La boda de Grace Kelly y Rainiero de Mónaco: un aparente cuento de hadas con catastrófico final

La actriz de Hollywood partió el 4 de abril en un barco desde Nueva York con destino a su nueva vida como princesa de Mónaco. 14 días después se celebró la boda con Rainiero ante 600 invitados en la catedral y 1500 en la recepción. Fue “tan caótica y frenética que no tenía ni tiempo de pensar. Era como una pesadilla”. El matrimonio no lo mejoró demasiado.
La boda de Grace Kelly y Rainiero de Mónaco un aparente cuento de hadas con catastrófico final
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El 18 de abril de 1956 se celebró una boda que suponía la apoteosis del cuento de hadas hecho realidad: Rainiero de Mónaco, príncipe reinante, y Grace Kelly, estrella de cine de Hollywood, se casaron cambiando para siempre el panorama de la prensa rosa internacional y las expectativas más edulcoradas de los soñadores de todo el planeta. De pronto, la fantasía parecía posible, y ese fue el mensaje que se vendió durante décadas. Pero la verdad era muy diferente. Así lo diría años después Grace, ya convertida en Gracia de Mónaco, con cierta amargura: “La idea de mi vida como un cuento de hadas es ella misma un cuento de hadas”.

Grace Kelly y Rainiero de Mónaco el día de su boda.

“El príncipe encantador conoce a la reina del cine”. El titular que puso la prensa al primer encuentro entre Rainiero de Mónaco y Grace Kelly establecía de forma clara quiénes eran ambos. Ocurrió la tarde del viernes 6 de mayo de 1955, y pese a que aquel momento cambiaría la vida de Rainiero y Grace y el destino de un pequeño país, se debió a una serie de casualidades con muchos elementos en juego, como en una ruleta. Todo empezó en el mes de marzo de aquel año, cuando el relaciones públicas Rupert Allan, publicista personal y editor de la revista Look, comenzó a llamar por teléfono a Grace para que asistiese al festival de Cannes. Pese al prestigio cinematográfico, Cannes estaba falto de estrellas de “verdad”, y por su amistad con Grace, nacida en el inmejorable entorno de una fiesta en casa de Ava Gardner, Rupert creía que podía conseguir a la actriz. La idea era que ella presentase su película La angustia de vivir, por la que estaba a punto de ganar el Oscar a mejor actriz, y ejerciese de embajadora del arte de Estados Unidos en Europa, pero Grace no parecía muy convencida. En aquel momento entró en escena el actor francés Jean-Pierre Aumont, con el que Grace había mantenido un romance dos años atrás. Según Donald Spoto, Aumont la invitó a cenar en Nueva York y “pasó la noche con Grace en su nuevo piso”. Entonces él le contó que se iba al festival de Cannes, y que –ya que ella estaba invitada también–, sugirió que se viesen de nuevo en Francia. Entonces ella aceptó la oferta de Rupert Allan.

Siguiente elemento: Pierre Galante, periodista francés de Paris Match recién casado nada menos que con Olivia de Havilland, otra estrella de Hollywood de la generación anterior. En el viaje en tren desde París a Cannes, Galante y Olivia coinciden con Grace, y al día siguiente él la invita a conocer Mónaco, sabedor de que las fotos de la actriz junto al príncipe Rainiero se venderían como rosquillas. Por parte del principado, la ocasión se veía como una oportunidad para dar a conocer su pequeña nación ante inversores estadounidenses. Grace dudó; tenía una cita en Cannes a las cinco y media de la tarde para hacer de anfitriona para la delegación americana. El encuentro con Rainiero estaba previsto para las cuatro, pero Galante consiguió cambiarlo para las tres. Al palacio de aquel pequeñísimo país llegaron Galante, Olivia de Havilland, Grace y el representante francés de Paramount. Les sirvieron té, les enseñaron el palacio… todo para hacer tiempo, porque Rainiero no aparecía. Llegó una hora tarde, a las cuatro, disculpándose por haber estado ocupado con una reunión. “Monseigneur, os presento a miss Kelly”, dijo Galante. El príncipe tenía 31 años y la intérprete 25; se dieron la mano con una sonrisa inmortalizada por los fotógrafos. Años después, Grace recordaría en una entrevista con José Luis de Vilallonga: “Me pareció un hombre excesivamente tímido que se esforzaba, quizá demasiado, en ser afable conmigo. Me dijo que no había estado nunca en mi país pero que pensaba viajar allí dentro de poco. Como yo no tenía ni la menor idea de lo que significaba el protocolo, le di mi número de teléfono y le dije que me avisara cuando llegara a Nueva York. Pierre Galante casi se atragantó al oírme decir: “Si no estoy allí es que estaré trabajando en Los Ángeles, pero los estudios sabrán dónde localizarme”. Anfitrión e invitados dieron un paseo por los jardines, zoológico incluido, todo bien registrado por fotografías, y media hora después se despidieron. Rainiero comentó entonces: “Esta ha sido mi primera oportunidad de conocer a una joven norteamericana. Hablaba un inglés muy claro y me pareció tranquila y agradable, pero mis sentimientos no van más allá. Fue un simple 'hola y adiós”. En efecto, se había tratado de un encuentro orquestado para aparecer en prensa, con un objetivo de promoción y publicidad. Porque eso es de lo que se trató todo: publicidad.

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Rainiero había descubierto muy pronto que su país, Mónaco, era una especie de chiste. En los internados ingleses a los que lo mandaron a estudiar se enteró de que ante el resto del mundo Mónaco era sinónimo absoluto del Casino de Montecarlo y, por tanto, de juegos de azar; “Un lugar soleado para gente sombría”, como se decía entonces. El destino en el que juerguistas, millonarios amorales y gente poco respetable terminaba sus días, a veces de forma literal, suicidándose al arruinarse por las pérdidas en la ruleta. No ayudaba el rocambolesco pasado del país, una anomalía histórica que duraba 700 años pero parecía siempre estar pendiente de la buena voluntad francesa para continuar existiendo, ni la propia trayectoria de su familia, vinculada al escándalo. Los Grimaldi ganaron el apodo de “principado de opereta” para su país a base de separaciones matrimoniales, cuernos y matrimonios morganáticos. La madre de Rainiero, Carlota, había sido una hija ilegítima de Luis II, fruto de un romance clandestino del príncipe en un cuartel de Argelia con una cabaretera y modelo de fotos sicalípticas. Al no tener más descendencia, Luis II adoptó a Carlota, que pasó a ser heredera. Al año siguiente ella se casó con el noble francés Pierre de Polignac, amigo íntimo de Marcel Proust del que se rumoreaba que también era gay. No fue un matrimonio feliz, y una vez hubieron nacido sus dos hijos, Antoinette y Rainiero, Carlota se marchó con su amante y la pareja se disolvió. “Mi hermana y yo hemos sido educados por una niñera”, diría Rainiero sobre su infancia. La situación no mejoró cuando durante la segunda guerra mundial se acusó a Luis II y a Mónaco de colaboricionistas; que Rainiero se uniera al ejército de la Francia libre de De Gaulle para luchar contra los nazis ayudó a salvar la imagen de la dinastía Grimaldi. Cuando Luis II falleció, en 1949, Carlota ya había cedido sus derechos en su hijo, y Rainiero III se convirtió en el nuevo príncipe de Mónaco. Para entonces, ya tenía unos cuantos problemas a sus espaldas, entre ellos, que estaba locamente enamorado.

