El espejo de Lida Sal (1967), Miguel �ngel Asturias (Ciudad de Guatemala, 1899 - Madrid, 1974)


Miguel �ngel Asturias
(Ciudad de Guatemala, 1899 - Madrid, 1974)

1. El espejo de Lida Sal (1967)
El espejo de Lida Sal
(M�xico, Siglo XXI Editores, 1967, 146 p�gs.)



1

      Los r�os van quedando sin resuello al decaer el invierno. Al blando resbalar de las corrientes sustituye el silencio seco, el silencio de la sed, el silencio de las sequ�as, el silencio de l�minas de agua inmovilizada entre los islotes de arena, el silencio de los �rboles que el calor y el viento tostado del verano caliente hacen sudar hojas, el silencio de los campos donde los labriegos dormitan desnudos y sin sue�o. Ni moscas. Bochorno. Sol filudo y tierra como horno de quemar ladrillos. Los ganados enflaquecidos se espantan el calor con el rabo buscando la sombra de los aguacatales. Por la hierba seca y escasa, conejos sedientes, serpientes sordas en busca de agua y p�jaros que apenas alzan el vuelo.

       Ni qu� decir, por supuesto, lo que gastan los ojos en ver tanta tierra sobreplana. Por los cuatro lados de la distancia se va la vista hasta el horizonte. S�lo fij�ndose bien se divisan peque�os grupos de �rboles, campos de tierras removidas y caminos de esos que se forman de tanto pasar y pasar por el mismo punto y que van llevando por all� mismo, hacia ranchos con humano contento de fuego, de mujer, de hijos, de corrales donde la vida picotea, como gallina insaciable, el contento de los d�as.
       En una de esas desesperadas horas de calor y escasez de aire, volvi� a casa do�a Petronila �ngela, a quien unos apelaban as� y otros Petr�ngela, esposa de don Felipe Alvizures, madre de var�n y encinta de meses. Do�a Petronila �ngela hace como que no hace nada para que su marido no la rega�e por hacer cosas en el estado en que est�, y con ese como no hacer nada mantiene la casa en orden, todas las cosas derechas: ropa limpia en las camas, aseo en las habitaciones, patios y corredores, ojos en la cocina, manos en la costura y en el horno, y pies por todas partes: por el gallinero, por el cuarto de moler ma�z o cacao, por el cuarto de guardar cosas viejas, por el corral, por la huerta, por el cuarto de aplanchar, por la despensa, por todas partes.
       Su se�or marido la ri�e cuando la ve en tareas, quisiera que se estuviera sentada o tendida a la bartola, y eso es malo, porque los hijos salen holgazanes. Su se�or marido, Felipe Alvizures, es un hombre espacioso por dentro, lo que lo hace lento en sus movimientos, y por fuera siempre enfundado en espaciosas ropas de dril. Pocas aritm�ticas, pues sabe sumar de corrido con ma�ces, y poqu�simas letras, pues no hace falta saber leer, como saben muchos que jam�s leen. Adem�s, lo de espacioso por dentro lo dec�a ella, porque le costaba juntar las palabras. Parec�a que las iba a traer una a un punto y otra a un punto m�s retirado todav�a. Dentro y fuera de �l, el se�or Felipe, ten�a donde moverse a sus anchas para no hacer nada a la carrera, para reflexionar cabal, cabal. Y cuando le llegue la hora, Dios guarde, dec�a Petr�ngela, si la muerte no lo acorrala, no se lo va a poder llevar.
       Por toda la casa se reparte la fuerza del sol. Un sol con hambre que sabe que es la hora del almuerzo. Pero bajo los techos de teja de barro se siente m�s bien fresco. Contra su costumbre, Felipito, el hijo mayor, lleg� antes que su padre, salt� a caballo sobre la puerta de trancas, s�lo dos trancas ten�a pasadas, las m�s altas y peligrosas, y entre el espanto de las gallinas, los ladridos de los perros y el revolotear de las palomas de castilla, despu�s de una ida y venida a velocidad de rel�mpago, sent� el caballo entre las chispas arrancadas del choque de las herraduras en las piedras del patio, y solt� una risotada.
       ��Qu� sin gracia, Felipito... ya sab�a que eras vos!
       A su madre no le gustaban esas vistosidades. El caballo con los ojos brillantes y la boca espumosa, y Felipito ya en tierra abrazando y contentando a su se�ora madre.
       Al poco rato lleg� su padre montado en un macho negro, al que llamaban "Samaritano", por manso. Baj�se de la cabalgadura, pacienzudamente, a botar las trancas de la puerta que Felipito hab�a saltado, las coloc� de nuevo y entr� sin ruido, apenas el tastaceo de los cascos del �Samaritano� al cruzar el empedrado de frente el apeadero.
       Almorzaron callada la boca, vi�ndose como si no se vieran. El se�or Felipe ve�a a su mujer, �sta a su hijo, y el hijo a sus padres que devoraban tortillas, rasgaban la carne de una pierna de pollo con los dientes filudos, tomaban agua a grandes tragos para que les pasara de la garganta la masa de una sabrosa yuca colorada.
       �Dios se lo pague, se�or padre...
       El almuerzo termin�, como siempre, sin muchas palabras, entre el silencio de todos y las consultas de Petr�ngela a la cara y el movimiento de las manos de su esposo, para saber cu�ndo �ste hab�a concluido el plato y pedir a la sirvienta lo que segu�a.
       Felipito, despu�s de agradecer a su padre, acerc�se a su madre con los brazos cruzados sobre el pecho, baja la cabeza, y repiti�:
       �Dios se lo pague, se�ora madre...
       Y todo concluy� con don Felipe en la hamaca, su mujer en una silla de balanc�n y Felipito en un banco, en el que segu�a montado a caballo. Cada quien en sus pensamientos. El se�or Felipe fumaba. Felipito no se animaba a fumar en la cara de su padre y se le iban los ojos tras el humo, y Petr�ngela, se hamaqueaba, d�ndose movimiento con uno de sus peque�os pies.


