El pecado original | Coalición por el Evangelio

Definición

El pecado original es un concepto que define la naturaleza pecaminosa de la humanidad debido a la caída de Adán. Enseña que todas las personas están corrompidas a causa del pecado de Adán por medio de una generación natural por la cual, junto con la condenación que le fue imputada a él, todos entramos en el mundo siendo culpables delante de Dios. El pecado original muestra que pecamos porque somos pecadores y que entramos en este mundo con una naturaleza corrupta y sin esperanza fuera de la gracia salvadora de Dios presente en el evangelio.

Sumario

El pecado original enseña que toda la humanidad está unida a Adán, tanto en la culpabilidad como en la corrupción de su primer pecado. Todos los hombres y las mujeres están unidos a Adán tanto por generación natural como por su representación pactual. Como personas que desde nuestro nacimiento somos corrompidos por el pecado, compartimos la culpa de Adán delante de Dios, una culpa imputada en nosotros bajo el pacto de obras. Además, hombres y mujeres somos tan corruptos moral y espiritualmente por nuestra unión natural con Adán que somos totalmente depravados. Todas nuestras facultades humanas están corrompidas por el pecado, por lo que tenemos una tendencia innata a cometer pecado. Además, nuestra depravación total nos hace espiritualmente incapaces de amar a Dios o creer en Su evangelio y ser salvos hasta que somos primeramente regenerados por Su gracia soberana. El pecado original nos provee una comprensión bíblica de nosotros y mueve a los pecadores a una confianza total en la gracia salvadora de Dios en el evangelio, sin confiar en la carne y dando al Señor toda la gloria que le pertenece por nuestra salvación.

La naturaleza de la conexión de la humanidad con Adán

El pecado original es la enseñanza cristiana de la pecaminosidad humana a causa de la caída de Adán. No se refiere al pecado original cometido por él, al comer la fruta prohibida y violar el mandamiento de Dios (Gn 3:6), sino a la condición moral y espiritual por causa de ese pecado. Definir el pecado original requiere la respuesta a dos preguntas, y la primera de ellas es si la condición moral y espiritual de la humanidad está relacionada con Adán en su pecado.

Durante el siglo IV d. C., el hereje Pelagio (condenado por el Concilio de Calcedonia en 431 d. C.) afirmó que la caída de Adán en el pecado no tuvo ningún efecto directo sobre su descendencia más que dar un mal ejemplo. Con respecto al carácter del hombre y su relación con Dios, Pelagio afirmó que el pecado de Adán no afectó a nadie más que a él mismo.

Las razones bíblicas para rechazar esta enseñanza de Pelagio proporcionan la base para la doctrina del pecado original. La principal de ellas está en Romanos 5:12, donde Pablo dice que «el pecado entró en el mundo por medio de un hombre, y por medio del pecado la muerte, así también la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos pecaron». Lo que Pablo afirma no es que todos los hombres hayan pecado siguiendo el ejemplo de Adán y, por tanto, sufren la maldición de la muerte, sino que todos los hombres comparten las consecuencias del pecado de Adán. Cuando afirma «porque todos pecaron», Pablo se refiere a nuestra unión con Adán en su transgresión del mandato de Dios. Herman Bavinck resume: «Adán pecó; en consecuencia, el pecado y la muerte entraron en el mundo y se enseñorearon de todos».1

Además, Pablo describe a Adán como el que «es figura de Aquel que había de venir» (Ro 5:14), llamado Cristo. Tanto Adán como Cristo se presentaron ante el pacto de Dios como representantes de su pueblo. Adán, como tipo de Cristo, se sometió a la prueba del pacto de obras (Gn 2:16-17) en nombre de toda su descendencia natural (su fracaso afectó a todos); del mismo modo que Cristo cumplió el pacto de obras en nombre de toda Su descendencia espiritual (Su obediencia victoriosa ganó la salvación para ellos). Este principio de la cabeza del pacto es vital no solo para el pecado original, sino también para la imputación de la justicia de Cristo en el evangelio. Pablo deja clara esta conexión: «Porque si por la transgresión de uno murieron los muchos, mucho más, la gracia de Dios y el don por la gracia de un Hombre, Jesucristo, abundaron para los muchos» (Ro 5:15).