Rainiero había conocido a la actriz francesa Gisèle Pascal en 1947, cuando la vio en la comedia Vive le théâtre. Gisèle acabaría dejando a Yves Montand por Rainiero, al que siguió para instalarse en una villa en Cap Ferrat, aunque nunca abandonó su carrera en el cine. Había un problema: ella era plebeya, plebeyísima, hija de padres floristas de origen italiano. El padre Tucker, sacerdote del príncipe, le dijo: “Es encantadora, me casaría con ella pero no puedo porque soy sacerdote. Tú tampoco puedes, ya que eres un príncipe”. Además, comenzaron a aparecer rumores de que ella era estéril y jamás podría dar un heredero, con lo que el principado pasaría a Francia. Al parecer, la impulsora de estos rumores era la propia princesa Antoinette, que viendo que su hermano permanecía soltero y sin hijos, comenzó a ambicionar el trono para su propio vástago, Christian Louis. También sembró dudas sobre la orientación sexual de Rainiero y lo acusó de sobornar a empresas extranjeras para que invirtiesen en Mónaco. En 1953, tras seis años de relación, Rainiero rompió de forma definitiva con Gisèle Pascal. Destrozado, le confesó a sus consejeros: “Si un día mis súbditos creen que no soy devoto de ellos, recuérdenles que hoy sacrifiqué mi vida”. Poco tiempo después, Gisèle mantuvo un breve romance con Gary Cooper en Cannes, y en 1955, la joven se casó con el también actor Raymond Pellegrin. El diagnóstico de esterilidad demostró ser falso, porque Gisèle y Pelegrin tuvieron una hija, Pascale.

No se le conocieron más parejas a Rainiero tras Gisèle. El príncipe se entretuvo en conducir coches de carreras –un accidente casi le cuesta la vida–, domesticar grandes felinos en su zoo privado o practicar pesca submarina. Y sobre todo, a los negocios y la política del principado. Rainiero se había encontrado Mónaco en quiebra técnica tras el final de la segunda guerra mundial, y la necesidad de encontrar inversores extranjeros era muy urgente. La Société des Bains de Mer, la empresa que gestionaba el casino, estaba en muy mala situación, y Rainiero favoreció una operación arriesgada: Aristóteles Onassis, el multimillonario armador griego, compró por un millón de dólares la mayor parte de la sociedad, que empezaba así a reflotar internacionalmente. Era 1953, y pronto se demostraría que la situación sentimental de Rainiero y la de Mónaco estaban unidas de forma inextricable.

Existen diferentes versiones de a quién se le ocurrió el plan. Algunos citan al padre Tucker, mientras autores como Thilo Wydra aseguran que todo fue idea de George Schlee, un aristócrata ruso marido de la diseñadora Valentina y acompañante durante varias décadas de Greta Garbo. Shlee, Valentina y Garbo, a veces los tres, a veces por separado, eran invitados al yate de Onassis, y con la aquiescencia del financiero, decidieron que la mejor forma de que Mónaco recuperase la prosperidad y se convirtiese en un destino para la jet set era que Rainiero se casase con la persona “adecuada”. Hacía falta un toque de magia, algo que la sencilla Gisèle Pascal no podía proporcionar, ¿y qué es Hollywood sino magia? ¿Qué operación de relaciones públicas funcionaría mejor y de forma más inmediata que un matrimonio con una actriz de cine de fama mundial? Casi todos los nombres de las actrices solteras en el Hollywood de la época se han incluido en algún momento en la lista de candidatas. Algunos autores citan a Natalie Wood o a la princesa Margarita de Inglaterra, pero según Thylo Wydra, Rainiero prefería a las rubias. Se barajaron nombres de rubias hitchcokianas como Kim Novak o Eva Marie Saint, y también la elegante Deborah Kerr. Robyns Gwen añade a Gene Tierney. En otoño de 1955, los “conspiradores”, con el permiso velado de Rainiero, se decidieron por Marilyn Monroe, que entonces vivía con Milton Green y su familia y estaba intentando dar un giro a su carrera. Marilyn no se tomó en serio la proposición y declaró que no sabría localizar Mónaco en un mapa. Grace Kelly parecía una opción obvia: no era de una familia de abolengo, sino que su padre se había enriquecido con el negocio del ladrillo, por lo que la clase alta de Filadelfia los despreciaba como “nuevos ricos”, pero a quién le importaba eso a estas alturas. Bellísima, elegante, dueña de una carrera exitosa, Grace parecía tenerlo todo.

Rainiero de Mónaco y Grace Kelly posan en la casa de los padres de la actriz el 5 de enero de 1956 tras anunciar su compromiso.Getty Images

Según esta cronología, para entonces Rainiero y Grace ya se habían conocido, en aquel encuentro primaveral en el palacio. La historia oficial, expuesta por entre otros Donald Spoto, es que empezaron a cartearse, a llamarse por teléfono, y para finales de 1955 la relación ya se había afianzado tanto como para que hablasen en serio de matrimonio. Según Grace contó a Vilallonga, cuando Rainiero llegó de viaje a Estados Unidos meses después de su primer encuentro y quiso saludar a Grace en un rodaje, la Metro organizó una copa en su honor. “Bueno, pues vino… y voilà”. Resultaba además que el padre Tucker estaba relacionado con el padre de Grace, con lo que podía hacer las gestiones pertinentes con la familia de forma discreta. Rainiero le pidió matrimonio el 28 de diciembre del 55, en Nueva York, durante un paseo por Park Avenue. La mítica respuesta de Grace fue “¡Sí, sí, sí!”.

El anuncio de la boda, mediante rueda de prensa, se produjo el jueves 5 de enero de 1956, en Filadelfia, en la casa familiar de la novia. Medio mundo se quedó en shock y se desató una fiebre por Grace mucho mayor de la ya existente, y que no se apagaría jamás. También por Mónaco. La madre de Grace, representante de la ignorancia de buena parte de los estadounidenses sobre el principado, confundió Mónaco con Marruecos, y hubo que sacarla de su error. La fábula romántica comenzó a latir aquel mismo día. Grace, metida en su papel, hacía declaraciones como: “Descubrimos que teníamos mucho en común, que compartíamos también nuestras necesidades y esperanzas en el futuro. Yo me sentía insatisfecha con mi vida y él con la suya. Es muy dulce y cariñoso. Es tímido, pero también fuerte. Es muy inteligente, tiene un estupendo sentido del humor, me hace reír. Y además es guapo, muy guapo. Me encantan sus ojos. Podría pasarme horas mirándolos. Tiene una voz preciosa y es buena persona. Lo amo. Me casaría con él aunque fuera el alcalde de un pueblecito”. Rainiero, más pragmático, explicaría: “No éramos ningunos chiquillos, los dos sabíamos qué significaba el matrimonio. Hablamos y meditamos sobre ello. Cuando volvimos a vernos en Filadelfia, creo que ambos comprendimos que deseábamos unir nuestras vidas”. Pero en aquella misma rueda de prensa ya se vislumbraban futuros desencuentros. Grace aseguraba: “Pienso seguir con mi trabajo. Nunca dejaré la interpretación”, mientras que Rainiero comentó a esto: “Yo creo que lo mejor sería que no siguiera en el cine. Yo he de vivir en Mónaco y ella tendrá que vivir conmigo. No funcionaría”.

