Jean Patou (París, 1887-1936) solía decir que detestaba las extravagancias por ser francés. La simplicidad, de hecho, fue el hilo conductor de su carrera desde sus comienzos, y también su gran revolución: su visión de la moda rompió con lo establecido anteriormente quitando a la mujer el corsé, acortando las faldas y aligerando su silueta en un alarde deportivo que logró alzar como su seña de identidad. La suya era una de las casas más vibrantes de los (antiguos) años veinte en París.

Aunque se dice que es de origen normando, Patou nació en la capital francesa en 1887, hijo de Charles Patou y Jeanne Grison. Fue poco después cuando su familia se mudó a un pueblo en la región de Oise, donde su padre empezó a trabajar como curtidor de pieles. Llegado el momento, Jean decidió que quería dedicarse también a la industria textil, pero que no seguiría los pasos de su padre en la compañía familiar, sino que trazaría su propio camino como couturier de renombre.

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La Ciudad de la Luz puso el telón de fondo a los primeros pasos de Jean Patou, quien creó dos empresas previas a la casa que finalmente llevaría su nombre. La primera, en 1910, fue una tienda de alta costura que le preparó para abrir Maison Parry, un segundo atelier que captó la atención de un reconocido comprador norteamericano que llevó toda su primera colección (y, por tanto, su etiqueta) al otro lado del charco. En 1914, cambió el título de su empresa por el de Jean Patou & Cie y abrió su flamante salón en el 7 de la rue Saint-Florentin dispuesto a embarcarse en su éxito definitivo. Sin embargo, justo antes de presentar su primera colección el 1 de agosto, estalló la I Guerra Mundial obligándole a partir al frente y a dejar su proyecto en espera hasta su vuelta. Cinco años después, en 1919, Jean Patou logró, por fin, echar a volar: con sus primeras colecciones, inspiradas en los destinos a los que le había llevado la guerra, no tardó en hacerse oír.

Sus diseños liberaban a la mujer de las ataduras que la habían vestido hasta el momento, pues Patou creía en las prendas bonitas pero funcionales, y era partidario de buscar la sensualidad en los detalles, como una espalda escotada, y no en lo evidente. Fue así como se convirtió en una de las agujas de la sofisticación femenina de la época junto a la de Gabrielle Chanel o Jeanne Lanvin, a pesar de que su nombre no ha sobrevivido igual de bien al paso del tiempo.

A mediados de los años 20, Patou descubrió la indumentaria deportiva y, tras vestir a la tenista Suzanne Lenglen en Wimbledon, encontró un filón interesante para su marca en el sector. En este momento, la inspiración sport entró de lleno en el ADN de la casa, e incluso abrió una boutique dedicada únicamente a ella, Le Coin des Sports, donde presentaba prendas y accesorios que daban una nueva movilidad a la mujer de la época, cada vez más activa. Asimismo, tras registrar su marca, Patou fue pionero en plasmar en sus diseños su monogram (iniciando esa fiebre por el logo que tantas alegrías da a las firmas actuales) y en diversificar su negocio creando Joy, considerado el perfume más caro del mundo y el que ha mantenido vivo el nombre de la casa hasta la fecha.

Jean Patou
Getty Images
A la izquierda, una ilustración de los diseños deportivos de tenis por los que se caracterizaba Patou. A la derecha, el diseñador en un retrato de 1899.

Durante dos décadas, Jean Patou vistió a la jet set de los 20 y 30, y su mejor publicidad fueron siempre sus clientas, entre las que se encontraban Louise Brooks o Josephine Baker; aunque también se le conoció por su reputación de mujeriego y por las inolvidables fiestas que daba en su salón. Su leyenda se amplificó con una muerte prematura en 1936, con 49 años, cuando se le encontró sin vida en el Hotel George V de París. Tras su pérdida, su hermana Madeleine y su cuñado tomaron las riendas de la casa, y por su dirección creativa pasaron nombres como el de Marc Bohan, Karl Lagerfeld, Jean Paul Gaultier o Christian Lacroix.

Karl Lagerfeld en el atelier de Jean Patou
Keystone-France//Getty Images
Un joven Karl Lagerfeld en el atelier de Patou en 1958.

En 1987, Jean Patou cierra definitivamente sus puertas… hasta ahora: en septiembre de 2018 la casa fue comprada por el conglomerado de lujo LVMH, nombrando a Guillaume Henry (antes en Carven y Nina Ricci) para revivir esta maison histórica que se despoja ahora de su nombre de pila y se presenta al mundo como una sola palabra de fonética divertid: Patou. Hablamos con él.

¿Cuál es el primer recuerdo que tienes de Jean Patou?

Cuando tenía unos 8 o 9 años les dije a mis padres por primera vez que quería ser diseñador, y uno de mis primeros recuerdos era un vestido de Christian Lacroix para Jean Patou. Para mí, Lacroix lo era todo, era mi gran inspiración. Así que inevitablemente, desde la infancia relaciono a la casa con él.

¿Qué significa Patou para ti ahora mismo?

Patou es mucho más que el nombre de una marca. Cuando la pronuncias siempre hay algo de entusiasmo en ella; es algo verdaderamente amistoso, porque suena así. En francés, todo lo que acaba en ‘ou’ suena agradable. Así que Patou significa, por supuesto, un pasado y una tradición de excelencia costurera, pero sin nada de esnobismo en ello. Es costura con una sonrisa.

Imagino que habrás accedido a los archivos de la casa. ¿Cuál es el factor más importante sobre la marca y sobre el diseñador que has descubierto en tu búsqueda?