El pecado original da respuesta a preguntas importantes sobre el pecado. Por ejemplo, ¿por qué el pecado es universal entre hombres y mujeres? Geerhardus Vos escribe: «La teoría pelagiana deja totalmente sin explicación la universalidad del pecado»,2 ya que si el pecado de Adán no hizo pecadores a todos los hombres, cabría esperar que al menos algunos no pecaran. Sin embargo, como oró Salomón, «no hay hombre que no peque» (1 R 8:46; ver también Ro 3:23).

Otra pregunta importante: ¿es el pecado un simple defecto pasivo, que no tiene poder corruptor en el ser humano? La Biblia responde, por el contrario, que el pecado es un poder mortal que mantiene al pecador en esclavitud. Jesús declaró: «Todo el que comete pecado es esclavo del pecado» (Jn 8:34). Haber pecado alguna vez es estar bajo el poder del pecado. Por eso, lejos de definir el pecado solo como una transgresión de la ley de Dios, la Biblia describe el pecado como la anarquía misma (1 Jn 3:4). Más aún, David afirma que desde el momento de su concepción en el vientre de su madre, el poder del pecado estaba sobre él: «Yo nací en iniquidad / Y en pecado me concibió mi madre» (Sal 51:5). David no estaba acusando a su madre de un comportamiento pecaminoso en su concepción, sino más bien confesó la pecaminosidad que heredó en el momento en que surgió su vida. El Salmo 58:3 concuerda: «Desde la matriz están desviados los impíos; / Desde su nacimiento se descarrían los que hablan mentiras».

La culpa original de la humanidad en pecado

Habiendo mostrado la unión de toda la humanidad con el pecador Adán, tanto por generación natural como por ser el representante en el pacto, debemos entonces hacer otra pregunta: ¿cuál es la condición de la humanidad como resultado de esta conexión con la caída de Adán? El pecado original considera en primer lugar nuestra conexión con Adán sobre la culpa universal de la humanidad. Cuando Adán pecó, toda la raza humana estaba «en él», de modo que su culpa recayó en todos nosotros. Consideremos Hebreos 7:9-10, que declara que Leví estaba «en los lomos de su padre» Abraham cuando diezmó a Melquisedec, estableciendo la superioridad del sacerdocio de Melquisedec al de Leví. Del mismo modo, toda la raza humana estaba «en Adán» cuando pecó. Leví, por supuesto, no estaba presente cuando su antepasado diezmó a este sacerdote; sin embargo, en virtud de la descendencia natural de Leví por parte de Abraham, los sacerdotes levitas se relacionaron con Melquisedec a causa de las acciones de Abraham. Del mismo modo, aunque los descendientes de Adán no cometieron personalmente la transgresión de Adán, su unión natural con Adán como su descendencia establece su condenación en el pecado ante Dios.

Dado que la naturaleza de Adán se corrompió con la caída, como lo demuestra su distanciamiento de Dios tras ella (Gn 3:7-12), nunca podría engendrar una descendencia moralmente superior. John Murray explica: «La naturaleza humana se corrompió en Adán y… esta naturaleza humana que se corrompió en Adán se transmite a la posteridad por generación natural».3 Puesto que todos venimos a la vida como pecadores, toda la humanidad debe ser necesariamente rechazada por la naturaleza perfectamente santa de Dios y estar sujeta a Su condenación. Por eso Pablo describe a toda la humanidad como «por naturaleza hijos de ira» (Ef 2:3).

La culpa original de la humanidad no solo se deriva de nuestra naturaleza heredada como pecadores. Recordemos que Adán estaba bajo el pacto de obras como representante de toda la raza humana. Sobre esta base, Pablo explica por qué hombres y mujeres murieron entre Adán y Moisés, siendo la muerte la pena por el pecado (Gn 2:17). Romanos 5:14 considera el caso de los que pecaron sin una ley, «aun sobre los que no habían pecado con una transgresión semejante a la de Adán», en el sentido de que no habían recibido personalmente ni el pacto de obras ni la ley mosaica. ¿Por qué, entonces, murieron personas entre Adán y Moisés, sin una ley que los condenara, excepto porque Adán «es figura de Aquel que había de venir»? Es decir, Adán era cabeza del pacto para toda su gente, su fracaso los condenaba a todos bajo la justicia de Dios, del mismo modo que Cristo, como cabeza del pacto de los que creen alcanzó su justificación. Pablo expone con claridad esta relación: «Así pues, tal como por una transgresión resultó la condenación de todos los hombres, así también por un acto de justicia resultó la justificación de vida para todos los hombres» (Ro 5:18; ver también 1 Co 15:22). Lejos de ser una doctrina opresiva para los corazones de hombres y mujeres, el pecado original establece el principio mismo de la cabeza del pacto por el que recibimos la justicia de Cristo que no hemos merecido. En las propias palabras de Pablo en Romanos 5:20, el pecado original predica la noticia inspiradora: ¡«Donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia»!