2

       Lida Sal, una mulata m�s torneada que un trompo, segu�a con la oreja, no en lo que hac�a, sino en la ch�chara del ciego Benito Joj�n y un tal Faluterio, encargado de la fiesta de la Virgen del Carmen. El ciego y Faluterio hab�an terminado de comer y estaban para irse. Esto ayudaba a que Lida Sal escuchara lo que hablaban. Los lavaderos de platos y trastos sucios estaban casi a la par de la puerta que la comeder�a ten�a sobre la calle.
       �Los �Perfectantes� �dec�a el ciego, ensayando gestos igual que si se arrancara de las arrugas de la cara, molestias de telara�a� son los m�gicos, y c�mo va a ser eso que usted me dice, c�mo no se van a encontrar candidatas m�xime ahora que los hombres andan tan ariscos. S�, amigo Faluterio, hay poca boda y mucho bautizo, lo que no est� bueno. Mucho solter�n con cr�a, mucho solter�n con cr�a...
       ��Qu� es lo que usted quiere?, y le formulo la pregunta as� a boca de jarro para que me diga su cabalidad en este asunto, y pueda yo conversarlo despu�s con los otros miembros de la cofrad�a de la Sant�sima Virgen. Ya la fiesta est� encima, y si no hay mujeres que se hagan cargo de los vestidos de los �Perfectantes�, pues se har� como el a�o pasado, sin m�gicos...
       �Hablar nada cuesta, Faluterio, hacer es m�s trabajoso. Si a m� me dan la caridad de ocuparme de los trajes de los �Perfectantes�, tal vez encuentre candidatas, hay mucha mujer casadera, Faluterio, mucha mujer en edad de su merecimiento.
       �Es dif�cil, Benito, es dif�cil. Creencias de antes. Hoy con lo que la gente sabe, qui�n va a creer en semejante cochinada. De mi parte y de parte de todos los del comit� de la fiesta patronal, creo que no habr� inconveniente en dar a usted, que es necesitado y no puede trabajar por ser ciego, los atav�os de los �Perfectantes�.
       �S�, s�, yo dar� pasos para repartirlos, y as� no se acaban las cosas de antes.
       �Me voy, lo dejo, y tenga por hecho lo ofrecido.
       �Le tomo la palabra, Faluterio, le tomo la palabra, y voy a buscar por donde Dios me ayude.
       La mano fr�a y jabonosa de Lida Sal abandon� el plato que estaba lavando, se pos� en el brazo del ciego, en la manga de su saco que de tanto remiendo era un solo remiendo. Benito Joj�n cedi� al adem�n afectuoso, detuvo el paso, pues �l tambi�n iba hacia su casa que era la plaza toda, y pregunt� qui�n le reten�a.
       �Soy yo, Lida Sal, la muchacha que friega los platos aqu� en la comeder�a.
       �S�, hija, y qu� se te ofrece...
       �Que me d� un consejo nuevo...
       ��Ja! �Ja!, entonces vos sos de las que creen que hay consejos viejos...
       �Y mismito por eso, yo lo quiero nuevo. Un consejo que invente s�lo para m�, que no se lo haya dado a ninguna otra, que ni siquiera lo haya pensado. Nuevo, qu� se entiende, nuevo...
       �Veamos, veamos, si puedo...
       �Se trata, ya sabe usted...
       �No, no s� nada...
       �Que estoy, �c�mo le dijera?, que estoy algo prendada de un hombre y �ste ni siquiera me vuelve a ver...
       ��Es soltero?
       �S�, soltero, guapo, rico... �suspir� Lida Sal�, pero qu� se va a fijar en m�, friega trastes, si �l es una gran cosa...
       �No te des m�s trabajo. S� lo que quer�s, pero como me has dicho que eres fregona, me cuesta pensar en que te alcance para dar la limosna de uno de los trajes de los �Perfectantes�. Son muy caros...
       �Por all� no se aflija. Tengo alguito, si no es mucho lo que cuesta la limosna. Lo que yo quiero saber es si usted se compromete a darme uno de esos vestidos m�gicos y va donde el ingrato �se a que se lo ponga el d�a de la patrona. Que se vista de �Perfectante� con el traje que yo le mande, eso es lo principal. Lo dem�s corre por cuenta de la magia.
       �Pero, hija, si adem�s de no ver, no s� d�nde encontrar al caballero �se que te has prometido, del que te has prendado, pues estoy doblemente ciego.
       Lida Sal se inclin� hasta una de las grandes orejas rugosas y peludas y mugrientas del ciego, y le dijo:
       �Donde los Alvizures...
       �Ah... ah...
       �Felipito Alvizures...
       �Veo claro, veo claro... quieres hacer un buen casamiento...
       ��No, por Dios! �Acu�rdese que es ciego y no puede ver claro, si lo que ve en mi amor es el inter�s!
       �Entonces, si no es por inter�s, es porque te lo pide el cuerpo...
       �No sea animal�n. Me lo pide el alma, porque si me lo pidiera el cuerpo me sudar�a al verlo, y no sudo cuando lo veo, por el contrario, me quedo como si no fuera yo, y suspiro.
       �Eso est� bueno. �Cu�ntos a�os ten�s?
       �Diez y nueve voy a cumplir, pero yo digo que tal vez van a ser veinte. ��pale, quite la mano de all�... ciego y todo tanteando c�mo es el bulto!
       �Cerciorarme, hijita, cerciorarme de c�mo andas de carnes...
       ��Va a ir donde los Alvizures?... �eso es lo que me interesa!
       �Hoy mismo... �Y qu� es esto que me has clavado en el dedo? �Es un anillo?
       �Es un anillo de oro, vale lo que pesa...
       �Qu� bueno... qu� bueno...
       �Y se lo doy a cuenta de lo que haya que pagar por la limosna del traje de �Perfectante�.
       �Sos pr�ctica, ni�a, pero no puedo ir adonde los Alvizures, sin saber siquiera c�mo te llamas...
       �Lida Sal...
       �Lindo nombre, pero no es cristiano. Me voy a donde me manda tu coraz�n. Ensayaremos la magia. Como a estas horas est�n las carretas del se�or Felipe cargando o descargando le�a en el mercado, me sentar� en una de ellas, ya lo he hecho otras veces, y all� me tendr�n de visita en busca de Felipito.


