio, así que lo nombré capitán”, recuerda el técnico. “Estábamos en una comunidad olvidada, pero él le dio un nombre. Muchos que han pasado aquí podrían haber sido profesionales, pero no tuvieron la suficiente fe en sí mismos. Thiago demostró que basta con creer para soñar y pelear cada día para conseguirlo”.

Thiago Silva admite que su carácter se transforma cuando juega al fútbol. “Soy una persona tímida y me cuesta hacer amigos. Los de la infancia me llamaban ‘ratón’, porque prácticamente no salía de casa”. “Con el tiempo, el fútbol fue haciéndose más importante en mi vida y gracias a él conseguí dejar a un lado la timidez. Así me convertí en Thiago Silva. Fue entonces cuando empecé a pensar que tal vez podría llegar un poco más lejos. Soñaba con jugar en estadios llenos y a medida que crece la pasión por algo uno va en busca de sus sueños”. Ahora, ser líder es ya consustancial a su carácter. “El liderazgo de Thiago es bien conocido”, afirma su seleccionador, Tite. Su esposa, Isabele, añade: “La gente lo ve como el capitán allá donde va, hasta sus amigos le llaman ‘Capita’, porque ven en él ese liderazgo”. “Thiago tiene la personalidad de un líder y en el campo es un monstruo”. Su sueño de ser futbolista y disputar los mayores torneos se hizo realidad hace ya mucho tiempo. Ahora está a punto de participar en su cuarto Mundial. Pero le queda una ambición: seguir los pasos de las cinco grandes selecciones de Brasil alzando el trofeo el 18 de diciembre en el Estadio de Lusail. “Ni en sueños pensé que llegaría a jugar cuatro Mundiales”, confiesa. “Pero no quiero jugar solo cuatro, hombre. Quiero ganar el título para que se me recuerde mientras viva”.