La sola enseñanza de la culpa universal de la humanidad heredada de Adán puede vindicar a Dios por las miserias de la vida humana. El hombre secular ataca con frecuencia a Dios con la idea de que Él es el culpable de los sufrimientos de la gente de todo el mundo. Sin embargo, como señaló Agustín en su oposición a Pelagio (resumida por Bavinck):

La espantosa miseria de la raza humana solo puede explicarse como un castigo por el pecado. ¿Cómo puede Dios, que ciertamente es bueno y justo, someter a todos los humanos desde su concepción al pecado y a la muerte si son completamente inocentes? Una deuda moral original debe pesar sobre todos; no hay otra manera de entender el yugo aplastante que pesa sobre todos los hijos de Adán.4

Desde el momento del pecado de Adán, la necesidad de la raza humana caída era un Redentor que la librara del pecado. Por esta razón, la primera acción de Dios en respuesta al pecado de Adán fue prometer este Redentor (Gn 3:15) y representar la muerte expiatoria de Cristo mediante el sacrificio de animales en el Edén (Gn 3:21). La lógica de la culpa heredada de la humanidad por medio de Adán proporciona una lógica esencial al mensaje del evangelio desde su primera aparición en las Escrituras.

La corrupción original de la humanidad en pecado

El efecto del pecado de Adán sobre toda su raza no terminó con la culpa, sino que se extendió a la corrupción moral y espiritual de sus descendientes. La caída ha contaminado la naturaleza humana con «una disposición positiva inherente hacia el pecado».5 Vemos esta inclinación hacia el pecado en Romanos 3:10-12: «No hay justo, ni aun uno… Todos se han desviado, a una se hicieron inútiles; / No hay quien haga lo bueno, / No hay ni siquiera uno». Isaías 64:6 añade: «Todos nosotros somos como el inmundo», de modo que incluso presenta «como trapo de inmundicia todas nuestras obras justas».

La Biblia presenta la naturaleza pecaminosa del hombre como totalmente abarcadora, que arruina todas las facultades humanas. Jeremías 17:9 señala: «Más engañoso que todo es el corazón, / Y sin remedio». Romanos 3:13-18 describe la boca, los pies y los ojos como envilecidos, concluyendo: «Y la senda de paz no han conocido». Sobre todo, la mente caída está corrompida: «La mente puesta en la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios» (Ro 8:7). Esta condición caída se conoce como «depravación total». Robert Reymond resume:

Su entendimiento está entenebrecido, su mente está en enemistad con Dios, su voluntad de actuar es esclava de su entendimiento entenebrecido y de su mente rebelde, su corazón está corrompido, sus emociones están pervertidas, sus afectos gravitan naturalmente hacia lo que es malo e impío, su conciencia no es digna de confianza y su cuerpo está sujeto a la mortalidad.6

La enseñanza de la depravación total no solo afirma que cada facultad de la humanidad caída está corrompida por el poder del pecado, sino que también afirma una incapacidad espiritual para creer a Dios y recibir Su salvación por medio de la fe. Pablo afirma: «pero el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son necedad», y luego añade: «no las puede entender, porque son cosas que se disciernen espiritualmente» (1 Co 2:14). Por eso, Jesús dijo a Nicodemo: «en verdad te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios» (Jn 3:3). Pablo escribió que, sin la obra regeneradora de Dios, todos estamos muertos en nuestros «delitos y pecados» (Ef 2:1). En oposición a quienes describen al hombre caído como un simple enfermo, con una capacidad de creer debilitada pero inherente, Pablo insiste en que no somos más capaces de acercarnos a Dios por fe de lo que un muerto es capaz de levantarse de la tumba. Mientras que Adán fue creado en una rectitud tal que puede decirse que una vez poseyó libre albedrío, el pecado original ha esclavizado la voluntad de la humanidad al poder del pecado. Las personas, por supuesto, conservan una facultad de elección, pero la esclavitud de la voluntad en el pecado les niega la libertad de elegir el camino de Dios. Louis Berkhof concluye: «el hombre no puede cambiar su preferencia fundamental por el pecado y el amor hacia sí mismo por Dios, ni siquiera aproximarse a tal cambio. En una palabra, es incapaz de hacer ningún bien espiritual».7

