La gran capital

De Tarraco a Tarragona: el esplendor de Roma en Hispania

Surgida como base militar de Roma durante las guerras púnicas, Tarraco, la actual ciudad de Tarragona, se convirtió en una de las mayores y más imponentes ciudades del Imperio romano, con sus bellos edificios y su vibrante vida cultural.

Imagen aérea del anfiteatro romano de Tarragona, construido a finales del siglo II d.C.

Imagen aérea del anfiteatro romano de Tarragona, construido a finales del siglo II d.C.

Imagen aérea del anfiteatro romano de Tarragona, construido a finales del siglo II d.C.

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En el invierno de 122-123 d.C., el emperador Adriano estaba pasando una temporada en Tarraco con el objetivo de restaurar el antiguo templo de Augusto y asistir a la asamblea provincial que tenía lugar cada año en la capital de la provincia Tarraconense. Durante su estancia, seguramente
experimentó que eran ciertos los elogios que hizo de la ciudad el
poeta romano Floro, quien vivió en ella dando clases de retórica.

Decía Floro: "Si quieres creer a un hombre como yo que he visto tantas cosas, resulta la más agradable de todas las ciudades que pueden escogerse para el descanso. Verás en ella, oh huésped y amigo, gentes honestas, sobrias, tranquilas, que tardan un tiempo, sin duda, en mostrarse hospitalarias, pero que lo son con sana razón. El clima, que es muy templado, no tiene cambios bruscos de temperatura y el año parece una continua primavera".

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Una ciudad no tan tranquila

Sin embargo, la idílica calma de Tarraco se alteró un día que el emperador paseaba por el jardín de uno de sus anfitriones. De repente, un esclavo avanzó hacia él armado con una espada y dispuesto a atentar contra su vida. Adriano consiguió detener en persona a su atacante y entregarlo a otros esclavos, que corrieron rápidamente a auxiliar al emperador. Luego se supo que aquel asesino era en realidad un loco y el mismo emperador consintió en que fuera entregado a los médicos para su curación en lugar de hacerle sufrir un severo castigo por su intento de magnicidio. 

La idílica calma de Tarraco se alteró un día que el emperador paseaba por el jardín de uno de sus anfitriones.

Arco de Bará, construido a finales del siglo I a C  por Lucio Licinio Sura.

Arco de Bará, construido a finales del siglo I a C  por Lucio Licinio Sura.

Arco de Bará, construido a finales del siglo I a C  por Lucio Licinio Sura.

CC BY SA 3 0 ES

Mientras sucedía todo esto, Adriano permaneció imperturbable, como correspondía a su augusta persona, y siguió disfrutando de aquella magnífica urbe que sus predecesores habían enriquecido y engalanado con gran generosidad. 

Pero los orígenes de Tarraco son muy anteriores a la época imperial. La arqueología y la numismática constatan la presencia de un poblado ibérico, identificado con el nombre de Kese, en el lugar donde posteriormente se alzaría Tarraco, aunque la ciudad romana sería obra de los Escipiones.

 

De los iberos a los romanos

Durante la segunda guerra púnica, Roma envió a Hispania a los hermanos Cneo Cornelio y Publio Cornelio Escipión con el objetivo de cortar los suministros del ejército cartaginés de Aníbal, que había invadido Italia. Los Escipiones convirtieron Tarraco en un importante centro de operaciones durante la contienda gracias a su posición estratégica y al hecho de que estaba a tan sólo cuatro días de navegación de Roma.

El lugar, además de servir de puerto militar y comercial, servía también de base para los soldados, de forma que surgió primero una guarnición en la parte alta de la colina y una zona de viviendas alrededor del antiguo poblado ibérico, donde más tarde se levantaría el foro de la colonia; ambas zonas pronto se unieron con un recinto amurallado.

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La función militar de Tarraco se mantuvo en la época republicana, durante las diversas guerras de conquista del interior de Hispania. Es posible que el propio Julio César concediera a la ciudad el rango de colonia tras la batalla de Munda, acaecida durante la guerra civil, en el año 45 a.C. (el nombre de Tarraco fue Colonia Iulia Urbs Triumphalis Tarraco), pero su despegue se produciría por intervención de Augusto, el primer emperador de Roma.

El lugar, además de servir de puerto militar y comercial, servía también de base para los soldados.

El Acueducto de les Ferreres (construido por el emperador Augusto en el siglo I d.C.), cerca de Tarragona.

El Acueducto de les Ferreres (construido por el emperador Augusto en el siglo I d.C.), cerca de Tarragona.

El Acueducto de les Ferreres (construido por el emperador Augusto en el siglo I d.C.), cerca de Tarragona.

