Miscelánea 3/5/2024 – Salvador López Arnal

Miscelánea 3/5/2024

Del compañero y miembro de Espai Marx, Carlos Valmaseda.
1. Kalewche nº 6.
2. La gran familia.
3. La partida de la porra.
4. Los «agentes extranjeros» en Georgia.
5. Disputa territorial entre Arabia Saudí y los EAU.
6. Extrema derecha, también en Sudáfrica.
7. Más sobre los dos estados.
8. Entrevista a Alain Badiou.
9. Resumen de la guerra en Palestina, 2 de mayo.
10. Lecciones de Lenin para la América de hoy.

1. Kalewche nº 6

Está mal que yo lo diga porque hay un artículo mío -aprovechando textos anteriores sobre el cine y la Comuna de París-, pero a parte de ese pequeño baldón, el nuevo número de Kalewche que acaba de aparecer está muy bien. Aquí tenéis el enlace: https://kalewche.com/cr6/

2. La gran familia

Un artículo de Forti sobre el auge de los partidos de extrema derecha en el mundo. https://nacla.org/extremas-

Extremas derechas 2.0, una gran familia global

Desde Vox de España hasta Javier Milei de Argentina, las fuerzas de la nueva ultraderecha no resucitan el fascismo histórico. Pero hoy en día son la mayor amenaza a la democracia. April 2, 2024

Steven Forti (Este artículo fue publicado en inglés en la edición de primavera de 2024 de nuestra revista trimestral NACLA Report.)

La victoria de Javier Milei en las elecciones presidenciales argentinas del pasado mes de noviembre ha significado el estallido de una verdadera bomba atómica cuya onda expansiva va mucho más allá del país latinoamericano. El economista paleolibertario, conocido por sus zafios insultos contra los “zurdos”, recibió inmediatamente las felicitaciones de los miembros de la que la filósofa y política española Clara Ramas definió la nueva Internacional Reaccionaria. Aunque no hayan enarbolado nunca una motosierra en sus mítines, para Donald Trump, Jair Bolsonaro, Viktor Orbán, Giorgia Meloni, Santiago Abascal y José Antonio Kast, Milei es uno de los “suyos”.

La llegada del líder de La Libertad Avanza a la Casa Rosada es solo la última muestra de un proceso que se viene dando desde hace al menos tres décadas y que se ha acelerado tras la crisis económica de 2008. En la actualidad, además de Argentina, la extrema derecha gobierna en cuatro países europeos (Italia, Hungría, Finlandia, y la República Checa), apoya externamente un ejecutivo conservador en Suecia y dentro de poco podría llegar al gobierno en los Países Bajos, tras el éxito de Geert Wilders en las elecciones del pasado mes de noviembre. Como se sabe, gobernó también en Polonia durante dos legislaturas y en Brasil y Estados Unidos por una. Las elecciones de este 2024 podrían aupar formaciones ultraderechistas al gobierno de Portugal y Austria, sin contar el terremoto político que podría causar un avance electoral en las elecciones al Parlamento Europeo del mes de junio y, sobre todo, en Estados Unidos en noviembre, con el posible regreso de Trump en la Casa Blanca.

En resumidas cuentas, como apuntó el politólogo neerlandés Cas Mudde, estas fuerzas políticas se han desmarginalizado. Es decir, por un lado, se han convertido en actores políticos relevantes y han accedido al gobierno en distintos países. Por el otro, sus ideas se han normalizado; marcan las agendas políticas y son compartidas también por espacios convencionales. La radicalización de los partidos de la derecha mainstream es la prueba fehaciente de ello, así como la “conquista de la calle” de la extrema derecha que en Estados Unidos, Brasil o España ha recurrido incluso a la violencia contra sedes institucionales o de partidos políticos.

En este comienzo de siglo XXI un nuevo fantasma recorre el mundo. No es el fantasma del comunismo, como explicaban a mediados del siglo XIX Karl Marx y Friedrich Engels, sino el fantasma de la extrema derecha. Aunque todavía no hay intelectuales de cabecera ni un manifiesto del partido ultraderechista mundial, esto no significa que no se trate de una fuerza política organizada globalmente, si bien heterogénea. Los acontecimientos a los que hemos asistido en los últimos tiempos a un lado y el otro del Atlántico nos lo muestran con creces.

¿Derecha fascista, populista o radical?

El auge de estas formaciones políticas ha comportado toda una serie de debates en la academia y la opinión pública. El primero se relaciona con la definición de este fenómeno. A menudo se dice que ha vuelto el fascismo. A este respecto, la tesis del fascismo eterno Ur-fascismo planteada por el intelectual italiano Umberto Eco ha tenido una notable circulación en los últimos años. Según Eco, para que se pueda crear una “nebulosa fascista” sería suficiente la presencia de al menos una de las catorce características que presenta en su texto, entre las cuales menciona el culto a la tradición, el miedo al Otro o el llamamiento a las clases medias frustradas. ¿Es esto cierto? La cuestión no es baladí porque la capacidad para definir un fenómeno político es el primer paso indispensable para poderlo entender y, por ende, combatir.

No cabe ninguna duda de que estas nuevas extremas derechas o, mejor dicho, como se explicará más adelante, extremas derechas 2.0 son, hoy en día, la mayor amenaza existente a los valores democráticos y a la misma supervivencia de las democracias liberales pluralistas. Ahora bien, no resulta correcto interpretarlas con las gafas del fascismo. Como apuntó el historiador italiano Emilio Gentile, la tesis del fascismo eterno es una consecuencia de la banalización del fascismo que, por un lado, ha convertido ese concepto en un insulto y un sinónimo del “mal absoluto” y, por el otro, ha comportado una especie de ahistoriología “en la que el pasado histórico se va adaptando continuamente a los deseos, esperanzas y temores actuales”.

En síntesis, lo que el mismo Gentile llama fascismo histórico no fue solo un movimiento político ultranacionalista, racista y xenófobo. El fascismo, que se creó en Europa tras la Primera Guerra Mundial, tenía también otras características nucleares que no encontramos en las extremas derechas de la actualidad, como el ser un partido milicia, el totalitarismo como forma de gobierno, el imperialismo como proyecto de expansión militar, el encuadramiento de la población en grandes organizaciones de masas o el presentarse como una revolución palingenésica y una religión política. Esto no significa que no existan elementos de continuidad entre aquellas experiencias y las actuales: sin embargo, el fascismo fue otra cosa. Hoy en día siguen existiendo grupúsculos neofascistas y neonazi, pero son ultraminoritarios.

Resumiendo, la extrema derecha utiliza las herramientas retóricas y lingüísticas del populismo, pero el populismo de por sí no nos ayuda para definirla y entenderlaJunto al de fascismo, hay otro obstáculo que no nos permite definir y entender las nuevas extremas derechas: el populismo. El debate al respecto ha sido interminable en las últimas dos décadas y aún no se ha llegado a un consenso sobre lo que es el populismo, más allá de haberlo convertido en una especie de cajón de sastre en que meter todo lo que no encaja con las ideologías políticas tradicionales. Algunos lo consideran una ideología, aunque delgada. Otros, en cambio, prefieren hablar de una estrategia o un estilo político. Al no disponer de un corpus doctrinal, creo que es más acertada la segunda interpretación. Añádase que estamos viviendo una fase en que el populismo lo empapa todo. Si tanto Milei como Gustavo Petro e incluso el presidente francés Emmanuel Macron son populistas, ¿de qué nos sirve este concepto? Más bien, es la marca de la época en la cual vivimos y convendría hablar, como apuntaron Marc Lazar e Ilvio Diamanti, de “pueblocracia”. Resumiendo, la extrema derecha utiliza las herramientas retóricas y lingüísticas del populismo, pero el populismo de por sí no nos ayuda para definirla y entenderla.

Dicho lo cual, ¿qué concepto deberíamos utilizar para definir a los partidos o movimientos políticos liderados por Trump, Milei, Bolsonaro, Kast, Meloni, Le Pen, Orbán o Abascal? Hay quien habla de nacionalpopulismo y quien se decanta por posfascismo, lo que no nos permite, al fin y al cabo, superar los escollos conceptuales mencionados anteriormente. El término que quizás ha tenido más recorrido es el de derecha radicalSegún Mudde, a diferencia de la extrema derecha, que rechazaría la esencia misma de la democracia, la derecha radical aceptaría “la esencia de la democracia, pero se opon[dría] a elementos fundamentales de la democracia liberal, y de manera muy especial, a los derechos de las minorías, al Estado de derecho y a la separación de poderes”. En la práctica, la derecha radical aceptaría unas elecciones libres, aunque no justas—véase el caso de la Hungría de Orbán en los últimos doce años—y lo que a fin de cuentas sería un simulacro de la democracia, tal y como la conocemos.

Sin embargo, esta propuesta es problemática. Por un lado, ¿es correcto definir con el mismo adjetivo —radical—, como si existiese una especie de simetría, a las formaciones de la nueva ultraderecha y a las de izquierda como Podemos, Syriza, el Frente Amplio de Chile o La France Insoumise? Personalmente, creo que es un error: la izquierda radical, de hecho, critica a los sistemas liberales existentes, centrándose sobre todo en el modelo neoliberal y las cuestiones económicas, pero no pone en discusión ni la separación de poderes ni las conquistas y los derechos democráticos garantizados por estos mismos sistemas. Más bien, pide una ampliación y profundización de estos mismos derechos, junto a una disminución de las desigualdades. Por otro lado, como apunta Beatriz Acha Ugarte, “¿podemos concebir una democracia no pluralista? ¿Podemos calificar de democráticas—aunque no en su ‘versión liberal’—a fuerzas que, en su tratamiento del ‘otro’ (inmigrante, extranjero), muestran su desprecio al principio democrático de igualdad?”. Al defender una ideología de la exclusión incompatible incluso con la versión procedimental de la democracia y al poner en cuestión la misma existencia del Estado de derecho, deberíamos ser cautos en considerarlas formaciones democráticas.

¿Por qué la gente vota a la extrema derecha?

El segundo debate tiene que ver con las causas del avance electoral de estas formaciones políticas. ¿Por qué la gente las vota? Resumiendo, se han detectado tres grandes causas que no son nunca excluyentes, sino que se deben sumar, teniendo en cuenta las peculiaridades de cada contexto nacional. En primer lugar, el aumento de las desigualdades, así como la precarización del trabajo, el debilitamiento del Estado del bienestar y el achicamiento de la clase media, habrían empujado una parte del electorado, insatisfecho por las recetas económicas neoliberales, a escoger la papeleta de formaciones políticas que critican el orden existente.

En segundo lugar, encontramos lo que se ha denominado cultural backlash, es decir la reacción cultural a la globalización liberal. Nuestras sociedades se han transformado paulatinamente en multiculturales y muchas reivindicaciones puestas bajo la etiqueta de post-materialistas se han convertido en derechos en las últimas décadas, desde el divorcio y el aborto hasta el matrimonio homosexual. Esto ha conllevado, según diferentes especialistas, a una reacción por parte de sectores de la población que ven amenazada su posición en la sociedad e incluso su identidad. De ahí, pues, que voten por partidos que rechazan la inmigración, critican lo que consideran excesos progresistas y defienden la familia tradicional.

En tercer lugar, las democracias liberales viven una profunda crisis: nuestras sociedades se han deshilachado, es decir son más líquidas y atomizadas a causa del modelo neoliberal imperante y de la revolución tecnológica, los partidos políticos ya no cumplen con la función de correa de transmisión entre territorios e instituciones, los sindicatos tienen enormes dificultades para adaptarse a una realidad plenamente posfordista, la desconfianza de la ciudadanía sigue en aumento. En sociedades tan atomizadas donde la confianza hacia las instituciones parece haber desaparecido, no resulta descabellado imaginar que parte del electorado opte por partidos que dicen querer reventarlo todo o, como mínimo, que se oponen al establishment y critican el funcionamiento de democracias que consideran lentas, ineficaces o desconectadas de la voluntad del pueblo.

A estas tres causas, podríamos añadir una cuarta que tiene que ver aún más si cabe con las percepciones de la población. La demanda de protección y seguridad ha aumentado en un mundo que cuesta entender. ¿Qué será dentro de diez años de mi empleo con la Inteligencia Artificial? ¿Qué pasará en nuestros barrios si siguen llegando migrantes de otros continentes? ¿Qué será del modelo de familia en que muchos se han criado si se permiten adoptar hijos a parejas homosexuales o se acepta la fluidez de los géneros? ¿Qué será de nuestras relaciones sociales en tiempos de realidad virtual con proyectos como el del Metaverso? A su manera, la extrema derecha 2.0 sabe ofrecer seguridad y protección a mucha gente que vive con miedo y temor lo que nos puede deparar el futuro, dando respuestas sencillas a problemas complejos.

Extremas derechas 2.0

Resumiendo, por un lado, hay una gran confusión sobre cómo llamar a estas formaciones políticas. Por el otro, hay una serie de causas que explican sus avances electorales tanto a un lado como al otro del Atlántico. A veces, en un país, una región o incluso un municipio una de estas causas podrá pesar más que las otras. Sin embargo, debemos siempre tenerlas en cuenta todas. ¿La victoria de Milei se explica solo por la crisis económica y el aumento de las desigualdades en Argentina? Sin negar su importancia, sería equivocado relegar en un segundo o tercer plano los altos niveles de desconfianza de la ciudadanía hacia las instituciones y los partidos políticos tradicionales, así como la reacción cultural al llamado “consenso progresista”.

Se repite que el contexto europeo y el latinoamericano no son comparables. Ahora bien, no creo que convenga mantener separados los análisis y, consiguientemente las definiciones de este fenómeno. Que haya algunas diferencias o que entre las causas que expliquen su auge electoral haya alguna peculiaridad nacional no invalida la posibilidad de pensar y utilizar un concepto a escala global. Al contrario, resulta útil forjar una macro-categoría lo suficientemente elástica para incluir todas estas formaciones políticas. A partir de estas consideraciones, he propuesto la definición, un tanto provocadora si se quiere, de extremas derechas 2.0.

Con este concepto, declinado en plural, quiero remarcar no solo que los Trump, las Le Pen, los Milei y los Orbán son un fenómeno distinto al fascismo histórico con elementos radicalmente nuevos respecto al pasado, sino también que las nuevas tecnologías han tenido un papel crucial para el auge de estas formaciones políticas. Asimismo, quiero remarcar que, más allá de algunas divergencias, son más las cosas que comparten tanto desde el punto de vista de las referencias ideológicas como desde el punto de vista de las estrategias políticas y comunicativas. Last but not least, todos ellos no solo se conocen y mantienen relaciones con cierta frecuencia, sino que se consideran parte de una misma familia global.

Entre las referencias ideológicas comunes, podemos mencionar un marcado nacionalismo, una crítica profunda al multilateralismo y al orden liberal, el antiglobalismo, la defensa de los valores conservadores, la defensa de la ley y el orden, la crítica al multiculturalismo y a las sociedades abiertas, el antiprogresismo, el antiintelectualismo y la toma de distancia formal de las pasadas experiencias de fascismo, sin por esto desdeñar la llamada dog whistle politics, es decir unos guiños o referencias a los regímenes autoritarios del pasado. En Europa y Estados Unidos, el identitarismo, el nativismo, la condena de la inmigración tachada de “invasión”, la xenofobia y, más en concreto, la islamofobia, juegan desde luego un papel crucial respecto a América Latina, aunque no faltan casos—pensemos en Chile—donde la ultraderecha ha utilizado claramente un discurso de rechazo a la inmigración (venezolana, principalmente). Dicho esto, las que José Antonio Sanahuja y Camilo López Burian han propuesto llamar en Latinoamérica derechas neopatriotas comparten la gran mayoría de elementos de las ultraderechas europeas.

Además, tampoco las extremas derechas europeas son exactamente todas iguales. Tampoco lo eran los fascismos de la época de entreguerras y esto no implica que no podamos utilizar una misma macro-categoría para hablar de los regímenes de Hitler, Mussolini o Franco. Entre estas divergencias cabe mencionar, en primer lugar, el programa económico ya que hay quien, como Vox en España o Chega en Portugal, es ultraliberal y quien, como Le Pen, defiende el llamado Welfare Chauvinism (Chovinismo asistencial), sin por esto poner en cuestión el modelo neoliberal. En segundo lugar, encontramos el tema de los valores ya que en el sur y el este de Europa la posición es mucho más ultraconservadora respecto a las extremas derechas de los Países Bajos o Escandinavia, un poco más abiertas sobre temas como el derecho de la comunidad LGTBQI+ y el aborto. Finalmente, encontramos la geopolítica, ya que hay partidos rusófilos y otros atlantistas.

Los nuevos ultraderechistas no solo se han hecho más “presentables”, sino que intentan apropiarse de las banderas progresistas y de izquierdasAsimismo, hay otros elementos comunes. Por un lado, el tacticismo exacerbado—es decir, la habilidad para cambiar rápidamente de posición sobre temas cruciales, sin tener ningún reparo en parecer incoherentes, como sobre la Unión Europea o sobre las medidas para hacer frente al Covid-19—con el objetivo de marcar la agenda mediática. Asimismo, la capacidad de utilizar las nuevas tecnologías y las redes sociales para viralizar sus mensajes, perfilar los datos de los ciudadanos y polarizar más la sociedad con las guerras culturales. Por otro lado, como explicó el historiador argentino Pablo Stefanoni, la voluntad de presentarse como transgresoras y rebeldes frente a un sistema supuestamente hegemonizado por la izquierda que habría instaurado una dictadura progresista o de lo políticamente correcto. Los nuevos ultraderechistas no solo se han hecho más “presentables”, sino que intentan apropiarse de las banderas progresistas y de izquierdas—piénsese en el concepto de libertad o en fenómenos como el homonacionalismo o el ecofascismo—en un momento histórico marcado por lo que el sociólogo francés Philippe Corcuff ha llamado confusionismo ideológico.

Una gran familia global

En resumidas cuentas, parafraseando al historiador Ricardo Chueca, que estudió la Falange española durante el régimen franquista, cada país da vida a la extrema derecha 2.0 de la que necesita. Y, podemos añadir, que cada extrema derecha es hija de las culturas políticas existentes en cada contexto nacional. De ahí sus peculiaridades que no impiden considerarlas parte de una gran familia global ya que, además, existen redes transnacionales que trabajan en fortalecer los lazos existentes, elaborar una agenda común y financiar estos partidos políticos.

Por un lado, todos estos líderes políticos tienen relaciones personales. Se conocen, hablan a menudo entre ellos, se felicitan en las redes sociales, se reúnen y participan en encuentros organizados por los demás partidos. En la Unión Europea, además, la existencia de los partidos de Identidad y Democracia (ID) y de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), que reúnen a las formaciones ultraderechistas del continente, ofrece unos lugares donde compartir ideas y experiencias. Es cierto que ni en el pasado ni en la actualidad la extrema derecha ha conseguido unificarse en un solo grupo en el Europarlamento, ni en un solo partido de ámbito comunitario, pero tanto los partidos que están en ID como los que están en ECR comparten gran parte del diagnóstico y pueden llegar a compromisos, como ha demostrado el manifiesto en defensa de una Europa cristiana que la mayoría de estos partidos subscribieron en julio de 2021.

Por otro lado, cobran centralidad las redes globales tejidas por fundaciones y think tank conservadores. Una de estas es la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), vinculada al Partido Republicano, que tiene tentáculos en Australia, Japón, Brasil, México y Hungría. Asimismo, encontramos el Atlas Network, promotor desde Washington, DC, del libre mercado, o la Fundación Edmund Burke, fundada en 2019 y vinculada a sectores ultraconservadores israelíes, estadounidenses y europeos. Una de las figuras clave es el filósofo israelí Yoram Hazony, autor del libro La virtud del nacionalismo y presidente del Instituto Herzl, principal animador de lo que se presenta como “nacional-conservadurismo”.

Al mismo tiempo, muchos de estos partidos han creado sus escuelas de formación que, a menudo, entre los profesores tienen miembros de las extremas derechas de otros países. Marion Maréchal Le Pen ha creado en Francia el Instituto Superior de Sociología, Economía y Política que, de la mano de Vox, abrió una sede también en Madrid. Entre las muchas organizaciones progubernamentales creadas por Orbán en Hungría, cabe mencionar el Mathias Corvinus Collegium que en la actualidad cuenta con más de 20 sedes en el país magiar, Rumania y Bruselas, y alrededor de 7.000 estudiantes. Entre los ponentes estuvo el experiodista de Fox News, Tucker Carlson. El director de su Centro de Estudios Europeos es el español Rodrigo Ballester, vinculado a Vox y su think tank Fundación Disenso. Mientras, en Polonia, el partido de ultraderecha Ley y Justicia ha promovido su universidad, el Colegio Intermarium, vinculada al think tank ultracatólico Ordo Iuris. Además, el ECR organiza cursos para “futuros líderes” a lo largo y ancho de Europa a través de su fundación, New Direction.

Ahora bien, las conexiones son cada vez más transatlánticas. No solo gracias a la CPAC o por el activismo de la Hungría de Orbán que organiza foros como la Cumbre Demográfica de Budapest, sino también por el papel que está jugando Vox en relación con América Latina. A partir de la Fundación Disenso, el partido de Abascal ha desarrollado la noción de Iberosfera, que promueva lazos entre los partidos de la derecha en ambos lados del Atlántico, en la Península Ibérica y América Latina. Vox también ha lanzado la Carta de Madrid, un manifiesto programático que oficializa el concepto de Iberosfera y que ha permitido crear el Foro Madrid. Esta organización, que se presenta como el contrapeso del Foro de São Paulo y el Grupo de Puebla, ha venido organizando varios encuentros en la región, como en Bogotá en 2022 y Lima en 2023, además de las cumbres de la Iberosfera. De esta forma, Vox ha estrechado relaciones con las ultraderechas latinoamericanas, desde Brasil a Chile, pasando por Argentina, Perú, Colombia y México, ofreciendo unos espacios de encuentros para compartir una agenda común. Uno de los principales trait d’union ha sido el eurodiputado de Vox Hermann Tertsch, vicepresidente tercero de la Asamblea Parlamentaria Eurolatinoamericana (Eurolat), lo que muestra una vez más la importancia de las redes que se van tejiendo desde Bruselas.

A todo ello, debemos añadir las redes creadas por los ambientes integristas cristianos, muy activos, como mínimo, desde finales de los años noventa. Un ejemplo entre los más conocido es el Congreso Mundial de las Familias, organización fundada entre Estados Unidos y Rusia en 1997, que tiene ramificaciones en todo el globo y de la cual, por ejemplo, es parte también HazteOír, fundada en 2001 por Ignasio Arsuaga, que en 2013 ha lanzado su lobby internacional, CitizenGo. Asimismo, encontramos Political Network for Values, presidida por José Antonio Kast, que organiza desde hace una década encuentros transatlánticos. Entre sus principales miembros, destaca el español Jaime Mayor Oreja, exministro en los gobiernos del Partido Popular en tiempos de José María Aznar, y fundador de la “plataforma cultural” One of Us, otro think tank ultracatólico que defiende la prohibición del aborto, la eutanasia, el matrimonio homosexual o la “ideología de género”. Este breve repaso es solo una pequeña muestra de una tupida red muy bien organizada.