3

       El ciego le quiso besar la mano a do�a Petronila �ngela, pero �sta la escabull� a tiempo y en el aire qued� el chasquido. No le gustaban los besuqueos y por eso le ca�an mal los perros.
       �La boca se hizo para comer, para hablar, para rezar, Joj�n, y no para andarse comi�ndose a la gente. �Ven�a en busca de los hombres? Por all� est�n en las hamacas. D�me la mano, lo llevo para que no se vaya a caer. �Y qu� le dio por dejarse venir tan de repente? Por fortuna usted sabe que las carretas est�n a su entera disposici�n y que �sta es su casa.
       �S�, Dios se lo pague, mi se�ora, y si ech� el viaje sin avisarles antes, es porque el tiempo se nos est� entrando y hay que ganarle la delantera para preparar bien la fiesta de la Sant�sima Virgen.
       �Tiene raz�n, ya casi estamos en v�speras del gran d�a, y tan pronto �verdad? si parece que no hubiera pasado un a�o.
       �Y ahora se hacen preparativos muy mejores que los del a�o pasado. Viera usted...
       El se�or Felipe en una hamaca y Felipito en otra, se mec�an mientras iba cayendo el sol. El se�or Felipe fumaba tabaco con olor a higo y Felipito, por respeto, se conformaba con ver formarse y deshacerse las nubes del humo perfumado en el aire tibio.
       La Petr�ngela se lleg� hasta ellos conduciendo a Joj�n de la mano y, ya cerca de las hamacas, les anunci� que ten�an visita.
       �No es visita �corrigi� el ciego�, es molesta...
       �Los amigos nunca molestan �adelant�se a decir el se�or Felipe al tiempo de sacar una de sus cortas piernas de la hamaca, para sentarse.
       ��Se lo trajeron los carreteros, Joj�n? �pregunt� Felipito.
       �As� es ni�o, as� es. Pero si tuve c�mo venirme, no se c�mo me voy a ir de aqu�.
       �Yo le ensillo un caballo y me lo llevo �contest� Felipito�. Por eso no tenga cuidado...
       �Y si no, se queda con nosotros...
       ��Ay, mi se�ora, si fuera cosa, me quedaba, pero tengo boca, y ya sabe que prendas con boca, molestan siempre!
       El se�or Felipe, mientras tanto, estrech� la mano del ciego, tan llena de oscuridades, y le condujo a una silla que hab�a tra�do Felipito.
       �Le voy a poner un cigarro en la boca �dijo el se�or Felipe.
       �No me pida permiso, se�or, para dar gustos no se pide permiso...
       Y ya fumando a pulm�n batiente, sigui� Joj�n:
       �Les dec�a que no era visita la m�a, sino molesta. Y as� es, pura molesta. Vengo con la embajada de ver si Felipito quiere ser este a�o el jefe de los �Perfectantes�.
       ��sa es cosa de �l �dijo el se�or Felipe Alvizures, haciendo se�as a Petr�ngela que se acercara y al acercarse aqu�lla, la tom� de la cintura inabarcable con s�lo un brazo, para quedar juntos, atentos al hablar del ciego.
       �Algo tramado est� eso... �reaccion� Felipito, soltando un chisquete de saliva que brill� en el piso. Cada vez que se pon�a nervioso escup�a as�.
       �No es pu�alada de p�caro �adujo Joj�n�, pues hay tiempo para pensarlo bien y resolver despacio, siempre que sea pronto, pues ya la festividad se viene, y af�jese, ni�o, que hay que probarle el vestido, para que le quede bien y coserle en las mangas los galones de Pr�ncipe de los �Perfectantes�.
       �No creo que haya mucho que pensarlo �decidi� la ejecutiva Petr�ngela�, Felipito est� ofrecido a la Virgen del Carmen, y qu� mejor oportunidad para rendirle culto, que participar en su fiesta principal.
       �Eso si... �articul� Felipe hijo.
       �Entonces �terci� el padre buscando palabras�, no hay mucho que pensarlo ni m�s que hablar �y siempre sin encontrar c�mo decir las cosas�: �Vido que no hizo el viaje de balde se�or Benito! Y si ahora, como dec�as, lo vas a llevar montado, en el pueblo te podes aprobar el vestido que te quede mejor, por si hay que hacerle algunos acomodos.
       �Por lo pronto los galones de Pr�ncipe �dijo Joj�n�. El vestido hasta despu�s se lo voy a traer para que se lo pruebe, porque no me lo han dado.
       �Sea... �acept� Felipito�, y para no perder tiempo voy a ver si hallo un macho manso, antes de que se nos entre la noche.
       ��Espere, Don preciso! �le detuvo la madre�, vamos a que Joj�n tome un su buen chocolate...
       �S�, s�, madre, ya s�, pero mientras �l toma el chocolate, yo busco el macho y lo ensillo. Se hace tarde... �y ya fue saliendo hacia los corrales�, se hace tarde y oscurece, aunque a un ciego lo mismo le da andar de d�a que de noche... se dijo Felipito para �l solo.


