Retro-Análisis: E.T., El Extraterrestre (1982), el más bello y mágico himno a la simpleza de la infancia - Las cosas que nos hacen felices
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Retro-Análisis: E.T., El Extraterrestre (1982), el más bello y mágico himno a la simpleza de la infancia

Hay filmes que de tan clásicos nos olvidamos de revisitarlos y volver a sentir su magia original. Quizás los más jóvenes ni siquiera los hayan visto, sino que reconozcan escenas sueltas aquí y allá. Hoy, en el retro-análisis, desgranamos E.T., El Extraterrestre (1982), inmortal fábula de ciencia ficción de Steven Spielberg sobre la amistad entre un niño y un alienígena que marcó a generaciones y sobre la cual el tiempo no logra dejar mella.

Cuesta hoy, en retrospectiva, creer que Columbia haya rechazado una película como esta para cedérsela a Universal o que M&M’s se haya negado a que sus golosinas aparecieran en la misma por temor a un eventual fracaso que le trajera mala publicidad. Aunque parezca mentira, el filme al que hacemos referencia es E.T., El Extraterrestre (o simplemente ET o E.T.), fábula inoxidable e ícono de una década y del cine mismo que fuera en su momento la cinta más taquillera de la historia.

Más extraño todavía puede parecer que el proyecto haya nacido de una película frustrada o que haya sido la entonces novia de Harrison Ford quien prácticamente convenciera a Steven Spielberg de llevarlo adelante. Después de Encuentros Cercanos en la Tercera Fase (1977), este quería rodar una película que sirviera de secuela y a la vez antítesis a la anterior, mostrando que no todos los visitantes del espacio podían ser tiernos y queribles, sino que también los podía haber malignos y malintencionados: un filme, por lo tanto, que mezclara terror con ciencia ficción. ¿Cómo demonios llegamos entonces a E.T.? Paciencia…

Estábamos en 1980, con Spielberg embarcado en el arduo rodaje de En Busca del Arca Perdida, lo que hacía que no estuviese disponible para dirigir el mencionado proyecto, pero sí dirigirlo. La película se llamaría Night Skies (título que después inspiraría el de la serie Falling Skies, también con alienígenas malévolos y producida por el propio Spielberg), pero varios factores se combinaron para que no pudiera llegar finalmente a la pantalla.

A las desavenencias con Columbia se sumaron las dificultades para encontrar un director, barajándose los nombres de Tobe Hooper (La Matanza de Texas) y Ron Cobb, de ganada experiencia como escritor, dibujante y diseñador, pero ninguna como director, lo que hizo que sus temores acabaran bajándolo del proyecto. Quien sí estaba interesado en trabajar con Spielberg era Hooper, pero no en una propuesta de ciencia ficción, sino en una de terror sobrenatural, lo que devendría en Poltergeist (1982).

Night Skies fue entonces cayendo en el olvido y Spielberg perdiendo interés en una propuesta de terror cuando tenía en agenda Poltergeist y la propia En Busca del Arca Perdida contaba con momentos siniestros. Pero fue durante el rodaje de esta última que el guion fue leído por Melissa Mathison, quien se hallaba en Túnez acompañando a su novio Harrison Ford y se interesó especialmente por una subtrama particular que contaba la amistad entre un niño autista y un alienígena (único benévolo de la historia), tanto que prácticamente le impuso a Spielberg dar autonomía argumental a ese arco.

Y así nació E.T., con Melissa como guionista. Pero cuando Spielberg la ofreció a Columbia, sus ejecutivos olieron un fracaso: decían que estaba dirigida a un público infantil y limitado, siendo algo así como “una película de Disney ridícula”.

Lejos de bajar los brazos, Spielberg la ofreció a Universal, quienes compraron el guion reteniendo Columbia solo un cinco por ciento de las potenciales ganancias. Quizás fuera uno de los peores acuerdos que Columbia o estudio alguno haya hecho, pero desde la compañía reconocieron que ese pequeño porcentaje les dejó ese año más dinero que cualquier estreno propio.