Autocracias electorales

Teniendo en cuenta todo esto, es difícil no considerar a estas formaciones políticas como parte de una misma familia política. Defienden en gran medida las mismas ideas, promueven políticas similares, comparten los mismos foros a nivel internacional. Además, tienen los mismos objetivos. En primer lugar, ultraderechizar el debate público, es decir mover la ventana de Overton haciendo aceptables discursos y narrativas que hasta hace unos años no lo eran. En segundo lugar, radicalizar a las derechas tradicionales o bien conquistándolas desde dentro o bien obligándolas a aliarse con ellos. En tercer lugar, llegar al poder para instaurar una democracia iliberal siguiendo el modelo de Orbán. La Hungría de hoy en día no es una democracia plena, sino un “régimen híbrido de autocracia electoral”, tal y como la ha definida en septiembre de 2022 el Parlamento Europeo.

Las extremas derechas 2.0 no son el fascismo histórico, pero son, sin duda alguna, la mayor amenaza existente para los valores democráticosY Hungría es un modelo. No es ninguna casualidad de que Orbán haya viajado a Buenos Aires el pasado 10 de diciembre para la investidura de Milei y se haya reunido con el nuevo mandatario argentino. Asimismo, políticos ultraderechistas europeos, estadounidenses y latinoamericanos han viajado a menudo a Budapest para aprender cómo vaciar la democracia desde dentro. Cuando no lo consiguen, tachan de fraude las elecciones e impulsan acciones violentas contra las instituciones, como hemos visto en Washington en enero de 2021 y, dos años más tarde, en Brasília. Las extremas derechas 2.0 no son el fascismo histórico, pero son, sin duda alguna, la mayor amenaza existente para los valores democráticos.

Basta con ver las medidas aprobadas por Milei tras su toma de posesión. En las primeras semanas de su gestión, se han ejecutado medidas dirigidas a la desregulación de la economía, junto a los brutales recortes a las ayudas sociales, el ataque indiscriminado a los derechos de los ciudadanos o la criminalización de los sindicatos y de cualquier tipo de protesta hasta el punto de eliminar la misma libertad de reunión y manifestación. En este contexto, no es descabellado hacer un paralelismo entre el Decreto de Necesidad y Urgencia firmado por Milei para implementar su “terapia de choque” y, sobre todo, la “Ley de bases y puntos de partida para la libertad de los argentinos” y la “Ley Habilitante” aprobada por el Parlamento alemán en marzo de 1933. La derogación del Congreso que intenta imponer Milei en esta Ley Ómnibus implica, en la práctica, el fin de la separación de poderes y del mismo Estado de derecho, es decir la muerte de la democracia. Lo que justamente pasó en Alemania con la llegada de Hitler al poder.

Steven Forti es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona. Entre otros trabajos, es autor de Extrema derecha 2.0. (Siglo XXI de España, 2021) y editor de Mitos y cuentos de la extrema derecha (Los libros de la Catarata, 2023). Es miembro de los editorial boards de Spagna Contemporanea, CTXT y Política & Prosa.

Observación de Joaquín Miras;
Creo que, al menos para Europa, el ataque eficacísimo contra la democracia, liquidación de la información libre -por ejemplo, la guerra en la que estamos metidos contra Rusia, como parte de la OTAN y a través de un «estado de falsa bandera», la campaña de histeria belicista que tenemos encima, etc, etc, el aumento colosal del gasto militar sin que pase por el parlamento, lo mismo que nuestra participación en la guerra, la creación de una base OTAN en Menorca, de la que nos hemos ido enterando, los colosales niveles de corrupción de las elites europeas y españolas, directa e inmediata o mediante el sistema de puertas giratorias… todo esto, muestra que es el grupo de las fuerzas políticas centrales del sistema las que destruyen la democracia a pasos agigantados… En GB, en Alemania se ha prohibido las manifestaciones sobre Gaza. Polonia ha pedido a la OTAN tener arsenal nuclear…y ¿va a ser el problema VOX?

3. La partida de la porra

Lo último de Rafael Poch sobre la preocupante tendencia de Occidente a quitarse la careta y recurrir directamente a la violencia contra las movilizaciones. https://rafaelpoch.com/2024/

Occidente se pone el uniforme y empuña la porra

La crisis de Gaza se está convirtiendo en una crisis mundial de la libertad de expresión, especialmente en Occidente”, dice la relatora de derechos civiles de la ONU.

Desde Estados Unidos, donde el Congreso acaba de aprobar una ley que viola la primera enmienda constitucional del país sobre protección del derecho a la libre expresión, y desde Europa, especialmente Francia y Alemania, llegan las mismas imágenes de dura represión policial contra campamentos estudiantiles, detenciones, expulsión de instituciones de enseñanza de estudiantes y profesores, prohibición de actos públicos de diputados y cargos electos que son convocados a comisaría. Y por encima de ello, la basura mediatica de unos medios de comunicación estructuralmente corruptos por estar mayoritariamente en manos de magnates y volcados en el apoyo a una masacre indiscriminada, descarada y anunciada de civiles que ha sido considerada como plausible genocidio hasta por el máximo tribunal internacional diseñado en la posguerra mundial para no irritar a sus creadores.

Criticar los crimenes de guerra de Israel te convierte en un “partidario de Hamás”, apuntar que la violencia del 7 de octubre contra ciudadanos israelíes, crónicamente sufrida durante décadas por la población palestina, no surgió de la nada, sino de un cúmulo de opresión, matanza e ilegalidad colonial, te convierte en “justificador del terrorismo”. Criticar el papel provocador de la OTAN en el estallido de la guerra de Ucrania y en el sabotaje de las negociaciones de paz de Minsk y Estambul te convierte en un “partidario de Putin”, y decir que la guerra no comenzó en febrero de 2022 sino muchos años antes es “legitimar la invasión de Rusia”, como afirma en Europa no solo la derecha, sino también esa “izquierda de derechas” que en algunos casos, por ejemplo los verdes alemanes, es aún peor que la derecha tradicional.

La falaz acusación de “antisemitismo”, que tumbó en Inglaterra a Jeremy Corbyn, un candidato laborista sensible hacia la cuestión palestina, se lanza en Alemania y Francia contra los raros políticos (Jean-Luc Melenchon, Sahra Wagenknecht) que se atreven a desafiar a la ignominia. Son “antisemitas” hasta los cada vez más sectores judios del mundo entero que protestan contra los crímenes de Israel y sus aliados. En Estados Unidos han detenido hasta a la candidata presidencial del partido Verde, Jill Stein. El “antisemitismo” se utiliza para prohibir actos e iniciativas políticas, para descalificar a académicos, particularmente en esa Alemania cuyo gobierno se situa una vez más en el apestoso campo de los genocidas, y para criminalizar al adversario de izquierdas.

Criminalizar e ilegalizar a la oposición es una tendencia recurrente en la historia europea, pero criminalizar la oposición civil a un genocidio es algo inaudito, con un fuerte olor a los años treinta del pasado siglo. En nombre de la lucha contra el antisemitismo es la Europa parda y autoritaria que entonces aniquiló a judios eslavos y gitanos la que se está abriendo paso de nuevo con toda claridad, especialmente en Francia, Alemania, y, al otro lado del Atlántico, Estados Unidos.

La crisis de Gaza se está convirtiendo en una crisis mundial de la libertad de expresión, especialmente en países conocidos por apoyar el derecho a la manifestación pacífica”, ha dicho esta semana la relatora especial de la ONU para la promoción y protección del derecho a la libertad de opinión y expresión, Irene Khan. Con la concentración de cada vez más riqueza en cada vez menos manos y con la “libertad de información” convertida en periodismo tóxico promotor de la represión y el belicismo, se están borrando las últimas fronteras entre los sistemas democraticos de baja y diferente intensidad de puertas adentro, caracteristicos de las potencias occidentales y compatibles con el imperialismo y la masacre de puertas afuera, y las denostadas “autocracias” de los paises adversarios y/o emergentes que se han demostrado mucho menos dañinos en la esfera internacional. La crisis del capitalismo antropocénico y del declive del dominio occidental del mundo apunta inequívocamente hacia la disolución de las efimeras pero importantes libertades públicas. Ante el panorama que nos ofrece la política institucional, donde los defensores de la verdad y la justicia son minoría marginal, va quedando claro que sin activismo social nada se moverá contra esta peligrosa ola parda y belicista que amenaza con llevárselo todo por delante.

Respeto, por tanto, hacia los trabajadores agrícolas de los invernaderos de Almería, uno de los colectivos más explotados y abusados del panorama laboral español mayoritariamente compuesto por extranjeros, por su movilización, estos dias, en solidaridad con Palestina. Aquí son los que más se la juegan. También hacia los estibadores de Barcelona, que han decidido negarse a trajinar mercancias con destino o procedentes de Israel; hacia los sindicalistas de la CGT de Navantia, en El Ferrol, que han denunciado que dos barcos construidos allí están “integrados en la flotilla que acompaña al mayor portaaviones de la armada estadounidense, el Gerald R. Ford, enviado en apoyo de Israel”; y a los estudiantes de la Universidad de Valencia, que lanzaron hace unos días el primer campamento estudiantil español en solidaridad con Palestina.

(Publicado en Ctxt)

4. Los «agentes extranjeros» en Georgia

De nuevo sobre el intento de revolución de colores en Georgia y las ONG como instrumento del imperialismo. https://lefteast.org/unrest-

Disturbios en Georgia por la «Ley de Transparencia de la Influencia Extranjera»: «Sea cual sea el camino que tomemos, será un paso atrás»

Por Almut Rochowanski y Sopiko Japaridze. 2 de mayo de 2024

El enorme papel que desempeñan las ONG financiadas desde el extranjero en la política, la elaboración de políticas y los servicios públicos de Georgia ha llevado al país a una crisis crónica de su democracia.

En el corazón de la peculiar economía política de Georgia existe un enorme problema. Se remonta a un cuarto de siglo, antes de la Revolución Rosa de 2003. El difunto presidente Edvard Shevardnadze había dado un gran margen de maniobra a las agencias de ayuda extranjeras, por lo que, hacia el final de su mandato corrupto e irresponsable, las ONG ya tenían una presencia destacada en el discurso político del país y mantenían relaciones de confianza con los donantes internacionales. Tras años de agitación y colapso del Estado, los georgianos con ideas y convicciones habían aprovechado el momento para dar forma a su sociedad. Se sentía fresca, enérgica, aunque impulsada más por empresarios sociales que por amplios movimientos de base. Después de que el ex ministro de Justicia de Shevardnadze, Mikheil Saakashvili, lo depusiera en la Revolución de las Rosas, los profesionales de las ONG ocuparon rápidamente altos cargos en el gobierno. El espacio político del país se abrió de par en par a todos los experimentos de ayuda y reforma impulsados desde el extranjero. El cálculo subyacente era que los beneficios geopolíticos y materiales netos compensarían con creces cualquier inconveniente.

Los flujos de ayuda exterior fueron cada vez mayores, y los programas de ayuda bilateral, el Banco Mundial, las agencias de la ONU, los grupos internacionales de ayuda al desarrollo grandes y pequeños, e incluso las filantropías privadas occidentales abrieron oficinas bien dotadas de personal en Tiflis. Para gastar todo su dinero, ejecutar sus proyectos y marcar la casilla de «consulta y colaboración con la comunidad», todos necesitaban ONG locales. La demanda crea la oferta, y hoy hay más de 25.000 ONG registradas en Georgia. Según las autoridades georgianas, el 90% de su financiación procede del extranjero, pero esta media oculta que la inmensa mayoría de las ONG georgianas carecen por completo de financiación local. Probablemente les parecería absurda la mera idea de pedir dinero a la población local, y si lo intentaran, en su forma actual, difícilmente podrían ganarse el apoyo de sus compatriotas georgianos.

Las agencias de ayuda extranjeras y sus contratistas locales han colonizado durante mucho tiempo la mayoría de los ámbitos de la política y los servicios públicos: educación, sanidad, reforma judicial, desarrollo rural, infraestructuras, etc.

En la práctica, la situación es la siguiente: una importante agencia de ayuda al desarrollo o un prestamista internacional, por ejemplo, USAID, la Comisión Europea o el Banco Mundial, ha ideado un nuevo modelo de reforma educativa que planea implantar no sólo en Georgia, sino en toda una serie de países. Para darle un barniz de participación comunitaria, la agencia de ayuda contrata a ONG georgianas para que hagan el trabajo cotidiano: introducir esta o aquella nueva forma de hacer las cosas a funcionarios, escuelas y profesores y formarlos en las nuevas habilidades que supuestamente necesitan. Nadie, ni en este ni en ningún otro momento, pregunta a los profesores, padres, alumnos o, para el caso, al electorado en general, qué necesitan y desean y cómo mejorarían las cosas. La gente se siente desoída, ignorada, tratada con condescendencia y también inadecuada cuando no consigue alcanzar los puntos de referencia que toda esta formación debía lograr.

Las ONG georgianas que reciben subvenciones para llevar a cabo esta labor pueden ser locales, pero tienen un poder considerable sobre la población georgiana. Este poder procede de su acceso a las embajadas y los recursos occidentales y de la legitimidad que ello les confiere, más que del apoyo de las bases. En una democracia funcional, el pueblo elige a los legisladores y al ejecutivo para que le sirvan y representen sus intereses. En Georgia, las ONG no elegidas reciben su mandato de organismos internacionales, que elaboran y pagan listas de tareas pendientes de reformas políticas para Georgia. Las ONG locales carecen de incentivos para tener en cuenta las repercusiones de los proyectos que ejecutan, porque no son responsables ante los ciudadanos en cuyas vidas desempeñan un papel tan intrusivo.

Esta constelación ha erosionado la capacidad de acción de los ciudadanos georgianos y la soberanía y democracia del país.

Sin embargo, el proyecto de ley sobre «transparencia de la influencia extranjera» presentado por el gobierno georgiano por segundo año consecutivo no abordará este enorme problema en el corazón de la economía política de Georgia. Ni siquiera pretende abordar este problema. Al gobierno georgiano no le importa realmente la soberanía de Georgia, y tampoco a los donantes extranjeros y las agencias de ayuda ni a la élite de las ONG georgianas.

Sueño Georgiano, el partido en el poder desde 2012, no tiene intención de erradicar toda la financiación extranjera de la economía política georgiana. Más bien al contrario, están perfectamente satisfechos con el flujo continuo de ayuda extranjera y con la forma en que el complejo industrial de donantes-ONG produce políticas y (más o menos) servicios. Puede que la política georgiana esté notoriamente polarizada, pero el Sueño Georgiano y la mayoría de los partidos de la oposición son notablemente unánimes en su ideología: todos creen en la gobernanza tecnocrática, neoliberal y despolitizada, en la que las políticas son diseñadas por expertos (extranjeros) basándose en datos y tecnología supuestamente objetivos. Cuanto más se entreguen los servicios públicos al mercado, mejor.

Así lo ilustra el destino de la Ley de Libertad, legislación histórica que prohíbe el aumento de los tipos impositivos y la fiscalidad progresiva y limita el gasto público al 30% del PIB. Fue promulgada por Saakashvili, no ha sido derogada en 12 años de gobierno del Sueño Georgiano, y Transparencia Internacional Georgia (la más implacable de las ONG partidistas que encabezan las protestas contra el Sueño Georgiano) ha hecho campaña para mantenerla. Puede que estos bandos políticos se peleen con uñas y dientes por quién dirige el país, pero luego todos lo dirigen de la misma manera.

La continua externalización de la elaboración de políticas, la gobernanza y la prestación de servicios a los donantes de ayuda extranjera, las ONG locales y el mercado satisface los gustos de los cuadros dirigentes del Sueño Georgiano. Muchos de ellos estudiaron en Occidente (normalmente Derecho o Administración Pública) con becas occidentales y empezaron sus carreras en oficinas de la ONU, agencias de ayuda bilateral y, sí, ONG locales. Proceden de la industria de las ONG-profesionales-directivos, que funciona como el mayor ascensor social hacia la clase media (más exactamente, el 10% superior) en un país donde el mundo académico, la medicina, el derecho, la ciencia o el espíritu empresarial no permiten alcanzar un estatus o estilo de vida de clase media. Los currículos de los líderes de Georgian Dream son muy parecidos a los de sus oponentes más acérrimos en el sector de las ONG financiadas desde el extranjero.

En este ecosistema, es raro encontrar a alguien que se preocupe de verdad por las personas y su bienestar. El panorama de las ONG locales es un sector profundamente competitivo que incentiva los codazos afilados, la autopromoción y la duplicación en lugar de la colaboración, por no hablar de la solidaridad. Para muchos profesionales del sector, trabajar en una ONG es una vía rápida para obtener altos ingresos, ventajas como viajes al extranjero y recepciones en embajadas, y formar parte de la élite.

Si el Sueño Georgiano está totalmente a favor de una gobernanza tecnocrática, despolitizada e impulsada por los donantes y de mantener el amplio sector de ONG financiadas desde el extranjero que requiere, ¿por qué se arriesgaría a protestas en su país y a la presión de la UE y EE.UU. para aprobar la llamada ley de «agentes extranjeros»?

Porque por encima de ese enorme problema en el corazón de la economía política de Georgia se sitúa otro, mucho más limitado, que es un gran irritante para el Sueño Georgiano: una pequeña pero poderosa camarilla de ONG con presupuestos anuales de hasta millones de dólares/euros procedentes de donantes extranjeros, algunas de ellas próximas al anterior gobierno del Movimiento Nacional Unido de Mikheil Saakashvili, que utilizan su posición para hacer política abiertamente partidista. Llevan unos cinco años negando la legitimidad del gobierno y pidiendo su destitución, y no sólo apoyando a la oposición en las elecciones, lo que ya traspasa las líneas rojas éticas de las organizaciones no gubernamentales (y más cuando están financiadas por Estados extranjeros). Agitan en favor de un cambio revolucionario del poder al margen de los procesos democráticos y constitucionales. Anteriormente, exigían que se les pusiera en el poder como gobierno técnico, pero como nadie (desde luego no el electorado georgiano) les aceptó esa oferta, se han aventurado a realizar protestas callejeras y a asaltar el parlamento y los edificios gubernamentales. Por si fuera poco, presionan a la UE y a Estados Unidos para que sancionen a los líderes de Georgian Dream o les prohíban viajar.

La ley de Georgia sobre «agentes extranjeros», presentada por primera vez en la primavera de 2023 y rebautizada en su versión 2.0 como «ley sobre influencia extranjera», apunta directamente a este grupo hiperpartidista de ONG bien financiadas. Hay muchas teorías, algunas más barrocas que otras, sobre por qué Sueño Georgiano volvió a presentar este proyecto de ley un año después del abandonado primer intento. Una de ellas es que Sueño Georgiano espera ganar esta vez la pulseada porque considera débil a la oposición. Otra razón, citada por el propio Sueño Georgiano, es que el año pasado el gobierno intentó llegar a un acuerdo con las embajadas occidentales y las entidades que conceden subvenciones para que dejaran de financiar a estas ONG partidistas o moderaran su conducta partidista mediante la autorregulación. Pero fue rechazado, si no por todos, al menos por algunos de los principales donantes. A puerta cerrada, los diplomáticos occidentales admiten que la conducta de las ONG partidistas que financian traspasa muchos límites y que debería hacerse algo al respecto. Pero cuando se les pregunta qué van a hacer al respecto, se ponen irritables.

¿Dónde deja esto a la sociedad civil georgiana? En un lugar peor, sin duda. Todas las ONG que reciban financiación extranjera se enfrentarían a un mayor escrutinio y sospechas y tendrían que realizar tareas administrativas adicionales. Podrían venir cosas peores, como multas. Las ONG que se mantuvieron alejadas de la política partidista, trataron de estar orientadas a su misión y no a los donantes, practicaron la solidaridad genuina y respetaron la agencia de los ciudadanos se verán atrapadas en una política que ni siquiera iba dirigida a ellas. No importa que esta ley imponga transparencia financiera a las ONG, mientras que el sector empresarial no tiene esa obligación. Esta ley no restablecerá la soberanía de los georgianos, ni en el sentido significativo de volver a dar poder a los ciudadanos y volver a politizar la formulación de políticas. Y a pesar de todo, probablemente no desinflará a las ONG partidistas ni moderará su conducta. No es sólo una herramienta roma, sino una mala herramienta.

Las proclamas frenéticas y falsamente patrióticas tanto del gobierno como de la oposición desmienten lo poco que ambos bandos tienen que ofrecer a los georgianos de a pie en términos de verdadero empoderamiento democrático o esperanza de mejorar sus vidas. Cuando una de las autoras se reunió con miembros de un sindicato de enfermeras, su estado de ánimo era imperturbable ante la retórica violenta y la sensación de crisis. Estas mujeres estaban preocupadas por su trabajo, por los conflictos con sus jefes y con el ministro de Sanidad. Expresaron su preocupación por cómo las autoridades locales estaban destruyendo lentamente su clínica, uno de los pocos hospitales públicos que quedaban.

Intentan entender cómo los donantes y prestamistas internacionales, en estrecha colaboración con el gobierno, transforman sus comunidades y medios de vida sin informarles, y mucho menos preguntarles por su experiencia y por lo que les gustaría que se hiciera.

¿Por qué iba a rehabilitar el Banco Mundial un ala de nuestro hospital? Se supone que nuestro hospital tenía presupuesto para hacerlo por su cuenta, pero ahora no sabemos qué ha sido de ese dinero. No se nos dice cómo se gastan los presupuestos ni cómo se toman las decisiones. Cuando nos necesitaban durante el COVID, nos llamaban insustituibles. Ahora, somos desechables.

En la reunión más reciente, los miembros del sindicato mostraron poco interés por la ley sobre la influencia extranjera, no les preocupaba mucho y no querían que el sindicato adoptara una postura al respecto en un sentido u otro. Se alegraron de oír que los activistas sindicales no se unirían a las protestas contra la ley ni apoyarían su aprobación. Habían oído rumores de que se trataba de una ley rusa y decidieron investigarlo, descubriendo para su alivio que no había nada de eso. En el momento de escribir estas líneas, la crisis se ha vuelto violenta. La policía antidisturbios está utilizando cañones de agua, gas pimienta y golpes contra los manifestantes antigubernamentales en Tiflis. Las imágenes de contusiones y ojos inyectados en sangre inundan las redes sociales. En las últimas semanas, el clima político y el discurso público han tocado fondo, y eso es mucho decir. La plaza pública de Georgia está sumida en la mentira, la histeria y la manipulación. Esto también aleja a Georgia de la recuperación de la democracia y de la construcción de una política progresista. Existe la sensación, expresada por un observador georgiano reflexivo y apesadumbrado, de que «cualquier camino que tomemos es un paso atrás».

Por frustrante y tedioso que resulte, nos vemos obligados a abrirnos paso a través de las mentiras y la manipulación que se arremolinan en torno a esta situación para poder empezar a restablecer una conversación racional. Resulta irritante ver cómo los donantes extranjeros sermonean a la opinión pública georgiana sin tapujos diciendo que la influencia extranjera no está vinculada al dinero extranjero, que los donantes sólo quieren apoyar a una «sociedad civil dinámica» y que jamás se les ocurriría decir a las ONG lo que tienen que hacer. Cualquiera que esté mínimamente familiarizado con la forma en que las ONG solicitan y compiten por las subvenciones sabe que los donantes establecen normas muy específicas sobre qué tipos de organizaciones, qué tipo de trabajo y qué tipo de cuestiones considerarán siquiera para su financiación, y esto antes de que las normas no escritas y los prejuicios ocultos determinen la selección de los beneficiarios.