4

       La comeder�a estaba apagada y silenciosa. Poca gente de noche. Todo el movimiento era a mediod�a. As� que hubo espacio y anchura para que el ciego, muy del brazo de Felipito Alvizures, entrara a sentarse en una de las mesas, y para que dos ojos fijaran en �ste sus pupilas negras, llenas de una luz de esperanza.
       �Se sirven de algo �acerc�se a preguntar Lida Sal, frotando la mesa de madera vieja, gastada por los a�os y las intemperies, con una servilleta.
       �Un par de cervezas �contest� Felipito�, y si hay panes con carne, nos da dos.
       La mulata perd�a por momentos la seguridad del piso, lo �nico seguro que ten�a bajo los pies. Estaba en un sofoco que disimulaba mal. Cada vez que pod�a frotaba sus brazos desnudos y sus senos firmes, temblantes bajo la camisita, en los hombros de Felipe. Pretextos para acerc�rsele no faltaban: los vasos, la espuma derramada del vaso del ciego, los platos con los panes con carne.
       �Y usted �pregunt� Alvizures al ciego� d�nde pernocta, porque ya lo voy a ir dejando.
       �Por aqu�. Aqu� mismo en la comeder�a me dan posada a veces �Verdad, Lida Sal?
       �S�, s�... �fue todo lo que �sta pudo decir, y m�s le cost� formar con sus labios la cifra del valor de las cervezas y los panes.
       En la mano hecha hueco, hueco en el que sent�a el coraz�n, apret� las moneditas calentitas que le pag� Alvizures, calentitas de estar en su bolsa, en contacto de su persona, y sin poder resistir m�s, se las llev� a los labios y las bes�. Luego de besarlas se las frot� en la cara y las dej� caer entre sus senos.
       Por la oscuridad sin ojos, esa oscuridad de las noches que empiezan y acaban negras, color de pizarra, trotaba el caballo de Felipito Alvizures que se alejaba seguido del andar sonzon del macho en que hab�a venido montado el ciego.
       Y qu� dif�cil romper a hablar en medio de tantas cosas tan calladas.
       �Sosiego, don ciego �le sali� el juego de palabras, tan de fiesta ten�a el alma�, no es cosa de andar palpando...
       �La mano te quiere apretar, malpensada, para que me sint�s el anillo que desde hoy me diste, en el dedo, ya como cosa m�a, pues trabajo me ha costado gan�rmelo, trabajo y ma�a. Ma�ana tendr�s aqu� el vestido de �Perfectante� que lucir� Felipito en la fiesta.
       �Y qu� debo hacer...
       �Hija, dormir con el vestido bastantes noches, para que lo dejes impregnado de tu magia, cuando uno duerme se vuelve m�gico, y que as� al pon�rselo �l para la fiesta, sienta el encantamiento, y te busque, y ya no pueda vivir sin verte.
       Lida Sal se quiso agarrar del aire. Se le fue la cabeza. Apret� la mano en el respaldo de una silla, con la otra mano se apoy� en la mesa, y un sollozo cerrado le lleg� a los labios.
       ��Lloras?
       ��No! �No! ... �S�! �S�!
       ��Lloras o no lloras?
       �S�, de felicidad...
       �Pero �tan feliz sos?...
       �Sosiego, don ciego, sosiego!
       La teta caliente de la mulata se le fue de la mano al viejo, mientras aqu�lla sent�a que las monedas con que le pag� Felipito Alvizures, escurr�ansele de los senos hacia el vientre, igual que si su coraz�n estuviera ya soltando pedazos de metal caliente, emitiendo dinero para acabar de cubrir a Joj�n, la limosna del traje m�gico.


5

       No hab�a disfraz m�s vistoso que el del �Perfectante�. Calz�n de Guardia Suizo, peto de arc�ngel, chaquetilla torera. Botas, galones, flecos dorados, abotonaduras y cordones de oro, colores firmes y tornasolados, lentejuelas, abalorios, pedazos de cristal con destellos de piedras preciosas. Los �Perfectantes� brillaban como soles entre las comparsas que acompa�aban a la Virgen del Carmen, durante la procesi�n que recorr�a todas las calles del pueblo, las principales y las humildes, pues nadie era menos para que no pasara por su casa la Gran Se�ora.
