(PDF) El amanecer del hombre: mítica del proceso de hominización en el ámbito ficcional y sus implicaciones en algunas psicologías “neodarwinistas” | Rubén Gómez Soriano - Academia.edu
EL AMANECER DEL HOMBRE: MÍTICA DEL PROCESO DE HOMINIZACIÓN EN EL ÁMBITO FICCIONAL Y SUS IMPLICACIONES EN ALGUNAS PSICOLOGÍAS “NEODARWINISTAS”1. Rubén Gómez-Soriano (Universidad Autónoma de Madrid) PREÁMBULO Con motivo de la conmemoración del 200 aniversario del nacimiento de Charles R. Darwin y del 150 aniversario de la publicación de su más conocida obra, El Origen de las especies, se han desarrollado una gran cantidad de eventos de diverso calado (conferencias, congresos, exposiciones, revistas o libros, entre otros) en los que se ha discutido acerca del impacto que la obra del naturalista británico ha tenido en el pensamiento occidental y en el desarrollo de diferentes disciplinas, entre ellas, la psicología. A estas alturas se antoja difícil poner en cuestión el hecho de que las ideas darwinistas, entendiendo este calificativo desde una visión muy amplia, se han filtrado tanto en el ámbito psicológico que actualmente es difícil de entender esta disciplina sin tener en cuenta a Darwin. En este sentido, al margen de la perspectiva teórica (desde el conductismo al psiconálisis, del cognitivismo a la teoría ecológica), el ámbito de actuación (psicología clínica o de las organizaciones, investigación básica o psicología aplicada) o el problema planteado (desde el uso de herramientas en los córvidos a la correlación entre progesterona y depresión, desde el efecto de la estimulación temprana en el autismo al efecto de los estímulos auditivos en los consumidores), no parece que sea ninguna exageración si decimos que la psicología actual es darwinista o, al menos, esa parece ser su aspiración. Sin embargo, a menudo olvidamos que la recepción de las ideas de Darwin y sus implicaiones psicológicas, no sólo tuvieron repercusión dentro del ámbito 1 Para referenciar este texto: Gómez-Soriano, R. (2009). El amanecer del hombre: mítica del proceso de hominización en el ámbito ficcional y sus implicaciones en algunas psicologías “neodarwinistas”. B-SEHP. Boletín informativo de la Sociedad Española de Historia de la Psicología, 42, pp. 3-8. ISSN: 1887-2824. académico, si es que éste puede entenderse como un terreno aislado. El ámbito ficcional –películas y novelas fundamentalmente- siempre ha reservado un lugar privilegiado a los temas científicos, desde una aproximación más o menos ortodoxa. En numerosas ocasiones se ha hecho eco de los acontecimientos o investigaciones realizadas en ese terreno e incluso a veces se ha adelantado a las mismas. La ficción es un territorio fascinante para entender el impacto cultural que las ideas científicas tienen en un público más amplio y alejado del ámbito académico. Es en la caricatura que estos productos culturales nos ofrecen, donde pueden apreciarse con una mayor nitidez algunos de los argumentos subyacentes a las investigaciones que se realizan en el ámbito científico. En el presente trabajo analizaré algunos ejemplos que, desde la ficción, recogen de forma magistral un problema tan crucial para una psicología con aspiraciones darwinistas, como es el proceso de hominización. Las ideas según las cuales el ser humano alcanzó su humanidad a través de un proceso educativo (teorías hobbesianas y rousseaunianas) o evolutivo (teorías darwinistas), continúan vigentes en el imaginario occidental y han sido plasmada en numerosas ocasiones tanto en la literatura como en el cine. Tal y como veremos, estas ideas dan buena cuenta de determinadas concepciones que, si bien exageradas, no se encuentran en absoluto alejadas de determinados posicionamientos dentro del ámbito científico. 