(Esta crítica se publicó originalmente en la cobertura de la Mostra de Venecia 2023)

Creo que a Bertrand Bonello lo conocimos en la Argentina a raíz de la programación de L’Apollonide: (Souvenirs de la maison close) (2011), que pasó por el BAFICI allá por abril de 2012 y luego, en noviembre, por el Festival de Mar del Plata, que le dedicó una retrospectiva (hasta ese entonces) completa. Allí descubrimos, entre otras, Quelque chose d’organique (1998), Le pornographe (2001), Tiresia (2003) y De la guerre (2008). Con una solidez y diversidad sorprendentes, podíamos confirmar que estábamos ante un autor al que había que seguirle los pasos (de hecho, a mi entender, todas las citadas resultan superiores a L’Apollonide, estrenada en nuestro país con el subtítulo algo ridículo de Recuerdos del burdel.

Posteriormente, el director nacido en Niza alternó entre grandes producciones (Saint Laurent, 2014), búsquedas más arriesgadas (la excelente Nocturama, de 2016, bastante incomprendida por la crítica) y pequeñas producciones que dialogaban con el cine de género (Zombie Child, 2019). Bonello es también responsable de la mejor película que se ha hecho sobre la pandemia (entre otros tantos temas): Coma, que participó de la Competencia Oficial del Festival de Berlín en 2022.

Amor sin tiempo / La bête, estrenada en la sección principal de la edición 2023 de la Mostra de Venecia, continúa, de alguna manera, la deriva comenzada en Coma. Es que, aun cuando su nueva película es menos experimental que la precedente, se advierte la necesidad del director de seguir pensando en los cambios que en nuestras vidas ha generado el avance tecnológico. Bonello sigue meditando cómo han mutado las relaciones humanas y, en este caso, el objeto de reflexión es la inteligencia artificial.



En un futuro cercano el director imagina un mundo en el que la IA reina y las emociones son una amenaza. La protagonista, Gabrielle (Léa Seydoux) debe purificar su ADN para adaptarse y eso la lleva a un recorrido por sus vidas pasadas. De la ciencia ficción al melodrama, descubrimos que a través del tiempo siempre ha estado unida a Louis (George Mckay).

Sin cargar las tintas, abriendo posibilidades y teorías ante que imponiendo respuestas, el director se acerca también al misterio y al terror, con premoniciones y admoniciones inquietantes. Como siempre en su obra lo formal se adapta a su búsqueda y, en este caso, imagen y sonido nos llevan hacia un viaje siempre sorprendente.

La película, excesiva y proteica, puede tener alguna meseta, pero es tanto lo que propone que uno no puede sino agradecer (por fin) una mirada arriesgada y profunda. Léa Seydoux habita estos mundos con una presencia y convicción que en el caso de su compañero parece menos natural. Pero Bonello no sólo está pensando en la actualidad, sino que su indagación abarca al propio cine. Desde la primera secuencia en la que Gabrielle tiene que interpretar, sola, sobre un fondo verde, el terror que le provoca la aparición de un monstruo que no vemos, el fuera de campo es el lugar de “la bestia” cuya amenazante presencia/ausencia recorre toda la trama. Las elipsis se encadenan misteriosa y poéticamente en una sucesión de secuencias en diversos tiempos que por momentos no sabemos si se tratan de flashbacks o flashforwards.

En la proyección para la prensa la recepción fue sólo tibia y no fueron pocos los que se levantaron de sus butacas sin completar los 146 minutos del metraje. Para quien escribe estas líneas, se trató de la mejor película presentada en todo el festival (aquí el Top 10).



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