       El se�or Felipe movi� la cabeza de un lado a otro. Pens�ndolo bien, no muy le gustaba que su hijo vistiera aquella rimbombancia, pero, como ponerse en contra habr�a sido herir los sentimientos religiosos de la Petr�ngela, m�s despiertos ahora que estaba encinta, disimul� su desagrado con una broma que su consorte encontr� de mal gusto.
       �Tan prendado estaba yo de tu se�ora madre cuando nos casamos, Felipito, que la gente contaba que ella hab�a dormido siete noches seguidas con el traje con que yo sal� de �Perfectante�, har� unos veintisiete, treinta a�os tal vez...
       ��Nunca sali� de �Perfectante� tu padre, hijo, no le creas!... �lo contradijo ella, temerosa y apesarada.
       �Pues entonces debaldito dormiste con el traje... �ri� Alvizures, hombre de pocas risas, y no porque no le gustara re�rse, era sabroso re�rse, sino porque desde que se cas� dec�a�: la risa se queda en la puerta de la iglesia donde uno se casa, donde empieza el viacrucis...
       �Eso de que yo te magi� para que te casaras conmigo, es pura invenci�n tuya... Si saliste de �Perfectante�, qui�n sabe por quien otra...
       ��Otra?... Ni veinte leguas a la redonda... �y ri�, ri� de muy buena gana, invitando a re�rse a Felipito�: �Re�te, hijo, re�te, a�n sos soltero! El re�r y la risa son privilegios de la solter�a. Cuando te cases, cuando alguna duerma con el vestido de �Perfectante� que te toque lucir en la fiesta, adi�s risa para siempre. Los casados no nos re�mos, hacemos como que nos re�mos, lo que no es lo mismo... la risa es atributo de la solter�a... de la solter�a joven �eh? porque los solterones viejos tampoco se r�en, ense�an los dientes...
       �Tu padre todo lo enreda, hijo... �reaccion� la Petr�ngela�. La risa es de los j�venes, casados o solteros, y no de los viejos, y a �l le entr� el viejo, qu� culpa tenemos, le entr� el viejo...
       La Petr�ngela no concilio el sue�o esa noche. Asomaban a su conciencia aquellas noches en que en verdad durmi� con el traje de �Perfectante�, que el se�or Felipe Alvizures visti� en la fiesta har� treinta a�os. Tuvo que contradecirlo ante su hijo, porque hay secretos que no se revelan ni a los hijos. No secretos, intimidades, peque�as intimidades. No amanec�a. Sinti� fr�o. Trajo los pies al amor de la cobija. Apret� los p�rpados. Imposible volver a dormirse. El sue�o andaba ausente de sus ojos, tem�a que a esa hora, en v�spera de la fiesta de Nuestra Se�ora del Carmen, alguna estuviera durmiendo con el traje de �Perfectante� que lucir�a Felipito, para impregnarlo de su sudor m�gico y que por este arte lo sedujera.
       ��Ay, Se�ora del Cielo, Virgen Sant�sima!... �mascullaba�, perdona mis temores, mis supersticiones, s� que son est�pidos... que son s�lo creencias, creencias sin fundamento... pero es mi hijo... mi hijo!
       Lo efectivo ser�a evitar que saliera de �Perfectante�. Pero c�mo evitarlo, si hab�a aceptado e iba a figurar como Pr�ncipe de los �Perfectantes�. Ser�a desorganizarlo todo y luego que ella, ante su esposo, fue la que dispuso que Felipito aceptara.
       No amanec�a. No cantaban los gallos. La boca seca. El pelo entelara�ado en su cara de tanto buscar el sue�o en la almohada.
       ��Qu� mujer, Dios m�o, qu� mujer estar� durmiendo con el traje de �Perfectante� que llevar� mi Felipito?