1. OH DUBIDÚ, QUIERO SER COMO TÚ… LA HUMANIZACIÓN COMO PROCESO EDUCATIVO. La idea extendida a lo largo de los siglos XVII y XVIII, según la cual el ser humano alcanzó su humanidad para bien (versión hobbesiana) o para mal (versión rousseauniana) a través de la cultura y la educación, continúa vigente en el imaginario occidental. Si unimos esta premisa a la idea de que los grandes simios son nuestros parientes más próximos, no es demasiado difícil dar un paso más y suponer que, si educamos debidamente a un chimpancé, éste no tardará en convertirse en un perfecto ciudadano medio. En 1924, Francia construyó en Kindia, antigua Guinea francesa, “Pastoria”, una sucursal colonial del Instituto Pasteur. Además, los franceses tenían ya animales en Túnez y un laboratorio colonial en París en el que se estudiaban distintas especies de primates, llamado popularmente “Singerie”2. La ideología francesa, que veía su política ultramarina como una misión civilizadora, azuzó la imaginación de la prensa colonialista internacional acerca de lo que podría estar sucediendo detrás de los muros de estas instituciones. El Tribune Ocean Times de Chicago anunció en un titular “Los franceses establecen un campo de entrenamiento para grandes simios en el que se llevarán a cabo experimentos de civilización. Las mujeres nativas harán de enfermeras y guías” (GómezSoriano y Vianna, 2008: 205) Por su parte el Servicio Internacional del Rasgo (Internacional Feature Service, inc.), deformó ligeramente las investigaciones que se realizaban en este centro transformándolo en un centro de enseñanza en el que se convertía a los chimpancés en humanos a través de la instrucción (Haraway, 1989). Ya en 1915, el genial escritor Franz Kafka se había adelantado a esta idea, sin prescindir del sarcasmo, en un relato que ha sido fuente de todo tipo de interpretaciones3: me estoy refiriendo a Informe para una academia (Kafka, 1999 [1915]). En este cuento, Kafka nos narra en forma de monólogo o, mejor dicho, de discurso, el proceso a través del cual un individuo pasa de ser un simio (al igual que en La Metamorfosis, Kafka no llega a aclararnos en ningún momento de qué especie se trata) a un ser humano mediante un duro proceso de instrucción hasta que alcanza el lenguaje, paso que representa la entrada en el grupo de los humanos. Este momento queda recogido en un momento determinado del discurso: [M]i instructor […] no se enojaba conmigo, pues aceptaba que, desde el mismo bando, ambos luchábamos contra la condición simiesca, y que era a mí a quien le tocaba la peor parte. […] En cambio, como no podía hacer otra cosa, como algo me empujaba a ello, como los sentidos me hervían, por todo ello, en fin, empecé a gritar: "¡Hola!", con voz humana. Ese grito me hizo irrumpir de un salto en la comunidad de los hombres, y su eco: "¡Escuchen, habla!" lo sentí como un beso en mi sudoroso cuerpo (Kafka, 1999 [1915]: 1158-1159). Sin embargo, para Kafka este paso se debía a la necesidad de sobrevivir en un medio hostil, y lejos de considerarlo como algo positivo significaba la renuncia total a una serie de ventajas que le aportaba su anterior naturaleza simiesca, entre las que se encontraba la propia libertad. 2 Singe en francés significa mono o simio y singerie mueca, que podríamos traducir también como “monería”. De entre esas interpretaciones, cabe destacar la realizada por el escritor, biógrafo y amigo personal de Kafka, Max Brod, para quien el relato sería “la sátira más genial jamás escrita sobre la asimilación de judíos” (Starosta, 1998: 3). 3 Algunos años antes, en 1906 para ser exactos, el escritor argentino Leopoldo Lugones (considerado, entre otras muchas cosas, como padre de la cienciaficción latinoamericana) se basaba en una teoría atribuida siglos atrás a René Descartes para confeccionar su relato Yzur (Lugones, 2004 [1906]). Lugones, a través del protagonista que hace las veces de narrador, postula que “Los monos fueron hombres que por una u otra razón dejaron de hablar. El hecho produjo la atrofia de sus órganos de fonación y de los centros cerebrales del lenguaje; debilitó casi hasta suprimirla la relación entre unos y otros, fijando el idioma de la especie en el grito inarticulado, y el humano primitivo descendió a ser animal” (Lugones, 2004 [1906]: 215). Basándose en esta teoría de evolución regresiva, el protagonista de la historia adquiere un chimpancé circense al que instruye para que