Los activistas de Georgia saben muy bien lo que se espera de ellos y qué comportamientos se castigan y recompensan: criticar al gobierno en Facebook te reportará más subvenciones que estar en la comunidad ayudando a la gente. Hace unos años, cuando los donantes occidentales consideraban el sueño georgiano un valioso aliado, decían a los activistas georgianos que dejaran de criticarles. Ahora, quieren que los activistas hablen en contra del Sueño Georgiano. Los donantes incluso controlan los perfiles de los activistas en las redes sociales, y puede haber consecuencias por publicar cosas incorrectas.

El uso estridente del apelativo «ley rusa» es otra cínica manipulación lanzada a diestro y siniestro por activistas georgianos, políticos de la oposición y también funcionarios occidentales. Se nos dice que el proyecto de ley está copiado del del Kremlin (verificación de hechos: no lo está) y que convertirá a Georgia en Rusia y/o la apartará del camino de la integración europea. Pero esta ley es un síntoma de las realidades políticas específicas y únicas de Georgia. La Georgia de 2024 no se parece en nada a la Rusia de 2012, cuando ésta adoptó su ley de agentes extranjeros; ni en lo político, ni en lo que respecta a sus alianzas internacionales, ni en lo que respecta a la democracia y el Estado de Derecho, ni mucho menos en lo que respecta al papel desempeñado por las ONG. Los objetivos de la ley rusa de «agentes extranjeros» no se parecían en nada a los del proyecto de ley georgiano.

Aún más absurdas son las acusaciones de que Sueño Georgiano y su fundador, el multimillonario Bidzina Ivanishvili, son marionetas rusas, totalmente en el bolsillo del Kremlin, y que presentaron esta ley porque Putin se lo ordenó. Siguiendo la misma lógica, Putin también debe haber dado instrucciones a Georgian Dream para que persiguiera la integración en la UE durante más de una década, para que consagrara la integración euroatlántica en la Constitución, para que obtuviera mejores resultados que otros candidatos en los parámetros de reforma y para que obtuviera el estatus de candidato a la UE. Pero este constante griterío sobre una «ley rusa» juega con los temores y el resentimiento de la población georgiana, así como con la idée fixe geopolítica de los socios occidentales de Georgia.

Sin embargo, lo más cínico y peligroso es vincular esta ley al proceso de adhesión de Georgia a la UE. A los lejanos observadores occidentales se les saltan las lágrimas al ver que los georgianos defienden su «vibrante sociedad civil», pero sobre el terreno, los manifestantes dicen sin inmutarse que no están en la calle para defender a las ONG y que, de hecho, no les importan demasiado. Estas impresiones de vox pop están respaldadas por años de encuestas que muestran la escasa confianza de los georgianos en las ONG. La gente sale a la calle porque le han dicho que es un momento decisivo para el futuro de Georgia en la UE.

La aspiración de Georgia a ingresar en la UE es el más crudo de todos los nervios de la política y la cultura georgianas. Después de tres décadas de empobrecimiento postsoviético, de vidas truncadas, dolor y trauma, estrés crónico, inseguridad y humillación, la idea de la adhesión a la UE se ha convertido en un proyecto escatológico para muchos georgianos: representa la promesa de salvación tras largos e injustos sufrimientos y sacrificios. La UE no sólo representa la realización de los sueños de bienestar material, seguridad, dignidad y comodidad, sino también el reconocimiento de la «europeidad» inherente a los georgianos, su carácter especial, su superioridad cultural en comparación con sus vecinos «asiáticos».

Por otra parte, muchos georgianos que salen a la calle con banderas de la UE tienen preocupaciones menos metafísicas y más terrenales: en encuestas recientes, los georgianos consideran que la oportunidad de emigrar es la razón número uno para querer entrar en la UE. De hecho, los georgianos han estado «votando con los pies»: sólo en 2021 y 2022, más del 5% de la población se marchó, la mayoría a los sombríos mercados laborales de Europa.

Pero ya sea por la redención espiritual o por las escasas oportunidades materiales, la perspectiva de ingresar en la UE representa algo existencial para los georgianos. Esto ha permitido a la oposición, a sus apoderados partidistas de las ONG y a sus donantes occidentales fabricar la crisis de la «ley de influencia extranjera» hasta convertirla en una batalla desesperada y épica por el brillante futuro de los georgianos. Lo peor y más irresponsable es que los funcionarios de la UE se han sumado, repitiendo uno tras otro que dicha ley es incompatible con las «normas y valores de la UE». «Normas y valores» es convenientemente vago, a diferencia de las leyes reales de la UE, que no prohíben la regulación de la financiación de las ONG. Más recientemente, un portavoz de la UE ha declarado que la aprobación de la ley iría en contra de los «valores yexpectativas» de la UE, moviendo los postes de la portería hacia un territorio cada vez más nebuloso. El proceso de adhesión a la UE, supuestamente objetivo y meritocrático, se ha vuelto arbitrario y vejatorio.

La amenaza de los funcionarios de la UE de hacer descarrilar el proceso de adhesión de Georgia parece un chantaje indecoroso. Fundamentalmente, la creciente sospecha de cualquier gobierno sobre los motivos de los donantes extranjeros para financiar ONG hiperpartidistas sólo se alimentará forzando al gobierno, a través de amenazas cada vez mayores, a seguir dejando entrar dicha financiación. Se trata de un juego de la gallina que podría volverse muy oscuro. En estas circunstancias, con los frentes endurecidos y los miedos existenciales de la gente manipulados, ya no es posible un debate franco sobre los problemas de décadas que han llevado a este proyecto de ley y sobre la eficacia y conveniencia de la ley.

Almut Rochowanski es una activista especializada en la movilización de recursos para la sociedad civil en la antigua Unión Soviética, incluidas Georgia y Rusia. Sus artículos sobre este tema pueden consultarse en https://discomfortzone.

Sopo Japaridze preside Solidarity Network, sindicato independiente de cuidadores de Georgia. Es organizadora sindical desde hace más de una década. Investiga y estudia las relaciones laborales y sociales y escribe para diversas publicaciones. También es cofundadora de la iniciativa y podcast sobre la historia de la Georgia soviética, Reimagining Soviet Georgia. También forma parte de la Sociedad Civil de Georgia.

5. Disputa territorial entre Arabia Saudí y los EAU.

Es un tema claramente menor, pero dada la situación explosiva en la zona, un dato a tener en cuenta. https://thecradle.co/articles/

Aguas turbulentas: el conflicto de Al-Yasat reaviva la pugna entre saudíes y emiratíes

A pesar de su imagen pública de estrechos aliados, Riad y Abu Dhabi son, en el mejor de los casos, «frenemigos», enzarzados en una feroz competencia por el dominio regional y económico. Ahora, su disputa territorial sobre Al-Yasat ha entrado en el ámbito internacional, con una queja formal ante la ONU presentada por los saudíes.

Mawadda Iskandar 26 DE ABRIL DE 2024

Las relaciones entre Riad y Abu Dhabi pueden estar sufriendo importantes tensiones.

Un documento oficial publicado en el sitio web de la ONU con fecha de 28 de marzo de 2024 revela una denuncia presentada por el Ministerio de Asuntos Exteriores saudí contra los EAU en relación con una antigua disputa territorial sobre la zona de Yasat.

En concreto, la denuncia se refiere al Decreto Emirí nº 4 de 2019, que designa Al-Yasat como zona marítima protegida. Según el memorando de la ONU, Arabia Saudí impugna el decreto, declarándolo «contrario al derecho internacional.»

Arabia Saudí también reiteró su postura, negándose a reconocer cualquier acción o medida emprendida por los EAU en la zona marítima adyacente a las aguas territoriales saudíes, incluida la zona de soberanía compartida y las islas de Makasib y Al-Qafai.

Aunque las disputas entre Arabia Saudí y los EAU aparecen regularmente en los medios de comunicación de la región, no suelen afectar a las relaciones diplomáticas formales entre los dos Estados del Golfo Pérsico. Pero éste, un territorio en disputa, parece ser diferente.

Las raíces de la disputa

Los orígenes del desacuerdo se remontan a los años de formación de los EAU en el siglo XX. En medio de disputas territoriales por el control y la expansión entre las tribus gobernantes de la zona, el difunto fundador de los EAU, el jeque Zayed bin Sultan al-Nahyan, buscó el reconocimiento de los Estados vecinos tras la independencia del país de Gran Bretaña en 1971.

Un momento crucial en estas negociaciones fronterizas fue el Tratado de Jeddah de 1974. El acuerdo supuso un compromiso por el que Riad renunciaba a reclamar la zona de Al-Rimi -rica en petróleo y situada entre Omán y los EAU- a cambio de otros territorios, incluido el yacimiento de Shaybah, rico en petróleo.

Desde entonces, este campo se ha convertido en un foco de disputa entre los dos Estados.

Al-Yasat es una reserva marina de gran importancia ecológica e histórica, situada cerca del punto más meridional de Abu Dhabi. La zona alberga un ecosistema diverso, con más de 200 especies de peces, 40 de coral y 13 de mamíferos marinos.

La zona también tiene importancia histórica por sus yacimientos arqueológicos y ha adquirido un estatus cultural ligado a los yacimientos perlíferos diseminados por sus aguas.

Durante las disputas fronterizas existentes en aquel periodo, el naciente emirato del Golfo Pérsico buscó el reconocimiento de su entorno y recurrió a Arabia Saudí en busca de ayuda. Posteriormente, los fundadores de los EAU se vieron obligados a abandonar una franja de 50 kilómetros de costa que separaba EAU de Qatar.

Pero la llegada de Khalifa bin Zayed al-Nahyan (KbZ) al poder en 2004 supuso un cambio notable en la postura del país respecto a estas cuestiones de larga data. El nuevo emir consideró que el Acuerdo de Jeddah era injusto, forjado bajo coacción, y dio prioridad a su renegociación durante su primera visita a Riad en 2005. Desde entonces, las cosas no se han resuelto; sólo han empeorado.

Evolución del desacuerdo

Con sus esfuerzos en punto muerto, KbZ declaró Al-Yasat zona protegida emiratí mediante el Decreto Emiri nº 33 de enero de 2005. La zona comprende la subisla, las islas Yasat Mayor y Menor, Karsha, Essam y las aguas circundantes, que serán administradas por la Agencia de Medio Ambiente de Abu Dhabi.

En 2006, la disputa se intensificó al publicar EAU nuevos mapas que mostraban el territorio saudí como parte de EAU. En un intento de imponer un hecho consumado, los mapas incluían Khor al-Udeid como parte del emirato de Abu Dhabi, ampliando los límites en el Barrio Vacío hasta el 80% del yacimiento de Shaybah, propiedad de EAU.

La respuesta saudí se concretó en varias medidas: impedir a los emiratíes entrar en el reino utilizando sólo un documento de identidad en lugar del pasaporte, obstruir el tráfico terrestre entre ambos países y obstaculizar el proyecto de puente EAU-Qatar que atraviesa territorio saudí.

La situación empeoró en 2010, cuando dos embarcaciones emiratíes se enfrentaron a una patrullera fronteriza saudí en la zona de Khor al-Udeid y capturaron a dos saudíes.

Sin embargo, la Primavera Árabe de finales de 2010 supuso un respiro temporal, ya que la dinámica geopolítica regional cambió y condujo a una distensión temporal entre Riad y Abu Dhabi.

Pero, en 2019, las viejas disputas resurgieron con renovada intensidad cuando los EAU ampliaron unilateralmente la zona marina protegida de Al-Yasat más de cinco veces, revocando los acuerdos anteriores.

Este movimiento coincidió con los ataques de agosto de 2019 de las fuerzas yemeníes contra el campo petrolífero de Shaybah, que EAU insistió en que no se habrían producido si mantuviera el control de la zona, una crítica implícita a las medidas de seguridad saudíes.

Controversias destacadas

Ahora, cinco años después de que EAU ampliara el Área Marina Protegida de Al-Yasat, Arabia Saudí ha agravado la situación presentando una queja formal ante la ONU. La decisión de Riad de dirigirse al máximo organismo internacional y obviar foros regionales como el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) o la Liga Árabe pone al descubierto la profundidad del conflicto y el grado de deterioro de las relaciones bilaterales directas.

El Wall Street Journal ha calificado a los dos países de «amigos enemigos», destacando una relación que, aunque cordial en apariencia, hierve con tensiones subyacentes.

En diciembre de 2022, el príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman (MbS) expresó abiertamente sus frustraciones, acusando a los funcionarios de EAU de traición y amenazando con medidas punitivas «peores que lo que le hizo a Qatar.»

Foreign Policy aporta más contexto, describiendo un «conflicto silencioso» entre Riad y Abu Dhabi en su pugna por el dominio regional y su competencia geoeconómica. Esta rivalidad es especialmente pronunciada a medida que ambos Estados prevén un futuro menos dependiente de los ingresos del petróleo y más centrado en un crecimiento económico diversificado.

Divergencia sobre Yemen

Un indicador del fin del «bromance»entre Mohammed bin Zayed (MbZ) y Mohammed bin Salman es el paso de más de un año desde el último encuentro directo. Bin Zayed estuvo notablemente ausente de la cumbre árabe-china celebrada en Arabia Saudí en diciembre de 2022, mientras que Bin Salman no acudió a las reuniones de Bin Zayed con los líderes árabes en enero de 2023.

Entre las principales diferencias entre ambos Estados está el expediente yemení. Los emiratíes se retiraron de la devastadora guerra de la coalición liderada por Arabia Saudí contra Yemen después de percibir el peligro tras los ataques de represalia que tuvieron como objetivo el yacimiento petrolífero de Shaybah, el aeropuerto de Abu Dabi y el centro de la Expo 2020 en Dubái por parte de las fuerzas armadas alineadas con Ansarallah.

Las operaciones militares proactivas de Yemen contra Estados adversarios forzaron un giro emiratí, dejando a Arabia Saudí sumida en el atolladero yemení mientras EAU perseguía sus propios intereses geopolíticos y geoeconómicos en el sur del país, trabajando con grupos y milicias locales para controlar islas y puertos estratégicos yemeníes en la costa suroccidental.

Abu Dhabi también intentó cosechar los frutos de estas nuevas estrategias ocupando la isla de Mayun, en la Bab al-Mandab, y prestando servicios a Israel y Estados Unidos en Socotra y Abdul Kori.

Escenarios para la resolución de las relaciones EAU-Saudí

Las principales disputas entre Arabia Saudí y los EAU abarcan diversos ámbitos geopolíticos y económicos.

Se trata de disputas históricas por las fronteras terrestres y marítimas y por el control de recursos petrolíferos como el yacimiento de Shaybah, enfoques divergentes del conflicto en Yemen y una guerra por poderes en Sudán que refleja su pugna más amplia por la influencia y el liderazgo regionales.

Los dos vecinos también se enfrentan en el seno de la OPEP por las políticas de producción de petróleo y se enzarzan en duras competiciones económicas que incluyen, en particular, el rechazo de los EAU a las propuestas saudíes de integración bancaria regional.

Riad y Abu Dhabi han lanzado iniciativas independientes para resolver conflictos regionales y normalizar las relaciones con actores internacionales clave, al tiempo que promocionan sus respectivos éxitos de diversificación económica mediante inversiones competitivas en sectores de moda como la aviación y el turismo.

A medida que se recrudece su pugna por el liderazgo regional, el futuro de las relaciones entre EAU y Arabia Saudí parece incierto y tiende hacia dos posibles resultados:

Pueden aliviar temporalmente las tensiones dando patadas a la proverbial lata para evitar el conflicto directo, como indican las recientes comunicaciones entre MbS y MbZ e, irónicamente, los esfuerzos de mediación del emir qatarí Tamim bin Hamad.

O bien, los dos «enemistados» pueden intensificarse en enfrentamientos cada vez más públicos a través de canales políticos, mediáticos y diplomáticos, aunque es probable que no lleguen al distanciamiento total ni al conflicto militar.

6. Extrema derecha, también en Sudáfrica

Un boletín del Tricontinental, pero en esta ocasión no de Vijay Prashad sino de un comunista sudafricano, porque es el boletín panafricano. https://thetricontinental.org/

El auge de las fuerzas de extrema derecha y fascistas, una señal ominosa para la democracia: Cuarto boletín panafricano (2024)

30 de abril de 2024

Saludos desde la mesa de Tricontinental Pan-Africa,

En 2024, el «año de las elecciones» -en el que al menos 64 países de todo el mundo, que representan aproximadamente el 49% de la población mundial, acudirán a las urnas-, muchos celebran el crecimiento de la democracia. Sin embargo, el alarmante ascenso de las fuerzas de extrema derecha y fascistas presenta signos ominosos para la democracia. En África, las democracias no pueden entenderse fuera del contexto de la posliberación y el poscolonialismo, que tienen un significado importante. Los recientes acontecimientos antiimperialistas, especialmente en África Occidental, han impulsado el apoyo popular a los golpes militares. La elección de uno de los presidentes más jóvenes de la historia de África, Bassirou Diomaye Faye, en Senegal, pone de manifiesto que la población joven africana busca una ruptura con el pasado. A pesar de la importancia histórica de los movimientos de liberación nacional y del modo en que inspiran las luchas actuales por la libertad, estos movimientos se han enfrentado a numerosos retos, como el declive ideológico y electoral.

Este declive puede ser uno de los principales motores del auge de la ideología de extrema derecha. Mientras Sudáfrica se dirige a las urnas el 29 de mayo de 2024, el país experimenta un auge de los sentimientos de derechas, con las fuerzas progresistas de izquierda y socialistas en cierta retirada. Una nueva publicación en la que he participado, Mzala Nxumalo, Leftist Thought, and Contemporary South Africa, ahonda en estas dicotomías. Mediante un examen crítico del legado intelectual de Mzala Nxumalo, el libro explora cuestiones contemporáneas desde una perspectiva de izquierdas.

Más allá de los bien documentados problemas socioeconómicos de Sudáfrica, el auge del etnonacionalismo constituye un obstáculo para las aspiraciones de desarrollo del país. Aunque acontecimientos deportivos como las Copas Mundiales de fútbol y rugby demuestran el potencial de la unidad nacional, la visión de Desmond Tutu de una «nación arco iris», aunque en sí misma requiere cierto examen crítico, sigue siendo difícil de alcanzar. En el centro de este fracaso se encuentra lo que el recientemente fallecido profesor Eddie Webster denominó la «cuestión nacional sin resolver». De ahí que en el libro sostengamos que las perspectivas de izquierdas son cruciales para desentrañar los problemas de Sudáfrica. Sólo el socialismo puede abordar la desigualdad estructural y contrarrestar el predominio de los puntos de vista neoliberales y el nacionalismo estrecho.

La tendencia hacia el nacionalismo y el capitalismo autoritario, encarnada por líderes como Donald Trump Jr. (EE.UU.), Jair Bolsonaro (Brasil) y Narendra Modi (India), se ha ido afianzando en la última década. Europa también ha visto el ascenso de la ultraderecha en países como Italia, Finlandia e incluso en los nórdicos Suecia y Noruega, antaño famosos por su gobernanza socialdemócrata.

Sudáfrica no es una excepción. Las elecciones locales de 2021 fueron testigo del ascenso de partidos estrechamente nacionalistas como el Partido de la Libertad Inkatha, la Alianza Patriótica, el Frente por la Libertad Plus y ActionSA. Estos partidos hicieron campaña siguiendo líneas nacionalistas y étnicas, empleando mensajes xenófobos entre otras tácticas. Resulta alarmante que ganaran terreno frente a partidos que adoptaban un enfoque más basado en principios, no racial e integrador.

En el análisis de Mzala de la cuestión nacional, la estructura económica es el tema central. Afirmaba que las naciones no podían «divorciarse» de su «raíz material esencial», de sus fundamentos económicos subyacentes. Por lo tanto, entendía que el capitalismo aprovechaba el nacionalismo para subordinar los intereses de la clase obrera a los de la clase dominante. En consecuencia, la resolución de la cuestión nacional exigía la victoria de la clase obrera, con el objetivo último de la «expropiación de la burguesía». En lugar de las recomendaciones de Mzala, se intentó transformar la estructura económica de Sudáfrica mediante el establecimiento de una pequeña pequeña burguesía corporativa negra, que sirviera a sus propios intereses y a los intereses del capitalismo. La existencia de este grupo también pretendía aplacar a la mayoría negra. La clase trabajadora marginada, desempleada y empobrecida puede considerarse «no nacional», ya que está esencialmente excluida de la representación idealizada de la nación sudafricana.

El descuido de la cuestión nacional, incluso por parte de las fuerzas progresistas, se deriva de su percepción de falta de relevancia en la era posterior al apartheid. Esto contribuye a la incapacidad de abordar las tensiones raciales y étnicas, y la xenofobia. El difunto intelectual público malauí Thandika Mkandawire señaló hace algún tiempo que los debates en torno a la cuestión nacional han sido suplantados por discursos sobre conceptos como transnacionalismo, diversidad, diásporas, marginalidad e incluso «arco iris».

La cuestión fundamental y escurridiza de la unidad y la soberanía nacionales, junto con la indagación asociada sobre la dinámica de clases, sigue teniendo una importancia capital. ¿Cuál es el papel de la clase trabajadora negra? ¿Cómo se les puede incluir mejor en la toma de decisiones? Estudiosos como Mzala y Neville Alexander, por ejemplo, sostienen que este segmento de la sociedad no sólo estaba oprimido como nación, sino también explotado como clase. Si es así, ¿cómo se puede acabar con esta doble opresión?

Tras el apartheid, es la clase trabajadora la que se ve sacrificada en el altar de la lógica capitalista global neoliberal, ejemplificada por las medidas de austeridad y las políticas económicas favorables a las élites. Irónicamente, en lugar de cosechar los beneficios de la liberación, la clase obrera se ve ahora manipulada por intereses nacionalistas burgueses y sometida a mensajes nacionalistas divisivos perpetuados por las élites políticas.

Para detener o incluso invertir el deslizamiento hacia la derecha, el énfasis de Mzala en la unidad de la clase obrera oprimida y explotada es primordial. Para hacer realidad su visión de una Sudáfrica unida, es necesario permitir que la clase obrera dirija la lucha hasta su conclusión lógica: un Estado socialista caracterizado por la igualdad económica y la justicia social entre todas las clases y razas.

La democracia con las fuerzas de extrema derecha al timón no tiene sentido y la izquierda debe despertar y oler el café.

Cordialmente,

Mandla J. Radebe es profesor asociado de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Johannesburgo. Aquí escribe a título personal. También es Presidente del Partido Comunista de Sudáfrica en la provincia de Gauteng. Su último libro es el galardonado The Lost Prince of the ANC: The Life and Times of Jabulani Nobleman ‘Mzala’ Nxumalo.

