Juan Carlos García Regalado: Religión y libertad | La Gaceta de Salamanca
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Hay tanta desinformación, tal caos de datos y de mentiras, que España, de ser un país mayoritariamente católico y por tanto socialmente cohesionado, ha pasado a ser un país que se encuentra espiritualmente en el limbo, rehén de las “redes” y de un televisor que es cada vez más grande, más destructivo, más adictivo.

Yo me declaro católico, aunque cada vez más alejado de esta Iglesia que, en su debilidad intelectual y moral -empezando por la del Papa-, ha dejado escapar a muchísimos de sus feligreses, hasta dejar los templos casi vacíos y cerrados. Pero algunos queremos simplemente los templos abiertos para rezar o refugiarnos en un poco de espiritualidad con la que ganar fortaleza para seguir batallando en este mundo de locos y ministras sueltas.

Desde muy pequeño entro en la iglesia de los Carmelitas, en la calle Zamora, porque es una de las pocas que suele estar abierta; entro a hacer una visita -que expresión tan fantástica, “hacer una visita”- y allí, en una soledad casi absoluta, paso un rato con mi Cristo, contándole mis cosas porque sí, porque lo necesito, porque me hace bien y porque aborrezco una sociedad, la nuestra, llena de gente que se disfraza con fe ciega de soldados de “La guerra de las galaxias”, pero que muy ufana se declara agnóstica, atea, “influencer” o todo junto.

A qué extremos habremos llegado, que cuando entro en la iglesia yo mismo miro de reojo para ver quién camina por la calle, pues me siento señalado por antiguo, por facha, por creyente, hasta por sospechoso. Por eso me gusta tanto Portugal, o México, porque las iglesias son mías y solo mías. Yo y mis iglesias, yo luchando desesperadamente por ser bueno (o menos malo). Y si existe Dios, mejor que mejor. Y si no existe, también mejor. Dios en cualquier forma es necesario, que es lo que el siglo XXI “todo-online” niega y no entiende.

Y la libertad por encima de todo. La libertad de ser católico y libre, sin que nadie me azote o me señale por no ir a misa o por no haber abierto una Biblia, como es mi caso, en la vida.

En el “Francisco de Vitoria” no se leía la Biblia, pero sí a Platón. Como muy bien definía un mensaje que me enviaron el lunes: “Entre una religión que convierte el agua en vino y otra que prohíbe la cerveza, cero dudas”. Interprétenlo como quieran, pero más allá de otro chiste instantáneo, a eso se le llama libertad. Porque Dios también es divertido y humano.

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