Al mismo tiempo que el mito de la gran historia de amor, algunas voces discordantes vieron en esto una operación artificial, como una transacción de negocios pura y dura. Al fin y al cabo, eso es lo que habían sido siempre la mayoría de los matrimonios en la realeza, uniones por conveniencia. Wendy Leigh en su libro True Grace escribe: “Rainiero quería casarse con una princesa de Hollywood. No quería una rica heredera estadounidense, una Vanderbilt, una Whitney o alguien como ellas. Él quería una mujer de gran visibilidad y una gran estrella para que el esplendor de Hollywood llegara a Mónaco, y funcionó”. Más drástica sobre esto fue todavía la actriz Anne Baxter, que había coincidido con Marilyn en Eva al desnudo. En el libro de Boze Hadleigh Marilyn Forever se recogen sus declaraciones: “Todos sabíamos que Aristóteles Onassis, que era dueño del casino de Montecarlo, le ordenó al príncipe Rainiero que se casase con una rubia de Hollywood por la publicidad y el turismo. Se rumoreó que Rainiero casi elige a Marilyn Monroe. Si lo hubiese hecho, sin duda ella también habría sido inmortalizada como virginal, talentosa y no-adicta… Al menos Marilyn no era una hipócrita. A diferencia de Grace, ella no pretendía ser una virgen mojigata”. Entre las felicitaciones cuando se anunció el compromiso, precisamente, llegó una de Marilyn Monroe para Grace, que rezaba: “Estoy muy feliz de que hayas encontrado la manera de salir de este negocio”, algo que ella nunca conseguiría.

Esa idea de salir, de escapar de Hollywood, explica en gran medida el por qué Grace decidió casarse con un hombre al que había visto en pocas ocasiones asumiendo las responsabilidades de un cambio tan radical de vida, de manera más convincente que la de la ambición o la historia de amor. Y no es que ella no fuese ambiciosa y no se hubiese enamorado antes. Lo había hecho muchas muchas veces. El mito de Grace Kelly se basa tanto en su elegancia innata, en ese aire de ser una princesa incluso antes de convertirse en una princesa de verdad, como en la sexualidad soterrada pero siempre presente en su figura. El talento como actriz se da por supuesto, pero queda opacado por la potencia de los otros factores. La figura de Grace encarnó buena parte de las ansiedades de la sociedad de su tiempo hacia el sexo femenino: había que transmitir ese aire imperturbable de gran señora que jamás pierde el control y a la vez sugerir la promesa de ser una fiera en la cama capaz de satisfacer al amante más ducho. Siempre sin que se notase, sin que “ensuciase” la imagen seráfica, de ángel terrenal. En un tiempo de bombas sexuales mucho más obvias, como precisamente Marilyn Monroe, tantas veces tildada de vulgar, o de nuevos modelos de mujer-niña, de “gamine” a lo Audrey Hepburn, Grace Kelly era en los años cincuenta lo más parecido a una mujer ideal. Y en gran parte, para muchos, lo sigue siendo. Trabajó en apenas una decena de películas, pero bastaron para convertirla en una gran estrella. Y su vida hizo de ella un mito.

Junto a la idea de perfección, muchos esgrimen su lista de amantes con el objetivo de tirar por el suelo su imagen, como si ambas cosas no fuesen compatibles. Se la tachó de “ninfómana”, y de tener una libido “capaz de casi arruinar su carrera en Hollywood”. Otros autores, como Spoto, se afanan en aclarar que esa lista de parejas sexuales “no es tan larga como se ha exagerado”. Larga o corta, según se mire, muestra a una Grace Kelly dueña de su sexualidad como pocas mujeres de su época eran; todo en un tiempo en el que no estaba en absoluto bien visto serlo.

“Cuando mi hija cumplió 15 años, comenzaron a declarársele los hombres”, afirmaría su madre. Grace fue la hija menos querida del matrimonio Kelly, que prefería a sus hermanos, deportistas y activos, antes de la tímida y muchos más artística Grace. Ella parecía aceptarlo con una naturalidad pasmosa. Encajaba mucho mejor con su tío George Kelly, un dramaturgo ganador del premio Pulitzer que además era homosexual; los unía el interés por el teatro que en ella no haría sino crecer. Aunque Grace se definió a sí misma de niña como un patito feo, el cisne con el que tantas veces se la compararía no tardaría en aparecer. Su primer novio fue Harper Davids, un joven de la escuela William Penn tres años mayor que ella. En 1944 él se enroló en la Marina y rompieron. A William le diagnosticaron después esclerosis múltiple y murió en 1953. “Fue el primer chico del que me enamoré y nunca lo olvidaré”, declararía Grace a Donald Spoto. Aquel fue un romance casto; según cuenta Wendy Leigh en su biografía True Grace, Grace comenzó a tener relaciones sexuales completas a los 17 años, con el marido de una de sus amigas. “Él estaba solo en casa, llovía mucho y de pronto estábamos en la cama”. Poco después, en 1947, Grace dejó Filadelfia para mudarse a Nueva York, donde se proponía llegar a ser actriz, para disgusto de su familia. Mientras estudiaba, comenzó a trabajar como modelo, profesión de la que sacaba mucho más dinero que con sus inicios en televisión o incluso en el cine. En aquella incipiente etapa neoyorkina, Grace se instaló en el Barbizon, el mítico hotel para señoritas en el que vivirían también Sylvia Plath, Liza Minnelli, Joan Didion o Gene Tierney. Según algunas inquilinas contemporáneas suyas, Grace era muy activa sexualmente. Uno de sus amantes esporádicos de aquella época, Alexandre D’Arcy, aseguró a Robert Lacey que “era muy cálida en lo que se refiere al sexo. La tocabas una vez y atravesaba el techo”.

Su primera relación importante sucedió en 1948: fue con Don Richardson, profesor de la academia de arte dramático a la que ella acudía. Don era 11 años mayor, tenía 30 años y ella 19. Él declararía que la relación “se volvió íntima” la misma noche del día en el que se conocieron. También ofrecería detalles, como que bailaba desnuda música hawaiana, y que desde luego era “muy sexy”. Estuvieron juntos dos años, y Grace llegó a presentárselo a su familia durante un viaje a Filadefia en abril de 1949. Fue un fracaso. Don era actor y director de teatro, profesiones innobles, estaba separado y además era judío, su verdadero nombre era Melvin Schwartz. Su hermana Elizabeth, Lizanne, lo zanjaba así: “No encajó y nunca encajaría”. Según Don, la familia de Grace se dedicó a poner acento judío y a hacer chistes sobre judíos que resultaban insultantes y desagradables. Grace contaría que su madre, Margaret, le dijo: “Puedes conseguirlo sola, no necesitas a nadie”, como si ella estuviese utilizando la relación con su profesor para medrar. “No les entraba en la cabeza que pudiera haberme enamorado de un judío”, escribió Grace a su secretaria Prudy Wise. Según J. Randy Taraborrelli, sucedió algo más. Durante la visita, la madre de Grace registró la maleta de Don y encontró una carta de su abogado en la que hablaba del divorcio pendiente. Y todavía fue más shock hallar una caja de preservativos, lo que suponía la revelación de que su hija de 19 años estaba teniendo relaciones sexuales con un hombre casado. Para ahuyentar al novio indeseable, el padre de Grace llegó a ofrecerle un Jaguar con la condición de que dejase a su hija, a lo que Don se negó. Después, tanto el padre como el hermano de Grace se dedicaron a amenazarlo por teléfono, a lo que Grace, perpleja, aducía que tenía que ser un error, que no podía ser que su familia hiciese algo así.