Cruccone (CC BY-SA 3.0)

En 27 a.C., Augusto reformó la división provincial de Hispania y convirtió a Tarraco en la capital de la provincia más extensa de la Península: la Tarraconense. El propio emperador residió en la urbe en los años 26 y 25 a.C. para dirigir desde allí las operaciones bélicas contra cántabros, astures y galaicos, con cuya sumisión se completó la conquista de Hispania. 

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La ciudad de Augusto

El paso de Augusto por Tarraco trajo diversas mejoras a la ciudad y su entorno: se consolidó la vía de comunicación con Roma, que a partir de entonces se conocería como vía Augusta, y se monumentalizó el foro de la colonia. Este lugar, situado cerca del puerto y del primitivo asentamiento ibero, se convirtió en el centro de la vida administrativa, comercial y religiosa de la ciudad.

Como todos los foros de época romana, el de Tarraco contaría con una  curia, un edificio donde se reunía el consejo de notables que gobernaba la colonia, y otros edificios administrativos, como el archivo o el tesoro.

El paso de Augusto por Tarraco trajo diversas mejoras a la ciudad y su entorno: se consolidó la vía de comunicación con Roma.

Restos del foro romano de Tarragona, construido por orden del emperador Vespasiano en el año 73 d.C.

Restos del foro romano de Tarragona, construido por orden del emperador Vespasiano en el año 73 d.C.

Restos del foro romano de Tarragona, construido por orden del emperador Vespasiano en el año 73 d.C.

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El foro estaba lleno de tiendas en las que se vendía todo tipo de productos, y lo presidía un templo dedicado a la llamada tríada capitolina (formada por Júpiter, Juno y Minerva). En época de Tiberio se construyó una segunda plaza (forum adiectum) en la que destaca la basílica, sede de la administración de justicia y lugar de reuniones. Los restos de este edificio de tres naves pueden contemplarse en la actualidad. La parte norte es la mejor conservada y cuenta con una gran sala que hacía las veces de tribunal de justicia y estaba presidida por una estatua del emperador.

En este entorno podría haberse movido uno de los notables de Tarraco cuya trayectoria política conocemos a través de la epigrafía: Lucio Antonio Saturnino. Saturnino fue primero edil (el magistrado encargado del mantenimiento de los edificios y del orden público), luego fue duoviro (la máxima magistratura del gobierno de la colonia) y, por último, llegó a ser flamen o sacerdote del culto imperial de toda la provincia.

En los primeros años de la época imperial se construye también el teatro, cercano al puerto y al foro de la colonia, que aprovecha, además, un desnivel para apoyar las gradas. Su estructura es la propia de los edificios de este tipo con la cavea o graderío, la orchestra semicircular, la scaena (escena) y el frons scaenae, el frente escénico. Los capiteles y las estatuas relacionados con la familia imperial que allí se han encontrado hacen pensar en un grandioso edificio del que han quedado restos relativamente escasos.

En él, los tarraconenses disfrutarían de comedias, tragedias, mimos y pantomimas, y en los momentos de descanso entre las representaciones podían pasar a un área contigua, que posiblemente estaba ajardinada y contaba con una fuente monumental, un ninfeo de grandes proporciones.

Conoce algunas curiosidades y sorpresas del anfiteatro romano de Tarragona.

El entretenimiento en Tarraco

La colonia siguió prosperando hasta que en tiempos de la dinastía Flavia recibió un impulso definitivo y adquirió un esplendor que la haría brillar entre las ciudades de Hispania. A partir del año 73, el emperador Vespasiano llevó a cabo una renovación administrativa que daba mayor impulso a las capitales provinciales por medio de la Asamblea provincial, que reunía a delegados de las distintas poblaciones de cada provincia. En Tarraco, esta asamblea se reunía una vez al año para elegir a un flamen, el sacerdote que dirigía el culto imperial, y para tratar los problemas importantes.

Para acogerla se construyó un imponente foro provincial en la parte alta de la ciudad, que asombraba a los representantes de las trescientas poblaciones importantes que formaban parte de la Tarraconense. Con este nuevo recinto monumental, la ciudad quedó dividida en dos sectores claramente diferenciados, separados por el edificio del circo construido en época de Domiciano (que gobernó el Imperio entre los años 81 y 96). La parte alta de la ciudad constituía el sector administrativo, que se organizaba en dos grandes terrazas situadas en niveles distintos: la superior albergaba el recinto dedicado al culto imperial, mientras que en la inferior se levantaba el foro provincial. En cuanto a la parte baja de Tarraco, se dedicó a sector residencial.

Se construyó un imponente foro provincial en la parte alta de la ciudad, que asombraba a los representantes de las trescientas poblaciones.

Murallas romanas de Tarragona, construidas a finales del siglo III a.C.

Murallas romanas de Tarragona, construidas a finales del siglo III a.C.

