«En la vida se nos dan dones, cada uno tiene los suyos y es un deber cultivarlos. Yo siempre intento dedicar tiempo a mis pasiones: el cine, la ópera, el teatro... para que mi faceta cultural se desarrolle no sólo a través de mi trabajo. El arte es algo muy importante para mí. Mi familia no formaba parte de este mundo, mi padre tenía una empresa de transportes, mi madre era ama de casa. No había actores ni directores entre nosotros. Sin embargo, desde joven sentí amor por todo lo relacionado con la imagen: adoraba los cómics, los libros de grandes fotógrafos y las películas», dice Monica Bellucci (Città di Castello, Italia, 1964), quien no ignora que el tiempo pasa deprisa y que no hay ni un minuto que perder, pero quien también ha descubierto que los días y los meses han tomado otra forma, su propio ritmo.
«Tengo 59 años y sigo trabajando, así que no creo que se trate sólo de belleza. La curiosidad inicial se queda en nada si detrás no hay algo más». Y ella lo sabe bien. Detrás de su atractivo hay ingenio, y encuentra el equilibrio perfecto entre los filmes comerciales y las propuestas más radicales, el glamour de Hollywood y la transgresión del cine independiente. Este año tiene varios proyectos: el documental de Maria Callas: cartas y memoria –sobre la gira teatral de tres años en la que interpretó a la diva–, la secuela Bitelchús Bitelchús de Tim Burton (6 de septiembre), la película Paris Paradis de Marjane Satrapi y la serie Ça, c’est Paris de Marc Fitoussi. Siempre busca desafiarse a sí misma. ¿Su secreto? Aceptar papeles que realmente valora.
¿Cómo fue interpretar en el teatro a Maria Callas?
Era la primera vez que subía a las tablas y con 55 años. El cumplido más bonito lo recibí en Grecia. Una señora se me acercó y me dijo: «Usted no tiene la voz de Maria Callas, pero tiene su alma». Callas tenía una forma de amar pura y verdadera que le costó la vida. Me conmovió su dualidad: en el escenario era una mujer intocable, distante, pero en la vida real era dócil, con un corazón sencillo. La gente siempre la quiso y la sigue queriendo, no sólo por su música, sino también porque tenía un aura especial.
Igual que ella, tú también eres una apasionada de Cartier.
Hay fotos preciosas de ella con sus joyas. Cartier es mucho más que joyería, es tradición, es artesanía, es evolución.
Y ahora está celebrando el centenario de su anillo Trinity.
Es precioso cuando las cosas han estado ahí desde siempre y siguen siendo modernas y actualizándose.
¿Cómo cambian las mujeres la conversación en el cine?
A pequeños grandes pasos. Personalmente, cada vez trabajo más con directoras. Ella tienen una forma diferente de mirar, de contar, de explorar temas hasta ahora invisibles. Hablan de la belleza de otra manera, una muy distinta, con otro enfoque de la feminidad y de la sensualidad. Por fin nos miramos a nosotras mismas, y no como nos miraría un hombre. Al mismo tiempo, les enseñamos a ellos a mirarnos como nos gustaría que nos miraran. Nos tenemos cada vez más respeto a nosotras mismas y eso hace que nos respeten más. Nos sentimos cada vez más libres y valientes. Las mujeres nos entendemos sin hablar, basta con una mirada. Es como si hubiera un alma común que nos une, que nos vincula.
Desde hace años admiro y celebro lo cómoda que estás con tu feminidad... ¿Siempre ha sido así?
Hoy tenemos la libertad de expresarla como queramos. Yo cambio con el tiempo, evoluciono. De niña pasas a ser una mujer joven, una madre, una mujer madura... Artísticamente hablando, a los 50 años hice dos películas: En la Vía Láctea, de Emir Kusturica, y Spectre, de Sam Mendes. Estos directores me dieron papeles dinámicos y la oportunidad de cruzar el puente de los 50, nada fácil para una actriz.
Hay una frase de Anna Magnani que podría ser tuya: «A medida que envejezco, no quiero parecer más joven. Quiero parecer más feliz». Incluso el Papa Francisco elogió a la actriz en uno de sus discursos en 2022 por su defensa de las arrugas. ¿Cómo te relacionas tú con el paso del tiempo?
Qué gran mujer y actriz Anna. Pues soy como todo el mundo: me digo que ir en contra de algo que es más poderoso que yo es inútil. Y si el tiempo pasa quiere decir que eres afortunada de seguir aquí. La edad biológica tiene consecuencias, ya no se disfruta de las ventajas de la juventud. Hay una transformación física, natural, y llega un momento en el que hay que aceptarlo. Lo importante es seguir sintiéndome bien y hacer cosas que me gusten y me estimulen.
¿Cuál es el secreto para convertirse en adulto?
Precisamente, quizá intentar conservar tu lado infantil. Convertir la experiencia en entusiasmo y saber que, aunque la vida te haya pasado por delante, sigues vivo y eres capaz de ver lo bello a pesar de conocer lo feo. Mantener la inocencia. Todos estos años me han servido para comprender que nunca es la aprobación exterior la que te consuela, más bien es la interior. Siento pasión por lo que hago, pero, cuanto más adulto te haces, más distancia tomas de las cosas. Me gusta mi trabajo, aunque también quiero vivir mi vida como mujer, como amiga, como madre.
Has vuelto a encontrar el amor... ¿Qué significado tiene esta palabra tan potente para ti?
Quizás en el amor vivido en la edad adulta uno se vuelve más generoso. Se despierta un deseo todavía más intenso de comprender al otro, de protegerlo.
¿Cuál es el papel más importante que has desempeñado?
El de madre, nunca dejas de aprender, es la vida misma.