7. Más sobre los dos estados

La única propuesta razonable, según el autor de este artículo en The Cradle. https://thecradle.co/articles/

Para horror de Israel, Hamás vuelve a poner de actualidad la «solución de los dos Estados

Israel no sólo no ha logrado derrotar a Hamás, sino que se está viendo arrastrado a debatir la creación de un Estado palestino, que su genocidio de Gaza ha vuelto a incluir en la agenda internacional.

Un colaborador de The Cradle 2 DE MAYO DE 2024

Tras siete meses de brutal asalto militar a Gaza, está más que claro que Israel no ha conseguido erradicar a Hamás. En lugar de lograr una victoria militar decisiva, el Estado ocupante se ve arrastrado a patadas y gritos a negociar una solución de dos Estados.

A pesar de la inviabilidad de establecer un Estado palestino soberano y genuinamente independiente en Cisjordania, Jerusalén Oriental y la Franja de Gaza ocupadas, este escenario es cada vez más probable a pesar de la oposición de larga data del gobierno israelí. Se trata de un acontecimiento extraordinario, sobre todo teniendo en cuenta que la estrategia de Tel Aviv, tal y como la articuló el asesor de política exterior Ophir Falk, consistía principalmente en «destruir por completo aHamás» y sus capacidades militares y de gobierno.

Hoy, la opción de los dos Estados resucita frenéticamente en Washington, de entre todos los lugares, y por parte de aliados incondicionales de Tel Aviv.

Martin Indyk, ex embajador de Estados Unidos en Israel y firme defensor del Estado ocupante, afirma en la revista Foreign Affairs que, lejos de estar «muerta», la solución de los dos Estados parece ser ahora la única razonable: La razón de esta reactivación no es complicada. Después de todo, sólo hay unas pocas alternativas posibles a la solución de los dos Estados. Está la solución de Hamás, que es la destrucción de Israel. Está la solución de la ultraderecha israelí, que es la anexión israelí de Cisjordania, el desmantelamiento de la Autoridad Palestina (AP) y la deportación de los palestinos a otros países. Está el enfoque de «gestión del conflicto» aplicado durante la última década por el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, que pretendía mantener el statu quo indefinidamente, y el mundo ha visto cómo ha funcionado. Y está la idea de un Estado binacional en el que los judíos se convertirían en minoría, poniendo fin así a la condición de Israel como Estado judío. Ninguna de esas alternativas resolvería el conflicto, al menos no sin provocar calamidades aún mayores, por lo que, si se quiere resolver el conflicto de forma pacífica, la solución de los dos Estados es la única idea que queda en pie.

¿Desarme para crear un Estado?

En comentarios ampliamente difundidos la semana pasada, Khalil al-Hayya, jefe adjunto de Hamás en Gaza, ha parecido respaldar explícitamente las fronteras de 1967 para un futuro Estado palestino.

En una entrevista reciente con AP, Hayya habló de «un Estado palestino plenamente soberano en Cisjordania y la Franja de Gaza y el regreso de los refugiados palestinos de acuerdo con las resoluciones internacionales» a lo largo de las fronteras de Israel anteriores a 1967.

Sin embargo, lo más significativo es que insinuó que el ala militar del movimiento de resistencia, las Brigadas Al-Qassam, podrían disolverse y/o integrar a sus cuadros en un ejército nacional palestino: Todas las experiencias de los pueblos que lucharon contra los ocupantes, cuando se independizaron y obtuvieron sus derechos y su Estado, ¿qué han hecho estas fuerzas? Se han convertido en partidos políticos y sus fuerzas combatientes defensoras se han convertido en el ejército nacional.

En lugar de aceptar estas posibilidades, Falk tachó a Hayya de «terrorista de alto rango» y trató de reconducir la conversación hacia las intransigentes demandas israelíes:

«El gobierno del primer ministro Netanyahu se fijó la misión de destruir las capacidades militares y de gobierno de Hamás en Gaza, liberar a los rehenes y garantizar que Gaza no suponga una amenaza para Israel y el resto del mundo civilizado en el futuro», afirmó, y añadió: «Esos objetivos se alcanzarán».

Diplomacia en Doha y Estambul

Aunque Hayya subrayó que sus opiniones están en consonancia con las posiciones históricas de Hamás, articuladas por el líder espiritual del movimiento de resistencia, el jeque Ahmed Yasin, en 1998 y reiteradas en su carta de principios y políticas generales de 2017, sus declaraciones públicas ponen de relieve las inmensas presiones políticas a las que se enfrenta Hamás, especialmente por parte de sus aliados políticos Qatar y Turquía.

Estas presiones pretenden fomentar conversaciones internacionales y regionales de alto nivel que podrían poner fin al conflicto y establecer una «estabilidad permanente». Como en cualquier negociación, hay cuestiones esenciales que abordar: ¿Quién tendrá la autoridad para hacer cumplir estos términos? ¿Qué limitaciones se impondrán? Se trata de cuestiones críticas para los palestinos asediados en Gaza y para su causa en general, así como para Al Qassam y toda la resistencia.

Entre bastidores, tanto Qatar como Turquía han desempeñado un papel decisivo en la configuración del nuevo enfoque diplomático de Hamás. Los líderes externos del movimiento, entre ellos Jaled Meshal e Ismail Haniyeh, han participado en debates facilitados por ambos países en Doha y Estambul.

A principios de este mes, en una rueda de prensa conjunta con su homólogo qatarí, el jeque Mohammed bin Abdulrahman Al-Thani, el ministro turco de Asuntos Exteriores, Hakan Fidan, se mostró explícitamente a favor, destacando también la postura positiva de Occidente hacia la intensificación de los esfuerzos de paz basados en la solución de los dos Estados.

«En nuestras conversaciones políticas con Hamás durante años, han aceptado que se establezca un Estado palestino dentro de las fronteras de 1967», declaró Fidan a la prensa.

«Me han dicho que tras la creación del Estado palestino, Hamás ya no necesitaría un brazo armado y que continuarían como partido político», añadió.

La pelota está en el tejado de Israel

Aunque los aliados occidentales de Israel llevan mucho tiempo intentando excluir a Hamás de todos y cada uno de los procesos palestinos, ha quedado meridianamente claro que la cúpula militar de Gaza, en particular las Brigadas Al-Qassam, está llamada a desempeñar un papel crucial en cualquier proceso de negociación.

Se trata de una especie de victoria extraordinaria para Hamás, que ha conseguido introducirse con éxito en las futuras deliberaciones, no sólo sobre Gaza, sino sobre Palestina en su conjunto. La decisión táctica del movimiento de respaldar las fronteras de 1967 no sólo pretende situar a Hamás como un negociador creíble, sino que también acorrala estratégicamente al gobierno de coalición de extrema derecha de Benjamín Netanyahu.

Al mostrar su disposición a desmilitarizarse a cambio de la creación de un Estado, Hamás pretende poner la responsabilidad en manos de Tel Aviv, jugando con la vulnerabilidad inherente de su gobierno de coalición y precipitando potencialmente su colapso. Este movimiento no sólo mejora la influencia de Hamás en las próximas negociaciones, sino que, irónicamente, también coincide con los intereses de Estados Unidos de que se produzca un cambio de régimen en Israel.

Está claro que Hamás -ya sea por convicción, por presión o como táctica astuta- se ha convertido en un socio necesario en negociaciones políticas más amplias y a largo plazo sobre el futuro de Palestina y de la región.

A lo largo de los años, el propio movimiento se ha visto obligado a entablar varias rondas de negociaciones indirectas con Israel, sobre todo a finales de la primera década del milenio, cuando Hamás aún tenía su sede en Damasco. Aquello formaba parte de un esfuerzo regional más amplio impulsado por Ankara para rejuvenecer el proceso de paz.

Hace 26 años, Jaled Meshaal se reunió con el ex presidente estadounidense Jimmy Carter en Damasco, durante la gira de nueve días que éste realizó por Asia Occidental con el objetivo de desbloquear la situación entre Israel y Hamás al principio de su gobierno de Gaza.

El movimiento de resistencia palestino gozaba de un considerable margen de maniobra política debido al clima geopolítico de la época. Carter informó de que Hamás se mostró dispuesto a aceptar un Estado palestino dentro de las fronteras de 1967 si así lo acordaban los palestinos y reconocía el derecho de Israel a existir pacíficamente como Estado vecino.

Obligar a Israel a hacer la voluntad de Hamás

Pero en la actualidad, la renovada fuerza de Hamás se debe a dos factores principales: el implacable y unificado empuje militar del Eje de la Resistencia de la región en apoyo de sus aliados palestinos y la condena mundial sin precedentes del genocidio israelí en Gaza, que han afectado y confundido los objetivos de guerra iniciales de Tel Aviv, demasiado confiados.

En lugar de derrotar a Hamás, Israel se encuentra ahora a la defensiva, inmerso en negociaciones que giran en torno al resultado que menos esperaba: el de una solución de dos Estados.

El inquietante dilema de Tel Aviv también pone de manifiesto la perspicacia política de Hamás y la resistencia palestina, que reconocieron la utilidad del poder duro para lograr fines políticos y no como un fin en sí mismo, en agudo contraste con el planteamiento de Israel a lo largo de este conflicto.

El hecho de que, siete meses después de la Operación Al-Aqsa Flood, Hamás conserve su arsenal de capacidades significa no sólo el abyecto fracaso de los objetivos militares y políticos de Israel, sino también una inesperada humillación de Tel Aviv. Israel, hoy, se ve obligado a entablar negociaciones sobre la creación de un Estado palestino que ha evitado asiduamente durante 30 largos años.

No cabe duda de que este cambio se ve impulsado por el movimiento de protesta estudiantil estadounidense, sin precedentes, y por otras voces anticoloniales de todo el mundo, que añaden una dimensión global a la lucha local. Estos acontecimientos son otro as en la manga para Hamás y otro clavo en el ataúd para la influencia israelí.

8. Entrevista a Alain Badiou

En Contretemps recuperan esta entrevista a Badiou hace casi un año en la que repasa su trayectoria militante maoísta y algunos aspectos teóricos sobre la revolución y el estado. https://www.contretemps.eu/

«Deshacer la maquinaria del Estado. Entrevista con Alain Badiou

Alain Badiou 2 de mayo de 2024

En esta entrevista realizada en junio de 2023 por tres camaradas, Alain Badiou retoma algunos elementos de su autobiografía política recientemente publicada: Mémoires d’outre-politique (1937-1985) (editada por Flammarion). Volviendo en particular a su experiencia de militante, pero también al legado de Marx, Lenin y Mao, y al balance de las revoluciones rusa y china, insiste en la necesidad de que los revolucionarios vuelvan a hacer del declive del Estado una cuestión central.

Jean-Paul: En realidad no empiezo por orden cronológico, sino que tengo algunas preguntas al principio que están más relacionadas con ciertas anécdotas o aspectos biográficos, y luego me baso más en tu larga sección final, es decir, el diccionario. Haces mucho hincapié en la Guerra de Argelia en tu proceso de politización y nos recuerdas lo fundamental que fue, no sólo para ti, sino para mucha gente de tu generación. En particular, dedicas un capítulo entero a tu asociación con la red Jeanson.

Explicas que estuviste un poco «dentro y fuera», es decir, que participaste en su periódico, aunque cuidándote de no dar el paso de un compromiso realmente efectivo. En sentido estricto, nunca fuiste un «portador de maletas», no querías comprometerte realmente con el FLN. ¿Puede volver sobre ese punto y cree que podemos extraer de él (por decirlo de manera más sencilla: defensa de principio de las fuerzas que, en realidad, luchan contra el imperialismo y el colonialismo -en este caso el FLN- y vigilancia o realismo sobre su contenido político afirmativo y estratégico) una orientación general para el resto de su carrera política en lo que respecta a las cuestiones vinculadas al antiimperialismo? ¿Qué dice esto sobre la relación entre afirmación y negación en su pensamiento político?

Alain Badiou: Es una pregunta muy significativa e importante. Mi relación inicial con la guerra de Argelia se basaba en la convicción absoluta de que el levantamiento argelino era justo y de que había que acabar con el colonialismo. El objetivo último de esta guerra, que era la liberación de Argelia del azote del colonialismo, no podía sino suscitar apoyo. Eso es lo primero.

Así que el apoyo significaba principalmente adoptar esta posición en un público francés que, en aquel momento, estaba mayoritariamente a favor del colonialismo. Hay que recordar que fue un gobierno socialista el que decidió la segunda fase de la guerra, más militar, por lo que no existía en absoluto una izquierda anticolonialista. Incluso el Partido Comunista era relativamente débil y, en cualquier caso, no dedicó todas sus fuerzas a oponerse a la guerra de Argelia. Así que resulta que yo estaba del lado de la insurrección argelina, o del movimiento anticolonial en Argelia, ese es el primer punto.

Pero el segundo punto es que este apoyo a la dimensión negativa, por así decirlo, de la política del FLN, es decir, luchar contra el colonialismo y lograr una victoria nacional, no decía mucho sobre la política general del FLN. Ahora bien, de la política general del FLN (yo mismo tenía información sobre ella, porque en cuanto uno estaba del lado de la resistencia se codeaba naturalmente con las organizaciones del FLN), podía ver, a pesar de todo, que el futuro político prometido a Argelia por la gente del FLN no me atraía ninguna simpatía intrínseca. Era una política que, de no haber sido por el elemento colonial, nunca me habría atraído ni conquistado, con, desde entonces, una constante tendencia religiosa, un nacionalismo realmente obstinado, casi racista, etcétera.

Así que las determinaciones políticas subjetivas del FLN no me atraían en absoluto, y mi relación con el FLN era simplemente que era la fuerza que intentaba conseguir la independencia de Argelia, y que era un paso ineludible -el anticolonialismo- para el destino de Argelia. Desde ese punto de vista, yo apoyaba el movimiento de emancipación argelino, pero no quería ser militante del FLN. Al contrario, opté por apoyarlo como miembro del movimiento político francés.

Pero me di cuenta de que si me implicaba más, estaría de hecho (y este era el caso de las redes de apoyo en Argelia) recibiendo órdenes del FLN. Y esa no era mi intención en absoluto. No era gente a la que quisiera obedecer en los detalles de la política, eso es todo. Resultó que el régimen político de Argelia no despierta muchas simpatías en su composición actual, ni en toda su historia.

Para los militantes comunistas, por ejemplo, había razones intrínsecas para apoyar al Vietcong en la guerra de Vietnam, porque el Vietcong era una organización comunista. Así que había tanto anticolonialismo como internacionalismo comunista de la época, lo que significaba que estaban del lado del Vietcong. Esa fue la diferencia fundamental, en mi opinión, entre la guerra colonial de Vietnam y la guerra colonial de Argelia: en Vietnam, la fuerza de combate popular siguió una política comunista, mientras que en Argelia siguió una política nacionalista, yo no diría racial, sino nacionalista, digamos, cultural.

Jean-Paul: Por eso crees que el juicio del PCF difiere entre las dos situaciones.

Alain Badiou: Absolutamente, ésa era la raíz. Pero fue demasiado lejos en el caso del PCF, porque la movilización que intentaron organizar en torno al tema de la guerra de Argelia fue moderada, excesivamente moderada.

Jean-Paul: Algo que llama la atención al leer su libro es la figura de su padre: profesor de matemáticas, combatiente de la Resistencia y luego alcalde socialista de Toulouse en la Liberación. Su padre fue un modelo simbólico muy poderoso, sobre todo durante los primeros 30 años de su vida. De hecho, usted dice que siguió explícitamente sus pasos hasta 1968, ya que usted mismo era un profesor agregado de la ENS, un político socialista de provincias que podía aspirar eventualmente a ambiciones nacionales…

A continuación, usted subraya hasta qué punto mayo del 68 marcó una ruptura subjetiva, no sólo en su carrera política, sino en su carrera en general, porque explica cómo trastornó su contexto familiar, su vida amorosa, etcétera. Pero algo que me llama la atención es que después de 1968 no hablas para nada de tu padre en el libro. Así que la pregunta que quería hacerte es la siguiente: ¿cuáles fueron las consecuencias de la ruptura con el 68 (y lo que siguió, obviamente, la militancia maoísta) en términos no sólo de tu relación personal con tu padre, sino también de la función simbólica que ocupaba en tu propia subjetividad?

Alain Badiou: Hay un dato importante sobre este punto, y es que, en primer lugar, mi padre era un opositor dentro del Partido Socialista. Así que fue esta figura de la oposición a la guerra de Argelia, muy concretamente, la que me demostró que se podía ser miembro del Partido Socialista y oponerse a la guerra de Argelia, lo que en realidad estaba al borde de la paradoja porque el gobierno implicado en la guerra de Argelia era en gran medida un gobierno socialista. Pero llegó un momento en que mi padre tuvo que romper, y fue cuando se unió a la continuación gaullista de la guerra.

Mi padre había sido antigaullista desde la Resistencia, porque siempre había tenido la impresión de que, en la Resistencia, De Gaulle había salvado de hecho los muebles de una burguesía que le había traicionado. Así que dimitió de su cargo de alcalde de Toulouse y del Partido Socialista cuando, al final, estalló la guerra de Argelia. Así que pude, a pesar de la aparente paradoja de todo esto, seguir viendo en cierto modo a mi padre como una figura coherente y no me vi obligado a entrar en oposición política con él durante todo el periodo que fue el periodo socialista, la escisión del Partido Socialista por la cuestión de la guerra de Argelia con la creación del PSA y luego del PSU, que mi padre siguió de un extremo a otro.

Ya no era alcalde de Toulouse, militaba en el Partido Socialista unificado, pero no estaba realmente muy implicado, y naturalmente no militaba en el 68. Miraba todo esto con cierta ironía, diciendo: «Ya está, sois los nuevos revolucionarios». Por un lado, le recordaba a ciertos elementos de su propia juventud, y al mismo tiempo no era asunto suyo, no era su causa. Pero no dio lugar a un conflicto político, miraba con una especie de atención sonriente mis gesticulaciones de entonces.

Jean-PaulNi siquiera el periodo posterior, es decir, la militancia maoísta, desembocó en un conflicto político.

Alain Badiou: En realidad, no. La manera en que estableció su pensamiento en relación con estos episodios fue preguntándose si no se trataba de la forma contemporánea de lo que había vivido en la época del Frente Popular. Porque el Frente Popular fue un momento decisivo, tan decisivo para la política de mi padre como lo fue Mayo del 68 para mí. Así que había una especie de simetría histórica, y recuerdo que las discusiones que tenía con él consistían en comparar la conmoción y el movimiento que había provocado el Frente Popular con la conmoción y el movimiento que Mayo del 68 me había provocado a mí. Así que siempre existía la posibilidad de una comparación, si se puede decir así.

Jean-PaulLuego hay toda una parte del libro en la que describe el proceso de organización de la UCF, que es tanto más interesante cuanto que habla de ello en primera persona, por primera vez.

Lo que me llamó la atención es que, contrariamente a la imagen que mucha gente tiene de esta organización, es decir, ultracentralizada, ultrarrígida, ultraestalinista, etc., tú insistes en la dimensión exactamente opuesta: su carácter múltiple, proteico. Explicas cómo la UCF impulsó la creación de toda una serie de mecanismos basados en situaciones específicas, en particular núcleos fabriles, comités de barrio, comités antiimperialistas, el grupo Foudre, del que ya hemos hablado juntos, la intervención en el arte y la cultura… y explicas que la relación entre estas organizaciones y la organización central no era en absoluto la misma que en las organizaciones leninistas tradicionales.

Y tomé nota de una cita en particular: «esta diversidad tomó el nombre de polo maoísta, que buscaba claramente contrarrestar la lógica clásica del partido y de sus organizaciones vasallas, tanto sindicales como populares. Lo que se ponía de relieve era la comunidad ideológico-política y no la compacidad del edificio organizativo». Así que mi pregunta es: ¿de qué manera la realidad de vuestra militancia reflejaba ya el post-leninismo que desarrollabais paralelamente en la teoría? ¿De qué manera vuestra organización era ya prácticamente post-leninista?

Alain Badiou: Creo que ha sido así en la forma en que se ha convertido, aunque no fuera así en sus principios iniciales. En los principios iniciales se decía que éramos -los propios títulos hablan por sí solos- el grupo para la fundación de la Unión, así que éramos una unión para la fundación de algo, y ese algo seguía llamándose el partido.

Se trataba de crear un nuevo tipo de partido, es decir, de mantener la categoría de partido considerando que su realización clásica en los partidos comunistas generales había mostrado sus insuficiencias, varias insuficiencias que equivalían a disolver la singularidad revolucionaria del partido en una simple sustitución estatal centralizada. En cierto modo, estábamos en suspenso desde el principio en cuanto a lo que sería realmente la organización. Éramos militantes de una organización más que militantes de la organización, aunque ésta tuviera un nombre.

En nuestro movimiento, el partido se situó en un horizonte que resultó extremadamente nebuloso, ya que ni siquiera se llegó a crear la Unión. En todo momento, seguimos siendo el grupo para la fundación de la Unión, que pretendía fundar un partido comunista, pero nunca llegamos a la segunda etapa de este proceso. Todo esto significaba, y de hecho conllevaba, lo que más tarde se convertiría en uno de nuestros temas principales, es decir, desarrollar lo que llamábamos la política sin partido: esta fue la consigna axial de la transición de la UCF a la Organización Política, que llegó más tarde en el tiempo y que demostró de hecho que no era en absoluto una figura de partido, que seguía siendo realmente ajena a nosotros.

Éramos un conjunto centralizado de grupos dispares. Yo diría que incluso aquellos que eran los militantes propiamente dichos, que formaban el grupo de la UCF de Marsella o el grupo de Burdeos – yo era el principal «viajero» de la UCF en aquella época, así que era el representante personal de la Unité si puedo decirlo así, y este estudio de la Unité me mostró que en realidad era muy razonablemente dispar. Básicamente, cada uno de estos grupos tenía, dentro del marco obviamente general de nuestras publicaciones, una considerable autonomía de acción y existencia.

Así que creo que había algo federal en la organización primordial, lo que significaba que aunque a veces celebráramos reuniones nacionales que parecían centralizadas, ni siquiera conseguimos convertir eso en lo que llamábamos la Unión, es decir, la etapa inmediatamente preparatoria de un partido. Así que, desde ese punto de vista, podemos decir que la UCF, que hizo muchas cosas, que te cuento porque no son muy conocidas, fracasó en cierto sentido con respecto a su propia doctrina inicial. El sindicato se autodestruyó porque los pasos que prescribía nunca llegaron a darse.

Ernest: Como decía Jean-Paul, el 68 marcó una ruptura en tu trayectoria política y me parecería interesante preguntarte qué elementos de tu lectura de mayo del 68 te llevaron al maoísmo, y precisaré enseguida qué tipo de maoísmo, dado que no es ni el del GP, ni el del VLR, ni el del PCMLF. Entonces, ¿qué es lo que Mao, o el maoísmo, te parece necesario en ese momento, y en qué se diferencia de las otras opciones que se están desarrollando?

Alain Badiou: El punto clave para mí, porque es casi existencial, es el hecho de que la militancia es ante todo la línea de masas. En otras palabras, el principio organizado no es realmente primordial, ni siquiera para Mao: por eso él mismo tuvo problemas con el partido al final. Siempre consideró que el militante político es alguien que evidentemente tiene convicciones e ideas, pero que sabe que lo que hace fuertes esas ideas, si es que las tiene, no es la coherencia de la organización, sino su vinculación efectiva con el movimiento popular de masas, incluso lo que registra de la variedad de sus situaciones, etc.