recuerde el habla perdida miles de siglos antes. A través de un largo y duro proceso de aprendizaje platónico4, el chimpancé consigue pronunciar algunas letras sueltas, sin ser capaz de pronunciar palabra alguna. Al mismo tiempo va adquiriendo algunos rasgos humanos a la vez que va entristeciendo paulatinamente llegando a enfermar en el momento en que su amo descubre que puede hablar pero se niega a hacerlo. El relato acaba fatídicamente cuando el simio justo antes de morir pronuncia las palabras “amo, agua, amo, mi amo,…” (Lugones, 2004 [1906]: 224) El pago que hace Yzur al recobrar su memoria genética, alcanzando así la humanidad y la consecuente incertidumbre metafísica, no es sólo el de la libertad como ocurría en el relato kafkiano, sino también el de la propia existencia. Pero mientras estos simios literarios habían alcanzado la humanidad a la fuerza y pagando un gran precio, otro famoso simio, en este caso animado, buscaba la humanidad a ritmo de swing. El rey Louie era un orangután que parecía estar inspirado, no por casualidad, en Louis Armstrong5 en la versión disneyniana de El libro de la selva (Reitherman, 1967). En el ya clásico filme, basado en la novela escrita por Rudyard Kippling en 1894, el orangután le 4 Según la teoría de la reminiscencia platónica, aprender es recordar. Algunos investigadores (Metcalf, 1991; Wainer, 1993) interpretan esta escena como una respuesta reaccionaria a las demandas sociales llevadas a cabo en la década de 1960 por la comunidad afroestadounidense. Los monos y el rey Louie encarnarían estereotipos racistas de dicha comunidad que demanda al hombre blanco, encarnado por Mowgli, pasar a formar parte de su colectivo, considerado como superior y más civilizado. Podemos encontrar antecedentes a esto, al menos, desde el s. XIX, cuando era habitual que se comparara a las comunidades africanas con los grandes simios, con lo que se pretendía sugerir la mayor proximidad entre éstos y los primates no humanos (ver, por ejemplo Gould, 2005 [1981]). 5 cantaba a Mowgli “quiero ser como tú” ofreciéndole la permanencia en la selva a cambio de que le contara el secreto que, según él, contenía el fundamento de la humanidad: el control del fuego. Estos cuatro ejemplos “ficticios” sirven como introducción de una serie de estudios “reales” que se han venido desarrollando desde la década de los treinta con un colectivo animal bastante singular: los llamados enculturated apes (ver por ejemplo, Tomasello y Call, 1997). Estos organismos, a los que prefiero denominar simioides6, son criados como niños en entornos humanos para explorar distintos aspectos que a menudo han sido (y son) calificados como inherentemente humanos: el juego simbólico, la autoconciencia o la “capacidad lingüística” (para una critica de este concepto, ver Vianna, 2006), entre otros. Con ello se pretende ver las diferencias y semejanzas entre ellos y nosotros; en definitiva, dar con “el fuego” de la humanidad. En la mayor parte de los casos, los estudios fueron llevados a cabo por investigadores que “adoptaron” y educaron a estos simios como si fueran sus hijos. Las investigaciones más polémicas y que un mayor número de opiniones encontradas han promovido son aquellas centradas en el aprendizaje de un lenguaje por parte de los grandes simios, ya sea éste de signos, a través de un sistema de fichas o de un teclado electrónico, llegándose incluso a intentar sin demasiado éxito la enseñanza del lenguaje oral, como en el experimento de los Hayes (Boakes, 1989 [1984]). El lenguaje sigue siendo considerado por muchos como la mayor distinción existente entre animales humanos y no humanos, aquello que nos otorga la humanidad tal y como mencionaban Lugones y Kafka. Estos estudios pueden servirnos para ilustrar lo que Despret (2008) denomina práctica antropo-zoo-genética, que vendría a ser el proceso a través del cual se generan nuevas formas de comportamiento y nuevas entidades y mediante la que se transforman y configuran animal y humano en determinadas situaciones 6 Con el término simioide (o chimpanzoide, bonoboide, goriloide