Murallas romanas de Tarragona, construidas a finales del siglo III a.C.

Tomàs (CC BY SA 2 0)

Los edificios para espectáculos estaban presentes en toda colonia romana. El más importante de Tarraco era el circo, que por su situación dentro de la ciudad tenía unas dimensiones menores que los de otros lugares del Imperio. Se estima que podía albergar a más de 20.000 espectadores, pendientes de las evoluciones de sus aurigas favoritos, encuadrados en alguno de los cuatro equipos tradicionales: verdes, blancos, rojos y azules.

Aurigas y gladiadores

Conservamos la memoria de Fuscus, un famoso auriga de la facción azul, al que sus admiradores erigieron en Tarraco un ara en el siglo I o II d.C. En ella grabaron lo que sentían por su héroe: "¡No hay nadie como tú! ¡Siempre se hablará de tus carreras!". Otro popular auriga del que tenemos noticia es Eutyches, cuya inscripción nos dice que murió de enfermedad a los 22 años. En su epitafio se queja amargamente de que no tuvo la oportunidad de conducir carros de cuatro caballos (cuádrigas), tras haber competido con éxito con los de dos (bigas). Los crueles e inexorables hados tuvieron envidia de su juventud y malignos ardores abrasaron sus entrañas sin que los médicos pudieran hallar el remedio a su mal. El final del epitafio es una sentida súplica dirigida a quien pase junto a su tumba: "Te ruego, caminante, que esparzas flores sobre mis cenizas; tal vez tú fuiste uno de mis seguidores mientras vivía".

Conservamos la memoria de Fuscus, un famoso auriga de la facción azul, al que sus admiradores erigieron en Tarraco un ara en el siglo I o II d.C.

Bóvedas del circo romano de Tarragona, construido a finales del siglo I d.C., durante el gobierno de Domiciano.

Bóvedas del circo romano de Tarragona, construido a finales del siglo I d.C., durante el gobierno de Domiciano.

Bóvedas del circo romano de Tarragona, construido a finales del siglo I d.C., durante el gobierno de Domiciano.

Pere prlpz (CC BY-SA 3.0

Otro lugar de diversión de los tarraconenses era el anfiteatro, construido extramuros a comienzos del siglo II, donde podían acomodarse unos 14.000 espectadores. La pasión por los combates de gladiadores debió de ser similar a la que sentían por las carreras, aunque no hayamos encontrado testimonios escritos de ello. Sentados en el graderío, según la clase a la que pertenecía cada cual, todos se encandilarían con las luchas de gladiadores, que antes del combate se encomendaban a Némesis para conseguir la victoria sobre su oponente o, al menos, para que el público les perdonara la vida si resultaban derrotados.

Una activa vida social

La imponente presencia de grandes monumentos públicos como los foros, el teatro, el circo y el anfiteatro no debe hacernos olvidar a la gente que vivía en la ciudad. La parte residencial ocupaba el sector inferior de Tarraco y se disponía en un trazado reticular u ortogonal, con calles perpendiculares y horizontales que daban lugar a manzanas de viviendas.

A pesar de que se conservan pocos restos de tales construcciones podemos decir que en Tarraco coexistían los dos tipos de vivienda presentes en las urbes romanas: las casas unifamiliares de los grupos acomodados, que seguían el esquema de la domus romana, y los edificios de pisos conocidos como insulae, con peores condiciones de vida. Los restos de un complejo termal, de la sede de una corporación de obreros de la construcción y las referencias epigráficas a templos como el de Tutela o el de Minerva hablan de la intensa vida social que se desarrollaba en la parte inferior de la ciudad.

En la zona inferior de la ciudad de Tarraco se desarrollaba una intensa vida social.

Restos de la Villa romana dels Munts, situada en la localidad tarragonense de Altafulla.

Restos de la Villa romana dels Munts, situada en la localidad tarragonense de Altafulla.

Restos de la Villa romana dels Munts, situada en la localidad tarragonense de Altafulla.

Jaume Meneses (CC BY-SA 2.0)

Aquí habrían vivido Sulpicio Primitivo y su esposa Baebia Ursina, a la que califica de dulcísima en su epitafio, o Lucio Vibio Alcinous, que se enamoró de su esclava Felícula y le concedió la libertad, e incluso se casó con ella. La existencia del maestro de gramática Fabio Demetrio y del compositor de mimos Emilio Severiano son un ejemplo de la actividad cultural que se desarrollaba en Tarraco. Esta vida cultural y la amabilidad de sus gentes, unida a la belleza de su emplazamiento y sus construcciones, hicieron, seguramente, que el emperador Adriano volviera satisfecho a la capital del Imperio, sabiendo que dejaba en aquel lugar de Hispania un verdadero espejo de Roma.