Martin Luther King (1963): Discurso en Washington: "Tengo un sue�o".

Martin Luther King, Jr.

"Tengo un sue�o"

DISCURSO EN WASHINGTON, D.C.

 


Pronunciado: El 28 de agosto de 1963 delante del monumento a Abraham Lincoln en Washington, DC, durante una hist�rica manifestaci�n de m�s de 200,000 en pro de los derechos civiles para los negros en los EE.UU.
Versi�n al castellano: No consta.
Versi�n digital: Wikisource en Espa�ol, 2006.
Esta edici�n: Marxists Internet Archive, septiembre de  2006.
Derechos: El contenido est� disponible bajo los t�rminos de la GNU Free Documentation License.


 

Estoy orgulloso de reunirme con ustedes hoy, en la que ser� ante la historia la mayor manifestaci�n por la libertad en la historia de nuestro pa�s.

Hace cien a�os, un gran estadounidense, cuya simb�lica sombra nos cobija hoy, firm� la Proclama de la emancipaci�n. Este trascendental decreto signific� como un gran rayo de luz y de esperanza para millones de esclavos negros, chamuscados en las llamas de una marchita injusticia. Lleg� como un precioso amanecer al final de una larga noche de cautiverio. Pero, cien a�os despu�s, el negro a�n no es libre; cien a�os despu�s, la vida del negro es a�n tristemente lacerada por las esposas de la segregaci�n y las cadenas de la discriminaci�n; cien a�os despu�s, el negro vive en una isla solitaria en medio de un inmenso oc�ano de prosperidad material; cien a�os despu�s, el negro todav�a languidece en las esquinas de la sociedad estadounidense y se encuentra desterrado en su propia tierra.

Por eso, hoy hemos venido aqu� a dramatizar una condici�n vergonzosa. En cierto sentido, hemos venido a la capital de nuestro pa�s, a cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra rep�blica escribieron las magn�ficas palabras de la Constituci�n y de la Declaraci�n de Independencia, firmaron un pagar� del que todo estadounidense habr�a de ser heredero. Este documento era la promesa de que a todos los hombres, les ser�an garantizados los inalienables derechos a la vida, la libertad y la b�squeda de la felicidad.

Es obvio hoy en d�a, que Estados Unidos ha incumplido ese pagar� en lo que concierne a sus ciudadanos negros. En lugar de honrar esta sagrada obligaci�n, Estados Unidos ha dado a los negros un cheque sin fondos; un cheque que ha sido devuelto con el sello de "fondos insuficientes". Pero nos rehusamos a creer que el Banco de la Justicia haya quebrado. Rehusamos creer que no haya suficientes fondos en las grandes b�vedas de la oportunidad de este pa�s. Por eso hemos venido a cobrar este cheque; el cheque que nos colmar� de las riquezas de la libertad y de la seguridad de justicia.

Tambi�n hemos venido a este lugar sagrado, para recordar a Estados Unidos de Am�rica la urgencia impetuosa del ahora. Este no es el momento de tener el lujo de enfriarse o de tomar tranquilizantes de gradualismo. Ahora es el momento de hacer realidad las promesas de democracia. Ahora es el momento de salir del oscuro y desolado valle de la segregaci�n hacia el camino soleado de la justicia racial. Ahora es el momento de hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de Dios. Ahora es el momento de sacar a nuestro pa�s de las arenas movedizas de la injusticia racial hacia la roca s�lida de la hermandad.

Ser�a fatal para la naci�n pasar por alto la urgencia del momento y no darle la importancia a la decisi�n de los negros. Este verano, ardiente por el leg�timo descontento de los negros, no pasar� hasta que no haya un oto�o vigorizante de libertad e igualdad.

1963 no es un fin, sino el principio. Y quienes ten�an la esperanza de que los negros necesitaban desahogarse y ya se sentir� contentos, tendr�n un rudo despertar si el pa�s retorna a lo mismo de siempre. No habr� ni descanso ni tranquilidad en Estados Unidos hasta que a los negros se les garanticen sus derechos de ciudadan�a. Los remolinos de la rebeli�n continuar�n sacudiendo los cimientos de nuestra naci�n hasta que surja el esplendoroso d�a de la justicia. Pero hay algo que debo decir a mi gente que aguarda en el c�lido umbral que conduce al palacio de la justicia. Debemos evitar cometer actos injustos en el proceso de obtener el lugar que por derecho nos corresponde. No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio. Debemos conducir para siempre nuestra lucha por el camino elevado de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia f�sica. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas donde se encuentre la fuerza f�sica con la fuerza del alma. La maravillosa nueva militancia que ha envuelto a la comunidad negra, no debe conducirnos a la desconfianza de toda la gente blanca, porque muchos de nuestros hermanos blancos, como lo evidencia su presencia aqu� hoy, han llegado a comprender que su destino est� unido al nuestro y su libertad est� inextricablemente ligada a la nuestra. No podemos caminar solos. Y al hablar, debemos hacer la promesa de marchar siempre hacia adelante. No podemos volver atr�s.