Según Donald Spoto, Don tenía relaciones con otras mujeres y no se quería divorciar; según Taraborrelli, ella salía con otros hombres. Como recoge Cristina Morató, para Don, ella cambió “y se volvió fría como el acero. Lo que en realidad puso final a nuestro romance es que empezó a salir con hombres que yo consideraba indignos de ella. Comenzó a lucirse por ahí con el maitre del hotel Warldorf, por ejemplo, porque estaba relacionado con mucha gente de la alta sociedad y conocía a muchos famosos. Se convirtió en su amante”. Don Richardson también contó a Robert Lacey que “el sah de Persia quería casarse con ella”, y que la relación se acabó cuando Grace le enseñó orgullosa un brazalete de esmeraldas que le había regalado Alí Khan. Don sabía que el poderoso magnate le regalaba joyas idénticas a sus amantes, así que aquella fue la gota que colmó el vaso. El romance se acabó coincidiendo con el fin de la academia de Grace. Pese a todo, siguieron manteniendo una relación de amistad que con el paso de los años se volvería fundamentalmente telefónica.

Con semejantes admiradores como Alí Khan y el sah de Persia, sorprende quizá que la siguiente pareja oficial de Grace fuese otro actor, Gene Lyons, un humilde colega de la misma compañía teatral en la que ella estaba empezando, el teatro Elitch de Denver. Su romance empezó en 1951, y duró año y medio. Él acababa de romper con Lee Grant y era un alcohólico notorio. De esta etapa data la anécdota de cuando no dejaron entrar a Josephine Baker en el Stork Club por ser negra; Grace, allí presente y sin conocer a la cantante y bailarina personalmente, se levantó enfadadísima y se fue con ella. Así se hicieron amigas; años después, en circunstancias muy distintas, Grace le daría cobijo a Baker y a sus hijos cuando esta fue desahuciada de su castillo francés.

Después de aparecer en unas cuantas series de televisión e innumerables anuncios, Grace Kelly hizo su debut en Hollywood por la puerta grande: junto a Gary Cooper en Solo ante el peligro, estrenada en 1952. Ya entonces empezó una constante: relacionarla con todos los actores con los que compartía pantalla. En este caso, también con el director, Fred Zinnemann. Según Donald Spoto: “No hay el menor indicio ni ninguna fuente fiable” de estos romances. Sin embargo, Patricia Neal, entonces novia de Cooper y futura esposa de Roald Dahl, aseguraba que por supuesto que tuvieron un romance, que además le provocó a ella una crisis nerviosa. A todo esto, Gene Lyons seguía por ahí, pero pronto saldría de escena, porque la familia de Grace lo rechazó de pleno.

Grace Kelly y Cary Grant en 'Atrapa a un ladrón' de Alfred Hitchcock

Sunset Boulevard/Getty Images

Era cuestión de tiempo que otro estudio pusiese los ojos en ella y fue la glamurosa Metro Goldwyn Mayer. Grace no estaba del todo convencida a aceptar el contrato leonino, y puso sus propias cláusulas: quería seguir viviendo en Nueva York y trabajar un año sí un año no para poder seguir con el teatro, su verdadera pasión. Grace sintió desde el principio un hondo rechazo por Los Ángeles y Hollywood; le gustaba Nueva York, “donde llovía de vez en cuando y puedo salir a caminar por la calle sin que la policía me pare o la gente piense que estoy loca”. En cualquier caso, la Metro tenía una oferta que no podía rechazar: protagonizar Mogambo a las órdenes de John Ford, junto a Clark Gable y Ava Gardner, rodando además en África. “Si el rodaje se hubiera realizado en Arizona, no habría firmado el contrato”, declararía Grace, que hasta aprendió suajili para la ocasión. De nuevo, Donald Spoto niega los rumores de un romance con Clark Gable  aunque reconoce que los dos se encantaron mutuamente. Según Taraborrelli, Grace estuvo obsesionada por Gable, y ella que apenas bebía, acabó emborrachándose tanto para seguirle el ritmo que vomitó delante del actor. Gable, como luego le pasaría con Marilyn, activaba en ella algún tipo de tecla freudiana relacionada con la figura paterna. Ava Gardner, casada con Sinatra en un matrimonio tempestuoso, y Grace se hicieron amigas: “Era una gran señora y también muy divertida”, diría Ava, añadiendo: “Estaba claro que Clark le echó el ojo a Grace y ella a él. Los dos estaban solteros en aquella época y que una mujer se enamorara de Clark era de lo más natural”.

De nuevo, Donald Spoto, que fue amigo de Kelly y su biografía cuenta con la aquiescencia de los Grimaldi, niega el romance de Grace con el francés Jean-Pierre Aumont, con el que coincidió en el teatro, y lo define todo como “un bulo”. Sin embargo, la mayoría de los otros biógrafos dan por cierta su relación. Aumont había hecho las Américas con éxito, y era viudo de la actriz María Montez. En esta época la situación sentimental de Grace se vuelve agitada a raíz de saltar a los medios: se dijo que tenía un romance con Ray Milland, su compañero en la película Hitchcock Crimen perfecto, que además estaba casado. La ubicua Hedda Hopper se refirió a Grace como una “ninfómana”, y la pintaron como una destrozahogares. Para añadir leña al fuego, también se rumoreó que ella se había liado a la vez con un guionista y con el actor Anthony Dawson. Al parecer, cuando Mel, la esposa de Milland, amenazó con desplumar a su marido si se divorciaban, él lo reconsideró y acabaron volviendo juntos. Grace esperaba sinceramente casarse con Milland, y quedó devastada por los cotilleos insidiosos. De aquí parte el contraste entre la imagen de niña bien, la mujer deificada y el “en realidad es una promiscua”, en un tiempo en el que ambas cosas eran incompatibles porque una mujer no podía disfrutar del sexo, o al menos no podía parecerlo y ser una dama a la vez. “Llevaba esos guantes blancos, pero no era ninguna una santa”, diría la viuda de Henry Hathaway. Según Zsa Zsa Gabor, “en aquella época Grace tenía más amantes en un mes de los que yo podría tener en toda mi vida”.

Si la familia Kelly nunca aprobó a ninguno de sus anteriores novios, menos todavía al siguiente. Oleg Cassini era un aristócrata ruso huido de la URSS que se había reconvertido en diseñador de moda y, sobre todo, personaje del gran mundo de existencia tumultuosa y conquistador de fama internacional. En aquel momento Oleg salía de un matrimonio malhadado con Gene Tierney (su hija Daria nació con discapacidad porque su madre contrajo la rubeola durante el embarazo, supuestamente a través del beso de una fan enferma en la Hollywood Canteen). Según relató Cassini en sus memorias, todo sucedió como por arte de magia: acudió al cine con un amigo a ver Mogambo y se quedó prendado de Grace Kelly a través de la pantalla. “La búsqueda ha finalizado: ella será mi próximo romance. Esa chica va a ser mía”, aseguró. A continuación, relata que al salir del cine se fue con su amigo a cenar a Le Veau d'or ¿Y quién se encontraba allí? Su viejo conocido el actor francés Jean-Pierre Aumont con… Grace Kelly. Se daba la casualidad de que, según Cassini, Aumont había llamado a menudo a Gene Tierney mientras él estaba en el ejército para salir con ella, así que intentar levantarle a la pareja respondía, a sus ojos, a un sentido de la justicia. Empezó a tirarle los tejos a la actriz de forma inmediata, estableciendo un cortejo que pronto se dio cuenta de que tendría que ser planificado y organizado. Según él, ella “era la última e idealizada versión de las estudiantes americanas casualmente aristocráticas, no de esas con las que uno sale solo una vez”. Coincidieron en varios locales, como el Morocco, y Grace enseguida mostró estar más que dispuesta a dejarse seducir por aquel personaje que a sus 40 años le parecía experimentado y divertidísimo. A la vez, ella le confesaba que estaba con Ray Milland, pero eso a él no le parecía un gran obstáculo. Como además se dedicaba a la moda, fue fácil que empezasen a trabajar juntos (de hecho ya se habían conocido muchos años antes, cuando Grace era una modelo desconocida; ella lo recordaba a él; él a ella no).