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La película fue preestrenada para pocos en Houston, Texas (donde se halla el Centro Espacial de la NASA) y después en el Festival de Cannes, para llegar a los cines estadounidenses el 11 de junio de 1982. Con un presupuesto de diez millones y medio de dólares, acabó recaudando casi ochocientos a nivel mundial, superando así a Star Wars y manteniendo por once años el récord de taquilla hasta ser desplazada por el propio Spielberg con Jurassic Park (1993).

La Historia

Comenzamos en los bosques de California donde, de inicio y en plena noche, vemos aterrizada una nave alienígena esferoide, cuyos tripulantes se hallan recogiendo muestras de vegetación. De repente hay ruido de motores y hombres con linternas, provocando ello que los visitantes partan presurosamente y dejen olvidado a uno de los suyos…

Este último, a quien luego conoceremos como E.T. (Extra-Terrestrial), llegará sin rumbo hasta una población cercana en cuyas afueras se halla la casa de Elliott (Henry Thomas), niño de padres divorciados que vive junto a su madre Mary (Dee Wallace), su hermana menor Gertie (Drew Barrymore) y su hermano mayor Michael (Robert McNaughton), quien, con sus amigos, le usa todo el tiempo de “chico de los mandados”.

Precisamente cuando sale en la noche a recibir una pizza es que Elliott percibe extraños sonidos en el cobertizo y, gracias a un rastro de dulces que deja, termina descubriendo la presencia de una extraña criatura de baja estatura y aspecto tan vagamente humanoide como reptiliano. Al principio le asusta, pero poco a poco entablarán amistad y, aun cuando no logren en principio comunicarse en ningún idioma conocido, irán comenzando en entenderse, con Elliott particularmente interesado en saber de dónde viene.

La amistad acabará en simbiosis: lo que le ocurre a uno le ocurre al otro. Y a la larga, Elliott deberá compartir el secreto con sus hermanos, pero no aún con su madre, prácticamente en su mundo desde que su esposo se marchara a México.

La impresión de ellos al ver la criatura es semejante a la que inicialmente mostrara Elliott, pero poco a poco irán interesándose y hasta empatizando, dejando incluso Michael de ser un pelmazo para volverse abierto y colaborativo. El problema es que allá afuera hay agencias del gobierno que, rastreando la zona con contadores Geiger, andan a la caza del visitante…

Con los Ojos de un Niño

E.T., como hemos dicho, es una fábula infantil, lo que no es igual a decir tontería para infradotados. De hecho y en mi caso personal, el estreno me encontró fascinado con la lectura de una ciencia ficción mucho más “hard” como la de Isaac Asimov o Arthur C. Clarke, o más introspectiva, como la de Ray Bradbury o Theodore Sturgeon: no era el mejor contexto para ver una película como esta y sin embargo salí del cine maravillado y recuerdo largas discusiones con quienes la denostaban por “infantil”.

Allí está el error: creer que lo infantil quita valor, cuando Spielberg lo asume no solo como tono general del filme sino también como discurso estético al colocar la cámara a baja altura durante la mayor parte de la película, como si estuviéramos viendo a través de los ojos de un niño. Un mérito fílmico quizás poco tenido en cuenta por la intelligentsia cinéfila de entonces.

Hay además un fuerte componente autobiográfico: el propio Spielberg fue hijo de matrimonio divorciado y sufrió en su infancia la ausencia de un padre al que intentó suplir con un amigo imaginario al que solo él veía; imposible no asociar con la escena en que la pequeña Gertie quiere mostrarle a su madre al “hombre de la luna”, pero esta, en su mundo, no lo ve…

De hecho, durante los primeros ochenta minutos y con la sola excepción del de Dee Wallace, no hay rostros adultos y recién para esa altura entra en pantalla Peter Coyote como Keys, científico y agente de gobierno que lleva años en busca de visitantes de otros mundos. Incluso durante la inolvidable escena de la clase de biología, y de modo semejante a las antiguas caricaturas de Tom y Jerry, no vemos jamás el rostro del profesor.