Así que teníamos ese espíritu, y eso fue absolutamente lo que me conquistó. Era la posibilidad de determinar, incluso las consignas políticas, no en absoluto en el sentido de alguien que lleva sus consignas a las masas populares, sino como resultado de una conexión efectiva y de discusiones y reuniones parciales con los obreros, en su mayoría en las circunstancias, pero también con los campesinos o con los pequeños burgueses intelectuales. Y Mao era el doctrinario de esto.

No encontramos nada equivalente ni en Marx (porque Marx estaba más preocupado por la penetración de la ideología general de la historia) ni en Lenin, porque Lenin era la etapa del partido. Era realmente el hombre para el que el partido debía unificarse de una manera diferente a la que había conducido a los fracasos de la socialdemocracia, en Alemania, en Francia o en otros lugares. Así que hay una autoridad del partido que es constitutiva del pensamiento leninista, incluso si, hay que recordarlo, en los años 20 Lenin empezó a preguntarse si realmente estaba funcionando. Lenin fue alguien que se anticipó a la crítica del estalinismo. Esto estuvo oculto durante mucho tiempo, pero es absolutamente obvio ahora que conocemos los textos y las declaraciones.

Hay un sorprendente texto de Lenin en el que se pregunta si el Estado, constituido en aquel momento principalmente por militantes de su organización, difiere realmente del Estado zarista. Se tiene la impresión de que la fusión del partido y el Estado no tenía nada que ver con el objetivo perseguido. Al final, empezamos pensando en términos de organización: la Unión primero, y la Unión decidiendo u organizando el partido. El resultado de nuestra experiencia fue que no pudimos tener eso como orientación principal, que al final no conseguimos el objetivo planteado: la Unión no existió, y menos aún el nuevo tipo de partido.

Cuando fuimos plenamente conscientes de ello, después de mucho trabajo real entre las masas, muchas manifestaciones, muchos textos, tuvimos que dejar ese simbolismo y pasar a otra cosa. Y pasamos a otra cosa, pero esa otra cosa era extraordinariamente vaga, como demuestra su nombre, porque Organización Política… es difícil encontrar un nombre más evasivo que ese. La Organización Política también se anunciaba como una organización sin partidos, es decir, no era un fenómeno partidista.

Después vino un periodo interesante, pero que redujo la política a sus militantes reales, sin horizonte organizativo ni estatal fijo. Así que fue hipermaoísta, si se puede decir así, porque Mao siempre había estado lastrado por un partido que pesaba mucho.

Jean-PaulVuelves extensamente, tanto en el cuerpo del texto como en el apéndice, a lo que constituye el principal referente histórico de tu compromiso maoísta, a saber, la Revolución Cultural. Y observas -es muy llamativo en los textos de la UCF cuando observas la evolución de la interpretación de la Revolución Cultural por parte de la UCFML- que pasamos de, al principio: «la Revolución Cultural es nuestro 1917», a, finalmente: «la Revolución Cultural es nuestro 1871», que no es exactamente lo mismo.

Entonces, ¿qué justifica este cambio, o incluso, se podría decir, esta «regresión», de un modelo victorioso (ya que Octubre es el epítome de la victoria revolucionaria) a lo que usted llama una «apertura fallida», similar a la Comuna de París?

Alain Badiou: Lo que subyace en última instancia a esta visión de las cosas es nuestra conciencia y nuestra experiencia del fracaso del partido-Estado. Es decir, el hecho de que, al final, ni Rusia ni siquiera China, en realidad, a los ojos de su líder, están perceptiblemente comprometidas con la vía del comunismo propiamente dicho. Así que si no está del lado de este tipo de organización : ni las organizaciones criptoparlamentarias, del tipo socialdemócrata alemán, o del tipo anterior a la guerra de 1914, ni el partido, en cierto sentido militarizado, leninista, que fue en sí mismo una primera valoración crítica de la acción socialdemócrata – si no es ni lo uno ni lo otro, prácticamente había que inventar un nuevo modelo de ejercicio de la política que no implicara ni la sumisión al parlamentarismo burgués ni la militarización centralizada, lo que significaba que no eran las encuestas y la línea de masas las que mandaban en política.

Pero al final se convierte, de forma repetitiva, en el Estado que controla la política y que, en lugar de tomar el camino de la decadencia del Estado que era un imperativo explícito y muy importante en Marx, consolida el Estado en su propio beneficio, al constituir una especie de capitalismo de Estado particular, pero muy alejado de los ideales comunistas. La política experimentaría entonces, poco a poco, una lenta disolución en experimentos que en sí mismos eran todos positivos, en el sentido de que obedecían a la línea de masas, apoyaban movimientos legítimos, constituían vínculos eficaces entre intelectuales y trabajadores, todo lo cual era en cierto sentido real, pero que no lograba asentarse en la definición de un proyecto sintéticamente formulable.

Y en realidad, creo que también es una experiencia importante y significativa, la de la Organización Política: no logramos encontrar un sustituto contemporáneo para la dimensión colectiva de la política comunista.

Jean-Paul: En varias ocasiones defines los Estados de la segunda etapa del comunismo, esencialmente Rusia y China, como capitalismos monopolistas de Estado. Y de memoria creo que es la primera vez que desarrollas este punto con tanta extensión, y das este tipo de definición. Pero hay una cosa que me ha llamado la atención: dices que en la URSS el capitalismo monopolista de Estado apareció con Jruschov. Así que podemos deducir que bajo Stalin, la URSS no era un capitalismo monopolista de Estado.

¿Cuál fue su naturaleza y cuál fue la trayectoria de esta degeneración posrevolucionaria del Estado soviético, desde Lenin hasta Jruschov?

Alain Badiou: Es realmente la cuestión de Stalin, es decir, reexaminar la cuestión de Stalin. Personalmente, no me satisfacen las versiones burguesas o incluso trotskistas de la crítica de Stalin. Porque creo que no llega al núcleo del problema, que es la imposibilidad, creo que ya está establecida, de mantener una hipótesis comunista real, es decir, que se inscriba en las transformaciones de la sociedad, si mantenemos la figura del partido-Estado. Creo que eso es lo que tienen en común la Unión Soviética y China, aunque obviamente hay diferencias internas en su historia.

Hay que recordar que Mao terminó su carrera declarando que en China la burguesía estaba en el Partido Comunista, algo que Stalin nunca dijo. Tenemos, pues, un pequeño avance, un avance negativo. Sabemos que, en el fondo, esta figura, que fue victoriosa en primer lugar, hay que decirlo (las figuras victoriosas de la voluntad comunista que fueron el partido de tipo leninista y el partido de tipo chino que lo siguió, es decir, lo que fueron en cierto modo Stalin y el primer Mao), la legitimidad que podemos ver en ella, evidentemente en relación con la crítica de la socialdemocracia y de los movimientos comunistas parlamentarizados, no se sostiene a largo plazo.

En el punto principal de la transformación radical de las relaciones de producción -porque es a esto a lo que tenemos que volver si somos marxistas- hay una reconstitución de una forma renovada pero existente de la monopolización de la plusvalía por un grupo restringido. Y este grupo restringido, en este caso, proviene de los partidos comunistas. Así que, desde este punto de vista, es interesante analizar de cerca la controversia sino-soviética de los años 60, sobre la que di una conferencia en su momento: ¿de qué se trataba, sobre qué discutían?

Esta polémica ya indicaba que, en realidad, los chinos calificaban al Partido Comunista de Jruschov de revisionista, que era el adjetivo del momento. Revisionista, es decir, que abandonaba los principios fundamentales del marxismo y, en particular, el principio axial de la decadencia del Estado. Y que esto producía efectos criptoburgueses, la aparición de un nuevo tipo de burguesía que ocupaba este Estado, que necesitaba este Estado para constituirse y sobrevivir.

Básicamente, en el contexto chino, la Revolución Cultural fue un intento de invertir o bloquear este proceso de degeneración del Estado criticando al Estado, sublevándose, creando nuevos vínculos entre intelectuales y trabajadores, etcétera. Mao reconoció esta revolución cultural y la apoyó, pero al final fracasó. Así que la historia del comunismo, por el momento, es la historia de dos fracasos simétricos en cierto sentido, porque al final siempre se trata de la emergencia de un Estado que ya ni siquiera es socialista, que es un Estado ordinario, si puedo decirlo así.

Es más, con China tenemos la experiencia, que todo el mundo debería tener presente, del fracaso del único movimiento masivo que surgió del interior de este fracaso estatal existente: no tenemos equivalente en Rusia. En ambos casos, estamos hablando de la génesis de un nuevo tipo de Estado, excepto que se trata de un Estado en el sentido habitual de la palabra, un Estado que en última instancia apoya la extracción de plusvalía. Lo que une a los especuladores es el propio Estado comunista. Mientras que en la figura de Jruschov, ya era la modificación intrínseca del partido lo que los chinos intentaban criticar.

El jruschovismo y sus consecuencias, a diferencia del partido chino, acabaron abandonando incluso la etiqueta comunista: eso es lo que está haciendo ahora el Estado ruso, mientras que en China son más modestos al respecto. Y eso no ha impedido a Xi Jinping declarar -y esto me llamó mucho la atención- que en China, el partido lo decide todo. Para encontrar una declaración más antimaoísta que esa, ¡hay que madrugar! Mao escribió que, en la historia, son las masas quienes lo deciden todo y quienes deben decidirlo todo. Así que la derrota de Mao es completa.

Ernest: Una última pregunta relacionada con el tema del maoísmo. Usted dedica varias páginas a la cuestión campesina, señalando que la posición de su organización en aquel momento era defender la causa de los campesinos pobres, mientras que otros consideraban que esas luchas eran reaccionarias. ¿Podría repasar esta parte del maoísmo?

¿Y cómo analizas el hecho de que en la transmisión de la memoria militante -evidentemente hay muchas cosas que circulan por el establishment, etc.- en general es extremadamente escasa cuando se trata de las luchas campesinas? – Por un lado está el bloque Larzac, que parece ser el más importante. Por un lado, está el bloque Larzac, que parece una especie de irrupción de la nada, y nada al respecto: ¿cómo se analiza eso?

Alain Badiou: La cuestión campesina nos preocupaba mucho porque nos habíamos nutrido de la versión maoísta del marxismo y la cuestión campesina era prácticamente central para el comunismo en el sentido de Mao. Así que nos preocupaba este punto, y llevamos a cabo algunas investigaciones bastante serias en una serie de situaciones, en el sur de Francia, en el noreste, etcétera. Nuestra política era apoyar a los campesinos pobres en sus luchas y, en particular, analizar cómo podíamos impedir que se produjera la concentración de la producción agrícola bajo un régimen capitalista, es decir, eliminando gradualmente a los campesinos pobres, concentrando la propiedad e incluyendo todo esto en el monopolio capitalista ordinario.

Sentíamos que teníamos que comprometernos en una lucha que fuera realmente una lucha de clases. Apoyar los movimientos de los campesinos pobres era realmente algo militante a nuestra escala. Hoy podemos ver los efectos masivos del fracaso, de nuestro fracaso, si puedo decirlo así, a saber, que la capitalización de la producción rural está en marcha a escala masiva, y está conduciendo a un aplastamiento numérico de la población campesina, mientras que tradicionalmente había sido importante en Francia, precisamente porque Francia tenía un cierto estatus, incluso internacional, en la producción agrícola.

Hoy en día, la producción agrícola procede a menudo de otros lugares, etc., pero esto conduce a una especialización progresiva de la producción bajo el signo de una plusvalía arrancada al trabajo como en las fábricas. A través de las investigaciones que realizamos, sobre todo en Bretaña y en el sudeste, y de las acciones que apoyamos, tomamos clara conciencia de que, incluso en Francia, el futuro de la política dependía de una forma de alianza entre campesinos y obreros.

El procedimiento burgués para tratar este asunto fue, de hecho, estrictamente económico, es decir, se refería directamente a lo que se llamó noblemente «concentración parcelaria» y debería haberse llamado concentración capitalista de la tierra, que se llevó a cabo a muy gran escala y con gran rapidez, lo que fue algo sorprendente, incluso para quienes intentaron luchar contra ello. No hay más que ver el hundimiento numérico de la población agrícola en Francia en los últimos 30 o 40 años. Es un proceso extraordinariamente violento.

Jean-Paul: Hay algo que me llamó la atención en tu apéndice, en el diccionario de Mao: vuelves largamente sobre la cuestión del partido y acabas declarándolo saturado. Entonces pensé varias cosas. En primer lugar, pensé que si se trataba simplemente de reconocer la saturación del paradigma leninista clásico, la UCF, en cierto modo, ya preveía eso sin necesidad de abandonar totalmente el motivo del partido. Si nos fijamos en el tema del nuevo tipo de partido dentro de la UCF, particularmente a partir de la segunda mitad de la década de 1970, existe tanto la crítica del leninismo tradicional, en la escuela de la Revolución Cultural, como el mantenimiento del tema del partido.

Lo que me llama mucho la atención cuando leo textos de la UCF de esa época es la idea del partido como condición para la victoria. Hay un texto de 1977 que he encontrado, donde usted escribe: «nuestra organización se dirige a todos aquellos, muchos de ellos en Francia, que quieren la revolución pero no quieren un partido. Les decimos: no sois serios. No tenéis conciencia histórica. Cultiváis la derrota. Así que, primera parte de la pregunta: básicamente, ¿por qué queremos hoy deshacernos no sólo del partido leninista tradicional, sino del partido en general?

Sobre todo porque, como sabemos, lejos de preconizar la desaparición del tema de la organización, insistes, por el contrario, en la necesidad de inventar nuevas formas de organización para lo que llamas la tercera etapa del comunismo. Dices: «Es importante imaginar, en este momento, formas de organización dotadas de una especie de dirección incorruptible y cuya composición y decisiones estén abiertas a las amplias masas».

Además, tú mismo dices que en la transición de la UCF a la Organización Política, que se refleja, entre otras cosas, en el abandono explícito del tema del partido («política sin partido»), dices sin embargo que a partir de entonces se inició una pendiente que finalmente condujo al abandono del marxismo como tal. Dices: «poco a poco, apenas se habló del legado maoísta, ni siquiera del marxismo-leninismo, y al final el propio marxismo fue relegado a la biblioteca». Entonces, ¿declarar la obsolescencia del partido en general no es ya ceder demasiado a la tendencia liquidadora que usted denuncia en sus antiguos camaradas, en primer lugar Sylvain Lazarus?

Y terminaré poniendo las cosas en perspectiva: en el apéndice, hay todo un pasaje sobre la dictadura del proletariado. Planteas la pregunta: ¿debemos abandonar este término o no? y al final abogas por su mantenimiento. Entonces, ¿es posible saturar el partido sin saturar la dictadura del proletariado? La prueba de ello es la polémica con Natacha Michel: cuando la criticas por reescribir vuestra historia común desde el punto de vista de su antimarxismo actual, te refieres a la escisión con las Permanencias Anti-Expulsión, en 1982 creo, y citas un texto de Lazarus que dice que al final, la base de la divergencia con los escisionistas es su rechazo de la dictadura del proletariado, que ese es el punto clave.

Luego encontré este texto que dice algo más justo después: «¿Por qué esta hostilidad orgánica, esta repulsión declarada por el leninismo? Es homogénea con su hostilidad a la política proletaria y a la dictadura del proletariado en la forma en que Lenin la formuló por primera vez en la historia, la necesidad y el proceso: el partido marxista.» Así que esa es mi pregunta.

Alain Badiou: Desde el principio, nuestro pensamiento ha sido el de un nuevo tipo de partido. Cuando pensamos en partido, en el sentido de lo que ha sido nuestra historia, pensamos en un nuevo tipo de partido. Pero, a fin de cuentas, ¿cuál es la matriz de la novedad en este asunto? Ahí es donde radica el problema. Por eso, en torno a la palabra partido se establecen necesariamente equívocos, o formas distintas de pensar la diferencia, etc. Porque la palabra partido va desde «organización», que es un término indeterminado, hasta «Estado», y ahí está el problema.

Sin embargo, nunca debemos olvidar que el reconocimiento, primero por Marx y luego por Lenin, de la necesidad de la dictadura del proletariado, contiene una incertidumbre sobre qué poder será capaz de producir esta transformación fundamental. Que este poder sea dictatorial significa simplemente que debe manifestar la victoria, de alguna manera absoluta, de la clase obrera y de las nuevas determinaciones populares sobre el viejo orden. Esto significa que existe -y éste es, en mi opinión, el problema de la contemporaneidad- una complicada cuestión sobre el lugar efectivo de la negatividad en estos asuntos.

Podríamos remontarnos hasta Hegel para ver esta dificultad, es decir: ¿existe realmente una capacidad creadora de la negatividad? ¿O hay que concebir la negatividad como aquello que, en efecto, es la parte destructiva del viejo orden, sin que la propia destrucción del viejo orden signifique nada respecto a la construcción de un nuevo orden? En cierto sentido, podríamos decir que esto es lo que ocurrió: nadie puede negar que la revolución bolchevique y la revolución china tuvieron un éxito negativo. Sin duda destruyeron no sólo el Estado anterior, sino la relación de clase en la forma que adoptó en ambos países. Así que no se trata de decir que estas dos revoluciones, como negatividad, fracasaron.

Pero ¿por qué hoy hay que admitir el fracaso? Es lo que han conservado positivamente dentro de esta negatividad general. Y lo que han conservado, hay que decirlo, es el poder estatal. Así que toda la cuestión del comunismo hoy es la cuestión de mantener o no mantener el poder del Estado. Sobre este punto, la tesis de Marx es clara: el poder comunista sólo puede seguir siendo comunista si practica la decadencia del Estado. Y la decadencia del Estado no es simplemente la decadencia del Estado burgués, es la decadencia del Estado como tal, como principio de la gestión de los asuntos colectivos.

Por lo tanto, creo que si se piensa en ello, se puede ver que este motivo de la decadencia del Estado era, de hecho, un motivo marxista abandonado. Los únicos que podían, en el momento de la discusión, jactarse de ser los portadores de este motivo eran los anarquistas. Porque, al fin y al cabo, fueron los anarquistas los primeros en anunciar que de lo que se trataba era del fin del poder centralizado del Estado, etc., etc., etc. Así que creo que, al final, no hubo una teoría clara de la negatividad en el marxismo activo ni en el comunismo efectivo.

Esto se puede ver en particular en el hecho de que la negatividad ejercida como negatividad del Estado, es decir, la desaparición progresiva del Estado, que era la tarea de la dictadura del proletariado, es algo que maneja la relación entre negatividad y afirmación de una manera extremadamente compleja. La naturaleza misma del poder debe ser proletaria y popular, puesto que se trata de la dictadura del proletariado. Pero esta dictadura del proletariado no puede manifestarse en forma de Estado, en la medida en que su tarea, una de sus tareas esenciales, es la destrucción del Estado.

Seguimos ahí, eso es lo que creo. Este problema no se ha resuelto históricamente: ¿qué es una dictadura que en cierto modo se presenta necesariamente como la figura de un Estado? Es difícil ver qué otra cosa podría ser. En cualquier caso, así ha sido hasta ahora en los llamados experimentos comunistas. Y este poder dictatorial resultó a la larga ser el reconstructor de un nuevo tipo de sociedad de clases.

Esto confirma el tema de Marx de que el Estado es el representante de la autoridad de una clase, y que la disolución del Estado está, por tanto, en aparente contradicción con el motivo de la dictadura del proletariado. La dictadura del proletariado es ciertamente el ejercicio del poder por una clase, pero debe tener el efecto de acabar con todo poder del mismo tipo. Por lo tanto, creo que aquí es donde el pensamiento político probablemente sigue buscando una nueva concepción dialéctica.

Si seguimos la teoría hegeliana de la creación a través de lo negativo, no vemos la concreción de nada de este orden en las experiencias rusa y china, que instalaron la dictadura del proletariado en una figura estatal, en última instancia definitivamente estable. Y no vimos trabajar esta figura hacia su necesaria desaparición, al contrario. Lo que quedó de la Revolución fueron los escombros de la Revolución, que ya ni siquiera necesitaban ser revolucionarios. En este sentido, Xi tiene razón: el partido lo decide todo, porque es el Estado.

El propio Mao se preguntaba durante los angustiosos periodos que acompañaron a la Revolución Cultural: ¿son nuestras fábricas realmente diferentes de las fábricas burguesas? Se hizo esta pregunta varias veces, porque veía que no se podía utilizar la negatividad general para decir que las cosas eran realmente diferentes.

Así que todos estos problemas son simplemente el sistema de problemas del comunismo contemporáneo, de lo que yo llamo su tercera etapa, entendiéndose que la primera etapa fue la de la formulación, la teoría, etc., la segunda etapa fue la de la experimentación nacional en la figura del partido-Estado, pero esta figura del partido-Estado se mostró incapaz de practicar lo que es necesario practicar en términos de declive del Estado para que podamos hablar de una sociedad comunista. Porque, además, evidentemente, la permanencia del Estado era también, si nos fijamos bien, la permanencia de nuevas formas de plusvalía en la producción industrial y demás.

Por eso creo que el punto débil del marxismo ha sido hablar de la decadencia del Estado en un esquema dialéctico mal construido. Pero creo que, dado el problema planteado por el hegelianismo, Marx se encontró con una inadecuación al tratar esta cuestión. Hay un elemento filosófico, o al menos así lo veo yo: Marx y Lenin y Mao, todos ellos son movimientos políticos del pensamiento dialéctico. Al final, la afirmación positiva de una dialéctica del proletariado: ¿cómo se relaciona con la decadencia de su propio poder, y cómo provoca la decadencia del Estado?

Pero el Estado es el punto desde el que lleva a cabo este declive, lo que significa que, en realidad, sólo puede ser desde un punto distinto al del Estado desde el que se lleve a cabo este declive: debe haber una etapa que sea una etapa de política de masas, y no de política de Estado. Y esto es exactamente de lo que se trató en la Revolución Cultural, a menudo de forma torpe y aproximativa. La Revolución Cultural planteó precisamente este problema.

Jean-PaulEn el prefacio que escribiste para el libro de Jiang Hongsheng sobre la Comuna de Shanghai, concluías con tu famoso diagrama de tres términos entre el Estado, la organización y las masas. Cuatro términos de hecho, porque estaba el Estado, la organización, las organizaciones de masas y el movimiento de masas. Y decías: «la organización, que puede llamarse partido si se quiere…». Hay una especie de flexibilidad de vocabulario en este punto que contrasta un poco con lo que escribes en el apéndice.

Alain Badiou: Sí, pero creo que en el fondo el concepto leninista del partido ha tenido su día, ha hecho todo lo que podía hacer. Y eso es normal, en cierto modo, porque los revolucionarios siempre actúan bajo la primacía creadora de la negatividad, y entonces el problema es que esta negatividad se convierte en poder. Cuando Mao decía: «Pero al final, ¿dónde están los burgueses? Están en el partido», equivalía a decir que el partido-Estado era incapaz de practicar lo que debería ser su naturaleza proletaria efectiva, es decir, el marchitamiento de su propia autoridad.