6

       Lida Sal, m�s p�mulos que ojos de d�a, pero de noche m�s ojos que p�mulos, arrastraba las pupilas de un lado a otro de la pieza en que dorm�a y al asegurarse que estaba sola, que s�lo la gran oscuridad era su compa�era, la puerta bien atrancada, la puerta y un ventanuco que daba a la m�s ciega despensa, qued�base fr�amente desnuda, paseaba sus manos de piel escamosa por la fregadera de los trastes, a lo largo de su cuerpo fino, y seca la garganta por la congoja, y h�medos los ojos, y temblorosos los muslos, se enfundaba el traje de �Perfectante�, antes de echarse a dormir. Pero m�s que dormir, era la privaz�n la que le iba paralizando el cuerpo, privaz�n y cansancio que no imped�an que, en voz baja, medio dormida, le conversara al trapo, le confiara a cada uno de los hilos de colores, a las lentejuelas, a los abalorios, a los oros, sus sentimientos amorosos.
       Pero una noche no se lo puso. Lo dej� bajo su almohada hecho un molote, triste porque no ten�a un espejo de cuerpo entero para v�rselo enfundado, no porque le importara saber c�mo le quedaba, si corto, si largo, si folludo, si estrecho, sino porque era parte de la premagia, vest�rselo y v�rselo puesto delante de un gran espejo. Poco a poco lo fue sacando de bajo la almohada, mangas, piernas, espalda, pecho, para acariciarlo con sus mejillas, posarle encima la frente con sus pensamientos, besarlo con menudos chasquidos...
       Muy de ma�ana vino Joj�n por su desayuno. Desde que andaba en connivencias con ella, com�a a su apetito, siempre a espaldas de la patrona, que en esos d�as poco estaba en la comedir�a, pues andaba haciendo los preparativos para poder dar cumplimiento con la clientela y los forasteros, durante los d�as de la fiesta.
       �La desgracia de ser pobre �se quej� la mulata�, no tengo espejo grande para verme...
       �Y eso s� que es urgente �le contest� el ciego�, porque por all� te puede fallar la magia...
       �Y qu� hacer, s�lo que me fuera a meter como ladrona, a una casa rica, a media noche, vestida de �Perfectante�. Estoy desesperada. Desde anoche estoy que no s� qu� hacer. Acons�jeme...
       �Es lo que no s�... La magia tiene sus consistencias...
       �No entiendo lo que me quiere decir...
       �S�, porque la magia consiste en esto o consiste en aquello, pero siempre consiste en algo, y .en este caso, consiste en vestir de �Perfectante� y verse en un espejo de cuerpo entero.
       �Y usted siendo ciego, c�mo sabe de espejos...
       �No soy ciego de nacimiento, hijita. Perd� la vista ya de grande, culpa de un mal purulento que me carcomi� los p�rpados, primero, y luego se me fue adentro.
       �S�, en las casas grandes, hay grandes espejos... all� donde los Alvizures...
       �Diz que hay uno muy hermoso donde los Alvizures y hasta se cuenta... No, no es picard�a... Bueno, pero tal vez con eso te puedo dar una esperanza. Por eso te lo referir�, no por chismoso. Hago la salvedad para cuando seas su nuera. Se cuenta que como la madre de Felipito, do�a Petr�ngela, no tuvo espejo donde verse cuando hechiz� a su marido, el d�a que se cas� llevaba el traje de �Perfectante� bajo el vestido de novia, y al decirle don Felipe que se desvistiera, se quit� el traje blanco y en lugar de aparecer desnuda, result� de �Perfectante�, s�lo para cumplir el rito, para cumplir con la magia...
       ��Y as� se desnudan los casados?
       �S�, hija...
       ��Entonces usted fue casado?
       �S�, y como a�n no me hab�a carcomido los ojos, el mal, pude ver a mi mujer...
       �Vestida de �Perfectante�...
       �No, hija, en cuero de Eva...
       Lida Sal retiraba el taz�n en que acababa de tomar caf� con leche el ciego y sacud�a las migas de pan sobre la mesa. No fuera a venir la patrona.
       �No s� d�nde, pero ten�s que buscar un espejo para verte de cuerpo entero vestida de �Perfectante�... �fueron sus �ltimas palabras. Esa vez se le olvid� advertirla que el plazo para devolver el vestido se iba acercando, que ya la fiesta estaba encima, y que hab�a que llevar el traje a donde los Alvizures.