Cuando entré en Patou no teníamos oficina, y por supuesto no teníamos archivo, así que hemos tenido que recrear todo. Los primeros meses los dedicamos por completo a estudiar Patou, tanto la marca como el hombre, y lo más interesante fue todo sobre él. Cuando piensas en Jean Patou como una marca histórica, se te viene a la cabeza la idea de la ropa de inspiración deportiva, referencias conectadas con los deportes, el tenis, los looks que diseñaba para pasar el fin de semana en Deauville o Biarritz; eso es algo que ya sabía. Pero no sabía nada de su vida, y fue increíblemente interesante. Era un amante, todo un rompecorazones; coleccionaba coches, barcos, le gustaba la velocidad; libros, organizaba fiestas loquísimas y tenía apartamentos espectaculares en París y a las afueras. Era inspirador y estaba lleno de ideas. No hay más que ver su marca: fue uno de los primeros en ofrecer vacaciones pagadas a sus empleados. No diría que era revolucionario, pero sí muy abierto de mente y avanzado a su tiempo.

Te tomaste un tiempo entre Nina Ricci y Patou. ¿Por qué este era el mejor momento para volver?

Necesitaba ese break, porque llevaba mucho tiempo seguido trabajando en distintos proyectos. Carven y Nina Ricci fueron experiencias maravillosas pero muy demandantes. Así que en este tiempo sin ocupación profesional he disfrutado mucho reconectando con una vida normal de día, descubriendo la ciudad… nunca había visto París un miércoles. Y así vuelves a valorar tu trabajo al tomar distancia, a entender mis necesidades, y a sentir de nuevo lo que sentí cuando empecé mi carrera. Así que cuando me ofrecieron hacer Patou, para mí era el escenario perfecto: crear algo prácticamente de cero pero sin grandes prisas. Me encanta trabajar en equipo y aquí he sido lo suficientemente libre para poder crear uno, y eso ahora es un lujo. Somos ‘veintipocos’ y todos se vuelcan muchísimo, pero somos como una pequeña familia. Es un trabajo intenso pero fluido, con el soporte de LVMH pero también con su confianza para hacer lo que queremos y al ritmo que necesitamos.

Patou
Cortesía de Patou.
Lookbook PV2020 de Patou.

Te topaste con la tumba de Jean Patou poco antes de una cita definitiva con Sydney Toledano, CEO del conglomerado de lujo LVMH. ¿Es eso cierto?

Sí. Habíamos quedado para hablar de diversos temas laborales, nada que ver con Jean Patou. Nos vimos en un café frente la cementerio de Trocadero, estábamos hablando de la industria, las empresas, la vida… y en un momento dado le dije que había descubierto esa brasería justo una semana antes paseando por la zona, y que había visto la tumba de Jean Patou por primera vez. Le dije que hacía mucho que no oía hablar de ese nombre y que me hizo mucha ilusión, porque me encantaba. Me miró con cara rara y me dijo: “¿Por qué me dices eso? Acabamos de invertir en esa marca, ¿estarías interesado?”. Y le dije que sí, por supuesto. La sensación fue de que Patou eligió por nosotros (ríe).

¿Cuál es tu principal objetivo en esta nueva etapa de Patou?

Disfrutar personalmente y disfrutar como un trabajo; disfrutar de cómo hacemos las cosas, de cómo creamos y de cómo comunicamos.

¿Cuál es la inspiración detrás de la primera colección que has creado para la marca, la de esta primavera-verano 2020?

Ya no me gusta hablar sobre inspiración. Antes siempre empezaba una colección en base a una idea, a una historia; pero ya no. La inspiración está en las mujeres que me rodean, en mi equipo, en las calles, amigos… Para mí, la principal inspiración ahora es la consumidora. Quiero reconectar con el producto, pero con un producto con alma. La pauta principal era crear un armario para la actualidad que pueda ser entendido por gente de fuera y de dentro de la industria; un armario comprensible para adaptarse a la vida de cada mujer, pero también creativamente suficiente para no ser ‘algo más’ en el mercado. Es un producto con alma.

Patou
Cortesía de Patou.
Dos imágenes del lookbook PV2020 del nuevo Patou.

La has descrito como ‘friendly’ en numerosas ocasiones. ¿A qué te refieres?

Amistosa en todos los sentidos: en la producción, en los proveedores, en la trazabilidad de los tejidos que elegimos.... Friendly también porque, en cuestiones de diseño, no hay nada especialmente complicado, con la finalidad de que nadie se sienta ridícula vistiendo las prendas; friendly simplemente porque quiero que una mujer vestida de Patou sea una mujer con la que te apetezca hablar. Y por supuesto en cuestión de precio: estamos bajo la bandera de LVMH, pero no queríamos que Patou fuera otra marca de lujo, sino que promoviera ese concepto pero no necesariamente desde su coste.

¿Cómo imaginas a la nueva mujer Patou?

Es una mujer sonriente. Tenía la necesidad de traer de nuevo entusiasmo. Es una mujer que conoces. Puede ser una amiga, una compañera, y hasta mi madre. Le importa lo que se pone pero no necesita aparentar nada.

¿Has recuperado algo de la historia de Patou para esta colección?

Muchos detalles. Aunque hemos quitado su nombre de la marca, Jean está en todo lo que hacemos. La silueta deportiva se repite constantemente, su toque francés también, el mezclar referencias (sporty con costura), el monogram ‘JP’, pues él inventó el logo en la moda…

En tu opinión, ¿cuáles son los riesgos de relanzar una marca histórica como esta en un momento en el que la industria se mueve más rápido que nunca?

Creo que el único peligro sería el replicar ahora lo que funcionó en el pasado.