Isabelle¿Por qué no nos da otra cita que usted aprecie, que mostraría que quizás Lenin vio las cosas con claridad, la famosa cita, cuando llegó y dijo: todo el poder a los soviets. Él vio algo.

Alain Badiou: ¡Él lo vio todo el tiempo! Sí, es una historia famosa, cuando Lenin vuelve del exilio y el poder ha sido tomado, precisamente por los revolucionarios, se baja del tren, y está todo el personal del partido allí para darle la bienvenida, y se baja del tren, y grita «¡todo el poder a los soviets!». Los miembros, los representantes retroceden, es la historia tal como se cuenta, retroceden horrorizados. Porque en realidad, lo que ocurrió desde el principio fue que la toma del poder por el Partido Bolchevique condujo de hecho a la desaparición de los soviets.

Y eso es exactamente con lo que Mao también tuvo que lidiar, él también intentó reconstituir soviets, de hecho, reconstituir órganos de poder no estatales. Este es el punto en el que no debemos oponer indefinidamente de forma dogmática la crítica comunista y la crítica anarquista. Hay un problema con el Estado. Y en lo que yo llamo la segunda etapa de la aventura marxista, nos enriquecemos con un conocimiento pesado de esta cuestión del Estado, que es que si el partido-Estado toma el poder tal cual, está muy bien tomar medidas aparentemente drásticas en la economía -la desaparición de la propiedad privada, la nacionalización de todo esto y aquello- si no es en realidad en el movimiento mismo de la desaparición del Estado, acabaremos con un nuevo tipo de burguesía.

Jean-PaulUna última pregunta, más biográfica, que en cierto modo se superpone a todas las demás. Creo que a lo largo de tu libro hay un tema que no tratas como tal, pero que emerge, el del conflicto entre diferentes procedimientos de verdad dentro de una misma subjetividad, a saber, la tuya.

Me parece muy llamativa la forma en que cuentas la ruptura de 1968 y cómo la irrupción del procedimiento de la verdad política, que se impone a tu existencia, entra en conflicto con los demás: pienso en particular en el hecho de que dejaste de escribir novelas, al menos durante más de diez años. Usted mismo dice que no publicó casi nada más que tratados a lo largo de los años setenta.

Alain Badiou: ¡Es la reeducación! (Risas)

Jean-Paul¿Cómo el procedimiento de la verdad política trastorna absolutamente el curso de su situación sentimental y amorosa? Dices que fue finalmente a través del teatro, con L’écharpe rouge en 1979, que volviste de alguna manera al proceso artístico, a la escritura, y luego a las matemáticas. ¿No es la historia de su vida, tal y como la cuenta en sus memorias, la historia de la composición, o del intento de composición entre diferentes procedimientos de verdad, y de su polifonía dentro de su propia subjetividad?

Alain Badiou: Me gustaría que escribiera eso en la contraportada del libro (risas), me parece una visión perfecta, una gran lectura del libro en cuestión, y bastante esclarecedora. Sí, es absolutamente cierto, y a fin de cuentas es quizá el motivo más importante de mi filosofía. La cuestión filosófica clave es, por supuesto, identificar los procedimientos de la verdad, pero en realidad, el verdadero problema es saber si puede existir, si debe existir una articulación, o una jerarquía, o algún tipo de orden en los cuatro procedimientos.

Hay montones de ejemplos de esto, todas las interminables discusiones, incluso en los países comunistas, sobre la relación entre arte y política, este es un ejemplo típico de este tipo de cosas. También los hubo, precisamente sobre el tema de los hombres y las mujeres, entre el amor y la política, el amor y la ciencia… Creo que es un planteamiento perfectamente adecuado de los problemas internos de los nuevos procedimientos. A menudo, un nuevo procedimiento también es nuevo porque establece una nueva relación con otros procedimientos, incluso conflictivos.

Jean-PaulPorque da la impresión de que hay ciertos periodos en los que un procedimiento de la verdad puede abrumar a los demás.

Alain Badiou: Exactamente. No se trata sólo del caso más evidente, que es evidentemente el caso político, del mismo modo que la cuestión de la política como tal es también la cuestión del poder. Pero sabemos muy bien que las interferencias y oposiciones entre… incluso la ciencia y la política, por ejemplo: ¿cuál es el grado posible de domesticación de la ciencia por la política? ¿Qué papel desempeñan las obras científicas en la mediación de las cuestiones de poder? Esta es una de las grandes cuestiones del siglo, de hecho, de nuestro siglo. No hay más que ver cómo la disputa casi bélica entre China y Estados Unidos se presenta también en términos de física atómica y matemática: ¿cuál tendrá mayor capacidad para colonizar la Luna?

Jean-PaulUna de las cosas que más me llamó la atención en la conversación con Cécile [Winter] fue cuando me dijo: la política es un trabajo gratuito. En tu libro también se plantea la siguiente cuestión: ¿es posible ser activista a tiempo completo y dedicarse a otra cosa? Está claro que cuando vuelves a escribir, es también porque dejas la política, si no un poco a distancia, al menos tienes un compromiso un poco menos frenético, un poco menos cotidiano, un poco menos consumidor de tiempo

Alain Badiou: Lo reconozco absolutamente. Eso es lo que siempre me ha molestado en parte, aunque al final lo haya practicado yo mismo, en la teoría leninista del revolucionario profesional. Porque el revolucionario profesional es, después de todo, algo que indica que la política podría pertenecer a los profesionales, y sin embargo esto es abiertamente contrario al comunismo. Pero eso es más o menos lo que ocurrió al final: la política comunista acabó reduciéndose a núcleos de revolucionarios profesionales, y tanto más profesionales cuando capturaron el Estado.

Ernest: Una última pregunta, para volver al principio. ¿Cómo analizas la importancia subjetiva del hecho de que, para tu generación de activistas, fueran las cuestiones antiimperialistas, el internacionalismo, los verdaderos vectores de la politización? ¿Te parece un punto importante en el proceso de renegación? Me parece que es una de las cuestiones en las que los renegados son más vehementes. Esto fue evidente durante la guerra de Irak en 2003…

Alain Badiou: Mi camino iba directamente de la cuestión colonial a una nueva política inmanente. Pero he visto, de paso, que la absolutización de este punto no favorece la instalación interna de una nueva política. Se puede fetichizar, y he visto que ninguno de los que se comprometieron radicalmente con la guerra de Argelia tenía un futuro político asequible. La cuestión colonial fue mi primera oposición al Estado imperialista, por un lado. Y por otro, la manifestación de Reims en la fábrica Chausson. Creo que debemos seguir yendo a la fábrica Chausson, por muy importantes que sean las cuestiones internacionales.

Isabelle: ¿Por qué estaría reñido con las cuestiones internacionales?

Alain Badiou: En cierto modo, las cuestiones internacionales tienen la ventaja de definir posiciones en las que uno mismo no está atrapado. Aquí, por ejemplo, Rusia-Ucrania: no hace daño estar de un lado o del otro…

Lo había experimentado en la época de la guerra estadounidense en Vietnam: me había dado cuenta de que las posiciones justas y activas de los comités de base de Vietnam eran bastante relevantes, pero que también era allí donde había menos futuro político real. Se podía hacer campaña sobre el hecho de que eran los vietnamitas los que tenían razón y los estadounidenses los que estaban equivocados, y eso era compatible, en cierto sentido, con una sólida aceptación, por ejemplo, de la legitimidad del parlamentarismo, e incluso con la idea de que éramos más civilizados que los demás, que a menudo se vuelve a colar.

La ideología mundial actual se basa en la oposición entre democracia y totalitarismo. Se ha reelaborado -y varios filósofos franceses han trabajado mucho sobre ello, para establecer este hecho de manera esencial. Y se dieron cuenta de que llevaban mucho tiempo pensándolo, que ya se habían preocupado por Rusia y demás. Es la oposición entre democracia y totalitarismo. Siempre volvemos a esta cuestión: entre dos tipos de Estado. En el fondo, intentar librar a la humanidad de esta cuestión del Estado es lo que tienen en común el anarquismo y el comunismo. Pero que sea una idea anarquista no significa que debamos abandonarla.

Creo que se trata de una tarea importante. Que la cuestión de estar en condiciones de deshacer igualitariamente la maquinaria del Estado, y en particular su presunta función de representar a la población, de representar al Estado, es una tarea de primer orden.

Jean-PaulBueno, creo que hemos encontrado nuestro título: «¡Librar a la humanidad de la cuestión del Estado! (Risas)

Alain Badiou: Es curioso, porque tanto Marx como Lenin -es una cuestión romántica, si se me permite decirlo- se preocuparon por esta cuestión del Estado hacia el final de sus vidas. Básicamente, había que alejarse de la idea de que la política consiste en que un Estado bueno sustituya a un Estado malo. Cuando es así, el Estado bueno se instala y se convierte en malo (risas). Se podría resumir así la historia del siglo XX. Pero la cuestión del Estado, es decir, la cuestión del poder, se extiende luego a toda una serie de consideraciones complejas.

Di una charla en la que señalé que hay una especie de ambigüedad en la cuestión de la toma del poder. Marx ya lo había examinado cuando habló de la Comuna de París, así que es una vieja cuestión. Porque si el poder es malo, ¿qué sentido tiene tomarlo? Es una expresión desafortunada, y por eso Marx tuvo que compensarla, incluso en este mismo texto sobre la Comuna de París, con el hecho de que tomar el poder es crear las condiciones para la desaparición del poder. Lo malo, y en última instancia el poder mismo, como poder del Estado.

Aquí tenemos un grupo de cuestiones que son absolutamente cruciales en mi opinión, cruciales en términos de lo que debería ser el pensamiento político contemporáneo. Y es lo mismo a lo que se enfrentó la Revolución Cultural. Fue una revolución dispersiva, local, hubo la comuna de Shanghai, hubo otras cosas, etc., pero el Estado nunca estuvo amenazado como tal. Incluso Mao, en un intento de limitar los daños, acabó apoyando la candidatura de Deng Xiaoping.

Así que creo que podemos decir que la cuestión del Estado es la cuestión cardinal del pensamiento político revolucionario, siempre lo ha sido, después de todo, pero que contiene esta paradoja ineludible: ¿qué pasa con el poder que se deshará del poder? Al fin y al cabo, la Revolución Francesa ya lo había asumido. Por eso discutimos todavía hoy sobre Robespierre, porque Robespierre era el terror y el poder… y sí, pero… ¿qué más? Estaba ahí para impedir a toda costa la reaparición del antiguo poder. En consecuencia, tenía que exasperar al nuevo poder. Así que si siempre vamos a volver a: todo el poder para el partido, siempre estaremos muy lejos de: todo el poder para los soviets.

9. Resumen de la guerra en Palestina, 2 de mayo

En Mondoweiss han publicado otro de sus resúmenes, por lo que parece ya no diarios. Os lo paso. https://mondoweiss.net/2024/

Día 209 de la «Operación Inundación»: Hamás aún no ha respondido a la última propuesta israelí

Blinken afirma que Hamás «debe» responder a la propuesta de Israel mientras comienza a construir un muelle marítimo. Mientras tanto, la ONU afirma que el 5% de la población de Gaza ha muerto o resultado herida desde el comienzo del asalto israelí en octubre.

Por Qassam Muaddi 2 de mayo de 2024 

Bajas

  • 34.596 + muertos* y al menos 77.816 heridos en la Franja de Gaza*.
  • Más de 487 palestinos asesinados en Cisjordania ocupada y Jerusalén Este.**
  • Israel revisa a la baja su estimación de muertos del 7 de octubre, de 1.400 a 1.139.
  • Desde el 7 de octubre han muerto 607 soldados israelíes y al menos 6.800 han resultado heridos.***

*El Ministerio de Sanidad de Gaza confirmó esta cifra en su canal de Telegram el 29 de abril de 2024. Algunos grupos de derechos humanos estiman que la cifra de muertos es mucho mayor si se tienen en cuenta los presuntos muertos.

** El número de muertos en Cisjordania y Jerusalén no se actualiza periódicamente. Según el Ministerio de Sanidad de la AP el 22 de abril, esta es la última cifra.

*** Esta cifra ha sido divulgada por el ejército israelí, mostrando los soldados cuyos nombres «se permitieron publicar». El número de soldados israelíes heridos es según los informes de los medios de comunicación israelíes.

Principales acontecimientos

  • Israel mata a 142 palestinos y hiere a 237 desde el lunes en toda Gaza, lo que eleva el número de muertos desde el 7 de octubre a 34.596 y el de heridos a 77.816, según el Ministerio de Sanidad de Gaza.
  • Una delegación de Hamás se dispone a llegar a El Cairo para debatir la última propuesta israelí de alto el fuego y acuerdo sobre prisioneros, según informan los medios de comunicación.
  • Blinken afirma que Hamás «debe decidir» si acepta o no la última propuesta.
  • Estados Unidos inicia la construcción de un muelle marítimo en la costa de Gaza anunciado oficialmente para entregar ayuda humanitaria mientras Israel sigue bloqueando la entrada de camiones de ayuda a través de los pasos fronterizos terrestres habituales.
  • El PNUD y la CESPAO afirman en un informe conjunto que el 5% de los habitantes de Gaza han resultado muertos o heridos.
  • Cisjordania: Estudiantes palestinos de la Universidad de Birzeit obligan al embajador alemán ante la Autoridad Palestina a abandonar el Museo Palestino del campus.
  • Defensa de Niñas y Niños Internacional – Palestina afirma que 61 niños palestinos se encuentran recluidos bajo detención administrativa sin cargos ni juicio por las autoridades israelíes, lo que supone un récord de menores detenidos en virtud de dicha política.

Israel mata a 142 palestinos desde el lunes

El Ministerio de Sanidad palestino, con sede en Gaza, anunció que el resto de hospitales de la Franja recibieron a 142 palestinos muertos en ataques israelíes desde el lunes 29 de abril, mientras que otros 237 llegaron heridos.
Mientras tanto, fuentes de los medios de comunicación locales informaron de que, en las últimas 24 horas, las fuerzas israelíes bombardearon el barrio de Sheikh Ajleen, al oeste de la ciudad de Gaza. Al menos dos palestinos murieron en otro bombardeo en el barrio de Zeitoun de la ciudad.
En el centro de la Franja de Gaza, los ataques israelíes tuvieron como objetivo el campo de refugiados de Nuseirat durante toda la semana. Al menos nueve palestinos han muerto en Nuseirat desde el martes. Las fuerzas israelíes también atacaron varias zonas de Deir al-Balah, incluida una casa familiar.
En el sur de la Franja de Gaza, las fuerzas israelíes siguieron atacando Rafah. Desde el martes 30 de abril, los medios de comunicación han informado de la muerte de cinco palestinos en la ciudad, entre ellos dos mujeres y dos niños.

Una delegación de Hamás viajará a El Cairo para debatir la última propuesta israelí

Los medios de comunicación informaron de que el jefe del politburó de Hamás, Ismail Haniyeh, confirmó al jefe de los servicios de inteligencia egipcios, Abbas Kamel, en una llamada telefónica que una delegación del grupo palestino se dirigirá en breve a El Cairo para debatir la última propuesta israelí de canje de prisioneros.
Israel presentó su última propuesta de alto el fuego e intercambio de prisioneros la semana pasada. La propuesta incluye un intercambio de prisioneros y una retirada parcial israelí de la Franja, además de permitir que las mujeres y los niños desplazados al sur de la Franja regresen al norte. Hamás ha insistido repetidamente en una retirada total y en permitir que todos los palestinos desplazados regresen a sus hogares en el norte, la mayoría de los cuales han sido destruidos.
El Secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, elogió la última propuesta israelí calificándola de «generosa» y afirmó en una conferencia de prensa el miércoles que Hamás «debe decidir» si acepta o no la propuesta.

Según un informe de la ONU, el 5% de la población de Gaza ha muerto o ha resultado herida

Un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y del Comité Económico y Social de las Naciones Unidas para Asia Occidental (CESPAO) reveló el miércoles que alrededor del 5% de la población de la Franja de Gaza había muerto o resultado herida por las fuerzas israelíes desde el 7 de octubre.
El informe también indicaba que los niveles de pobreza en Gaza alcanzarán el 61% si el actual asalto israelí se prolonga durante nueve meses. Según el informe, el desempleo en el territorio palestino (Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este) ha aumentado hasta el 46% desde el comienzo de la actual guerra en octubre.
Según el informe, el desarrollo humano en Palestina ha retrocedido 17 años como consecuencia de la guerra. El informe añade que la continuación de la guerra tendrá grandes repercusiones sociales y económicas en el pueblo palestino y que es necesario un alto el fuego para hacer frente a la crisis humanitaria en Gaza y reconstruir la economía y las infraestructuras destruidas.
Según la oficina de prensa del gobierno de Gaza, al menos el 70% de las viviendas de la Franja han quedado destruidas o dañadas desde el 7 de octubre. La Organización Mundial de la Salud declaró la semana pasada que Israel ha estado «desmantelando sistemáticamente» el sector sanitario de Gaza.
Desde el 7 de octubre, 30 de los 34 hospitales en funcionamiento en Gaza han sido destruidos o puestos fuera de servicio. Todas las universidades de Gaza han sido destruidas por las fuerzas israelíes, y 212 escuelas han sido destruidas o dañadas, según el Ministerio de Educación palestino.

10. Lecciones de Lenin para la América de hoy

También Claudio Katz pone su grano de arena en la celebración del centenario de Lenin, con especial énfasis en las posibles lecciones para los revolucionarios en Hispanoamérica. https://jacobinlat.com/2024/

El legado de Lenin tiene enorme actualidad para una izquierda latinoamericana necesitada de un programa de resistencia al imperialismo y unidad regional que siente las bases de un futuro no capitalista. (Ilustración: Belén Valverde)

Lenin hoy

Claudio Katz

El arsenal teórico y político leninista es muy utilizado pero rara vez se indaga en profundidad en su contenido. Recuperar el legado de Lenin hoy implica dejar de lado cualquier canonización, academicismo o dogmatismo.

Lenin fue el artífice de la primera revolución socialista y del audaz intento de gestar un sistema poscapitalista. Por esa razón fue demonizado durante décadas por las clases dominantes con descalificaciones de todo tipo. Luego del colapso de la Unión Soviética, sustituyeron esa denigración por el olvido. Imaginaron que la globalización neoliberal perpetuaba capitalismo y el gran villano del siglo XX quedó transformado en una simple curiosidad del pasado.

Pero en el centenario de su fallecimiento la oleada ultraderechista ha resucitado la impugnación del líder bolchevique. Los fanáticos defensores del mercado observan rebrotes de comunismo en todas partes y detectan la sombra de Lenin en cualquier protesta. Esa paranoia recrea el interés por un crítico frontal de la atroz matanza perpetrada por el capitalismo durante la Primera Guerra Mundial.

Al cabo de cien años, Lenin reaparece junto a los nuevos focos de militarización que convulsionan a Europa Oriental y Medio Oriente. Esa devastación es complementada por una catástrofe climática, que nadie percibía en la época del dirigente soviético. El dramático impacto actual del calentamiento global induce a retomar los cuestionamientos al capitalismo. La competencia por mayores beneficios amenaza el entorno natural que sostiene al planeta, y el «leninismo ecológico» que sugieren varios autores emerge como respuesta al nuevo peligro que afecta a la humanidad (Dejean; 2024). Lenin resurge para luchar contra ese infortunio y aporta un enorme cúmulo de enseñanzas en numerosos terrenos.

Categorías para la acción
El revolucionario ruso renovó la ciencia política con varios conceptos que se han tornado muy corrientes. Esas categorías son utilizadas por muchos movimientos populares para desenvolver su intervención cotidiana. Pero hay pocas indagaciones del origen de esas nociones y de su creador.

Lenin popularizó un lenguaje forjado en la lucha contra el zarismo, perfeccionado en los debates internacionales de la socialdemocracia y revisado en las discusiones del movimiento comunista. Con su atención en la acción política, modificó las miradas previas del marxismo que concebían un devenir inexorable hacia el socialismo motorizado por el desarrollo de las fuerzas productivas. La confianza en ese rumbo reducía el rol de los sujetos al simple papel de acompañantes del proceso de extinción del capitalismo. Ese viraje debía verificarse primero en las economías más avanzadas (Europa Occidental) para extenderse luego a las regiones menos desarrolladas (Rusia), hasta abarcar a todo el planeta.

El líder soviético objetó aquel determinismo fatalista introduciendo otra conexión entre la dinámica de desarrollo, las crisis del sistema y las intervenciones de la clase trabajadora. Cuestionó la existencia de una relación automática entre esas dimensiones, destacando la variedad de eslabones débiles del capitalismo y subrayando la primacía de la lucha de los oprimidos para apuntalar el proyecto socialista. Debido a esa centralidad que asignaba a la praxis, sus esfuerzos se concentraron en esclarecer los pasos que debían seguir las fuerzas políticas de izquierda.

En esa preocupación por definir rumbos consideró la disposición de lucha, la conciencia, las expectativas y los prejuicios de los trabajadores. Maduró con esta mirada conceptos más inscriptos en el sinuoso arte de la política que en el estricto universo de las leyes sociales (Ortega Reyna, 2017). En el plano inmediato, esas nociones evalúan las relaciones de fuerzas en cada coyuntura, observando la tensión entre las clases dominantes y dominadas. Tal abordaje es ya un punto de partida habitual en las caracterizaciones de la izquierda, que registran la primacía de ofensivas de los capitalistas o de los trabajadores. De ese retrato inicial se deducen las políticas que refuerzan el perfil beligerante o defensivo de la acción socialista. Con esta indagación centrada en el diagnóstico de la confrontación clasista, Lenin preparó la estrategia que le permitiría conquistar el poder del Estado.

Su principal fórmula para subrayar la especificidad de cada escenario («el análisis concreto de la situación concreta») quedó asimilada por la militancia como un ordenador de la actividad. Ese enunciado indujo a proponer consignas amoldadas a cada circunstancia, tomando distancia de las abstractas vaguedades del socialismo del siglo XIX.

El líder bolchevique distinguió cursos inmediatos y mediatos, renovando la diferencia entre táctica y estrategia que la ciencia política absorbió del lenguaje militar. Pero Lenin utilizó ese bagaje para ubicar al enemigo principal y para evaluar las conductas de las capas intermedias a fin de establecer las alianzas requeridas para el triunfo de la revolución. A partir de allí, pudo gestar una forma de dirección política asentada en esas variables.

Lenin incluyó la dinámica de lo imprevisible en la intervención socialista. Preparó formas de acción amoldadas a la aparición de hechos inesperados. Entendió que en los súbitos cambios de escenario irrumpen virajes políticos generadores de grandes oportunidades para la lucha socialista. Con ese abordaje enriqueció la vertiente historicista del marxismo, que objeta el amoldamiento pasivo de los sujetos a un curso predeterminado de la historia. Todos sus escritos proponen incidir mediante la acción popular en un devenir abierto.

En la actualidad, el grueso de la izquierda retoma aquellas premisas con escasas referencias a su mentor. Tal desconocimiento empobrece la comprensión de un instrumental que está al alcance de la mano, en los cincuenta y cinco tomos que comprenden las obras completas de su autor (Lenin, ed. 1960). Una indagación de ese tipo permitiría reemplazar esta suerte de «leninismo espontáneo» que caracteriza a la izquierda de hoy en día por una intervención más fundada en el acervo desarrollado por el conceptualizador de los soviets.