Según Cassini se vanagloriaba, “yo creé el ‘look Grace Kelly’ para ella: le puse vestidos discretos y elegantes que resaltaban su buena apariencia patricia”. Sus consejos fueron “Sé glamurosa, sé perfecta, y entonces conviértete en tu personaje. Eso creará una mística sobre ti que mejorará tu reputación”. Grace dudaba sobre esto, como recuerda él en sus memorias: “Pero quiero que me tomen en serio. Los productores no lo harán si piensan que soy solo una chica glamurosa”. “Al contrario, dije yo. Si quieres ser considerada una actriz seria, muestra tu rango. Enséñales que eres más que el papel que interpretas en ese momento, enséñales que también puedes ser sexy y glamurosa. Vas a convertirte en una gran estrella, y deberías ser una líder en moda también”.

Con Frank Sinatra en ‘Alta sociedad’.

Bettmann

Aunque con las atenciones de Oleg, Grace se sentía, según Donald Spoto, “en el séptimo cielo”, la suya era una relación de idas y venidas con interferencias varias. Oleg estaba muy lejos de centrarse en una única mujer; según él mismo reconoce, salía a la vez con Anita Ekberg y Pier Angeli, y veía con delectación que la prensa cubría esos encuentros. Cuando Grace, dolida, aseguró no entender cómo podía jurarle amor y a la vez estar con otras mujeres, él respondió displicente: “Es muy sencillo. Tú estás muy ocupada, parece que no soy importante para ti. Me gusta bailar, disfrutar de compañía agradable… y también tengo una reputación que mantener”.

Tampoco es que Grace perdiera el tiempo. Según Thilo Wydra, Cassini tuvo que competir con Jean Pierre-Aumont, Ray Milland, William Holden y Bing Crosby. Y muy pronto, en la primavera de 1955, con David Niven. Wendy Leigh añade a los amantes a Tony Curtis. No todo eran nombres del cine; también aparece el tenista Sidney Wood. Claro que había otra presencia masculina que deseaba tener el control total sobre ella: Alfred Hitchcock. Habían trabajado juntos ya en Crimen perfecto, y se habían llevado muy bien, pero cuando Grace eligió rodar La ventana indiscreta en Hollywood, en vez de quedarse en Nueva York para hacer La ley del silencio, Cassini y ella se alejaron. El interés de Hitchcock por ella fue a mayores, obsesionándose con lo que describía como un “volcán cubierto de hielo”. Ella fue capaz de manejar ese control a su manera, y siempre tuvo buena relación con él. Sobre esto, escribe Cassini: “Después, habría miles de artículos en la prensa cinematográfica sobre cómo de inaccesible, prohibida, misteriosa y retadora era Grace Kelly. Sería comparada con todo tipo de cosas heladas, especialmente glaciares y montañas. El secreto de Grace Kelly –quién era de verdad– se convertiría en una obsesión nacional”.

Fruto de ello, Kelly no dejaba de trabajar. A Crimen perfecto y La ventana indiscreta siguieron La angustia de vivir, Fuego verde y Los puentes de Toko-Ri, todas estrenadas en 1954. Pero el éxito profesional no satisfacía a la actriz. Recoge Spoto: “De repente me di cuenta de que me había convertido en tía y madrina más de una vez y de que no dejaba de recibir invitaciones a bodas. ¡Durante un tiempo fui la única soltera que conocía! Ese año iba a cumplir los 25, y a medida que pasaban los meses e iba acabando películas me sentía cada vez más confusa”. Entonces surgió por primera vez la Costa Azul en el horizonte: Hitchcock iba a rodar allí Atrapa a un ladrón, y de nuevo contaba con ella para protagonizarla. El argumento, centrado en, como en el tema musical del anime Lupin “un ladrón de guante blanco/que se burla de la ley/nadie tiene tanta clase como él” no estaba muy lejos de la realidad: la madre de Rainiero, Carlota Grimaldi, estaba iniciando un romance con un ladrón de joyas fugado más de una decena de veces de prisión, René la Canne. Con motivo del rodaje de Atrapa a un ladrón, Grace decidió dar un paso más en su relación, e invitó a Oleg Cassini a ir con ella a la Costa Azul.

Según relata él, fue maravilloso: iban juntos de compras, hablaban sobre vinos, historia, religión, iban a la iglesia cada domingo, Grace se confesaba con frecuencia… y allí mantuvieron relaciones sexuales por primera vez. “Olía a gardenias, exótica y pura. Me sentí arrebatado, consciente solo de la trascendencia de ese momento, de lo perfecta que era en la intensa química emocional y física que habíamos encontrado en la Riviera”. Ella le dijo que quería casarse y él, que era un poco reacio, acabó aceptando. Pero por supuesto, cuando Grace se lo presentó a su familia, obtuvo un rechazo frontal. “No consideramos que pueda ser usted un buen marido”, le espetó Margaret Kelly a Cassini. “Entiendo que Grace se haya sentido atraída por usted. Es un hombre encantador y cultivado, pero creemos que es el deber de Grace hacia sí misma, hacia su familia y su religión, repensárselo”. Oleg estaba divorciado, y a ojos de su padre, no era nada más que “un tipo estrafalario”. Pese a todo, se comprometieron de forma no oficial, y ambos pensaban que se casarían muy pronto.

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En octubre de 1954 ocurrió una curiosa anécdota que traería cola. El entonces senador John Fitzgerald Kennedy tuvo que someterse a una cirugía de espalda que casi lo deja parapléjico. Como resultó ser un gran fan de la señorita Kelly, su propia esposa Jackie orquestó una visita sorpresa con el objetivo de levantarle el ánimo: que Grace Kelly acudiese a verlo vestida de enfermera. De aquí datan los rumores, nunca confirmados, de que fueron amantes. Jacqueline, a todo esto, acabaría teniendo a Oleg Cassini como diseñador de cabecera y artífice de sus icónicos looks.

La vida parecía sonreírle, pero Grace no era feliz. Según un libro de fotos dedicado a ella publicado en 2006 y aprobado por el principado de Mónaco, para la Navidad de 1954, estaba “físicamente exhausta y agostada desde el punto de vista emocional… más triste que nunca”. Se mencionan ataques de llanto y pérdida de apetito. A los 25 años, Grace sentía que tenía que casarse y tener hijos ya, como estaban haciendo todas las mujeres a su alrededor. Estaba descontenta con los papeles que le ofrecía la Metro y su antipatía por Hollywood no hacía sino crecer. Declaraciones en los años posteriores incidirían en esa idea: “Hollywood nunca llegó a gustarme. Me parecía un lugar irreal, irreal y lleno de hombres y mujeres que vivían sumidos en la confusión y la desdicha. A alguien de fuera podía parecerle una vida glamurosa, pero no lo era”. “Mi paso por Hollywood fue tan breve y todo ocurrió tan deprisa que no creo que consiguiera nada de lo que sentirme orgullosa”.

