Juan Tejero firma la más completa biografía en castellano de John Wayne

Juan Tejero firma la más completa biografía en castellano de John Wayne

Hace cincuenta años, el maestro John Ford rodaba en Irlanda una de sus mejores, más divertidas y entrañables películas, «El hombre tranquilo», en la que volvía a rendir homenaje a la tierra de origen de sus padres. La protagonizaba su actor de confianza, John Wayne, del que en estos días T & B Editores publica «Duke, la leyenda de un gigante», una completísima biografía profusamente ilustrada, que firma Juan Tejero. El poeta Luis Alberto de Cuenca, secretario de Estado de Cultura, ha escrito el prólogo, titulado «Fuerte, feo y formal», que publicamos por cortesía de la editorial.

John Wayne con Barry Fitzgerald y Victor McLaglen en un momento de «El hombre tranquilo» (1951)

John Wayne tenía fama de bruto, pero también era muy listo, y seguramente por eso él mismo se encargó de proporcionarnos un tópico para que nadie se saliera del campo de juego. Ese tópico fue su fantástico epitafio: «Feo, fuerte y formal». Y la verdad es que es imposible definir con más exactitud y brevedad la figura de quien ha sido y es uno de los nombres básicos de la historia del cine.

Marion Michael Morrison, que ese era su verdadero nombre, habría fracasado en la vida si el cine no le hubiera permitido convertirse en John Wayne. Quiso ser estudiante, pero las únicas páginas brillantes de su vida universitaria, en California del Sur, las escribió como deportista. Quiso ser deportista, pero en el mundo del deporte nunca pasó de vendedor de entradas para el fútbol. Quiso ser marino, pero suspendió y no le quedó más remedio que embarcarse en un carguero. Fue jornalero, recolector de fruta, repartidor de hielo, taxista... Su primer trabajo en el cine lo hizo en las bodegas: especialista, atrezista... Se cuenta que fue John Ford quien descubrió a ese mineral en bruto. Ford será quien haga de él una joya. Antes lo intentó Raoul Walsh, quien le dio su primer papel importante: el de jinete en «La gran jornada». Era el año 1927. John Wayne ya existe como actor, pero su personalidad aún no está definida: marino en «Tragedia submarina» de Ford, cabeza bañada en brillantina en títulos como «Words and Music» de J. Tinling...

«LA DILIGENCIA», DE JOHN FORD

Hay que esperar a 1939 para que su papel en la formidable «La diligencia», de Ford, le consagre como uno de los rostros fundamentales no sólo del western, sino de las factorías de Hollywood en general. Su personaje de Henry en «La diligencia», incluso por encima del contexto específico del western, dibuja ya un personaje con el que nos vamos a topar durante los treinta años siguientes: el Tom Dunson de «Río Rojo», el Ethan Edwards de «Centauros del desierto», o el David Crockett de «El Álamo»... como el Sean Thornton de «El hombre tranquilo», son, en el fondo, el mismo personaje, y todos ellos son John Wayne. Por supuesto, el espíritu de ese mismo personaje va a sobrevivir cuando Wayne se ponga tras la cámaras: «El Álamo» y «Boinas verdes» son John Wayne en estado puro. Quizá sea esta también la razón de que su personaje cobre más profundidad cuando son otros los ojos que le han filmado: ya se sabe que el prójimo suele vernos con más objetividad que nosotros mismos.

Si tuviera que quedarme con un solo papel, probablemente elegiría el de Sean Thornton en «El hombre tranquilo», ese boxeador retirado que busca la paz en un escenario conflictivo como es el de Irlanda. Ese papel debe tanto a la eficacia interpretativa de John Wayne, que era sobre todo una eficacia sentimental, como a la mirada del irlandés John Ford y a la extraordinaria contrapartida escénica de otro gigante cinematográfico de raíz irlandesa: Maureen O´Hara. El amor de Wayne y la O´Hara, mirado por Ford, expresa verdades tan simples y tan profundas que es imposible no ver ahí un pedazo de eternidad. Esa misma eternidad que constituye el nervio del gran arte.

Recordar hoy a John Wayne, dentro de esta excelente colección de T&B Editores, es un acto de justicia artística. La historia del cine no sería lo que es sin la mirada lejana y primaria de aquel sujeto, «fuerte, feo y formal»

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