“Vuelve al Río, vuelve al Bosque”…

Y ya que hemos mencionado esa escena, me gustaría detenerme especialmente porque es casi una película dentro de otra. La idea original era que el profesor fuera interpretado por Harrison Ford, pero Spielberg lo acabó descartando porque no solo introduciría un rostro adulto antes de tiempo, sino además el de una estrella largamente identificada como Han Solo o Indiana Jones, lo que provocaría distracción y desviaría justamente el eje de la perspectiva infantil.

En una escena que ridículamente no podría hoy hacerse, la criatura está en casa de Elliott probando por primera vez el alcohol, por lo que el niño, en la escuela, se siente borracho y los ojos le pesan mientras mira dentro del frasco a la pobre rana que está a punto de ser sacrificada: de algún modo, ve en ella a su amigo alienígena que, más avanzada la película, pasará por una situación similar.

Y cuando Elliott libera a la rana al grito de “vuelve al río, vuelve al bosque” (repetido a coro por el resto de los niños), la criatura está viendo en televisión el clásico filme El Hombre Tranquilo (John Ford, 1952) y, específicamente, el momento en que John Wayne besa a Maureen O´Hara.

El propio Elliott (en escena que hoy tampoco podría hacerse) hace lo mismo con la niña del curso que le gusta (Erika Eleniak, luego estrella de la serie Baywatch, conocida en España como Los Vigilantes de la Playa) y todo concluye en un plano detalle de los zapatos de ella mientras las ranas pasan a su lado camino hacia la libertad.

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Es una escena magistralmente filmada y rica en alegorías, a mi modesto entender la mejor y más maravillosa jamás rodada por Spielberg.  Y si suena a mucho, me hago cargo…

Bicicletas Voladoras

Desde ya que hay otras escenas icónicas.  Imposible no mencionar en tal sentido la imagen de la bicicleta por delante de la luna llena, quizás la más emblemática del cine de los ochenta y a la postre logo de Amblin Entertainment, equivalente al castillo de Cenicienta para Disney.

Ese era yo en una bicicleta sobre el brazo de una grúa en un estudio de sonido con una pantalla azul detrás de mí” – recuerda Henry Thomas. Así de simple, de casero y de mágico, pues aunque se suponga que la bicicleta levita por telequinesis (una base más o menos científica), la imagen está llena de magia que remite a las historias de Peter Pan o Mary Poppins, pero con un toque acorde a la época.

Y el inmenso disco lunar, sumado al bosque de secoyas por debajo, dan idea de que niño y criatura están volando realmente alto, por encima de cualquier grúa y donde quizás solo los sueños o la imaginación podrían llegar: en definitiva, es la idea…

Gran acierto, además, repetir el efecto hacia el final, pero de manera diurna y no con una sino con cinco bicicletas recortándose contra el disco solar en un cielo anaranjado.  Nos retrotrae, una vez más, a Peter Pan escapando de un mundo de adultos en compañía de Wendy, John, Michael y Tinkerbell. Por cierto, toda la secuencia de la persecución es altamente épica y una tontería que en ediciones posteriores hayan borrado digitalmente las armas policiales.

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Spielberg entendió como pocos el lugar de las bicicletas en la cultura de la década, como lo harían luego Stephen King en It o Shawn Levy en Stranger Things, precisamente ambientada en los ochenta. Las que se usaron para la película eran del modelo BMX y cuando la producción llamó a Japón para encargarlas en número de cuarenta y con especificaciones concretas, en la empresa Kuwahara lo tomaron a broma y colgaron el teléfono. Fue ante la insistencia que debieron reconocer su error y pedir disculpas.

