Misa de la Cena del Señor
Con la Misa Vespertina, en la que celebramos la Última Cena del Señor, finalizamos el tiempo de Cuaresma y comenzamos el Triduo Pascual. Una celebración en la que Jesús, con su ejemplo, nos enseña a amar a los demás como Él nos amó, lava los pies a sus discípulos y nos manda hacer nosotros lo mismo.
En un día como hoy, durante la Última Cena, Jesús instituyó dos sacramentos muy importantes para nuestra iglesia, inseparables uno del otro: La Eucaristía y el Orden Sacerdotal. Sin sacerdote no hay Eucaristía, y sin Eucaristía tampoco hay sacerdote.
La Pascua
Desde aquel acontecimiento que nos narra el libro del Éxodo, en el capítulo 12, cuando el pueblo de Israel se liberó de la esclavitud de Egipto y comenzó su partida hacia la tierra prometida, los judíos celebraban la Pascua en la primera luna llena de primavera, que fue cuando Dios los ayudó a liberarse de la esclavitud en Egipto y dar ese paso hacia la libertad. Pascua quiere decir “paso”, es decir, el paso de la esclavitud a la libertad. El paso de Dios por sus vidas.
Al llegar la primavera, del 15 al 21 del mes hebreo de Nisán, en la luna llena, los judíos celebran la pascua con una cena muy parecida a la que tuvieron sus antepasados en la última noche que pasaron en Egipto. Y Jesús, sabiendo que ya su partida estaba muy cerca, quiso celebrar con sus discípulos una cena muy especial, para conmemorar la Pascua Judía. En esa cena, Jesús nos entrega su cuerpo y su sangre. Reparte el pan y el vino, que se convierten en su cuerpo y en su sangre. No «significan», como lo afirman algunas denominaciones protestantes, sino que «son» su cuerpo y su sangre. Jesús no dijo «esto significa mi cuerpo«, sino «esto es mi cuerpo», «esta es mi sangre». De modo que, a partir de esa Última Cena, por mandato del mismo Jesús que dijo a sus discípulos: «Haced esto en mi memoria», los cristianos seguimos alimentándonos con el Pan que da la Vida, con el mismo cuerpo y sangre de Cristo, cada vez que participamos de la Santa Eucaristía.
El mandamiento nuevo
Hoy celebramos una eucaristía muy especial, y en ella, el sacerdote realiza el lavatorio de los pies a doce personas que representan a los doce apóstoles, un bello gesto con el que Jesús hace vida el mandato nuevo que también hoy nos deja: «Amaos los unos a los otros así como yo los he amado”.
Lavatorio de los pies
Lavar los pies, en la cultura judía de los tiempos de Jesús, era oficio de los esclavos. Cuando una persona importante venía a casa, habiendo caminado por aquellos terrenos polvorientos y pedregosos (no había medios de transporte como ahora), sus sandalias y pies venían sucias, por lo que los esclavos tenían que lavar y secar los pies a esos invitados especiales e importantes para que pudieran pasar a cenar con sus amos. Jesús invirtió los papeles: él se hizo el servidor, el esclavo y se inclinó hasta el suelo para lavar los pies a sus discípulos, porque no vino a ser servido, sino a servir.
El evangelio de este día (Jn 13, 1-15) finaliza con otro mandato importante para cada uno de nosotros: «Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis». Jesús lo hizo primero, luego nos pide hacer lo mismo. Si él, que es el hijo de Dios, el Rey de Reyes y Señor de Señores se humilla hasta hacer el trabajo de un esclavo, ¿cómo no lo vamos a hacer nosotros también?. Con humildad y sencillez podemos también servir a los demás y hacer vida el mandato nuevo.
En un mundo con tanta violencia, ese mandato nfuevo como que cuesta vivirlo, porque lo hemos interpretado mal. El «amaos los unos a los otros», se ha convertido en «armaos los unos contra los otros». Como cristianos tenemos que hacer la diferencia.