Tres deformaciones
Una revisión provechosa de Lenin exige lidiar con tres obstáculos. El primero son los resabios de canonización que imponía la burocracia de la ex URSS para legitimar su propio régimen político (Boron, 2024). La dirigencia soviética transformó el leninismo crítico en una ideología asentada en referencias sueltas a los textos del líder bolchevique, con una cuidadosa selección de citas que, aunque inconexas, servían para justificar el rumbo que esa dirección delineaba para cada coyuntura. Esa deformación no desapareció con la implosión de la URSS. La manipulación de los escritos de Lenin para ponderar cierto curso (o desmerecer el opuesto) persiste hoy en varias formaciones de la izquierda. Y el leninismo no ha sido el único afectado por esa distorsión: la misma suerte se extendió a otros grandes referentes del marxismo —Trotsky, Luxemburg, Mao, Fidel, Gramsci— que inspiraron corrientes inspiradas en su nombre («ismos»).

Una segunda desventura afecta a Lenin cuando su legado es transformado en un objeto de estudio meramente académico. Esa conversión vacía la interpretación de una obra centrada en el compromiso político. El entusiasmo que suscita el líder bolchevique entre muchos doctorandos contribuye a descubrir aspectos desconocidos de su vida y permite retomar algunas elaboraciones inconclusas. Pero el estudio de su trayectoria bajo los códigos de la investigación universitaria erosiona la característica central del enfoque de Lenin, que es la transformación de toda reflexión intelectual en acción política.

La mirada académica no utiliza tampoco los conceptos del teórico soviético para actualizar el proyecto socialista. Se concentra únicamente en una meticulosa indagación de sus escritos, evaluando en qué medida fue distorsionada por las ediciones recortadas o por los manuales simplificadores que difundieron los funcionarios de la ex URSS (Piemonte, 2023: 36-42). Es probable que esa distorsión haya afectado en el pasado a la militancia comunista, pero la preocupación por esa anomalía no tiene gran relevancia actual. Desde la restauración del capitalismo, el líder bolchevique ha quedado totalmente relegado en Rusia y su figura es silenciada en el ámbito oficial.

Una relectura de Lenin divorciada de su espíritu militante es improductiva. Sus grandes temas —el socialismo, la revolución, el proletariado, la guerra— solo tienen relevancia en estrecha conexión con los dilemas políticos actuales (Martínez, 2023). Eludir tal abordaje conduce a situarse en las antípodas de Lenin y en frontal contraposición con el análisis concreto que promovía. Varios analistas han subrayado que ese divorcio afecta mucho más los estudios del dirigente soviético que las investigaciones sobre Marx o Engels (Budgen, 2010). Una lectura puramente académica de Lenin imposibilita su comprensión.

Existe finalmente una mirada dogmática que imagina un Lenin invariable, fuera de todo tiempo y lugar, y aplica sus categorías a cualquier escenario. Olvida que el líder bolchevique vivió y actuó en un período revolucionario y desenvolvió conceptos acordes a esa coyuntura. El análisis meticuloso de sus categorías es fructífero si se reconoce ese contexto. Cuando se olvida esa conexión, Lenin pierde vigencia como referente efectivo de la tradición marxista y queda petrificado como un prócer elogiado. Un rescate de ese tipo, más «veneración» que recuperación crítica, obstruye la utilización de su legado para evaluar un escenario radicalmente distinto al imperante hace 100 años.

Lecciones frente a la ultraderecha
Recuperar a Lenin hoy en América Latina tiene una utilidad inmediata: nos permite precisar las posturas de la izquierda frente a los problemas políticos más perentorios de la región, al tiempo que ilumina caminos para contener y doblegar a la ultraderecha, la tarea prioritaria del momento. Y es que esta «Ola Marrón», de una manera u otra, ha impactado en todos los países, expresándose como la canalización reaccionaria del descontento generado por la globalización neoliberal.

El capitalismo expandió la desigualdad, amplió el desempleo y potenció la exclusión. El malestar generado por esas penurias es aprovechado ahora por los derechistas para incentivar la irritación de los empobrecidos contra los desamparados. Con mensajes de odio hacia los más afectados por esas desventuras se descargan las tensiones hacia abajo, perpetuando los privilegios de los dominadores. Mediante esa andanada de agresiones y resentimientos, la ultraderecha digiere a la derecha convencional y afianza su perfil autoritario.

En América Latina pretende doblegar las protestas populares con el brutal modelo que introdujo el golpe cívico-militar de Perú. Busca también frustrar con campañas vengativas el despunte de un nuevo ciclo progresista. Enarbola estandartes conservadores tan amoldados al neoliberalismo como distantes del nacionalismo industrial-desarrollista de las viejas derechas latinoamericanas. En el pasado, con Pinochet y Videla, América Latina fue el laboratorio mundial del neoliberalismo. Hoy, de la mano de Milei, despunta como el ámbito de experimentación de la ultraderecha. El libertario argentino ya no sigue el guion convencional de sus predecesores inmediatos (Trump, Bolsonaro, Meloni, Orban). Junto a Netanyahu, representa un ensayo de la puesta en práctica de sus mensajes incendiarios. Así, el genocidio de palestinos sintoniza con la inédita brutalidad de la motosierra en la Argentina. 

Frenar esa andanada es la principal tarea del momento, y Lenin aporta varias indicaciones sobre el mejor modo de desplegar esa resistencia. El líder bolchevique maduró una respuesta a la ultraderecha cuando enfrentó el golpe militar de Kornilov contra el gobierno provisional de Kerensky. Es preciso recordar que Lenin confrontaba con esta última administración por su negativa a satisfacer las tres demandas de la revolución de febrero (fin de la guerra interimperialista, mejoras sociales inmediatas, entrega de la tierra a los campesinos). Sin embargo, frente al peligro de restauración del viejo orden monárquico, promovió una acción defensiva común con todos los sectores antizaristas, postura que permitió doblegar la asonada reaccionaria mediante la unidad de acción contra el enemigo principal.

Dicha respuesta fue asimilada durante toda la centuria pasada por el grueso de la izquierda como una norma orientadora contra el golpismo derechista. Frente a una amenaza de fascismo, invasión imperialista, intervención militar o represión en gran escala, la prioridad es neutralizar ese peligro mediante la articulación de un bloque defensivo. Las divergencias con los aliados no deben obstruir la concreción de ese dique. Pensando aquello en el escenario latinoamericano presente, la aplicación de tal política implica la gestación de un amplio frente de movilización contra la ultraderecha en las calles y en las urnas. En este último plano, la batalla incluye el voto contra los candidatos reaccionarios en las instancias decisivas del balotaje, dilema que se ha planteado a la izquierda en la numerosa secuencia de segundas vueltas que presentaron los comicios de los últimos años (Katz, 2024: 220-229).

Una postura electoral de ese tipo es plenamente coherente con el mensaje leninista centrado en la lucha. Las urnas tan solo complementan lo que se impulsa en las calles. La audacia, la valentía y la decisión eran para el líder bolchevique las principales claves para doblegar a una ultraderecha que capturaba adhesiones con exhibiciones de fuerza. Una izquierda timorata no puede disputar la primacía ante rivales que no disimulan su voluntad de poder. Todos los desenlaces políticos de los últimos años corroboran ese principio.

La ultraderecha fracasó en las tres ocasiones en las que debió enfrentar una respuesta decidida por parte de las clases populares. En Venezuela, su escalada de complots fracasó, y ahora vuelve a las urnas con la cabeza gacha. En Bolivia, la asonada secesionista de Santa Cruz naufragó cuando su principal instigador fue detenido. En Brasil, finalmente, no logró consumar el desconocimiento de las elecciones que dieron por ganador a Lula debido a la firme reacción que enfrentó Bolsonaro. En las tres situaciones prevaleció una respuesta afín al planteo leninista.

La actitud opuesta fue asumida por Fernando Lugo en Paraguay, Dilma Rousseff en Brasil, Pedro Castillo en Perú y Alberto Fernández en la Argentina, y condujo a un amargo resultado. Las posturas conciliatorias de estos mandatarios explican el éxito de sus enemigos. Los derechistas combinaron la movilización callejera con el desprecio de las instituciones republicanas y el ultraje del orden legal. El realismo de Lenin permite registrar ese desparpajo para alentar respuestas efectivas contra Javier Milei, Jair Bolsonaro, José Antonio Kast y Álvaro Uribe.

Posturas frente al progresismo

Una relectura de Lenin en profundidad aporta muchos elementos para esclarecer la nueva oleada de gobiernos progresistas. Este nuevo ciclo es más extendido y fragmentado que la onda anterior, e incluye a un país centroamericano de peso (México), otro de gran influencia política (Honduras) y a un tercero que revierte la larga pesadilla de autoritarismo (Guatemala). La misma novedad se extiende al Sur, con la enorme victoria conseguida en Colombia, una nación tradicionalmente controlada por una oligarquía despótica.

El ciclo en curso carece de la proyección regional que tuvo el proceso anterior y está condicionado por un significativo acortamiento temporal. Además, estos «nuevos progresistas» confrontan con una ultraderecha inexistente en la década pasada. La presencia de dicha fuerza acota los márgenes de acción de las administraciones centroizquierdistas y provoca una vertiginosa oscilación política. En 2008, por caso, prevalecían los gobiernos progresistas; en 2019, esa primacía quedó invertida por la restauración conservadora. A comienzos de 2023 volvió a predominar la primera opción, y en la actualidad se registra una generalizada contraofensiva para alterar ese patrón. Esta dinámica pendular genera que algunas experiencias progresistas se agoten con inusitada a velocidad. En ciertos países, la izquierda participa en esos gobiernos; en otros, los cuestiona con la misma vehemencia que la oposición derechista.

¿Qué sugerencias inspira la mirada de Lenin frente a esas disyuntivas? El líder bolchevique confrontó en Rusia con dos formaciones del mismo tipo. Por un lado, los liberales, que representaban a la ascendente burguesía rusa y vacilaban en los cuestionamientos al zarismo, negociaban con la monarquía y apostaban a su gradual transformación en un régimen constitucional. Por otra parte, el sector moderado de la socialdemocracia (mencheviques), que auspiciaba estrategias más comparables con el progresismo actual: proponía gestar formas de capitalismo regulado para apuntalar procesos favorables a las mayorías populares y concebía al socialismo como un proyecto lejano y precedido por modalidades aún ausentes de capitalismo desarrollado (claro que el progresismo actual descree por completo del socialismo, pero comparte con el menchevismo el rechazo a cualquier aceleración de los ritmos históricos que amenace la continuidad del capitalismo).

Lenin disputó con estas dos posturas rivales enarbolando el programa de demandas populares que los liberales objetaban y los mencheviques rehuían. Se apoyaba en la fuerte influencia de los bolcheviques entre los trabajadores y promovía alianzas con los campesinos en contra del protagonismo de la burguesía que exigían los liberales y aceptaban los mencheviques. En oposición a la conciliación con el zarismo, Lenin promovía la movilización popular y exponía sin titubeos sus postulados revolucionarios. Una actitud semejante en el escenario latinoamericano actual induce a resistir con firmeza las capitulaciones del progresismo y a señalar el incumplimiento de sus promesas electorales.

Lenin siempre subrayó las diferencias que separaban a sus adversarios liberales y mencheviques del enemigo zarista. Pero también destacó la necesidad de confrontar con ambos sectores para impedir que su rendición desembocara en una derrota popular. Para implementar esa estrategia, introdujo numerosas tácticas durante la corta gestión progresista de Kerentsky. Evitaba confundir esa administración con el tirano zarista, pero no estaba dispuesto tampoco a aceptar las frustraciones que traía aparejadas ese gobierno. Con esa doble acción preparó el camino para el triunfo socialista.

Pero, además, el dirigente ruso siempre priorizó la intervención directa de las masas. Su confianza en la participación popular es un rasgo destacado por todos los estudiosos de su obra. Ese ingrediente de optimismo es visto como el aspecto romántico de un dirigente que estuvo muy pendiente de la irrupción de contextos revolucionarios. Con ese horizonte apostó a conductas heroicas y estableció una relación emocional de sus reflexiones con esos escenarios (Lih, 2024). Pero esa pasión nunca cegó su evaluación realista de cada coyuntura. 

El líder bolchevique consideraba la acción popular como la herramienta más auspiciosa para revertir situaciones adversas y radicalizar contextos favorables. Ese enaltecimiento de la lucha es un mensaje muy oportuno para el marco latinoamericano, toda vez que un gobiernos progresista desconfía de su propio pueblo y evita apoyarse en la movilización callejera.

Si bien es cierto que existen administraciones de ese signo que conservan la expectativa de sus votantes y que en la durísima disputa con la derecha no rehúyen las manifestaciones masivas de apoyo (como en el caso de Petro o López Obrador), también es cierto que en otros casos el incumplimiento de las promesas electorales generó un desengaño que frustró la batalla contra el golpismo (como en el Perú de Castillo), quebrantó la esperanza de cambios constitucionales (como en el Chile de Boric) y abrió el camino para el reemplazo ultraderechista (como en la Argentina de Fernández).

Lenin pregonó la acción popular como una estrategia desde abajo contrapuesta al manejo estatal de los poderosos. La izquierda latinoamericana debe retomar ese contrapunto para apuntalar sus metas socialistas frente a los objetivos procapitalistas del progresismo.

En defensa de los procesos radicales

Lenin esperaba que la revolución rusa se extendiera en una rápida oleada revolucionaria mundial, haciendo despegar al socialismo. Aunque no llegó a toparse de lleno con la frustración de esa expectativa, sí pudo notar que Alemania y Francia no seguían la pauta de los éxitos bolcheviques. Esa adversidad generó el aislamiento internacional de la URSS y el incremento de las presiones contrarrevolucionarias, que forzaron el endurecimiento defensivo del régimen soviético. Con su habitual realismo, Lenin mantuvo siempre su defensa de la revolución, resaltando los logros, asumiendo los problemas y aceptando las fallas.

Esta postura legó a la izquierda una forma de manejarse en situaciones semejantes. Cualquiera sea la penuria, el obstáculo o los desaciertos que afronte un proceso transformador, corresponde defenderlo ante el acoso de la derecha y el imperialismo. Lo que padeció la Unión Soviética se repitió posteriormente en los cursos socialistas de China, Vietnam y Cuba, así como en los ensayos radicales de África, Asia y América Latina.

El mismo hostigamiento reaccionario asume actualmente formas muy virulentas contra Cuba, Venezuela, Bolivia o Nicaragua, y la defensa de esos países no debería generar cuestionamientos en la izquierda. Una relectura de Lenin como la que proponemos sugiere que ninguna objeción a las políticas seguidas por los gobiernos de esos países (con sus significativas diferencias entre sí) justifica restringir el sostén internacional que necesitan para defenderse del imperialismo. Estos cuatro países participan de un eje diferenciado del progresismo por la magnitud de la agresión estadounidense contra ellos. El Departamento de Estado auspició un récord de atentados, complots y guarimbas para doblegar al chavismo y retomó la escalada golpista en Bolivia luego del fallido experimento de Jeanine Añez. En Nicaragua combinó la presión diplomática con una furibunda agresión mediática, y en Cuba reforzó el bloqueo para incentivar el descontento.

Estas campañas impactan sobre los complejos escenarios internos imperantes en los cuatro países. La recuperación económica en Venezuela se consuma con mayor desigualdad y creciente enriquecimiento de la «boliburguesía». Los logros de crecimiento, redistribución del ingreso y uso productivo de la renta en Bolivia, por su parte, han quedado frenados por la disputa interna del MAS. Mientras tanto, la inadmisible respuesta represiva del orteguismo frente a las protestas se ha extendido a varios héroes de la revolución sandinista. Y la epopeya cubana continúa con reconocimiento y admiración regional, pero las soluciones al estancamiento económico se demoran sin respuestas a la vista.

Un abordaje de estos problemas en línea con la tradición leninista exige reconocer las adversidades y debatir su resolución. El líder bolchevique inauguró una forma de exponer disyuntivas con inédita franqueza y ausencia de cortesía. Esa frontalidad contribuye a caracterizar las causas del actual congelamiento de los procesos radicales en la región. Si bien no han sido doblegados, están muy lejos de los avances prometidos y esperados por la población. El mensaje leninista frente a dilemas de este tipo pasa por buscar los remedios en la radicalización de esos procesos, un camino que puede transitarse evitando generar expectativas en soluciones mágicas y combatiendo la resignación frente al statu quo.

Otro escenario global

Durante el siglo XX, Lenin fue el símbolo de la revolución y el socialismo. En América Latina fue identificado con Fidel, el Che y la expectativa de erradicar el capitalismo. Esa esperanza como horizonte próximo ha cambiado en forma sustancial. El escenario leninista perdió continuidad en una época signada por el neoliberalismo y la ofensiva del capital. El reflujo del último ciclo internacional revolucionario (1968-1975) se consolidó con la pérdida de conquistas populares, el declive de los sindicatos y la flexibilización laboral. Ese cambio de las relaciones de fuerza fue reforzado por la regresión de la conciencia socialista que sucedió a la implosión de la Unión Soviética. Esa eclosión alteró el patrón de miradas críticas al capitalismo que imperó en varias generaciones de trabajadores.

Dichas convicciones eran periódicamente potenciadas o afectadas por los resultados de la lucha comunista. Cada oleada revolucionaria reforzaba la convicción, y cada marea opuesta deterioraba la esperanza, pero sin quebrantar la certeza en un futuro socialista. Las experiencias transmitidas de batallas contra la opresión se sucedían de una generación a otra (Traverso, 2020). Los militantes impactados por la revolución rusa legaban sus enseñanzas a los activistas conmovidos por la revolución china, y ese efecto influía sobre los luchadores sacudidos por el triunfo de Vietnam y de Cuba.

El desplome de la URSS rompió esos vasos comunicantes entre los seguidores del ideal socialista. La crisis de la izquierda, el retorno de la religión y el resurgimiento de las identidades nacionales afianzaron una regresión política que actualmente se expresa en la canalización derechista del descontento popular. Que las formaciones más extremas de la reacción consoliden su primacía electoral en los viejos distritos rojos de varios centros urbanos es la evidencia más reciente de esa involución. Otro factor determinante de la erosión del escenario leninista ha sido la expansión del marco político constitucional. Esa extensión —que despuntaba en Estados Unidos y Europa Occidental en los años de la revolución rusa— se consolidó en todas las metrópolis. Posteriormente, se amplió también a América Latina, modificando la tradicional primacía de las tiranías cívico-militares explícitas o enmascaradas.

Los sistemas posdictatoriales de las últimas décadas introdujeron mecanismos muy acotados de democracia real y gravitación ciudadana, pero se transformaron en el principal instrumento de las clases dominantes para neutralizar las protestas populares. Esos mecanismos operan como un gran contrapeso de los escenarios revolucionarios que sucedían al desplome de las dictaduras (Mosquera, 2024). En una era de neoliberalismo, constitucionalismo y regresión del ideal socialista, la figura de Lenin ya no despierta el mismo interés que en el siglo XX, un declive que expresa la pérdida de centralidad de la revolución (Arcary, 2024). Y comprender este cambio es el punto de partida para reformular estrategias de la izquierda adaptadas al nuevo escenario (Chibber, 2021). Una actitud leninista exige evaluar con descarnado realismo el contexto predominante para amoldar la batalla por el socialismo a ese marco. Ignorar las diferencias que separan el escenario actual del imperante en el pasado impide concebir esas estrategias.

Dicho esto, es importante tener en cuenta que la ausencia de un marco global revolucionario no implica la primacía del escenario antitético. Hoy persiste una etapa neoliberal de reflujo pero sin el agravante del aplastamiento físico o la demolición de las organizaciones de izquierda que signan a los períodos reaccionarios. Pero, además, la falta de revoluciones en América Latina ha sido compensada por dos oleadas de intensas rebeliones. El primer ciclo (desde 1989) impactó sobre Venezuela, Bolivia, Ecuador y Argentina, mientras que el segundo (desde 2019) se extendió a Bolivia, Chile, Colombia, Perú, Haití y Guatemala.

Aunque tales sublevaciones no dieron lugar a triunfos populares de envergadura histórica, tampoco culminaron con derrotas comparables a las padecidas durante los años setenta. Su alcance fue muy importante, pero no llegaron a recrear el período revolucionario que inauguró el triunfo en Cuba (1960) y cerró la derrota en Nicaragua (1991). ¿En qué radica la diferencia entre ambas fases? En el grado de radicalidad política prevaleciente: las rebeliones contemporáneas no dieron lugar a construcciones paralelas al Estado, las formas de poder popular o los desenlaces militares de la era previa (Katz, 2008).

Las protestas latinoamericanas del siglo XXI se desenvuelven en sintonía con sublevaciones del mismo tipo en otros puntos del planeta. Exhiben parentescos con la Primavera Árabe, con las revueltas de los indignados en Europa, con la irrupción callejera en Francia y con las huelgas obreras que recobran relevancia en Estados Unidos. También comparten con otros levantamientos la gravitación de la acción directa, el protagonismo de los jóvenes trabajadores precarizados y la incidencia del feminismo y el ambientalismo.

El uso del término «rebelión» para identificar esas sublevaciones se ha generalizado, pero sin la debida conceptualización de su contrapunto con las revoluciones (Maiello, 2022: 192-210). Es cierto que el pasaje del primer tipo de levantamientos al segundo siempre es una posibilidad en un sistema capitalista que incuba desequilibrios monumentales. Pero el salto de la revuelta a revolución debe ser evaluado con precisión en función del tipo organización popular emergente que desafía al Estado.

En la centuria pasada, las discusiones sobre la estrategia socialista estaban directamente conectadas con el marco revolucionario. El contrapunto entre insurrección y guerra popular dirimía cuál de los dos rumbos era más propicio para cada contexto nacional, y ambas variantes eran contrastadas con la acción parlamentaria. Este abordaje ha perdido centralidad por la disipación del escenario revolucionario, cambio que altera también la temporalidad del proyecto socialista. La simultaneidad anteriormente avizorada para los procesos de transformación social ya no es la norma. La dinámica disruptiva de aceleraciones impetuosas, bifurcaciones imprevisibles y eventos inesperados que rodeaba a Lenin ha desaparecido. Las vertiginosas coyunturas «kerenskistas» perdieron la centralidad.

Esos cambios traen aparejada una circunstancia fundamental: la estrategia socialista de formación de un gobierno de trabajadores, captura del Estado y transformación de la sociedad ya no es el único modelo de viraje anticapitalista. En este punto, otra vez, Lenin puede aportar claridad ante este tipo de situaciones.

No copiar la revolución de octubre
En varias oportunidades Lenin objetó la imitación del camino bolchevique que propiciaban los admiradores de la revolución de octubre. Esa repetición era auspiciada por los militantes que ansiaban consumar el éxito de los soviets en sus propios países. En un célebre texto, el dirigente ruso polemizó con quienes imaginaban en Europa Occidental un curso semejante de irrupción de Consejos, colapsos políticos y capturas del poder (Lenin, ed. 2021). Esos cuestionamientos se procesaron en la naciente Internacional Comunista y comenzaron a esclarecer la diferencia cualitativa que separaba al régimen monárquico-autoritario imperante en Rusia de la estructura parlamentaria prevaleciente en las sociedades occidentales. Lenin inauguró la percepción de una distinción que dio lugar a estrategias muy distintas para ambas formaciones (Blanc, 2021).