u orangutanoide) se hace referencia al hecho de que, debido a su historia individual, estos animales, a pesar de tener apariencia simia, poseen un comportamiento que en algunos aspectos es más próximo al humano que al de su propia especie. Aunque este término pudiera ser entendido desde una concepción esencialista, entendiendo que hubiera una naturaleza simia de los que estos animales se alejan, lo que precisamente se pretende es criticar este tipo de perspectivas que a menudo subyacen a este tipo de estudios. Al estudiar estos animales, lejos de poder asegurar que, por ejemplo, los chimpancés poseen o no competencias para el lenguaje, lo que se pone de manifiesto es que estos chimpanzoides han ido generando estas capacidades en función de su propio proceso genealógico. de coafectación7. A continuación, intentaré aclarar un poco más este proceso a través de dos casos extremos, ya que no existe una reciprocidad conductual, sino que ocurre que una de las especies asume el repertorio conductual de la otra. El primero de ellos, documentado por Eugene Linden (1974), es el de dos chimpancés (Viki y Washoe) que habían sido criadas como si fueran sus hijas por investigadores distintos en momentos diferentes (respectivamente, Keith y Cathy Hayes en la década de 1940, en el caso de Viki y Allen y Beatrice Gardner en la de 1960, en el caso de Washoe). Estos chimpanzoides, habían sufrido un proceso de antropomorfización (Despret, 2008) que se pondría de manifiesto en el desarrollo de una tarea de clasificación, en la que se consideraban a sí mismos como humanos pero ubicaban dentro de la categoría de animales al resto de los individuos de su especie (Linden, 1974). En el otro extremo nos encontramos con el experimento de crianza conjunta que Winthrop y Luella Kellogg tuvieron que cancelar cuando su hijo, Donald, empezó a emitir gruñidos guturales al encontrar comida de la misma forma en que lo hacía Gua, la chimpancé con la que estaba creciendo (de Waal, 2001; Kellogg y Kellogg, 1967 [1933]), en lo que Despret (2008) denominaría como proceso de chimpanzomorfización. 2. HOMO FILMICUS: LA HOMINIZACIÓN A LA LUZ DEL CINEMATÓGRAFO. En este segundo bloque veremos algunos ejemplos que se basan en una deformación de la teoría de la evolución que sigue perpetuando la idea de la gran cadena de los seres y, por tanto, la idea de que, de alguna manera, provenimos de los grandes simios. Un conocido ejemplo del argumento que intento explicar se encuentra en los portentosos primeros minutos de la película 2001: Una Odisea en el Espacio. En esta primera parte, denominada El amanecer del hombre, Kubrick (1968) nos muestra a un grupo de australopitecinos que deben enfrentarse a un paisaje desolador y desértico y a los depredadores que en él habitan para sobrevivir. El desenlace de esta primera parte llega cuando un grupo de austrolopitecinos bípedos y armados con huesos mata a un miembro de otro 7 Algunos ejemplos que la propia Despret utiliza para ilustrar esta idea, podemos encontrarlos en casos clásicos para la psicología como son los de Hans el listo, el vínculo establecido entre Konrad Lorenz y sus grajillas o entre las ratas y los estudiantes en el conocido experimento de Robert Rosenthal (Despret, 2008) grupo con una de sus osamentas. Tras esto lanza su arma al aire y en la siguiente imagen vemos una nave cruzando el espacio exterior. Una interpretación posible es la de que el hombre llegó a serlo cuando consiguió dominar la técnica y usarla en pro de su lucha para la supervivencia. También podemos inferir que entre este hecho y la dominación del espacio no hay diferencias destacables ni desarrollos históricos que merezca la pena resaltar ya que, al fin y al cabo, seguimos siendo los mismos. Es por tanto en la lucha donde la naturaleza humana cobra sentido. Por lo que, además de defender una idea deformada de la evolución como un proceso lineal y progresivo, también defiende un cierto tipo de antropología: la del Homo pugnax (GómezSoriano y Blanco, 2003). Es importante decir que Kubrick se basó en las ideas de Ardrey para desarrollar, en 