Encuentros con Jesús | Coalición por el Evangelio

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Fragmento de Encuentros con Jesús: Respuestas inesperadas a las preguntas más grandes de la vida. Tim Keller. Poiema Publicaciones. Lee la reseña aquí. Puedes unirte a nuestro club de lectura #Coaliciónlee, donde estaremos leyendo este libro en Noviembre.


Fui criado en una iglesia cristiana, pero en la universidad pasé por una crisis personal y espiritual que me llevó a cuestionar las creencias más fundamentales que tenía con respecto a Dios, al mundo y a mi persona.

Durante esos años me encontré con algunos cristianos que se reunían en grupos pequeños para estudiar la Biblia. En estos grupos el líder no asumía el papel de maestro o instructor; en vez de eso, facilitaba la lectura y la interpretación de algún pasaje bíblico para todo el grupo. Las reglas básicas eran simples pero cruciales para mantener la integridad del ejercicio. La Biblia debía recibir el beneficio de la duda —el texto debía ser tratado como una fuente fiable, y sus autores debían ser vistos como personas competentes; ninguna interpretación personal debía ser impuesta sobre el pasaje; debíamos llegar a las conclusiones como grupo. Cuando estudiábamos un pasaje como comunidad, buscábamos escarbar las ricas interpretaciones que salían; asumíamos que juntos podíamos ver más cosas de lo que cualquier individuo podría ver por sí mismo.

Antes de siquiera estar seguro de dónde me encontraba en cuanto a mi propia fe, me pidieron que fuera el líder de un grupo y me dieron un conjunto de estudios bíblicos titulados Conversaciones con Jesucristo en el Evangelio de Juan de Marilyn Kunz y Catherine Schell. Estos estudios cubrían trece pasajes del libro de Juan donde Jesús sostuvo conversaciones con algunos individuos. Esos estudios ayudaron a que mi grupo descubriera diferentes niveles de significados cada vez más profundos que nos asombraban a todos. Al estudiar estos recuentos de la vida de Jesús, empecé a darme cuenta, más que nunca, que la Biblia no era un libro ordinario. Sí, es cierto que llevaba consigo la extraña belleza de la literatura de un pasado distante, pero había algo más. Fue a través de estos estudios de encuentros con Jesús que comencé a percibir una vida y un poder inexplicables en el texto. Estas conversaciones de hace siglos eran asombrosamente reveladoras e incisivas para mí —aquí y ahora. Empecé a escudriñar las Escrituras, no solo para estimular mi intelecto, sino para encontrar a Dios.

Aprendí que la paciencia y la disciplina de pensamiento eran clave para el entendimiento. Una vez fui a una conferencia para líderes de estudios bíblicos. Nunca olvidaré uno de los ejercicios. La instructora nos dio un versículo, Marcos 1: 17: “Vengan, síganme —les dijo Jesús—, y los haré pescadores de hombres”. Luego nos pidió que pasáramos treinta minutos estudiando el versículo (el cual, en efecto, relataba un encuentro con Jesús). Nos advirtió que después de cinco o diez minutos pensaríamos que ya lo habíamos descubierto todo en el pasaje, pero nos desafió a continuar hasta el final del tiempo indicado. “Escriban por lo menos treinta cosas que vean en este pasaje”, nos dijo. Pasaron diez minutos y yo ya había terminado (o eso pensaba) y estaba aburrido. Pero, de mala gana, continué observando y estudiando el pasaje. Para mi sorpresa había más por descubrir. Cuando todos regresamos, la instructora nos pidió que viéramos nuestra lista y circuláramos el descubrimiento más penetrante, conmovedor y personal que habíamos hecho. Acto seguido, nos hizo una pregunta: “¿ Cuántos de ustedes encontraron su descubrimiento más penetrante en los primeros cinco minutos? Levanten su mano”. Nadie levantó su mano. “¿ Diez minutos?”. Una o dos manos. “¿ Quince?”. Más manos. “¿ Veinte?”. Ahora un gran número de manos fueron levantadas. “¿ Veinticinco?”. La mayoría de nosotros levantamos la mano, sonriendo y sacudiendo la cabeza.

Esas experiencias iniciales con el estudio paciente e inductivo del texto bíblico cambiaron mi vida espiritual. Descubrí que si dedicaba tiempo y asumía una actitud de franqueza y confianza, Dios me hablaría a través de Su Palabra. Estas experiencias también me dirigieron hacia mi curso vocacional al darme las herramientas necesarias para ayudar a otros a escuchar la Palabra de Dios a través de la Biblia. Por más de cuarenta años he estado enseñando y predicando la Biblia, y la base de cada charla, conferencia o sermón siempre ha sido lo que he aprendido en la universidad sobre cómo sentarme frente a un texto y examinar cuidadosamente sus profundidades.

Todavía sostengo la autoridad de toda la Biblia y me encanta aprender todo acerca de ella y enseñarla toda. Pero la primera vez que sentí el peso de la autoridad espiritual de la Biblia en lo personal fue al leer los Evangelios, particularmente en esas conversaciones que Jesús sostuvo con ciertos individuos —el estudiante escéptico Natanael, la madre desconcertada de Jesús en las bodas de Caná, el profesor religioso que vino de noche, la mujer que estaba junto al pozo, las hermanas desconsoladas de Lázaro, y muchos otros.

Diría que muchos de mis propios encuentros formativos con Jesús sucedieron cuando estudiaba Sus encuentros con algunos individuos que aparecen en los Evangelios.

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