Sin embargo, no le faltó reconocimiento. El 30 de marzo de 1955 ganó un Oscar a mejor actriz por La angustia de vivir, venciendo a la favorita, Judy Garland por Ha nacido una estrella. “Pasamos la noche solos, Oscar y yo”, resume Grace en sus recuerdos a Spoto. Sin embargo existe un rumor tal vez demasiado bueno para ser verdad, recogido por Darwin Porter en su biografía de Marlon Brando. Según el autor, esa noche de los Oscar, Brando, que acababa de ganar por La ley del silencio, le dio su número de teléfono. Ella acudió a verlo esa misma noche, estuvieron hablando y ella se quejó de Bing Crosby, que la agobiaba y perseguía. Para completar la escena, apareció por allí el propio Crosby, iniciando un enfrentamiento que fue fácilmente despachado por Brando. Lo que sí es cierto es que Cassini tenía celos de Bing Crosby, aunque se trataba según Spoto de “rumores falsos”. Cassini también sentía celos de Frank Sinatra; le montaba escenas, peleaban agriamente y ella empezaba a cansarse.

Entonces llegó el festival de Cannes de 1955 y aquel breve encuentro con Rainiero. Recordemos que ella se encontraba allí con Jean-Pierre Aumont, con el que había estado liada dos años atrás. Cuando regresó a Estados Unidos y los reporteros le preguntaron si había algo serio con el actor francés, ella lo negó rotunda. Según Taraborrelli, Aumont se quedó muy dolido porque en el fondo seguía amando a Grace. En cualquier caso, al año siguiente él se casó con Marisa Pavan, la hermana gemela de Pier Angeli.

En el festival de Cannes de 1955.

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Así de al pil pil estaban las cosas cuando se anunció que el príncipe Rainiero y Grace iban a casarse. La noticia no solo dejó de piedra al público, sino a las personas más cercanas a Grace, entre ellas, por supuesto, Oleg Cassini. Así lo recuerda él: “Un día me llamó para que supiera que estaba enamorada de mí y que me quería más que a cualquier otro hombre en su vida, pero me dijo “me voy a casar con el príncipe Rainiero”. Cuando le respondí, estupefacto, que no podía amarle, la respuesta de ella fue: “Aprenderé a quererle”. Le indiqué que estaba cometiendo un error que lamentaría el resto de su vida”. Según recoge Taraborrelli, Grace también quiso informar a su ex y antiguo profesor, Don Richardson, refiriéndole que casarse con Rainiero era “la solución de mi vida”. Él le dijo que era un error: “Sabes que solo lo haces para impresionar a tu padre”.

Desde luego, la familia estaba impresionada, pero no tardaron en surgir los problemas. El principal, el de la dote exigida por Mónaco, de dos millones de dólares, considerada por Jack Kelly como un insulto. No puede decirse que Rainiero se casase con Grace por el dinero, pero la insistencia en mantener la tradición parecía incomprensible a ojos de una familia yankee de Philadelphia. Al final tuvieron que desembolsar la cantidad. Años después correrían ríos de tinta sobre las dos pruebas a las que Grace tuvo que someterse antes de la boda: una de virginidad y otra de fertilidad. La excusa que trascendió para la primera es que “se había roto el himen” practicando deporte, montando a caballo según algunos detalles. La prueba de fertilidad la superó sin contratiempos. Menos conocidas pero igualmente arduas fueron las negociaciones que tuvo que efectuar el padre Tucker con la familia que, para empezar, deseaba que la boda se celebrase en la ciudad de la novia, como mandaba también la tradición. No fue posible. Sí consiguieron que ella mantuviese el dinero que había ganado, y en Estados Unidos. Rainiero no cedió en dos condiciones: Grace tenía que dejar su carrera como actriz y, si el matrimonio se rompía, los hipotéticos hijos se los quedaba él. Grace tenía la esperanza de renegociar la primera cláusula con el tiempo porque puede que odiara Hollywood, pero ser actriz era su vocación. De hecho, esos meses de compromiso los pasó rodando Alta sociedad, el remake de Historias de Filadelfia, en el que lucía su anillo de pedida, con una vistosa esmeralda. Con los ojos del mundo puestos en ella, Grace acudió a los Oscar del 56 para entregar la estatuilla a mejor actor a Ernest Borgnine, por Marty. Él regresó a Mónaco el 16 de marzo. En sus cartas, le escribía: “Descansa, relájate y piensa en mí, que ardo de deseo por ti. Te quiero mucho”.

El 4 de abril del 56 salió de Nueva York, con un centenar de reporteros, a bordo del barco que la llevaría a su nueva vida. Sobre este particular, Grace declararía: “Mi verdadera vida empezó el día que me casé. A veces, cuando vuelvo la vista atrás, creo que en realidad odiaba Hollywood sin saberlo. Era un lugar despiadado, lleno de gente muy insegura y plagada de problemas. La desdicha que se transpiraba era como la niebla: lo envolvía todo. Yo no quería tener que seguir con esas ilusiones sobre la juventud cuando fuera mayor. Con 26 años tenía que presentarme en el departamento de maquillaje a las siete de la mañana. Rita Hayworth, que contaba 37, me dijo que tenía que estar lista a las seis, y tengo entendido que Bette Davis y Joan Crawford, de 50 y 47 años, debían presentarse a las cinco. ¿Qué me esperaba si continuaba más tiempo en esa profesión?”.

Desde luego, la boda no iba a suponer una paz inmediata para la insatisfecha Grace. Todo se desarrolló en un clima de histeria y nervios. Rainiero comentaría, filosófico: “Si hubiera dependido de mí, la boda se habría celebrado en la capilla del palacio, donde solo caben veinte personas”. La realidad estuvo a años luz de distancia de ese deseo. En el diminuto país se concentraron 1600 reporteros y fotógrafos que cubrieron la llegada de 600 invitados a la catedral y 1500 a la recepción. La boda, para Grace, fue “tan caótica y frenética que no tenía ni tiempo de pensar. Era como una pesadilla”. Entre tantos invitados, faltaban muchos nombres ilustres que rechazaron acudir, por ejemplo Churchill, De Gaulle, Eisenhower y las casas reales europeas, que consideraban que por mucho porte que tuviera, Grace era plebeya y además una actriz, lo que la convertía en indeseable para las familias con auténtico pedigrí. Sí acudieron el Aga Khan y amigos de Hollywood como David Niven y Cary Grant. De forma consecuente, los hoteles se llenaron de ladrones de joyas.

El vestido de Grace, pagado por la Metro, causó una impresión tan honda en el público, que aún hoy es citado siempre como uno de los más icónicos, copiados y recordados. Helen Rose empleó más de 100 metros de tul de seda y 25 de tafetán, con perlas bordadas y encaje de Bruselas. Los medios se afanaron en cubrir la “boda del siglo” (una más). Como recuerda Cristina Morató, “hizo algo muy inteligente, con las dos personas con las que tenía programado hacer películas, les concedió la exclusiva de la boda. Los beneficios fueron para la Cruz Roja, pero convirtió la boda en una superproducción de la Metro. Había tal cantidad de técnicos de cámara que no se pudo oír el sí quiero con claridad”.

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Esas cámaras no dejarían de enfocarles jamás. Grace era ahora la imagen de la perfección para los ojos de los estadounidenses y de todo el público que la había adorado en la pantalla: de actriz a alteza serenísima, de un principado “de opereta”, como siempre se dijo, pero princesa al y fin y al cabo. Desde el punto de vista de las relaciones públicas, la boda fue un éxito inmediato. No se equivocaron los que sugirieron que Rainiero se casase con una estrella. Mónaco triplicó sus visitantes, dejó atrás la bancarrota y pasó a no depender tanto del casino de Montecarlo. El país y Grace, o Gracia, pasaron a ser sinónimos. Mónaco ya no era un lugar decadente y siniestro, vinculado a los nazis y al desenfreno, sino un destino “de cine”, el lugar donde los cuentos de hadas se hacían realidad.