1971, La Naranja Mecánica (Barnett, 1988). Por tanto, no parece descabellado suponer que, cuando el director rodó su fábula futurista, conocía la tesis del biólogo según la cual el Australopithecus africanus carnívoro cazó y extinguió a su pariente vegetariano el Australopithecus robustus (Ardrey, 1967). El mismo año en que se estrenaba la película de Kubrick, también lo hacía la primera versión cinematográfica de El Planeta de los Simios (Schaffner, 1968). En esta película se narra la epopeya de una expedición de astronautas estadounidenses encabezada por un personaje desencantado con sus congéneres, el coronel George Taylor, que, en su viaje, acabará cayendo en un “planeta desconocido” (al final de la película descubriremos que no es otro sino la Tierra) a 300.000 años luz de su punto de partida, en el que unos humanos primitivos han sido dominados por distintas especies de simios evolucionadas a partir de los grandes simios actuales. Por distintos motivos dicha película es una inteligente y feroz crítica a la idea de evolución que se defiende en los ejemplos anteriores. En primer lugar, la existencia de esos simios evolucionados tiraría por tierra la teoría según la cual vemos a estos animales como protohumanos o fósiles vivientes, y que afirma que nuestra especie es el producto de su evolución hace algunos millones de años. Además, plantea una ironía burlesca de esta idea, ya que en su sociedad ellos piensan justo lo contrario, que el simio proviene del humano. De hecho, George Taylor, por ser el único humano capaz de hablar, es tomado por el eslabón perdido entre el simio y el humano. En esta película, por tanto, se hace referencia al hecho de que ninguna especie actual es el antepasado de otra por muy estrecha que sea la proximidad filogenética entre ambas, y que esto es debido a que todas las especies, a menos que se hayan extinguido, están en continua evolución o permanecen estáticas –según las teorías gradual y del equilibrio puntuado, respectivamente–, y que no existe ninguna que haya progresado más o menos que otras, sino que, en todo caso, lo ha hecho de manera distinta. CODA Desde mi punto de vista, lo verdaderamente revolucionario de la teoría que Darwin desarrolló hace 150 años, no se encuentra tanto en evidenciar el vínculo existente entre las diferentes especies de organismos, algo que ya había sido puesto encima de la mesa por otros naturalistas anteriores a él, al menos desde Linneo. Lo verdaderamente novedoso de las ideas de Darwin se encuentra en la importancia que este le concedía al tiempo como variable profundamente transformadora y central en los procesos dentro de los cuales cobraban sentido los organismos. Sin embargo, esta cuestión ha sido denostada, en mayor o menor medida, por los autoproclamados neodarwinistas (desde la nueva síntesis hasta la psicología evolucionista), encapsulando a los organismos en un pasado remoto, en el que condensaron sus adaptaciones al medio, a ese medio pretérito y estático, en genes, módulos cerebrales o mecanismos psicológicos evolucionados. Por el contrario, parece mucho más sensato pensar, tal y como ya hizo el propio Darwin, que todos los procesos, por supuesto también los biológicos, en los que se van configurando los seres vivos son cambiantes, dinámicos. Tomando este punto de partida, parece un error considerar que tenemos una naturaleza innata y estática que podemos descubrir a través del mapeado del genoma, la activación de determinadas regiones cerebrales vista a través de las técnicas tomográficas o el análisis de la conducta de los grandes simios. Tanto nosotros como el resto de seres cobramos sentido en el marco de unas relaciones biológicas, sociales, cognitivas, etc. que se van constituyendo históricamente, y es ahí donde tenemos que poner toda nuestra atención. REFERENCIAS Ardrey, R. (1967). The Territorial Imperative. London: Collins. Barnett, S. A. (1988). Biology and Freedom. An Essay on the Implications of Human Ethology. Melbourne: Cambridge University Press. Boakes, R. A. 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