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No te has creado a ti mismo
Has recibido la vida como un regalo de Dios.


Por: Pbro. José Juan Sánchez Jácome | Fuente: Semanario Alégrate



Se habla tan mal y de manera ingrata del don de la vida. Se habla con un cinismo y con tanta incongruencia, como si la vida no dejara de ser porfiada en mantenernos en la existencia. No podemos acostumbrarnos a este lenguaje ideológico que no sólo niega perversamente la realidad, sino que va enfriando nuestro corazón para dejar de reconocer la maravilla de la vida.

Una de las cosas que caracteriza este momento de complejidad cultural que estamos viviendo es que las grandes certezas se han ido difuminando, se han ido desdibujando. Hay valores que son inobjetables, pero la presión ideológica va imponiendo nuevos paradigmas, socavando las certezas que sostenían nuestra civilización.

La Carta Samaritanus Bonus, de la Congregación para la Doctrina de la fe, señala los obstáculos culturales que oscurecen el valor sagrado de toda vida humana. Acerca del don de la vida, que para nosotros es evidente, hay preguntas, dudas, cegueras, impugnaciones que plantean todo un desafío.

Cuánto nos duele la eliminación, el desprecio y la instrumentalización de la vida humana reflejados en la polarización social, en el ambiente de confrontación, en los secuestros y asesinatos, en la violencia imparable y, lamentablemente también, en las leyes abortivas que practican la violencia en el vientre materno con el consentimiento y complicidad de nuestras instituciones.

Las dificultades que siempre se han enfrentado, pero que ahora se sienten de manera más directa y constante por la crisis interminable que seguimos padeciendo, deben llevarnos a tomar conciencia del don de la vida, pues nos aferramos a la vida, luchamos por nuestra vida y la de nuestros seres queridos, porque la reconocemos como un don y una bendición que hemos indignamente recibido.



Después de escuchar opiniones y puntos de vista dominantes en nuestros ambientes, que son verdaderamente alarmantes por su frialdad, insensibilidad y falta de rigor científico cuando se refieren a la vida humana, cuánto bien nos hace la forma como el pensamiento cristiano ha exaltado y promovido el don y la belleza de la vida.

Frente a los que se atreven a protestar por el día de su nacimiento, conviene considerar la manera tan profunda como el P. José Luis Martín Descalzo agradece el don de la vida: “Hay entre los hombres -lo sé- quienes maldicen el día de su nacimiento, quienes te gritan que ellos no pidieron nacer. Tampoco yo lo pedí, porque antes no existía. Pero de haber sabido lo que sería mi vida, con qué gritos te habría implorado la existencia, y esta, precisamente, que de hecho me diste”.

La tradición cristiana nos ha mostrado, como lo reflexiona este mismo autor, que los sufrimientos y enfermedades forman parte de la vida y esconden muchas lecciones que nos ayuda a madurar:

“Ayer mismo recibía la carta de una amiga que acaba de enterarse de mis problemas de salud, y me escribe furiosa: ‘Una gran carga de rabia invade todo mi ser y me rebelo una vez y otra vez contra ese Dios que permite que personas como tú sufran’. ¡Pobrecita! Su cariño no le deja ver la verdad. Porque -aparte de que yo no soy más importante que nadie- toda mi vida es testimonio de dos cosas: en mis cincuenta años he sufrido no pocas veces de manos de los hombres. De ellos he recibido arañazos y desagradecimientos, soledad e incomprensiones. Pero de ti nada he recibido sino una interminable siembra de gestos de cariño. Mi última enfermedad es uno de ellos”.

En un cumpleaños, después de una tribulación, al haber recobrado la salud y al final de nuestro paso por este mundo, cuando es apremiante reconocer la bondad del don de la vida, podemos decirle al Señor estas hermosas palabras del P. Martín Descalzo que conmueven:



“Me diste primero el ser. Esta maravilla de ser hombre. El gozo de respirar la belleza del mundo. El de encontrarme a gusto en la familia humana. El de saber que, a fin de cuentas, si pongo en una balanza todos esos arañazos y zancadillas recibidos serán siempre muchísimo menores que el gran amor que esos mismos hombres pusieron en el otro platino de la balanza de mi vida. ¿He sido acaso un hombre afortunado y fuera de lo normal? Probablemente. Pero ¿en nombre de qué podría yo ahora fingirme un mártir de la condición humana si sé que, en definitiva, he tenido más ayudas y comprensión que dificultades? Y, además, tú acompañaste el don de ser con el de la fe. En mi infancia yo palpé tu presencia a todas horas. Para mí, tu imagen fue la de un Dios sencillo. Jamás me aterrorizaron con tu nombre. Y me sembraron en el alma esa fabulosa capacidad: la de saberme amado, la de experimentar tu presencia cotidiana en el correr de las horas”.

El que mira contemplativamente mira el don y la reacción, el sentimiento y el fruto de esa mirada es el agradecimiento. Si no das gracias por la vida, no das valor a la vida. El P. Martín Descalzo así expresa su gratitud:

“Gracias. Con esta palabra podría concluir esta carta, Dios mío, Amor mío. Porque eso es todo lo que tengo que decirte: gracias, gracias. Si, desde la altura de mis cincuenta y cinco años, vuelvo mi vista atrás, ¿qué encuentro sino la interminable cordillera de tu amor? No hay rincón en mi historia en el que no fulgiera tu misericordia sobre mí. No ha existido una hora en que no haya experimentado tu presencia amorosa y paternal acariciando mi alma”.

Tú no te has dado la vida, la vida es un don que has recibido de otros y de manera esencial de Dios. Lo decía de manera brillante Chesterton cuando reflexionaba: «El primer dato sobre la celebración de un cumpleaños es que es una forma de afirmar desafiante, y hasta extravagantemente, que es bueno estar vivo. Pero hay un segundo hecho sobre los cumpleaños: al alegrarme por mi cumpleaños, me alegro por algo que no hice yo mismo».

A pesar de los problemas que podamos enfrentar y de los reduccionismos ideológicos que cada vez son más oficiales, no dejemos de reconocer la maravilla de la vida y la bendición de haberla recibido, para que con una oración como esta podamos manifestar toda nuestra gratitud a Dios:

“Recuerda que no te has creado a ti mismo. Has recibido la vida como un regalo del Padre Dios. Él estaba presente en el seno silencioso de tu madre, formándote, cuando no podías reconocerlo. Él te formó con ternura y habita en ese núcleo más profundo de tu ser, donde nadie puede llegar, y donde ni siquiera tú mismo llegas del todo. Allí sí está presente el Padre, allí está la fuente eterna dándote la vida a cada instante: ‘¿No es él tu Padre, el que te creó, el que te hizo y te sostiene?’ (Dt 32, 6). Entonces valora la vida que Él te está regalando, y dale gracias por existir” (Mons. Víctor M. Fernández).







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