Claro que tras el final feliz, empieza la realidad. Y esta era bastante más dura y menos edulcorada. Grace huyó de lo que sentía como una cárcel para meterse en otra mucho más rígida. El propio Rainiero recordaría: “Cuando volvimos de la luna de miel (siete semanas en el Deo Juvante II navegando por el Mediterráneo), ella tuvo que enfrentarse a una situación complicada, pero la afrontó de un modo admirable”. Menciona lo difícil que era hacer de aquel palacio un hogar, la barrera del idioma —Grace no hablaba bien francés—, la nostalgia por su vida anterior, su familia y amigos y, sobre todo, caer bien a los monegascos. “Al recordar aquella época me doy cuenta de que probablemente me mostré demasiado impaciente porque se adaptara y sintiera a gusto. A menudo no comprendía su forma de ver las cosas”.

Grace Kelly y el príncipe Rainiero a bordo del Deo Juvante II en su luna de miel, 1956.Getty Images

A Grace no se le permitía romper el estricto protocolo que reinaba en palacio. Todo era un problema, desde moverse con libertad, a querer comer en una mesa pequeña en vez de en una mesa gigante y formal o eliminar la obligación de que las mujeres que iban a palacio tuviesen que llevar sombrero. Los más tradicionalistas la veían con malos ojos y los monegascos con desconfianza. En cierto modo, tenía el enemigo en casa: Antoinette, su cuñada, la veía como una rival que opacaba su posición en el principado eliminando, además, las posibilidades de su propio hijo de heredar el trono. Su complicada suegra tampoco simpatizaba con ella. La propia Grace confesaría lo duro que fue aquel inicio de vida conyugal: “Lo que más me costó fue convertirme en una persona normal después de haber sido tanto tiempo actriz. En aquella época, para mí una persona normal era la que hacía películas. No podía ser dos personas a la vez, una actriz norteamericana y la esposa del príncipe de Mónaco, de modo que durante esos primeros años perdí mi identidad. Mi marido y su vida me absorbieron hasta que nacieron mis hijos”. En aquel ambiente todavía más denso que el del sistema de estudios de Hollywood, los recién casados acudieron muchas veces a la más sencilla casita de Roc Agel. “No sé qué habría pasado de no haber tenido nuestro refugio en el campo. Bueno, sí lo sé, ¡pero prefiero no pensarlo!”.

La primera hija, Carolina llegó 9 meses tras la boda. Alberto, el heredero, nació un año después, en el 58. Estefanía llegaría un poco más tarde, en el 65. La imagen de la familia no podía ser más idílica, pero la realidad, desvelada a medias, era mucho más amarga. Varios biógrafos coinciden en que Rainiero empezó a ponerle los cuernos de forma inmediata tras la boda. Según Wendy Leigh, en el primer año de matrimonio, Rainiero tenía ya tres amantes regulares. La autora asegura que Grace acabó recurriendo a sus propios contactos para pagar a su marido con la misma moneda. Según ella, le fue infiel con Marlon Brando, Frank Sinatra y David Niven. Robert Lacey en su biografía de la princesa aseguraba que tuvo 4 amantes: “Un actor, un empresario, el propietario de un restaurante y un joven cineasta”. David Niven sería el actor y Robert Dornhelm, el joven cineasta con el que Grace compartiría al parecer sus últimos años. Dornhelm siempre negó tajantemente haber tenido algo con Grace. Wendy Leigh, por su parte, asegura que la princesa reconoció tener un affaire con Malcolm Reybold, marido de su amiga Carolyn, que había sido además una de sus damas de honor en la boda. Judy Balaban, otra dama de honor de Grace, negó que fuera cierto y aseguró que a Grace le dolió mucho saber que los rumores habían sido alimentados por el propio Malcolm. El nombre de Grace era un reclamo incluso a su pesar.

Rainiero III, la princesa Estefanía, Grace Kelly y la princesa Carolina en su chalet de Gstaad en Suiza.© Getty Images.

La presión de los paparazzis, creciente a medida que los niños Grimaldi iban creciendo y protagonizando sus aventuras y escándalos de diverso calado, se hizo más difícil de llevar. “Nunca me gustó especialmente ser una estrella de cine. Pero incluso en Hollywood, mi vida privada seguía siendo mía. Cuando me casé, mi vida privada se volvió pública”, reconocería Grace en una entrevista. “En lo que respecta a mi marido y yo, somos figuras públicas y tenemos que aceptarlo. En lo que respecta a mis hijos, ellos lo rechazan y no sienten que tengan que ser figuras públicas a su edad. Especialmente en sus años de crecimiento, ha sido muy, muy difícil por la prensa y los llamados paparazzi que les siguen de forma implacable. Stephanie ha acudido a clases de gimnasia durante dos años en el maletero de un coche para que no la siguieran; Carolyn ha vuelto a casa llorando tras una lección de tenis, porque no había podido tomarla porque los fotógrafos estaban allí. La prensa siempre dice que yo estoy esperando un bebé, tendría 52 bebés ya, o que mi marido y yo nos vamos a divorciar”.

Algo de eso había. Grace sufrió varios abortos involuntarios —tres según Donald Spoto—, de los que le costó mucho recuperarse. Algunos autores mencionan que tuvo varias depresiones, y todos hablan de que se fue sumiendo en “melancolía y soledad”. Cuando Carolina y Alberto, sus dos hijos mayores, fueron creciendo y antes de que naciese Estefanía, se dio cuenta de cuánto echaba de menos el cine y la interpretación. En este contexto surgió, en 1962, una oferta que Grace no quería rechazar: protagonizar Marnie, la ladrona a órdenes de su viejo colega Alfred Hitchcock. La historia corta es que ella aceptó y luego tuvo que renunciar. La historia larga se ha contado en, entre otros lugares, en la película Grace de Mónaco, en la que Nicole Kidman interpretaba a la princesa. Spoto explica que Grace estaba embarazada cuando dijo que sí, no lo sabía todavía y luego sufrió un aborto que le produjo una profunda depresión. Según Spoto, Rainiero estaba de acuerdo en un primer momento, pero hubo problemas: Los pájaros se retrasó mucho en posproducción y todo se solapó con la tensión entre Francia y Mónaco. De Gaulle quería que los franceses que vivían en el principado tuviesen que pagar impuestos a Francia. Rainiero se negó, le echó un pulso y Grace y los niños también se quedaron en el pequeño país, pese a la amenaza de De Gaulle de cortar el agua, el teléfono y la electricidad. Al final, De Gaulle y Francia tuvieron que ceder. Claro que todo esto sucedió cuando ella ya había renunciado al proyecto de Marnie. En el fondo, la idea de combinar lo mejor de ambos mundos, la interpretación (en el papel de una cleptómana con muchos asuntos freudianos sin resolver que es violada por Sean Connery) y ser una princesa, se había demostrado incompatible. El propio Rainiero reconoció que su esposa “se había sentido un tanto melancólica por haberse dedicado con gran éxito a un arte y haber tenido que abandonarlo por completo”.

