Los Juegos del Hambre. Balada de pájaros cantores y serpientes (2023), de Francis Lawrence

La novelista Suzanne Collins se ganó al público juvenil con la saga distópica “Los juegos del hambre”, trilogía de novelas que dio pie a cuatro películas igualmente exitosas. Parecía que la cosa no daba ya más de sí –sorprendió sobre todo el primer film, pero quizá los siguientes seguían cauces más trillados en su trama de rebelión contra la tiranía–, pero la escritora se arrancó con otro libro contando los orígenes de su universo de ficción, una tarea que se toma con calma pero sin pausa. Y el primer film precuela supone una grata sorpresa, porque se cuentan cosas, y se cuentan bien.

La acción se remonta a los tiempos oscuros, de enfrentamiento entre bandos, que termina con vencedores, cuya vida gira alrededor del Capitolio, y vencidos, hacinados en los doce distritos donde el hambre y las penurias arrecian. Para entretener a la gente se inventaron “Los juegos del hambre”, lucha a muerte televisada en directo entre representantes de los distritos, los tributos, de los cuales sólo puede sobrevivir uno, pero el interés ha decaído, al tiempo que se ha hecho fuerte un movimiento disidente, que no duda en acudir a prácticas terroristas. En esta tesitura el joven huérfano Corolianus Snow, de una familia pudiente venida a menos, trata de destacar en la élite capitolina buscando conseguir una beca que concede la Academia, y que le permitiría estudiar en la universidad. Para obtenerla debe lograr que la tributo de la que es mentor, Lucy Gray, del distrito 12, sea la ganadora de los décimos Juegos del Hambre. En efecto, para atraer a la audiencia, puede ser un buen gancho la voz con la que se expresa en hermosas canciones. Además, Snow tiene algunas ideas que podrían ganar al público. La relación con Gray, por la que se siente atraído, y la influencia de un compañero también mentor, Sejanus Plinth, en desacuerdo con las injusticias que se cometen en los distritos, hacen que Snow se cuestione el modo en que está encarando la vida.

Después de dirigir Soy leyenda, Francis Lawrence demostró ser el director ideal para esta saga de juegos hambrientos de lucha por la vida, pues estuvo detrás de la cámara en tres de los cuatro filmes originales, En llamas y las dos partes en que quedó dividida Sinsajo. Aquí, con un sólido guión de Michael Arndt y Michael Lesslie, logra cohesionar una trama en la que ocurren muchas cosas, pero con una columna vertebral muy clara, la de dar razón de por qué Corolianus Snow se convirtió en el villano de las historias que conocemos; o sea, un esquema comparable al de Anakin Skywalker y Darth Vader que justificaba las precuelas de George Lucas en La guerra de las galaxias, aunque con mejores resultados aquí, a mi entender.

Porque Corolianus responde al modelo de chico pobre que guarda las apariencias y que sólo piensa en triunfar socialmente. Cariñoso con su prima Tigris, pero ambicioso en escalar en consideración, quiere utilizar a Lucy en su propio beneficio, ayudarla a ganar los Juegos del Hambre es un medio para su fin, complacer a la Dra. Volumnia Gaul y al decano Casca Highbottom, pero inevitablemente, se implica demasiado, y no deja de reconocer la crueldad de la clase dominante. Llama la atención el buen desarrollo de personajes y sus conflictos, con momentos potentes que subrayan el valor de cada vida humana –son emotivos los momentos en que se honra a los muertos, y que contrastan con los tributos que se comportan como animales, o con el frívolo presentador televisivo Lucky Flickerman–, y en que se hace cercana la fragilidad, ya sea la de las buenas intenciones de los débiles de carácter, que acaban haciendo daño, o el precio de la traición que uno puede estar dispuesto a pagar en su propio beneficio.

El film maneja una buena historia, con ritmo trepidante, momentos de tensión, y una puesta en escena muy lograda, con dirección artística de amplio lienzo, en la recreación de la ciudad, el zoo y el recinto de los juegos, la Academia y los edificios gubernamentales, el estudio de televisión con pantallas retro, y unos efectos visuales perfectos para la acción, en el atentado, o con los drones de avituallamiento y las serpientes. El trío de jóvenes actores Tom Blyth, Rachel Zegler –ella además aportando su talento musical– y Josh Andrés Rivera, lo hacen bien, al igual que los veteranos en papeles más secundarios, Viola Davis, Peter Dinklage y Jason Schwartzman, todo pensado al estilo Harry Potter, un modelo y referente que ha dado tan felices resultados.