7

      Estrellas casi n�ufragas en la claridad de la luna, �rboles de color verdoso oscuro, corrales olorosos a leche y a sereno, montones de heno hacinado en el campo, m�s amarillo a la luz del plenilunio. La tarde se hab�a quedado mucho. Se hab�a ido afilando hasta no ser sino un reflejo cortante justo donde el cielo ya era estrellado. Y en ese filo cortante, azulenco, rojizo, rosa, verde, violeta de la tarde, ten�a Lida Sal los ojos fijos, pensando en que se llegaba el plazo de devolver el vestido.
       �Ma�ana �ltimo d�a que te lo dejo �le advirti� Joj�n�, pues si no se los llevo a tiempo, lo echamos a perder todo...
       �S�, s�, no tenga cuidado, ma�ana se lo entrego, hoy me veo en el espejo...
       �En el espejo de tus sue�os ser�, hijita, porque no veo d�nde...
       El filo luminoso de la tarde le qued� a Lida Sal en las pupilas, como la rendija de un imposible, como una rendija por donde pod�a asomarse al cielo.
       ��Sabandija maldita!... �vino a tirarla del pelo la due�a de la comeder�a�. �No te da verg�enza, con todo el traster�o sin lavar! Hace d�as que andas pululando como loca y no te anda la mano.
       La mulata se dej� tirar la gre�a y pellizcar los brazos sin contestar. Un momento despu�s, como por ensalmo, amain� el rega�o. Pero era peor. Porque al palabrer�o insultante siguieron jaculatorias y adoctrinamientos.
       �Ya viene la fiesta y la se�orita ni siquiera me ha pedido para hacerse una mudada nueva. De lo que te tengo deb�as comprar un vestido, unos zapatos, unas medias. No es cuento de presentarte en la iglesia y en la procesi�n como una pobre chaparrastrosa. Da verg�enza, qu� van a decir de m� que soy tu patrona, lo menos que te tengo con hambre o que me quedo con tus mesadas.
       �Pues, si le parece, ma�ana me da y salgo a comprar algo.
       �Pues, claro, ni�a, agrado quiere agrado. Vos me agrad�s con el oficio, y yo te agrado compr�ndote lo que te hace falta. Y m�s, que sos joven y no sos fea. Qui�n te dice que entre los que vienen a vender ganado a la fiesta, no te sale un buen partido.
       Lida Sal, la o�a como no o�rla. Fregaba sus trastos, pensando, rumiando lo que hab�a imaginado frente a la �ltima rendija de la tarde. Lo m�s duro era fregar los sartenes y las ollas. Qu� infelicidad. Ten�a que rasparlas a mu�eca con piedra p�mez hasta quitarles la mantecosidad del fondo y luego, por fuera, batallar con el holl�n tambi�n grasiento.
       El esplendor de la luna no permit�a pensar que era de noche. S�lo parec�a que el d�a se hab�a enfriado, pero que segu�a igual.
       �No queda lejos �se dijo dando forma verbal a su pensamiento� y es un aguaje bien grande, casi una laguneta.
       No se qued� mucho en su cuarto. Hab�a que estar de regreso al amanecer y entregar el traje de �Perfectante� al ciego, para que lo llevara a casa de los Alvizures... ah, pero antes ten�a que v�rselo ella en un gran espejo. La magia tiene sus consistencias...
       Al principio, el campo abierto la sobrecogi�. Pero luego fue familiarizando los ojos con las arboledas, las piedras, las sombras. Ve�a tan claro por donde iba, que le parec�a andar a la luz de un d�a sumergido. Nadie la encontr� con aquel vestido raro, si no hubiera echado a correr, como ante una visi�n diab�lica. Tuvo miedo, miedo de ser una visi�n de fuego, una antorcha de lentejuelas en llamas, un reguero de abalorio, de chispas de agua que integrar�an una sola piedra preciosa con forma humana, al llegar y asomarse al lago vestida con el traje que lucir�a Felipito Alvizures en la fiesta.