En aquellos años se produjo además la ruptura entre Onassis y Rainiero. El príncipe provocó la recapitalización de la SBM, tras la cual Onassis ya no poseía la mayor parte de la compañía. Acabaría pagándole 10 millones de dólares en el 67 a Onassis, pero con esta operación “Mónaco volvía a ser libre”. Un año antes, en el 66, en Sevilla se había vivido un gran revuelo cuando en la puesta de largo de las jóvenes de la alta sociedad en Casa Pilatos coincidieron las dos mayores luminarias de la crónica social: la princesa Gracia y Jacqueline Kennedy, viuda ya del presidente, que pronto se casaría con Onassis. Los medios ardían en interés porque se comentaba que no se soportaban, por ¿celos, quizás? Según cuenta Cayetana de Alba en sus memorias , Jackie estaba herida porque Grace no había acudido a los funerales de su esposo. “Ni siquiera se miraron”, recuerda Cayetana. “Se ha dicho que intenté acercarlas. No es verdad, ni siquiera me esforcé, porque yo entendía bien la posición de la viuda, que, por cierto, me caía bastante mejor que la princesa. Siempre me pareció que Grace estaba demasiado pendiente de interpretar su papel. Jackie era mucho más natural y afable; Grace, más estirada”.

Incluso un biógrafo tan complaciente con la figura de Grace y con tendencia a edulcorar su vida como Donald Spoto reconoce: “Durante la década de los setenta hubo un período en que los amigos de Grace y Rainiero sabían que la pareja se había distanciado. Gwen Robyns es mucho más directa: “Hacían ver que estaban juntos, pero no era verdad”. En el 76 le ofrecieron un puesto en el consejo de administración de a Fox y aceptó. Lo que no pudo aceptar fue ser la zarina en la película Nicolás y Alejandra. Las ocupaciones de Grace, además de las obligaciones familiares e institucionales, se centraban en la liga de la leche, los adornos florales y acudir a recitales de poesía. Las labores canónicas de una princesa, en definitiva.

Cuando en el 78 la princesa Carolina se casó con Phillipe Junot, se comentó que Grace, siempre contenida, siempre dueña de sí misma, transmitía una imagen de tristeza y desamparo, claro que teniendo en cuenta las circunstancias de ese matrimonio —“no me felicites, mejor dame el pésame, dijo Rainiero a Tessa de Baviera—, podía entenderse. Continuaban los rumores sobre que bebía mucho y era infeliz, pero la imagen de serenidad seguía ganando sobre todo lo demás. Y entonces sucedió lo inesperado.

El 13 de septiembre de 1982, Grace volvía de Roc Agel a Mónaco con su hija Estefanía, que tenía 17 años, cuando el coche en el que circulaban salió de la carretera en una curva y se precipitó por un abismo de 30 metros. Eran las nueve y media de la mañana. El Rover 3500S V8 quedó boca arriba. Estefanía logró salir del auto, pero a Grace, inconsciente, tuvieron que rescatarla los bomberos. Al día siguiente, 14 de septiembre, la desconectaron de la máquina que la mantenía con vida. Tenía 52 años. Por última vez, Grace Kelly conmovía al mundo.

De forma inmediata se desataron las especulaciones y las teorías conspirativas, como si lo absurdo y cotidiano de un accidente de tráfico “vulgar” no pudiera explicar por sí solo la muerte de la princesa. Wendy Leigh asegura que Grace le había comentado en una ocasión al psíquico Frank Andrews: “Siempre he tenido la premonición de que moriré en un accidente de coche. ¿Será así?”. En un libro de Jeffrey Robinson se recoge el testimonio de Carolina que asegura que su hermana le dijo que su madre gritó que los frenos no funcionaban. José Luis de Vilallonga se hace eco de los rumores que aseguraban que Grace quería intentar convencer a su marido de que el juego era inmoral y había que prohibirlo: “Alguien debió de pensar en quitarse de encima a la princesa. Bastaba con trucar los frenos de su coche antes de que emprendiera la peligrosa bajada de Roc Agel a Montecarlo. ¿Fue eso lo que acabó ocurriendo? ¿O son meras elucubraciones sin fundamento?”. Donald Spoto da una explicación médica basándose en que la princesa sufría entonces dolores de cabeza, señales de una incipiente enfermedad vascular. Para Spoto, eso fue lo que ocurrió: “Una punzada en la cabeza” le hizo perder el conocimiento, o en lugar del freno pisó el acelerador en una curva. En cualquier caso, la leyenda más instaurada, que todavía permanece en la memoria colectiva, es la que asegura que Grace no conducía, sino que lo hacía Estefanía, menor de edad entonces y sin carnet de conducir. La hija díscola, la oveja negra de la familia (aunque tampoco es que sus hermanos fuesen muy ejemplares), podría cargar así con las culpas de lo ocurrido. Da igual que este rumor haya sido desmentido. Como Estefanía contó a Jeffrey Robinson, “la gente pensó que lo había causado yo porque ella era demasiado perfecta para hacer algo así”.

La crueldad de la tragedia envolvió a Grace en un manto de santidad. Los arquetipos de la virgen y la puta que habían convivido en torno a ella cuando era una estrella de cine quedaron aparte para dejar paso a la mártir, de un modo casi literal, pues hubo quién pidió que fuera canonizada. Todavía hoy, en Mónaco, a Grace se la venera como una santa y sus objetos se mantienen como reliquias. Incluso se han dedicado exposiciones a aquella tarde en la que Rainiero y ella se conocieron, con el vestido de flores rosas y verdes cuidadosamente conservado. Pese a que sus hijos no han dejado de protagonizar historias de amor, tragedias y escándalos del más diverso cariz y ofrecer, por tanto, constante contenido a la prensa rosa que tanto favoreció el lanzamiento internacional del principado como luego hizo complicadas las vidas de los Grimaldi, la sombra de Grace es alargada. Rainiero nunca volvió a casarse, y su vida sentimental post accidente es opaca. Solo se sabe que mantuvo un romance con Ira von Fürstenberg, ex esposa de Alfonso de Hohenlohe, el hacedor de Marbella, y de Baby Pignatari, playboy internacional. En 1985, tres años después de la muerte de Grace, Ira acudió al baile de la Cruz Roja como acompañante del viudo. Su boda llegó a darse por cierta, pero nunca ocurrió. Desde entonces, la imagen que pervivió fue la de Rainiero como “viudo inconsolable”. Margarita de Inglaterra había comentado, sardónica: “Ira es una mujer demasiado grande para un país tan pequeño”.

Lo ocurrido con la siguiente princesa consorte y alteza serenísima de Mónaco no ha hecho sino agrandar la figura de Grace. Dn un primer momento, cuando se supo que el príncipe Alberto iba a casarse con Charlène Wittstock, las comparaciones con su predecesora fueron inmediatas: nadie aguanta un paralelismo con Grace pero, a priori, Charlene reunía varias coincidencias: rubia, alta, elegante, una plebeya de un país extranjero convertida en princesa, de nuevo; el cuento de hadas hecho realidad. Pero la ilusión duró poco: el siglo XXI es más voraz con sus mitos que los años 50, y la misma boda de Alberto y Charlene estuvo rodeada por rumores de que ella había querido echarse atrás y huir del principado. Desde entonces, las cosas no han mejorado: Charlène, con su aire desvalido y ausente, acabó devorada por una imagen de amargura y tristeza. Se ha hablado de una “misteriosa enfermedad” sin llegar a especificar de forma clara cosas como su ausencia de Mónaco y su separación de sus hijos durante meses. Su historia aún no se ha contado y está por resolverse. Mientras, el misterio envuelve a su figura, pero no un misterio magnético, sino uno siniestro. Tal vez sean ciertas las palabras que le dijo Grace a su hija Carolina, cuando la todavía joven se quejaba de la rigidez del protocolo: “Pero mamá, esto no es Hollywood”, dijo Carolina, a lo Grace respondió: “Claro, allí se pueden fabricar mentiras. Aquí, no”.

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