La preciosa ciudad medieval donde hay robots que llevan la comida a casa

TALLIN

La preciosa ciudad medieval donde hay robots que llevan la comida a casa

En la capital de Estonia conviven uno de los cascos históricos más bonitos del norte de Europa con barrios industriales recuperados como centros de vanguardia

Una de las esquinas de la Plaza del Ayuntamiento de Tallin JFA
J. F. Alonso

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Las piedras que pisan los turistas en el casco histórico de Tallin nos trasladan miles de años atrás, a un glaciar inmenso, a la morrena que dejó. Tienen diferentes tonos, del negro al rosa, más vivos bajo la lluvia, y al salir del hotel esas piedras ya hablan de una ciudad de ochocientos años que conserva sus casas, sus torres, la muralla (su aspecto actual se remonta a 1530)... y los adoquines. Casi todo es como fue. Dice Gersom Arbelo, un guía canario que lleva diez años aquí, que uno de sus compañeros, con mucha experiencia, cuenta una vieja leyenda que explica cómo ni la guerra pudo con estos muros. «La leyenda dice que cuando pasaron los aviones que venían de San Petersburgo, el 9 de marzo de 1944, los pilotos vieron desde el cielo una ciudad tan hermosa que esperaron treinta segundos a soltar las bombas. Solo cayó un edificio importante, la iglesia de San Nicolás, aunque el fuego posterior que viajó por los tejados también destruyó la torre del Ayuntamiento y muchas casas».

En Tallin viven 400.000 personas (en Estonia, 1,3 millones). Es un territorio pequeño del Mar Báltico dominado durante siglos por daneses, alemanes, suecos y rusos. Su primera independencia fue en 1918, tras el final de la I Guerra Mundial, el conflicto global, y su guerra particular contra las tropas rusas. La segunda, en 1991, cuando dejó de formar parte de la URSS. Todo es muy reciente. De hecho aún hay barriadas enteras de edificios de época comunista construidos para los JJ.OO. de Moscú 1980 (en Tallin estaba el canal de las regatas), aún viven ahí miles de rusos que apenas hablan estonio, aún se mantiene el viejo recelo y ambas comunidades raramente forman familias.

Todo es muy reciente, pero al mismo tiempo es muy lejano. Lo cierto es que junto a la vieja Tallin se construye una ciudad del futuro. Y quizá esa convivencia entre los robots y las piedras sea lo más sorprendente de este viaje.

Imagen principal - En la foto superior, la puerta de Viru, la entrada más conocida al casco histórico. Debajo, el Hektor Container Hotel: todas las habitaciones del hotel son contenedores reciclados. A la derecha, los robots que llevan comida a casa, en el barrio de Telliskivi
Imagen secundaria 1 - En la foto superior, la puerta de Viru, la entrada más conocida al casco histórico. Debajo, el Hektor Container Hotel: todas las habitaciones del hotel son contenedores reciclados. A la derecha, los robots que llevan comida a casa, en el barrio de Telliskivi
Imagen secundaria 2 - En la foto superior, la puerta de Viru, la entrada más conocida al casco histórico. Debajo, el Hektor Container Hotel: todas las habitaciones del hotel son contenedores reciclados. A la derecha, los robots que llevan comida a casa, en el barrio de Telliskivi
Robots y piedras En la foto superior, la puerta de Viru, la entrada más conocida al casco histórico. Debajo, el Hektor Container Hotel: todas las habitaciones del hotel son contenedores reciclados. A la derecha, los robots que llevan comida a casa, en el barrio de Telliskivi JFA

Los turistas se dirigen primero a la ciudad medieval, ávidos de ver la puerta de Viru, la entrada más conocida al casco histórico. En Tallin quedan 26 torres (de las 46 que llegó a haber), casi dos kilómetros de muralla y seis puertas, incluida esta de Viru. Los orígenes de la ciudad se remontan al siglo XIII, cuando los caballeros cruzados de la Orden Teutónica construyeron un castillo. Luego fue creciendo hasta ser uno de los principales centros de la Liga Hanseática, aquella poderosa alianza defensiva y económica de países del norte de Europa. La prosperidad de esa época se refleja en edificios públicos, en iglesias (hoy Estonia es un país completamente laico) y mansiones que han sobrevivido a las guerras y al implacable paso del tiempo. En la iglesia de San Nicolás, reconstruida tras el bombardeo de 1944, hoy un museo, se conserva la 'Danza macabra', parte de la obra del siglo XV de Bernt Notke para Reval (como se llamó Tallin durante siglos) que ilustra la trascendencia de la vida.

