Este artículo contiene spoilers de El juicio de los 7 de Chicago.

El juicio de los 7 de Chicago, el nuevo thriller de Aaron Sorkin que se acaba de estrenar en Netflix, es de lo mejorcito que podemos ver sobre juicios en el actual Hollywood. Buena muestra de ello es ver como Sacha Baron Cohen y Jeremy Strong llegan al tribunal vestidos de jueces, y los diálogos rápidos e ingeniosos marca de la casa.

Pero en realidad, la verdadera historia de los disturbios y el juicio es aún más extraña y vívida que la que se ve en pantalla. De hecho, lo que Sorkin dejó de lado podría ser una película aún mejor que la que ha hecho. Aunque lamentamos deciros que no, Rubin no atrapó un huevo que le lanzaron al entrar.

Entonces, ¿El juicio de los 7 de Chicago es una historia real?

Por lo general, en los dramas basados en hechos reales, se trata de averiguar dónde termina el registro histórico y dónde entra en juego la licencia artística, pero ese no es el problema aquí. Sucedieron muchas más cosas durante los disturbios y el consiguiente caso judicial que lo que podría ser narrado en una trilogía de películas, así que se trata más bien de esbozar la locura añadida que no llegó a reflejarse en el guion final de la película. Por supuesto, es casi imposible saber sobre que se dijeron o por qué pelearon los acusados fuera de la sala del tribunal, pero hey, así son los dramas históricos, amigo.

Todo comenzó con los disturbios

Los disturbios comenzaron el 28 de agosto de 1968, cuando varios miles de manifestantes trataron de marchar hacia el Anfiteatro Internacional, donde se celebraba el Congreso Nacional Demócrata. El verano de 1968 había sido el más sangriento de Vietnam; más de 1.000 soldados americanos morían cada mes. En Chicago, la muy reciente muerte de Dean Johnson, un joven al que la policía disparó después de apuntarles con un arma, fue otro factor que contribuyó a la febril atmósfera de protestas.

Si la película de Sorkin presenta a la policía como malévola y violenta, no está lejos de la verdad. El Informe Walker, la investigación oficial de los disturbios, se basó en 20.000 páginas de testimonios de más de 3.000 testigos, y fue inequívoco en su conclusión:

"En unos casos de forma individual, y otras en grupo, cometieron actos violentos donde cometieron excesos muy superiores a la fuerza necesaria para dispersar o arrestar a la multitud", decía dicho informe. "Leer desapasionadamente los cientos de declaraciones que describen de primera mano los eventos del domingo y el lunes por la noche es convencerse de la presencia de lo que solo puede denominarse como un motín policial".

Aunque los manifestantes se esforzaron mucho por llevar la contraria a la policía, la respuesta fue desproporcionada y brutal. Encerrados por la policía, Tom Hayden y otros manifestantes terminaron siendo empujados a través de una ventana en el hotel Conrad Hilton.

"Empezaron a detener gente de uno en uno, rociándoles Mace en los ojos, golpeando sus costillas o riñones con palos y haciéndoles tropezar. Sus ojos estaban llenos de odio, y gritaban con un sonido que nunca he oído de un ser humano".

"Planeaban dar una buena paliza a los que consideraban parte de una generación mimada, y lo hicieron", concluyó Frank Kusch, autor de "Battleground Chicago", tras entrevistar a docenas de policías que estaban allí.

Una figura importante de las protestas que no vemos en la película es Pigasus, el candidato preferido de los Yippies para las elecciones presidenciales de 1968, que era un cerdo. Después de que Pigasus fuera nominado formalmente, fue liberado, y Rubin y otros seis fueron arrestados.

El juicio de los 7 de Chicago

Hubo un sinfín de sorpresas y escenas de teatro durante los cinco meses de juicio. La defensa llamó a declarar a cantantes contraculturales, incluyendo a Phil Ochs, Arlo Guthrie y Judy Collins - que cantaron "Where Have All the Flowers Gone?" desde el estrado - así como a los escritores Norman Mailer y Allen Ginsberg, al defensor del LSD Timothy Leary y al activista de los derechos civiles Jesse Jackson.

Como se muestra en la película, se suponía que el cofundador de los Panteras Negras, Bobby Seale, estaría representado por el asesor jurídico contratado por el grupo, Charles Garry, pero éste enfermó en la víspera del juicio. Garry era un famoso abogado dado a la teatralidad y antiestablishment, que una vez molestó tanto a un oficial de policía al que estaba interrogando que éste saltó del estrado de los testigos y le apuntó con una pistola. Además de a los Panteras, representó a presuntos comunistas durante las audiencias de McCarthy, y al reverendo Jim Jones, antes del suicidio masivo de su culto en Georgetown. Las protestas de Seale de que la ausencia de su abogado significaba que no estaba representado, y las reacciones del juez Julius Hoffman, fueron todas como se muestran en la película.

"Este gobierno racista con sus nociones de Superman y política de cómic", dijo Seale a Hoffman en un momento dado. "Estamos al tanto de que Superman no salvó a ningún negro. ¿Entiendes?... Hiciste todo lo que pudiste con esos testigos mentirosos, presentados por esos cerdos agentes del gobierno para mentir, hablar, y perdonar a algunos racistas podridos, basura fascista llevada a cabo por policías racistas y cerdos que golpean las cabezas de la gente. Yo exijo mis derechos constitucionales".