El pecado original y el evangelio

El pecado original proporciona la base para una verdadera comprensión de nosotros mismos como seres humanos caídos. Este conocimiento es esencial para aquellos que quieren recibir la salvación por medio del evangelio de Jesucristo. James Boice explica: «Sin un conocimiento de nuestra infidelidad y rebelión nunca llegaremos a conocer a Dios como el Dios de la verdad y la gracia». El pecado original nos enseña a no tener ninguna esperanza en nosotros mismos o en cualquier otra fuente natural, confiando en cambio enteramente en la gracia sobrenatural de Dios en el evangelio. Esto es porque, aunque los hombres muertos son incapaces por sí mismos de levantarse de la tumba de su vida caída, Dios es capaz por Su gracia de darnos «vida juntamente con Cristo» (Ef 2:5). La verdad del pecado original nos muestra que nuestra salvación debe ser por la sola gracia de Dios, de modo que la gloria también le pertenece solo a Él. Además, sabiendo que cada pecador no tiene esperanza fuera de la gracia salvadora de Dios, los ministros sabios exponen el evangelio como se proclama en la Palabra de Dios: «poder de Dios para la salvación de todo el que cree» (Ro 1:16). Apreciar la doctrina del pecado original es fundamentar nuestra evangelización y predicación enteramente en la Palabra de Dios, que en el poder del Espíritu Santo es capaz de transmitir vida a los muertos, pues, en palabras de 1 Pedro 1:23, «han nacido de nuevo, no de una simiente corruptible, sino de una que es incorruptible, es decir, mediante la palabra de Dios que vive y permanece».


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Iñigo García de Cortázar.


Este ensayo es parte de la serie Concise Theology (Teología concisa). Todas las opiniones expresadas en este ensayo pertenecen al autor. Este ensayo está disponible gratuitamente bajo la licencia Creative Commons con Attribution-ShareAlike (CC BY-SA 3.0 US), lo que permite a los usuarios compartirlo en otros medios/formatos y adaptar/traducir el contenido siempre que haya un enlace de atribución, indicación de cambios, y se aplique la misma licencia de Creative Commons a ese material. Si estás interesado en traducir nuestro contenido o estás interesado en unirte a nuestra comunidad de traductores, comunícate con nosotros.

Notas al pie

1Herman Bavinck, Reformed Dogmatics, 4 vols., trad. John Vriend (Grand Rapids, MI: Baker, 2006), 3:85.
2Geerhardus Vos, Reformed Dogmatics, 4 vols., trad. Richard Gaffin (Phillipsburg, NJ: P&R, 2012), 2:29.
3John Murray, The Imputation of Adam’s Sin (Grand Rapids, MI: Wm. B. Eerdmans, 1959), pp. 26-7.
4Bavinck, Reformed Dogmatics, 2:93.
5Louis Berkhof, Systematic Theology (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2005), p. 246.
6Robert L. Reymond, A New Systematic Theology of the Christian Faith (Nashville, TN: Thomas Nelson, 1998), p. 450.
7Louis Berkhof, Systematic Theology, p. 247.
8James Montgomery Boice, Foundations of the Christian Faith (Downers Grove, IL: InterVarsity, 1986), p. 199.

Lecturas adicionales

  • Murray, John. The Imputation of Adam’s Sin (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1959). El estudio exegético clásico de Romanos 5:12-21, aclara la unión del pacto del hombre con Adán en la caída y la unión del creyente en Cristo para la justificación.
  • Edwards, Jonathan. «The Great Christian Doctrine of Original Sin Defended» en The Works of Jonathan Edwards, vol. 2 (Edinburgh: Banner of Truth Trust, 1974), 1:143-233. Una exposición puritana clásica de la base bíblica para el pecado original, defendiéndose contra las objeciones de la filosofía de la Ilustración.
  • Challies, Tim. «Original Sin and the Death of Infants», Challies, July 19, 2006. Una aplicación reflexiva de la enseñanza bíblica del pecado original sobre este tema sensible.
  • Piper, John. «The Fatal Disobedience of Adam and the Triumphal Obedience of Christ», Desiring God, 26 de agosto de 2007. Un sermón en video y texto que destaca la gloriosa conexión salvadora entre la imputación del pecado de Adán y la imputación de la justicia de Cristo.