ROCÍO ROJAS-MARCOS | Pequeño hablante podría ser un libro difícil. Continua la senda de Umbilical, publicado en 2022, y si en ese primero Andrés Neuman reflexionó y dio forma a la gestación del hijo, a los cambios físicos y familiares que iban a experimentar, ahora la literatura le sirve para dejar constancia de los avances de ese niño que ya se comunica, anda y juega. Desde los rudimentos del llanto y como un padre es capaz de aprender a distinguir los tipos de llanto, hasta el significado de una sola sílaba, ma o ta, que sirve para nombrar casi cualquier cosa y, a pesar de todo, ese padre ahora ha aprendido a distinguir aquello a lo que se refiere. Ma puede significar es su madre…y es el mar, la manzana y todo lo que quema, dirá Neuman en su proceso de aprendizaje de un lenguaje vital y propio con que su hijo está aprendiendo a relacionarse con el mundo. De ahí que empiece afirmando que podría ser un libro difícil si se hubiese dejado caer en la cursilería dulzona de la simple descripción de las bondades de la paternidad, pero no ha sido así. Neuman ha logrado darle forma poética a cada pequeño avance y a cada cambio de su hijo sin caer en tópicos fáciles ni manoseados.
Está escrito Pequeño hablante en breves párrafos de prosa poética, sueltos e inconexos, sin relación entre ellos más que el vínculo que los avances del hijo nos van aportando para entender que se está haciendo mayor, que pasa el tiempo y ya dice palabras enteras, ya le añade adjetivos o adverbios, ante la emoción del padre por un muy muy bien utilizado, que amplía el horizonte de ese hijo cada vez más independiente y, por tanto, cada vez con nuevos peligros a su alrededor. Así, Pequeño hablante es una trenza formada por tres elementos fundamentales ante los que el padre, Andrés Neuman, tiene que ir haciéndose fuerte: por un lado, la velocidad a la que su hijo aprende a hablar hasta utilizar verbos incluso en pasado, por lo tanto, descubrir que la dimensión temporal se ha hecho un hueco en la vida de esa personita. Por otro, los miedos por los peligros inagotables que rodean a ese niño desde el día de su nacimiento y que solo van en aumento conforme se hace mayor, aprende a andar, surgen picos y escalones por todas partes, en el parque hay otros niños no muy amigables, porque los niños son criaturas que necesitan marcar su territorio y así una larga lista de temores que solo crecen. Y, por último, la necesidad de mantener la comunicación constante, la certeza de que el vínculo padre-hijo es abismalmente diferente del de madre-hijo, y por tanto hay que trabajar en él diariamente, hay que hacerlo fuerte. Es un trabajo basado en el amor, basado en la constante comunicación entre ambos para construir aquello que entre madre e hijo se estableció por el cordón umbilical. Pequeño hablante es una sucesión de descubrimientos. Parece que Neuman nos va dejando leer las anotaciones que diariamente fuese haciendo para dejar constancia de los logros, de las preferencias con forma de regadera o pelota un poco deshinchada, o de las obsesiones. Un ventilador puede llega a ser el objeto más fascinante de este mundo. Un ventilador gira, mueve el aire y hace el ruido de un avión, qué más podría pedir un niño descubriendo el mundo. Qué más belleza puede existir que la de asistir, como espectador privilegiado, al asombro constante que experimenta un niño. Asombro que en Pequeño hablante es de ida y vuelta, pues el origen mismo del libro es ese asombro deslumbrando al padre ante cada logro de su hijo. Éxitos que llegan a su máxima expresión en la última entrada, cuando el niño es capaz de inventar una historia. Un barco triste porque estaba sin agua, un niño bueno que le trae agua del mar y la felicidad del barco al poder navegar. La sublimación de la literatura de la mano de un niño y la emoción del padre escritor al reconocer esa semilla innata, esa necesidad de contar historias y compartirlas con los demás.
Pequeño hablante (Alfaguara, 2024) | Andrés Neuman | 144 páginas | 17,90 euros