Las BMX pasaron a ser ícono de la década al punto que al otro año protagonizarían la exitosa película australiana BMX Bandits, conocida en español como Los Bicivoladores (¿alguna duda de que el título español buscaba relacionar con E.T.?) y que contaba en su elenco a una adolescente Nicole Kidman.

Un Pequeño Gran Elenco

Si vas a contar una historia desde los ojos de un niño, es fundamental que tus actores infantiles se luzca.  El trabajo de Henry Thomas es descomunal: nos hace sentir a la perfección la especial comunión entre un niño y una criatura de otro mundo, donde lo que le ocurre a uno le ocurre invariablemente al otro.

Sin probar alcohol, Elliott se siente borracho y pocas cosas pueden ser tan difíciles como pedirle a un niño de diez años que luzca como tal. No menos complicado debe ser pedirle que llore, como lo hace con la falsa muerte de E.T. o la emotiva despedida del final. Consultado luego, manifestó haber recordado en ese momento la muerte de su perro.

También Drew Barrymore se luce. No sé en qué habrá pensado en su caso, pero su llanto es absolutamente creíble al despedirse de la criatura y entregarle las flores que él mismo ayudó a revivir y que metaforizan su propio regreso a la vida.

Gertie es la primera en enseñarle fonemas que acabarán en frases icónicas como “be good” (sé bueno), “ET phone home” (ET llama a casa) o “I´ll be right here” (estaré justo aquí) que, ya sobre el final, la criatura pronuncia apoyando un huesudo dedo con la punta iluminada sobre la frente de Elliott (idea sobreviviente del guion de la no concretada Night Skies).

Tanto para Henry como para Drew, E.T. era su segunda experiencia cinematográfica.  Él, con nueve años, había estado en Ámame Hoy (Jack Fisk, 1981) y ella, con solo cinco, en esa lisérgica obra maestra de ciencia ficción que fue Estados Alterados (Ken Russell, 1980), para luego quedar fuera del casting de Poltergeist (1982) en el papel finalmente interpretado por Heather O’Rourke.

Después, ambos desarrollarían carreras actorales que llegan al día de hoy, pasando Henry por títulos como Valmont (Milos Forman, 1989), Leyendas de Pasión (Edward Zwick, 1994), Gangs of New York (Martin Scorsese, 2002) o la serie de Netflix La Maldición de Hill House (aquí nuestro análisis).

En el caso de Drew, tendría un par de años después el papel protagónico en Ojos de Fuego (1984), adaptación de Stephen King dirigida por Mark L. Lester y, ya de adulta, pasaría por Batman Forever (Joel Schumacher, 1995), Scream (Wes Craven, 1996), Los Ángeles de Charlie (Joseph McGinty Nichol, 2000) o Donnie Darko (Richard Kelly, 2001).

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Pero no todo se agota en ellos dos: también están muy bien Robert MacNaughton como Michael (quien injustamente no consiguió hilar una carrera posterior) y sus tres amigos interpretados por K.C. Martel, Sean Frye y C. Thomas Howell, debutante convocado al año siguiente por Francis Ford Coppola para Rebeldes (1981) y que tendría también una larga carrera, llegando a la reciente comedia Papás a la Antigua (Bill Burr, 2023), estrenada hace poco en Netflix.

La Criatura

Si bien nunca expresada tan claramente, la idea del alienígena benévolo ya estaba presente en Ultimátum a la Tierra (Robert Wise, 1951) o en la ya mencionada Encuentros Cercanos, así como también en algunas series televisivas, siendo especialmente icónico el Spock de Leonard Nimoy en Star Trek (1966-1969) o los interpretados en clave de comedia por Ray Walston en Mi Marciano Favorito (1963-1966) o Robin Williams en Mork & Mindy (1978-1982).