Seale no solo fue amordazado y encadenado a una silla durante una sesión. De hecho, dicha indignidad duró varios días.

La destitución de los jurados

Como se muestra en El juicio de los 7 de Chicago, dos jurados recibieron sendas cartas amenazadoras en las que se les decía: "Estáis siendo vigilados". Estas cartas, supuestamente, provenían de los Panteras Negras, pero casi con toda seguridad eran falsificaciones (los acusados afirmaron que se trataba de un intento del gobierno de eliminar a la pareja porque, a diferencia de los demás jurados, eran "abiertos, honestos e imparciales").

También es cierto que el juez Hoffman fue clave para asegurar que los destinatarios las leyeran de la forma en que se pretendía, aunque fuera en el tribunal, en lugar de en su despacho. Después de que las cartas fueran leídas, y Hoffman preguntara si entendían lo que significaba, Kunstler objetó que Hoffman había "dirigido" al jurado. Dellinger se quejó más tarde de que eso equivalía a "poner en un saco de arena a uno de los jurados a los que el gobierno temía" y que "se suma a la connivencia entre el juez y el gobierno para privarnos de un jurado justo e imparcial".

Sin embargo, la segunda miembro del jurado que recibió la carta dijo que no se preocupaba por ello, y que podía permanecer imparcial. Permaneció en el jurado, al igual que el tercer jurado con el que habló de las cartas.

Los cargos por desacato

Las sentencias que el Juez Hoffman dictaminó por desacato fueron extraordinariamente duras. Kunstler fue sentenciado a cuatro años de cárcel por llamar al juez "Sr. Hoffman", en lugar de "su señoría". Seale recibió la misma sentencia, además de las mordazas y las ataduras. Hayden fue condenado a un año por protestar contra el tratamiento recibido por Seale. A Abbie Hoffman le condenaron ocho meses por reírse en la corte. Cuando los cargos por desacato fueron juzgados de nuevo por otro juez, la mayoría fueron retirados y ninguno de los acusados fue sentenciado a pasar tiempo en la cárcel o a multas.

El antagonismo también fue más allá. El juez ordenó que los acusados se afeitaran el pelo largo después de la sentencia, y el sheriff del condado de Cook, Joe Woods, levantó el pelo de Abbie Hoffman como trofeo en una conferencia de prensa.

Las travesuras representadas en la película son verdaderas. Hoffman y Rubin usaban togas de juez sobre uniformes de policía, pero en la vida real se burlaban aún más. Entre otros momentos, Hoffman juró una vez mientras movía el dedo corazón al juez, diciéndole que era un "shande fur de Goyim" ("una desgracia frente a los gentiles" en yiddish) y que "habría servido mejor a Hitler". Incluso pusieron sobre su mesa una pequeña bandera vietnamita, que fue rápidamente retirada por un funcionario del tribunal.

La sentencia

El final de El juicio de los 7 de Chicago es puro Hollywood. Tom Hayden no leyó los nombres de todos los americanos que murieron en Vietnam desde el comienzo del juicio. Y si lo hubiera hecho, el fiscal Richard Schultz definitivamente no se habría mantenido mostrando su respeto (se le consideraba el "pit bull" del gobierno, según el periodista del New York Times J Anthony Lukas, con un enfoque agresivo e intransigente que contrastaba con su jefe, Tom Foran).

El desenlace real, que puede leerse aquí, fue quizás aún más conmovedor, especialmente a la luz del racismo institucional que aún tiene el sistema de justicia en Estados Unidos. Los acusados blancos usaron sus declaraciones para reprender no solo a los miembros de su propio juicio, sino la forma en que los acusados negros eran tratados cada día.

"Lo que nos suceda," dijo Dellinger, "aunque sea injustificado, será leve comparado con lo que ya le ha sucedido al pueblo vietnamita, a los negros de este país, o a los criminales con los que ahora pasamos nuestros días en la cárcel del condado de Cook".

Rubin ofreció una acusación similar, diciendo lo siguiente: "Me alegro de que hayamos expuesto la realidad del sistema judicial, porque en millones de juzgados de todo el país los negros son trasladados de las calles a las cárceles y nadie lo sabe. Son hombres olvidados. No hay miembros de la prensa sentados y observando. No les importa. Verás, lo que hemos hecho es exponer eso. Tal vez ahora la gente en la calle se interese por lo que pasa en los juzgados por lo que pasó aquí. Tal vez ahora la gente se interese".

Si este fue un final más discreto que el que solemos ver en las películas, lo cierto es que estuvo absolutamente en consonancia con el resto del juicio. Terminó con Abbie Hoffman interrumpiendo el anuncio de sus multas ("¿Cinco mil dólares, Juez? ¿Podría dejarlo en tres cincuenta?") y el abogado defensor William Kunstler discutiendo con el Juez Hoffman.

"Su Señoría, acabo de decir hace un momento que tenemos un comentario final", dice, claramente enloquecido. "Su Señoría ha logrado mancharlo todo, tal vez, y creo que quizás esa es la forma en que el caso debe terminar, como comenzó."

La apelación

Todas las condenas fueron revocadas el 21 de noviembre de 1972 por el Tribunal de Apelaciones del Séptimo Circuito, principalmente porque se determinó que el juez Hoffman era parcial cuando se negó a permitir que los abogados defensores examinaran a los jurados por motivos raciales y culturales, y porque el FBI había puesto micrófonos en sus oficinas.

Vía: Esquire UK