Lo que ha significado 2022 para el mundo

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Guerra, política y pandemia

Algunos años traen consigo desorden; otros, determinación. Este ha planteado preguntas

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El año ha puesto al mundo a prueba. De la invasión de Ucrania a la covid-19 en China, de la inflación al cambio climático, de las tensiones sino-estadounidenses a algunas elecciones cruciales, 2022 ha planteado preguntas difíciles. Estas experiencias no solo han enviado al mundo en una nueva dirección, sino que también lo han mostrado bajo una nueva luz.

La mayor sorpresa y la más agradable ha sido la capacidad de resiliencia de los países occidentales con regímenes mayormente liberales. Cuando Vladímir Putin ordenó la entrada de soldados rusos en Ucrania el 24 de febrero, esperaba la capitulación del gobierno de un Estado corrupto. Tras la humillante retirada de Afganistán en 2021, no cabía sin duda esperar que el decadente y dividido Occidente acompañara la condena a Rusia con un respaldo real a Ucrania.

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En cambio, Volodímir Zelenski y su pueblo afirmaron que merecía la pena morir por la autodeterminación y la libertad. Se convirtieron de ese modo en fuente de inspiración. Tras el auge del apoyo popular, los gobiernos occidentales se volcaron con el nuevo campeón de la democracia. Encabezados por el gobierno de Biden, Occidente está proporcionando armas y ayuda a una escala que ni siquiera los halcones habían imaginado.

En el plano nacional, los votantes también se han hecho oír y han tomado partido en contra los populistas dedicados a romper tabúes. En Estados Unidos, a pesar de las pésimas cifras de aprobación de Joe Biden, los centristas utilizaron su voto para preservar derechos fundamentales (como, en algunos estados, el derecho al aborto tras la anulación del caso Roe contra Wade por parte del Tribunal Supremo). En unas contiendas muy reñidas, casi todos los negadores de los resultados electorales respaldados por Trump perdieron.

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En Francia, pese a camuflar sus orígenes de extrema derecha, Marine Le Pen fue derrotada por el centrista Emmanuel Macron. Tras convertirse en el primer político de extrema derecha en ocupar el cargo de primer ministro desde el final de la segunda guerra mundial, Giorgia Meloni se ha inclinado hacia el centro. Incluso en el tambaleante Reino Unido, tanto los laboristas como los conservadores en el gobierno están llegando a la conclusión de que la victoria en las elecciones se consigue lejos de los extremos populistas de derecha e izquierda.

Del mismo modo que democracias con cierto grado de desorden han puesto de manifiesto una determinación inesperada, algunas autocracias aparentemente firmes han mostrado tener pies de barro. Putin es el mejor ejemplo, doblando y redoblando su catastrófica apuesta. Pero no es el único. Tras tres meses de protestas como consecuencia de la muerte de Mahsa Amini, detenida por no cumplir con las reglas acerca del uso del hiyab, las fuerzas de seguridad iraníes se dedican ahora a disparar a los manifestantes en la cara, los pechos y los genitales. Una vez perdida la fe de su pueblo, a los mulás no les queda otro recurso que la violencia.

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Quienes admiran a los dirigentes fuertes porque consiguen que las cosas se hagan deberían tener cuidado con lo que desean. Xi Jinping ha ampliado el dominio del Partido Comunista de China y se ha erigido su jefe permanente y el dirigente más poderoso desde Mao Zedong. Sin embargo, las medidas para enfriar el mercado inmobiliario, poner coto a la tecnología de consumo y erradicar la covid han perjudicado gravemente la economía china. Hoy, mientras asistimos a la propagación del virus, resulta evidente que su gobierno ha perdido unos meses que podría haber dedicado a vacunar ancianos, acumular fármacos y crear unidades de cuidados intensivos.

Incluso el omnipresente control social de China ha mostrado sus grietas. Los servicios de seguridad chinos sofocaron el mes pasado una protestas generalizadas, pero esas manifestaciones fueron suscitadas en parte por el espectáculo de las multitudes sin mascarilla que disfrutaban en Qatar de la Copa del Mundo.

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Para quienes abrazamos los valores liberales clásicos, la resiliencia occidental es alentadora y supone un cambio importante tras un largo retroceso. Sin embargo, las buenas noticias sólo llegan hasta ahí. Las pruebas de 2022 también han revelado la profundidad de las divisiones del mundo y han puesto en marcha al gran gobierno.

Para calibrar las divisiones, comparemos el apoyo casi universal a Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 con la determinación del Sur global de permanecer neutral en la lucha por Ucrania. En la última votación de las Naciones Unidas para condenar a Rusia, 35 países se abstuvieron. A muchos, de modo comprensible, les molesta que Occidente imponga sus preocupaciones como cuestiones de principios mundiales, mientras que la guerra en Yemen o el Cuerno de África, por ejemplo, o las sequías y las inundaciones relacionadas con el clima siempre parecen ser regionales.

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En gran parte del mundo, los valores liberales se encuentran en entredicho. Pese a la derrota de Jair Bolsonaro en Brasil, la democracia está bajo presión en América Latina. Mientras gobierna con una inflación ruinosa en Turquía, Recep Tayyip Erdoğan persigue a posibles contrincantes en las elecciones de 2023. En Israel, Benjamín Netanyahu intenta evitar la cárcel por corrupción formando un gobierno de coalición con la extrema derecha arabofóbica y homofóbica. Indonesia aprobó a principios de diciembre un código penal antiliberal que amenaza con prohibir las relaciones sexuales fuera del matrimonio, amordazar la libertad de expresión e imponer la ortodoxia religiosa. En la economía de la India abundan las compañías de inspiración tecnológica, pero su política es mayoritarista, fea y cruel.

En todo el mundo, cede terreno la idea de un gobierno limitado. Debido a la crisis energética provocada por la invasión rusa, los gobiernos europeos invierten dinero en la fijación de precios. También impulsan la transición de los combustibles fósiles (en sí mismo, un objetivo bienvenido), pero utilizando la política industrial en lugar de los mercados. La respuesta de Estados Unidos a la amenaza a la seguridad planteada por China consiste en desplegar barreras comerciales y subvenciones para desconectar su economía e impulsar las industrias nacionales. Y, si con eso perjudica a los aliados, peor para ellos.

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El nacionalismo económico goza de popularidad. La generosidad durante la pandemia ha cambiado las expectativas del Estado. La destrucción creativa, que reasigna capital y trabajo, puede ser desagradable para unas poblaciones envejecidas que insisten menos en el crecimiento económico y para unos votantes más jóvenes que abrazan políticas de identidad.

Sin embargo, el capitalismo del gran gobierno tiene un historial mediocre. Dadas las décadas de alta inflación, causada en parte por una política fiscal y monetaria desacertada, sobre todo en Estados Unidos, es extraño que los votantes quieran recompensar a políticos y funcionarios dándoles poder sobre partes de la economía que no están capacitados para dirigir. Los campeones estatales de la energía y la tecnología tienen a veces éxito, pero cuantos más países se lancen a esa senda, mayores serán el despilfarro y la búsqueda de rentas.

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Si juzgamos con el parámetro liberal de gobierno limitado, el respeto por la dignidad individual y la fe en el progreso humano, 2022 ha sido un año desigual. De todos modos, hay lugar para la esperanza. Occidente se mostró arrogante tras la caída del comunismo soviético. Pagó el precio en Iraq, Afganistán y la crisis financiera mundial de 2007-2009. En 2022, sacudido por el populismo interno y el extraordinario ascenso de China, Occidente se ha visto desafiado y ha encontrado un camino.

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Traducción: Juan Gabriel López Guix

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