Salvaje es el viento (2022), de Fabian Medea

Uno puede enfrentarse a una partida de ajedrez con las piezas en posición de inicio, comienzan las blancas, responden las negras, y así hasta llegar a un final, en que gana uno de los jugadores, por jaque mate o abandono del contrario, o de empate o tablas. Otra posibilidad es presentar el tablero con una posición real de una partida, y retar al analista a dar con el movimiento que da la victoria. Pero también existe lo que se llama "posición imposible", que puede resultar quizá un problema ajedrecístico atractivo, pero que los amantes del juego del tablero rechazan, porque es una posición a la que nunca se podría llegar en una partida de verdad.

Valga la larga metáfora de ajedrez del párrafo anterior, no en balde estamos en una película que transcurre en Sudáfrica donde está latente el racismo y el odio que enfrenta a blancos y negros, para abordar lo que propone el guionista y director Fabian Medea en su primer largometraje. Porque cuesta entender lo que nos está contando con un extraño y desconcertante arranque, en que una pareja de policías de patrulla, un negro, Wusi, el otro blanco, John, se deja sobornar por un blanco que conducía con exceso de velocidad, ignorantes de que en el maletero lleva a una mujer amordazada y con trazas de haber sufrido violencia. Tras este inicio, avanzamos tres años, y vemos a la pareja policial entrando y asesinando a los habitantes de una casa, para robarles un alijo de droga, y luego tratar de vendérselo a un mafioso. Y seguimos avanzando, y vemos a una adolescente blanca, pidiendo permiso a su padre para pasar la noche fuera con sus amigas, para a la mañana siguiente aparecer asesinada. Todas estas piezas se colocan en el tablero fílmico sin orden ni concierto, a la vez que, al fin un poco de luz, se nos sugiere que Wusi y John están de deudas hasta las cejas, y el dinero que obtengan de la droga podría sacarles de apuros... pero a la vez sienten que deben resolver el reciente asesinato.

Medea apunta maneras de buen director, su ritmo es brioso y tiene algunos pasajes fascinantes. Y trata de hacer reflexionar al espectador acerca de cómo la corrupción lleva a más corrupción, incluso en algo tan hermoso como la amistad y el matrimonio; y sobre las hondas raíces de odio racista que están presentes en la sociedad sudafricana. Algo hipnótico hay en su film, y hay tipos humanos interesantes, con buenos trabajos interpretativos de Mothusi Magano y Frank Rautenbach. Pero... hay demasiados momentos chirriantes, una sensación de que no están jugando limpio contigo... lo que malogra la partida, imposible posición para dar jaque mate.