Pero en Ultimátum a la Tierra (conocida en América Latina como El Día que paralizaron la Tierra o El Día que la Tierra se detuvo), la naturaleza bienintencionada de Klaatu se revelaba recién hacia el final y en cuanto a Encuentros Cercanos, podría haber sido una película perfecta si Spielberg no decidía estropear el final mostrando alienígenas en una historia que no lo requería y haciéndolos además interpretar por niños que, se notaba, estaban a pura diversión y sin tomarse en serio lo que hacían.

En E.T., todo es distinto desde el comienzo. No hay secreto sobre el aspecto alienígena porque les vemos apenas iniciada la película y si bien pueden remitir algo a Encuentros Cercanos (incluso con el mismo diseñador), hay un mayor esfuerzo en que la criatura luzca no solo creíble sino además expresiva y capaz de transmitir emociones.

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El diseño fue del italiano Carlo Rambaldi, definido por Spielberg como “el Geppetto de E.T.”. Albert Einstein, Carl Sandburg y Ernest Hemingway fueron usados como inspiración para el rostro que, al igual que el cuello animatrónico y extensible, era movido por titiriteros.

Pero no hubo un único diseño: en las escenas en que la criatura debía mostrar movimientos más “humanos”, se recurrió a un disfraz utilizado alternadamente por los actores enanos Tamara De Treaux y Pat Bilon (fallecido solo seis meses después del estreno), así como por el niño de doce años Matthew DeMerritt, que había nacido sin piernas.

La criatura se convirtió en ícono de consumo popular después del estreno y puedo dar fe porque mi promoción de graduados de escuela secundaria lo tenía en su distintivo en 1983 (ignoro si la empresa diseñadora habría pagado los derechos; posiblemente no).

Y no deja de ser hoy impensable que M&M se negara a que en la película aparecieran sus golosinas no solo por un posible fracaso sino porque decían que los niños podrían asustarse de la criatura. La firma Hershey’s, por el contrario, no tuvo problemas en que E.T. consumiera sus Reeser´s Pieces, que, promocionados como “los favoritos de E.T.”,  triplicaron sus ventas tras el estreno.

Hay quienes han encontrado en el personaje, y especialmente en el corazón que en su interior se hace visible, alguna analogía con Cristo, más aún considerando que también es de algún modo “crucificado” y pasa después por muerte y resurrección. Spielberg siempre lo negó y además es judío, lo cual motivó que bromeara con que su madre, propietaria de un restaurante kosher, jamás se lo hubiera permitido.

Guiños Retro

E.T. no solo genera nostalgia hoy; también la produjo al momento de su estreno.  Porque además de contener situaciones, temores y sentimientos infantiles por los que muchos hemos atravesado, también está llena de homenajes y hasta d estética retro-futurista en el diseño de la nave.

Ya hemos hablado de la escena del filme El Hombre Quieto y también podemos reconocer varias referencias a Star Wars, como cuando en Halloween los niños sacan a la calle a E.T. disfrazado de fantasma y este, creyendo reconocer a uno de sus semejantes, quiere irse detrás de Yoda.  Un homenaje que será devuelto en Star Wars: Episodio I – La Amenaza Fantasma (1999), donde en breve cameo se ve a tres alienígenas de la especie de E.T. en una sesión del Senado Galáctico.

Por otra parte la nave, esferoide como hemos dicho, responde a un diseño común en portadas de ciencia ficción pulp de los cincuenta y sesenta. Y cuando a E.T. se le enciende la idea de construir un transmisor casero para “llamar a casa”, lo hace inspirándose en una tira de Buck Rogers, personaje fundacional si los hubo en los cómics vinculados al género.

La Música

John Williams, compositor fetiche de Spielberg, ya venía de trabajar con este en Tiburón, Encuentros Cercanos, 1941 y En Busca del Arca Perdida. Su idea era componer una partitura que tuviera unidad musical más allá de la película y pudiera ser oída como suite o sinfonía completa.