La discusión inicial se concentró en el caso de Alemania, que en esos años despuntaba como un país desarrollado, con un Estado más complejo, un movimiento obrero más extendido y enormes sindicatos. Allí se verificaba una gran participación electoral, con fuerte presencia parlamentaria y un sinnúmero de comunidades influidas por el pensamiento socialista. Lenin intuyó la enorme distancia que separaba a esa configuración del escenario ruso y reforzó la convocatoria a una estrategia de frente único de los comunistas con la socialdemocracia para batallar contra la derecha. Y, lejos de limitar esa alianza a su propósito defensivo inmediato, concibió esa unidad como el cimiento de un proyecto gubernamental. Auspició la gestación de un gobierno de los trabajadores dirigido por partidos socialdemócratas, sostenido por los comunistas y sin ministros burgueses (Mosquera, 2023b).

Ese llamado incentivó otras estrategias posteriores para concretar el primer paso de un proyecto socialista en los países con alta gravitación de la institucionalidad parlamentaria. Se trataba de un modelo que difería del curso insurreccional de octubre y de la dictadura del proletariado instaurada en Rusia. Lenin detectó tempranamente que la elevada incidencia de los sistemas políticos constitucionales generaba que los soviets no emergieran en Europa Occidental con el mismo protagonismo que en Rusia.

Antes de 1917, el líder bolchevique no postulaba un modelo político socialista muy definido: oscilaba entre el sostén de una demanda democrática tradicional (Asamblea Constituyente) y la ponderación del potente organismo soviético que irrumpió con el ensayo revolucionario de 1905 (Mosquera 2023a). Fue el redoblado protagonismo que tuvieron los consejos en 1917 —con organismos surgidos en lugares de trabajo o en comunidades, con gran presencia de obreros y campesinos reclutados como soldados— lo que lo indujo a exaltar la democracia directa y a intuir que aquellos organismos podían prefigurar un nuevo sistema político.

Los consejos florecieron en rusia con la misma intensidad que sus antecesores de la Comuna de París y asumieron un papel definitorio en el triunfo de octubre (Le Blanc, 2024). Así, la insurrección solo consagró el avasallante poder democrático gestado en torno a los Consejos (Lih, 2019). En los momentos de mayor radicalidad, el líder bolchevique proclamó la superioridad intrínseca de esos organismos frente a todas las modalidades precedentes de la democracia burguesa (Lenin, ed. 2017). Tal fue el elogio, sin embargo, que recayó en la tentación libertaria de omitir las limitaciones de esas estructuras como basamento central de cualquier sistema político consolidado (Bensaid, 2002).

La trayectoria posterior de la Unión Soviética y de todos los procesos revolucionarios del siglo XX confirmó que los soviets —o sus equivalentes militares de poder dual en China, Vietnam o Cuba— son indispensables para conquistar el manejo del Estado, pero no bastan para administrarlo. Resultan fundamentales a la hora de tomar del poder, pero no pueden fungir como el sostén principal o exclusivo de la gestión corriente de los asuntos públicos. 

Los consejos el pilar de experiencias de democracia participativa y de mecanismos de intervención ciudadana —como se verificó en las comunas de Venezuela (inspiradas en el ejemplo chino) o en la gran variedad de organismos gestados en la epopeya cubana— y constituyen un resorte clave para el control popular del manejo del Estado. Pero el excepcional nivel de movilización, participación y conciencia popular que irrumpe en las revoluciones no persiste cuando el nuevo régimen estabiliza su funcionamiento (Katz, 2004). Lenin no llegó a conocer esas lecciones del siglo XX, pero su agudo realismo político lo empujó a polemizar tempranamente con las corrientes comunistas europeas que magnificaban el modelo soviético.

Por las mismas razones, tampoco cabe generalizar la decisión bolchevique de disolver la Asamblea Constituyente bajo la amenaza de una gran contrarrevolución blanca. Esa medida fue un acto específico del convulsionado escenario ruso y no indicó la inferioridad de esa instancia frente a los soviets. La cautela de Lenin frente a contextos diferentes a la autocracia zarista debe ser leída como un mensaje orientador de la estrategia socialista actual.

Aplicaciones latinoamericanas (I)
Las convocatorias de Lenin a no copiar la revolución rusa, a valorizar el frente único, a explorar caminos de gobierno de los trabajadores, a considerar las tradiciones parlamentarias y a intercalar los soviets con la remodelación constitucional tienen gran relevancia actual para América Latina. Esos señalamientos subrayan que el manejo del Estado es el punto de partida para cualquier transformación significativa. Esto, que podría parecer una obviedad, es cuestionado por las corrientes que proponen «cambiar el mundo sin tomar el poder», suponiendo que ese viraje será consumado en los márgenes de las instituciones mediante la construcción de organismos divorciados de esa configuración. Pero al cabo de varias décadas, esa estrategia no ha mostrado resultados. En ningún país afloraron indicios de cómo podría consumarse un avance popular desconectado de las conquistas que convalida el Estado.

Pero, además, la renuncia a llegar al gobierno implica abdicar también del manejo del poder y de la consiguiente sustitución del dominio de los poderosos por la primacía de los oprimidos (García Linera, 2015), puesto que los intereses contrapuestos de ambos sectores solo pueden dirimirse en torno al manejo de la estructura estatal. Allí se definen las políticas que favorecen los intereses de los privilegiados o los desposeídos.

Lenin siempre propició rumbos para acceder al Estado a fin de transformarlo, con la mira puesta en la erradicación de los componentes opresivos de ese organismo. Nunca imaginó que esa mutación podría consumarse renunciando a la batalla por el poder. En las condiciones actuales de América Latina, ese acceso presupone la llegada al gobierno a través de las elecciones. Es la misma percepción que tuvo Lenin al observar el contexto diferenciado de Europa Occidental: notó que, sin una victoria en las urnas, las corrientes socialistas quedaban privadas de la legitimidad requerida para disputar el poder. Por eso subrayó la complementariedad de la lucha callejera con la confrontación electoral.

Este mismo escenario impera en el contexto latinoamericano actual. La vieja analogía de la región con el marco prevaleciente en la Rusia zarista ha quedado disipada, y por esa razón perdió centralidad la estrategia guerrillera o insurreccional que emulaba la captura soviética del poder. En las últimas décadas, las rebeliones han sido el pilar de todos los intentos por desenvolver una transformación radical de la sociedad (desde el Caracazo hasta la Guerra del Agua). Pero en todos los casos aquellos ensayos requirieron la legitimación en las urnas.

El actual sistema constitucional de América Latina contiene las mismas adulteraciones que imperan en otros rincones del planeta para apuntalar los intereses de los poderosos. La inestabilidad de esos modelos es más generalizada en la región, pero esa turbulencia no altera la permanencia de esos regímenes. Cada crisis de un gobierno deriva en su reemplazo por otro a través de elecciones, parlamentos y candidatos vencedores. Las dictaduras militares del pasado no han reaparecido, y las estrategias socialistas deben amoldarse a ese dato. De esa continuidad se deriva la centralidad que asume la batalla por el impulso de Asambleas Constituyentes.

Lenin osciló entre realzar esas instancias y ponderar los soviets. Asignó mayor centralidad al primer instrumento en las coyunturas menos revulsivas, sin perder de vista a los consejos como principal sostén de un cambio radical. Esta misma combinación se impone actualmente en nuestra región: la lucha por instaurar Asambleas Constituyentes reaparece como punto de partida en la mayoría —si no todos— los intentos de transformación política. Es un mecanismo insoslayable para dotar a los ciudadanos del poder que no manejan en el funcionamiento corriente de los sistemas políticos.

La Constituyente consagró en Venezuela la democracia participativa junto a conquistas sociales (derechos a los indígenas, campesinos, niños), nacionales (prohibición de bases extranjeras) y democráticas (referéndum revocatorio, obligación de los funcionarios de rendir cuentas, normas de control masivo). En Bolivia instauró el Estado plurinacional para erradicar la histórica supremacía de las elites blancas sobre las mayorías indígenas. Por el contrario, en Brasil y Argentina no hubo logros de ese porte. Una frustración mayor se verificó en Chile, luego de dos consultas que no consiguieron erradicar la Constitución legada por Pinochet. En Colombia el debate recién está comenzando.

La revolución bolchevique permitió una conquista simultánea del gobierno y del poder. La consigna que consagró ese éxito sintetizó esa convergencia («todo el poder a los soviets»). Allí no hubo mediaciones, tránsitos ni demoras en el traspaso de los resortes del Estado de una clase social a otra y en la sustitución de un estamento burocrático tradicional por un funcionariado emergente. Pero en su llamado a forjar gobiernos de los trabajadores en Europa Occidental, Lenin introdujo una separación temporal de estas «dos instancias de un mismo trayecto». Una administración socialdemócrata surgida de las urnas en Alemania implicaba el control el gobierno, pero no del poder. Lenin proponía excluir a los ministros la burguesía del gabinete para acelerar esa segunda conquista, pero sin acceder a su manejo inmediato, dejando abierta la temporalidad de esa mutación al imprevisible curso de la lucha política.

Aplicaciones latinoamericanas (II)
Algo similar sucede en América Latina cuando las corrientes de izquierda abogan por una estrategia de dos momentos, diferenciando el acceso al gobierno de la posterior (aunque inmediata) disputa por el poder político, económico, militar, judicial y mediático.

La diferencia que separa a ambas instancias ha quedado muy clara en los procesos del lawfare que la derecha promueve para desplazar a los presidentes progresistas. En esos golpes institucionales se nota con descarada transparencia quién maneja realmente el poder: una élite de militares, capitalistas, jueces y comunicadores socava la autoridad de los mandatarios objetados para forzar su salida del gobierno en una secuencia calcada de un país a otro. Se trata de una oleada de conspiraciones prohijada por la embajada de Estados Unidos e implementada mediante procedimientos legislativos y judiciales. El complot comenzó contra Zelaya en Honduras en 2009, y se extendió contra Lugo en Paraguay, Dilma en Brasil y Morales en Bolivia. Además, hubo numerosos intentos frustrados contra Chávez en Venezuela, Cristina en Argentina, Correa en Ecuador y Lula en Brasil.

Castillo fue tumbado en Perú con el mismo procedimiento, pero su caída contó además con una acción militar semejante a las asonadas tradicionales del alto mando. La conjura contra Dilma incluyó un activo complemento callejero, y la fracasada campaña destituyente contra Cristina estuvo encabeza por la gran prensa, que nunca digirió el intento democratizador de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual de 2009. En los últimos años, la ultraderecha perfeccionó el mismo dispositivo de golpes institucionales con una andanada de mentiras que propagó a través de las redes.

Ahora bien, si hay algo que estas escaladas de golpismo institucional han confirmado, es que el manejo de un gobierno tan solo implica el control de una pequeña porción del poder real. Los resortes de ese dominio en el plano económico, militar, mediático y judicial están monopolizados por las clases dominantes y su élite de funcionarios. La conquista popular de esas áreas involucra una larga batalla, estrategia que Lenin intuyó al señalar que en algunos países la llegada gobierno era el punto de partida de esa travesía. La implementación latinoamericana actual de ese objetivo presenta enormes diferencias nacionales, y las alianzas requeridas para alcanzar la presidencia difieren en cada caso. Pero en todos los países las vertientes radicales o progresistas comparten programas, anhelos y discursos que convergen con la izquierda en la confrontación con los dueños del poder.

Reconocer esos enlaces resulta indispensable para concebir proyectos de gobierno. Lenin subrayaba ese principio al distinguir con nitidez a los adversarios de los enemigos. Su mirada es fundamental para recordar que mientras la derecha se ubica en las antípodas de la izquierda, el progresismo es un aliado inconsecuente. Ambas fuerzas son cualitativamente diferentes y es un grave error ubicarlas en el mismo casillero.

Pero también es cierto que la disputa por el poder es mucho más compleja en el siglo XXI que en la era de la revolución rusa debido a la enorme extensión y sofisticación de estructuras estatales, que se han enlazado con la sociedad a través de múltiples mediaciones. En la época de Lenin, el poder judicial no tenía el protagonismo actual y los medios de comunicación no eran transmisores significativos de la ideología dominante. El poder militar actuaba en forma más visible, pero sin contar con los instrumentos de control coercitivo subyacente que detenta en la actualidad. Por otra parte, la confrontación con el poder económico era más frontal y los marxistas imaginaban un rápido tránsito hacia la socialización de los medios de producción.

Pese a las distancias que lo separaban de un momento como el actual, Lenin fue un pionero a la hora de percibir la complejidad que ese tránsito podía acarrear. Esto se verifica considerando su reemplazo de la planificación económica total (comunismo de guerra) por la reintroducción de mecanismos mercantiles que convalidaron diversas formas de propiedad (Nueva Política Económica) (Lenin, Ed 1973). Esta última variedad de modelos —denominada NEP— fue retomada por distintos gobiernos de izquierda para promover estrategias que combinan el proyecto socialista con parámetros capitalistas y complementos mercantiles. Esos esquemas operan mediante una gran regulación estatal para implementar políticas opuestas al neoliberalismo y la financiarización. Las experiencias de este tipo que desplegaron China y Vietnam aportan sugerencias para América Latina, y su exitoso ensayo en Bolivia contrasta con los magros resultados de Venezuela.

Sea cual fuere el caso, lo importante a tener en cuenta es que la disputa con el poder económico no puede coronarse en la arena electoral o en las pulseadas del ámbito institucional. La derrota de las clases dominantes y la erradicación del capitalismo depende de la acción directa de los trabajadores. Todos los mensajes del líder bolchevique giran en torno a esa conclusión, y no hay forma de alcanzar esa meta sin forjar órganos de poder popular equivalentes a los soviets. Los consejos son los pilares de una transformación socialista. No cumplen un rol decisivo en la gestión corriente de los gobiernos, pero son la llave maestra para la disputa por el poder. No son indispensables para el triunfo electoral, pero sí para derrotar a los dueños del poder militar, económico, judicial y mediático.

Sujetos populares
Lenin enfatizó la centralidad del proletariado como principal sujeto revolucionario. Retomó la visión de sus antecesores, que dedujeron esa primacía del rol determinante que tienen los asalariados en la reproducción de ese sistema, en tanto alimentan la plusvalía que nutre el beneficio patronal y garantizan la valorización que sostiene la acumulación. El líder bolchevique resaltó que los explotados están ubicados en los centros neurálgicos de la economía y los capitalistas dependen de su labor. Lucran con las privaciones de todos los desposeídos, pero sus ganancias dependen del esfuerzo laboral específico de los asalariados.

Partiendo de estos presupuestos, observó a la clase obrera como la fuerza directriz de la revolución socialista y confirmó esa centralidad con la experiencia de los soviets. Resaltó ese papel notando la dinámica del proceso revolucionario con una visión muy distante de la histórico-sociológica que prevalecía en la socialdemocracia europea. Esta última formación ensalzaba al proletariado como un agente de progreso que corporizaba el desarrollo de las fuerzas productivas y la modernización de la sociedad. Por eso observaba la clave de un ordenado pasaje al socialismo en la extensión numérica de los asalariados.

Lenin no compartía esa mirada evolucionista ni tampoco su presupuesto positivista. Derivaba la centralidad del proletariado de la conducta política de ese sector. Le asignaba un rol de vanguardia en la batalla urbana contra el zarismo y propiciaba una alianza con la mayoría campesina en el resto del territorio. Las distintas formulaciones que expuso Lenin sobre la revolución democrática apuntaron a construir ese frente contra la minoría de explotadores.

El dirigente bolchevique no dedujo, por lo tanto, el liderazgo del proletariado de un mero presupuesto teórico. Estimó que la experiencia rusa anticipaba una preeminencia revolucionaria mayor de la clase obrera en los países más desarrollados de Europa. Pero asumió esa conclusión sin ningún dogmatismo. Denunció, por ejemplo, la complicidad de la aristocracia obrera de las metrópolis con la expoliación de la periferia en su análisis del imperialismo. Durante el siglo XX, esa connivencia ha incluido un gran entrelazamiento de la burocracia sindical con estamentos privilegiados del Estado para atemperar la combatividad de los trabajadores.

Las proféticas advertencias de Lenin fueron ilustrativas de la flexibilidad que también exhibió para percibir la gravitación de los sectores oprimidos del continente asiático, captando la enorme incidencia del campesinado de esa región en la entrelazada batalla que libró contra el imperialismo y el capitalismo. Desde muy joven, Lenin resaltó la potencialidad revolucionaria de China e India, contra los prejuicios de las corrientes socialdemócratas conservadoras que identificaban la belicosidad anticolonial con el primitivismo. Luego de la victoria soviética, registró el desplazamiento de la revolución de Occidente a Oriente y entendió que ese viraje extendía la primacía de los asalariados a otros sectores desposeídos. Tal reconsideración quedó plasmada en las resoluciones de la Tercera Internacional, que ampliaron a los pueblos oprimidos la clásica invocación a la unidad del proletariado mundial (Raine, 2021). Esa ponderación inauguró el reconocimiento marxista de una variedad de sujetos revolucionarios en función del rol que asumen los distintos segmentos populares en la lucha de cada país. Lenin fue determinante para esa maduración.

En la actualidad, aquella reconsideración sigue siendo decisiva. Sin tomarla en cuenta resulta imposible comprender el protagonismo de los jóvenes trabajadores precarizados en las gestas populares del siglo XXI. Se trata de un sector marginado de las negociaciones tradicionales con el Estado que lidera las protestas callejeras en muchas regiones e integra un conglomerado ampliado de la clase trabajadora con novedosas modalidades de agrupamiento y acción. Una mirada leninista flexible de los sujetos populares permite comprender la gran incidencia de los precarizados en las rebeliones latinoamericanas de las últimas décadas. Su protagonismo —que comparte con campesinos, indígenas y asalariados del sector público— ha sido especialmente visible en Bolivia, Ecuador, Venezuela, Argentina, Chile, Guatemala, Colombia, Perú, Panamá y Haití.

Y es que las transformaciones neoliberales han reestructurado profundamente el universo de los asalariados en toda la región, y sus efectos comienzan a comprobarse. La fuerza laboral actual es más heterogénea y se encuentra segmentada entre un polo de actividades calificadas y un vasto sector precarizado, una reorganización capitalista que ha diversificado también a los protagonistas de la lucha popular.

Organizaciones políticas

La misma agudeza demostrada en su evaluación de los sujetos populares se hace presente en las reflexiones de Lenin sobre los problemas de la organización política. Lenin forjó un partido centralizado y disciplinado, muy amoldado a la lucha clandestina contra el zarismo, y su figura quedó asociada con ese duro perfil del bolchevismo. Pero nunca concibió ese tipo de organización como un modelo universal; por el contrario, propuso varias modificaciones de esa estructura y se mostró abierto a configuraciones de otra índole.

Esa plasticidad fue muy visible en las polémicas de la Tercera Internacional contra los imitadores occidentales del modelo ruso. Lenin auspició caminos más variados, que incluyeron por ejemplo propuestas de ingreso de los comunistas al laborismo inglés, preocupado siempre por establecer conexiones entre los revolucionarios y las inclinaciones políticas específicas de cada pueblo (Orovitz Sanmartino, 2023:18-47).

El modelo bolchevique fue acertadamente amoldado a escenarios de lucha semejantes al zarismo, especialmente en las durísimas batallas del siglo XX contra las dictaduras de Asia, África y América Latina. Las formas de organización y los códigos de conducta heredados del vanguardismo jacobino fueron necesarios para actuar en esas regiones. Pero la imposición forzada de ese entramado militante en cualquier tiempo y lugar fue un despropósito ulterior de muchas corrientes de la izquierda. En esa trasposición, el leninismo quedó erróneamente identificado con una rudimentaria ideología de partido. Los núcleos dirigentes se atribuyeron aptitudes para definir las políticas de todo el colectivo e identificaron ese rumbo con el interés del proletariado. Supusieron que ese curso anticipaba el camino que seguiría toda la clase trabajadora, con una mirada más emparentada con la prédica y las profecías de los misioneros que con la lucha política comunista.

La propuesta organizativa del Lenin siempre constataba la insoslayable necesidad de la organización para motorizar una transformación de la sociedad. El agrupamiento con reglas, costumbres, tradiciones y liderazgos es una característica compartida por todas las configuraciones políticas. Ese enlace organizativo es particularmente indispensable en la batalla actual contra la ultraderecha. Pero la propuesta de Lenin es más ambiciosa y está concebida para transformar la lucha social en una confrontación política contra el capitalismo. Postula que la propaganda socialista debe elevar la comprensión de los asalariados de su condición opresiva para inducirlos a construir un proyecto contrapuesto a sus enemigos de clase.

Lenin concentró sus esfuerzos en forjar un partido comprometido con esa maduración de la conciencia obrera. Objetó la simplificada expectativa en el despunte espontáneo de esa clarificación por el mero desenvolvimiento de la lucha social. Sus trabajos más importantes no están centrados en la forma de organizar el partido, sino en los senderos que permiten potenciar la conciencia socialista (Lenin, ed. 2015). Destacó que la acción reivindicativa no esclarece de por sí la condición de los trabajadores ni ilumina la forma de erradicar el capitalismo: solo una sistemática estrategia de educación comunista permite esa comprensión.

De esta manera, el partido nunca fue para Lenin un ámbito de conspiración de intelectuales obsesionados por introducir sus ideas al proletariado desde fuera. Esa caricatura no guarda la menor conexión con la visión del líder bolchevique, que no establecía nada parecido a esa artificial divisoria sino que confiaba en una dinámica conjunta de ambos sectores, basada en la experiencia común de la lucha. El artífice de la revolución rusa remarcó la diferencia entre la lógica política y la lógica social sin oponer ambos planos. Subrayó que un proceso de emancipación requiere potenciar el primer ámbito como centro de elaboración de tácticas, estrategias y proyectos socialistas.

Lenin construyó una organización dotada de esos atributos. Por eso fue capaz de introducir los audaces giros tácticos que, entre febrero y octubre de 1917, culminaron con la toma del Palacio de Invierno. Las Tesis de Abril, la demanda del poder a los soviets, el frente único contra Kornilov y la insurrección fueron decisiones adoptadas por un partido ya entrenado en la lucha revolucionaria.
El legado de Lenin tiene enorme actualidad para una izquierda latinoamericana necesitada de un programa de resistencia al imperialismo y unidad regional que siente las bases de un futuro no capitalista. Ninguno de esos objetivos emergerá tan solo de la lucha social. Las batallas en ese plano han derivado en frecuentes revueltas que tumban gobiernos derechistas y facilitan ciclos progresistas, pero no desembocan en procesos emancipadores. Por esa obstrucción, la derecha reconquista periódicamente el manejo de los gobiernos. Un logro perdurable de la izquierda exige multiplicar las organizaciones socialistas que asuman su perfil sin titubeos, reivindicando los ideales del comunismo con la misma convicción que lo hacía Lenin.

 

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Claudio Katz Economista, investigador del CONICET, profesor de la Universidad de Buenos Aires y miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es www.lahaine.org/katz.

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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