       Desde las pesta�as de un barranco oloroso a derrumbes, entre ra�ces desenterradas y piedras removidas, contempl� el ancho espejo verde, azul y hondo, entre cendales de nubes bajas, rayos lunares y sue�os de oscuridad. Se crey� otra. �Era ella? �Era Lida Sal? �Era la mulata que fregaba los trastes en la comeder�a, la que bajaba por aquel camino, en aquella noche, bajo aquella luna, con aquel vestido de fuego y de roc�o?
       De lado y lado iban roz�ndole los hombros las pesta�as de los pinos, flores son�mbulas de perfume dormido le mojaban el cabello y la cara con besos de pocitos de agua.
       ��Paso! �Paso!... �dec�a al avanzar por entre bosques de �rboles de jengibre, fragantes, enloquecedores.
       ��Abran paso! �Abran paso!... �repet�a al dejar atr�s rocas y piedras gigantescas rodadas desde el cielo, si eran areolitos, o desde la boca de un volc�n en no remoto cataclismo, si eran de la tierra.
       ��Paso! �Paso!... �a las cascadas...� �Campo y anchura para que pase la hermosura! �a los regatos y arroyos que tambi�n iban como ella a verse al gran espejo.
       ��Ah! �Ah!, a ustedes se los traga �les dec�a� y a m� no me va a tragar, s�lo me va a ver, me va a ver vestida de �Perfectante�, para que se cumplan cabales las consistencias de la magia.
       No hab�a viento. Luna y agua. Lida Sal se arrim� a un �rbol que dorm�a llorando, mas al punto se alej� horrorizada, tal vez era de mal ag�ero asomarse al espejo junto a un �rbol que lloraba dormido.
       De un lado a otro de la playa fue buscando sitio para verse de cuerpo entero. No lograba su imagen completa. De cuerpo entero. S�lo que subiera a una de las altas piedras de la otra orilla.
       �Si me viera el ciego..., pero qu� tonter�a, c�mo pod�a verla un ciego... S�, hab�a dicho una tonter�a y la que ten�a que mirarse era ella, mirarse de pies a cabeza.
       Ya estaba, ya estaba sobre una roca de basalto contempl�ndose en el agua. �Qu� mejor espejo?
       Desliz� un pie hacia el extremo para recrearse en el vestido que llevaba, lentejuelas, abalorios, piedras luminosas, galones, flecos y cordones de oro y luego el otro pie para verse mejor y ya no se detuvo, dio su cuerpo contra su imagen, choque del que no qued� ni su imagen ni su cuerpo.
       Pero volvi� a la superficie. Trataba de salvarse... las manos... las burbujas... el ahogo... hab�a vuelto a ser la mulata que peleaba por lo inalcanzable... la orilla... ahora era la orilla lo inalcanzable...
       Dos inmensas congojas...
       Lo �ltimo que cerr� fueren las inmensas congojas de sus ojos que divisaban cada vez m�s lejos, la orilla del peque�o lago llamado desde entonces el �Espejo de Lida Sal�.
       Cuando llueve con luna, flota su cad�ver. Lo han visto las rocas. Lo han visto los sauces que lloran hojas y reflejos. Los venados, los conejos lo han visto. Se telegraf�an la noticia, con la palpitaci�n de sus corazoncitos de tierra, los topos, antes de volver a sus oscuridades.
       Redes de lluvia de plata parpadeante sacan su imagen del espejo desazogado y la pasean vestida de �Perfectante� por la superficie del agua que la sue�a luminosa y ausente.



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