Hay quienes preguntan a los partidarios de los derechos civiles, "�Cu�ndo quedar�n satisfechos?"

Nunca podremos quedar satisfechos mientras nuestros cuerpos, fatigados de tanto viajar, no puedan alojarse en los moteles de las carreteras y en los hoteles de las ciudades. No podremos quedar satisfechos, mientras los negros s�lo podamos trasladarnos de un gueto peque�o a un gueto m�s grande. Nunca podremos quedar satisfechos, mientras un negro de Misisip� no pueda votar y un negro de Nueva York considere que no hay por qu� votar. No, no; no estamos satisfechos y no quedaremos satisfechos hasta que "la justicia ruede como el agua y la rectitud como una poderosa corriente".

S� que algunos de ustedes han venido hasta aqu� debido a grandes pruebas y tribulaciones. Algunos han llegado reci�n salidos de angostas celdas. Algunos de ustedes han llegado de sitios donde en su b�squeda de la libertad, han sido golpeados por las tormentas de la persecuci�n y derribados por los vientos de la brutalidad polic�aca. Ustedes son los veteranos del sufrimiento creativo. Contin�en trabajando con la convicci�n de que el sufrimiento que no es merecido, es emancipador.

Regresen a Misisip�, regresen a Alabama, regresen a Georgia, regresen a Louisiana, regresen a los barrios bajos y a los guetos de nuestras ciudades del Norte, sabiendo que de alguna manera esta situaci�n puede y ser� cambiada. No nos revolquemos en el valle de la desesperanza.

Hoy les digo a ustedes, amigos m�os, que a pesar de las dificultades del momento, yo a�n tengo un sue�o. Es un sue�o profundamente arraigado en el sue�o "americano".

Sue�o que un d�a esta naci�n se levantar� y vivir� el verdadero significado de su credo: "Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales".

Sue�o que un d�a, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos due�os de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad.

Sue�o que un d�a, incluso el estado de Misisip�, un estado que se sofoca con el calor de la injusticia y de la opresi�n, se convertir� en un oasis de libertad y justicia.

Sue�o que mis cuatro hijos vivir�n un d�a en un pa�s en el cual no ser�n juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad.

�Hoy tengo un sue�o!

Sue�o que un d�a, el estado de Alabama cuyo gobernador escupe frases de interposici�n entre las razas y anulaci�n de los negros, se convierta en un sitio donde los ni�os y ni�as negras, puedan unir sus manos con las de los ni�os y ni�as blancas y caminar unidos, como hermanos y hermanas.

�Hoy tengo un sue�o!

Sue�o que alg�n d�a los valles ser�n cumbres, y las colinas y monta�as ser�n llanos, los sitios m�s escarpados ser�n nivelados y los torcidos ser�n enderezados, y la gloria de Dios ser� revelada, y se unir� todo el g�nero humano.

Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la cual regreso al Sur. Con esta fe podremos esculpir de la monta�a de la desesperanza una piedra de esperanza. Con esta fe podremos trasformar el sonido discordante de nuestra naci�n, en una hermosa sinfon�a de fraternidad. Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar juntos, luchar juntos, ir a la c�rcel juntos, defender la libertad juntos, sabiendo que alg�n d�a seremos libres.

Ese ser� el d�a cuando todos los hijos de Dios podr�n cantar el himno con un nuevo significado, "Mi pa�s es tuyo. Dulce tierra de libertad, a t� te canto. Tierra de libertad donde mis antesecores murieron, tierra orgullo de los peregrinos, de cada costado de la monta�a, que repique la libertad". Y si Estados Unidos ha de ser grande, esto tendr� que hacerse realidad.

Por eso, �que repique la libertad desde la c�spide de los montes prodigiosos de Nueva Hampshire! �Que repique la libertad desde las poderosas monta�as de Nueva York! �Que repique la libertad desde las alturas de las Alleghenies de Pensilvania! �Que repique la libertad desde las Rocosas cubiertas de nieve en Colorado! �Que repique la libertad desde las sinuosas pendientes de California! Pero no s�lo eso: ! �Que repique la libertad desde la Monta�a de Piedra de Georgia! �Que repique la libertad desde la Monta�a Lookout de Tennesse! �Que repique la libertad desde cada peque�a colina y monta�a de Misisip�! "De cada costado de la monta�a, que repique la libertad".

Cuando repique la libertad y la dejemos repicar en cada aldea y en cada caser�o, en cada estado y en cada ciudad, podremos acelerar la llegada del d�a cuando todos los hijos de Dios, negros y blancos, jud�os y cristianos, protestantes y cat�licos, puedan unir sus manos y cantar las palabras del viejo espiritual negro: "�Libres al fin! �Libres al fin! Gracias a Dios omnipotente, �somos libres al fin!"