Robots junto al viejo ferrocarril

El Tallin histórico puede atrapar al viajero diez años (como a Gersom) o un fin de semana largo, como a muchos turistas («qué bonito es esto», se escucha en español en la calle). Es una ciudad pequeña, pero tan perfecta que hay que mirarla y remirarla muchas veces. Tiene además una noche viva, llena de bares y calles bulliciosas, en cuanto el frío lo permite. Y tiene además, esos barrios nuevos donde los robots llevan la comida a casa y hay saunas en una cervecería.

Imagen principal - En Port Noblessner, barrio donde hace un siglo se construían submarinos, se han recuperado las viejas naves industriales para usos relacionados con el ocio o la economía creativa. Sobre estas líneas, Põhjala Brewery, una fábrica de cerveza artesanal (también bar) que ocupa uno de los viejos almacenes de Port Noblessner. A la derecha, el restaurante Lore Bistroo
Imagen secundaria 1 - En Port Noblessner, barrio donde hace un siglo se construían submarinos, se han recuperado las viejas naves industriales para usos relacionados con el ocio o la economía creativa. Sobre estas líneas, Põhjala Brewery, una fábrica de cerveza artesanal (también bar) que ocupa uno de los viejos almacenes de Port Noblessner. A la derecha, el restaurante Lore Bistroo
Imagen secundaria 2 - En Port Noblessner, barrio donde hace un siglo se construían submarinos, se han recuperado las viejas naves industriales para usos relacionados con el ocio o la economía creativa. Sobre estas líneas, Põhjala Brewery, una fábrica de cerveza artesanal (también bar) que ocupa uno de los viejos almacenes de Port Noblessner. A la derecha, el restaurante Lore Bistroo
De los submarinos a las cervezas En Port Noblessner, barrio donde hace un siglo se construían submarinos, se han recuperado las viejas naves industriales para usos relacionados con el ocio o la economía creativa. Sobre estas líneas, Põhjala Brewery, una fábrica de cerveza artesanal (también bar) que ocupa uno de los viejos almacenes de Port Noblessner. A la derecha, el restaurante Lore Bistroo JFA

Telliskivi es el más cercano a la ciudad amurallada. A cinco minutos a pie literalmente. Su historia comienza a finales del siglo XIX, cuando la nobleza local y el gobierno de los zares crearon el ferrocarril que unía Tallin con San Petersburgo, ciudades separadas por unos 400 km. A su alrededor nació una industria ferroviaria para fabricar locomotoras y vagones. Se construyeron diez naves de piedra caliza, con adornos en ladrillo, que hoy son edificios protegidos. El nombre actual del barrio, Telliskivi, alude precisamente al ladrillo rojo. Después de la II Guerra Mundial pasaron a ser instalaciones de ingeniería eléctrica. Y más tarde el barrio cayó en el abandono. Hasta que en 2007 empezó a surgir el nuevo Telliskivi.

En quince años, el barrio industrial se ha convertido en un hogar para 250 pequeñas empresas de economía creativa, fábricas de pan o cerveza, una destilería de ginebra y bar (Junimperium), una docena de restaurantes, una librería-cafetería (Literaat), un espectacular edificio (Fotografiska) con exposiciones y un restaurante que tiene una estrella verde Michelin, y robots que llevan la comida a casa en un radio de acción de 500 m desde cada base (Starship - Food Delivery). Desde la estación de ferrocarril actual se puede ir a muchos sitios, pero, desde 2020, no a Moscú. El tren a la capital rusa tardaba 19 horas y 50 minutos a la ida, una hora menos para la vuelta. Telliskivi comienza en esa estación y en el inmediato Mercado de Abastos, que ocupa un espacio donde hubo un hospital para los 'supuestamente muertos' creado (hay documentos de 1862 sobre este edificio) por un doctor excéntrico preocupado porque corrían rumores sobre personas que resucitaban o que eran enterradas vivas. El hospital llegó a inaugurarse, pero no tuvo éxito por falta de 'clientes'. Tiraron abajo el edificio para construir las naves donde se guardaban los vagones.

Hoy, el Mercado de Abastos es un enorme edificio donde los estonios compran pescado fresco, fruta o queso, comen en algún restaurante informal o brujulean por un interesante mercado de antigüedades en el que se venden objetos de la antigua URSS, como cámaras fotográficas o gorras militares. Y de ahí a explorar Telliskivi hasta el edificio Fotografiska, donde hasta junio puede verse una exposición de fotos míticas de Peter Lindbergh en las que posan las grandes modelos de los años 90.