Me consta: la he escuchado hasta gastarla y siempre me pareció que tenía autonomía.  No siempre ocurre que los soundtracks puedan ser disfrutados por fuera de la película, pero la música de E.T., más allá de todo lo que realce al filme, se puede oír de manera independiente y sigue siendo una obra maestra.

Spielberg quedó tan encantado que hasta decidió rearmar algunas escenas para que encajaran: el caso más notable es el de la persecución, en que los violines van a la par del pedaleo mientras los vientos y la percusión dan un tono épico.   La escena se montó sobre la música y no al revés.

Williams dio a la partitura un toque clásico y emotivo, a la vez que politonal y moderno, con melodías inolvidables como la del leit-motiv principal. Y pocas cosas me irritan tanto como cuando la dan por televisión y, de manera insensible e irrespetuosa, cortan las notas de piano en los créditos finales.

La banda sonora fue responsable de uno de los cuatro premios Oscar que se llevó una película a la que hoy es imposible imaginar con otra música, pues es en ella donde alcanza buena parte de su magia.

Valoración y Legado

La película tuvo nueve nominaciones al Oscar, quedándose con cuatro: sonido, edición de sonido, efectos visuales y, como fue dicho, música. No fue premiada, en cambio, en las categorías principales, incluyendo mejor película (rubro en el cual sí ganó el Globo de Oro). La ganadora fue Gandhi, un buen filme hecho grande por la increíble interpretación de Ben Kingsley, pero que difícilmente haya quedado en el recuerdo como el de Spielberg. El propio Richard Attenborough, su director, manifestó que E.T. debió haber sido ese año la película ganadora.

Es posible que a los miembros de la Academia les haya pesado el prejuicio hacia lo infantil o les haya parecido poco serio premiar un cuento de hadas de ciencia ficción (lo que en definitiva es) por sobre un filme testimonial con temas como la no violencia, el colonialismo y la discriminación.

De lo que no tengo dudas es de que E.T. es una fábula inmortal, tanto como Pinocho, Peter Pan, El Mago de Oz o cualquier historia de los hermanos Grimm, y que se seguirá hablando de ella dentro de cien años o más. Puede parecer simple, pero su belleza reside justamente en rescatar la simpleza que teníamos de niños y que después, como el personaje de Ciudadano Kane o el de La Dolce Vita, hemos perdido.

Hoy en día, quizás más para mal que para bien, estamos demasiado familiarizados con los efectos visuales y (me incluyo) nos ponemos insoportablemente puntillosos con el CGI.  Es que la tecnología por detrás del milagro visual nos es tan conocida que el mismo deja de ser tal.   Contrariamente, E.T. representa una épóca en que todavía teníamos una capacidad de asombro que nos hacía sentir niños, más allá de que lo fuéramos o no, y éramos capaces de abrir inmensa la boca al ver una bicicleta volar en lugar de fruncir el ceño buscando el truco.

En aquellos años no había “truco”: la bicicleta volaba… y punto. Lo importante no era cómo estuviera hecho, sino que una simple película nos hiciera creer que las bicicletas podían hacerlo. En lo personal, siempre voy a preferir a este Spielberg que no pide disculpas por sobre el “serio” y autoindulgente que se vio a partir de El Color Púrpura.

Ni La Lista de Schindler, ni La Terminal, ni Salvando al Soldado Ryan (todas buenas películas), ni mucho menos la soporífera Lincoln. Tampoco Tiburón, Encuentros Cercanos, Jurassic Park o las de Indiana Jones. La mejor y más perfecta película de Spielberg (y con diferencia) se llama E.T., El Extraterrestre. Y al igual que con la escena de las ranas, me hago cargo…

Hasta la próxima y sean felices…

Rodolfo Del Bene
Rodolfo Del Bene
Soy profesor de historia graduado en la Universidad Nacional de La Plata. Entusiasta del cine, los cómics, la literatura, las series, la ciencia ficción y demás cosas que ayuden a mantener mi cerebro lo suficientemente alienado y trastornado.
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