Los submarinos del zar

Port Noblessner, barrio también pujante y moderno de Tallin, tiene otra larga historia que empezó en 1913, cuando dos empresarios de San Petersburgo fundaron los astilleros más grandes del Báltico. Aquí se construían los submarinos para el imperio zarista, doce entre 1913 y 1917. Un siglo más tarde, a partir de 2014, empezó a desarrollarse una zona moderna en la que se han recuperado las ocho naves industriales de aquella época para otros usos, rodeadas hoy de viviendas de lujo de diseño colorista. Podemos comer en el acogedor y precioso Lore Bistroo, dejarse querer por un dos estrellas Michelin (180° by Matthias Diether), llevar a los niños a un parque interior de juegos inspirado en la obra de Julio Verne (Proto) o tomar una cerveza artesanal en una fábrica (Põhjala Brewery) que ocupa uno de los viejos almacenes, con un bar-restaurante lleno de vida y de color en el que se cuentan veinticuatro grifos de cerveza… y una sauna en la que compartir un trago con los amigos.

Pistas

  • El viaje. Con Finnair hasta Helsinki, donde se puede pasar un día y probar sus saunas o hacer una excursión al hielo y los bosques del Báltico (redrib.fi). Luego, un vuelo muy corto (22') a Tallin, el mismo recorrido del primer vuelo de Finnair, del que se cumple un siglo (1924).

  • Parque nacional de Lahemaa. Un paseo por una pasarela de madera de 4 km en el que descubrir la historia de los paisajes de turba y ciénaga tan característicos de Estonia.

  • Ruta nocturna. Hell Hunt, el primer pub de Tallin tras el final de la Unión Soviética; DM, un bar dedicado a la banda Depeche Mode y a la estética de los años 80; Baila-baila, aquí el nombre lo dice todo, y Valli Bar, con decoración vintage y un cóctel imprescindible y 'peligroso' si se abusa, el Millimallikas.

  • Desayuno. En Maiasmokk, la cafetería más antigua de Tallin (desde 1864). Enfrente, la embajada de Rusia, rodeada de pancartas contra la guerra de Ucrania.

  • Dormir. Nunne Boutique Hotel. Una de sus paredes es la de la muralla del casco histórico. A dos pasos, en Telliskivi, está el Hektor Container Hotel. En este caso, industrial y ecológico: todas las habitaciones del hotel son contenedores reciclados (hektorstay.com).

  • Comer. 38 Restaurant, un espacio precioso con el talento creativo del chef Joonas Koppel, recomendado por la Guía Michelin. También tiene una estrella verde el restaurante de Fotografiska, muy apetecible. Primero una exposición y luego una cena en un ambiente 'cool'. Para darse un capricho de calorías, Peppersack y su codillo de cerdo asado con cerveza.

  • Rutas en español. Con Katri Kulm, estonia, y Gersom Arbelo, canario. (tasteandfeelestonia.com).

En el siglo XX, tras la primera independencia estonia, en Noblessner se construyeron barcos más pequeños, de pesca, pero ya no submarinos. Hasta la II Guerra Mundial. Después, en este lugar se repararon barcos balleneros y de pesca de arrastre. En 1937, Estonia compró dos submarinos, uno destruido en la II Guerra Mundial, y el otro (el Lembit) restaurado en estos astilleros y que se expone ahora en el Museo Marítimo. Con toda esa historia no es de extrañar que los edificios de la arquitectura industrial más bonitos de Tallin estén en Noblessner. Alrededor, el mar gélido y sin embargo muy vivo. «Somos gente del bosque y gente del mar, con una costa de 3.800 km. Nuestro sueño es tener una ventana con vistas al mar», afirma Katri Kulm, guía turística, junto a esos pisos que deben valer un ojo de la cara.

En Noblessner hay otra sauna (además de la que ofrece la cervecería Põhjala Brewery). Como en Finlandia y en otros lugares del norte, la sauna no solo abre los poros, sino también el alma de sus usuarios. En su interior se habla de la vida en sentido amplio. En el Iglupark (iglupark.com), junto al mar, dos amigos crearon unas pequeñas cabañas-sauna con la intención de venderlas. Luego pensaron que por qué no comercializarlas como lugar de reunión, como hotel y, por supuesto, como sauna. En su interior, estos dos amigos ofrecen ahora una experiencia en la que se mezclan el calor y sudor que se supone con un ritual sorprendente e incluso extravagante para los extranjeros que incluye golpes con ramas de abedul, canciones tradicionales, cubos de agua fría y una zambullida en el gélido mar, antes de volver al calor, de regresar al amable casco histórico y de tomar un café para subir la tensión. Un paseo corto desde los robots y la bohemia al Tallin medieval, dos mundos que se gustan. O se dan 'likes'.

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