‘The Gentlemen: la serie’ y el talento de Guy Ritchie | Televisión | EL PAÍS
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COLUMNA
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‘The Gentlemen: la serie’ y el talento de Guy Ritchie

La serie señala que una parte importante de la nobleza británica no siente atracción por los delincuentes: siente necesidad

Theo James, en 'The Gentlemen: La serie'.
Theo James, en 'The Gentlemen: La serie'.

Una de las mejores sorpresas en esta temporada es The Gentlemen: la serie (Netflix), nacida de una película del propio Ritchie de 2019, aunque, a decir verdad y como afirmaba Sara Montiel al explicar la teoría de la relatividad: “Como dijo Einstein, todo es relativo”. Hablamos de una sorpresa relativa porque su creador, productor, guionista y codirector de la serie es Guy Ritchie, uno de los grandes talentos del cine, responsable, entre otros, de largometrajes como Lock, Stock and Two Smoking Barrels, Snatch, RocknRolla o Sherlock Holmes: Juego de sombras.

Naturalmente, con ese currículum creativo la acción es parte esencial de una trama en la que un aguerrido capitán de la fuerzas de paz de la ONU, Theo James, es reclamado por su aristocrática familia ante la inminente muerte de su padre. Inesperadamente es nombrado heredero de una enorme posesión, Badminton House, pese a que no es el primogénito, que sí lo era un excelente Daniel Ings apartado de la herencia por su adicción a la cocaína y, consecuentemente, responsable de disparatados proyectos. A ello añádanle que el guarda de la enorme finca es Vinnie Jones, un habitual en los largometrajes de Ritchie y modélico matón.

Y aquí surgen los personajes del otro submundo que tanto atrae al creador de la serie: el hampa británica. No hay nada mejor que abandonar los estudios a los 15 años en uno de los centros más exclusivos del Reino Unido, la Stanbridge Earls School, especialista en dislexia, problema que siempre tuvo Ritchie, como informa la muy socorrida Wikipedia, para sentirse atraído por los delincuentes. La serie señala que una parte importante de la nobleza británica, al menos doce aristócratas con unas mansiones que dejan el palacete de La Zarzuela al nivel de la casa del guardés de la finca, no siente atracción por los delincuentes: sienten necesidad.

La aportación económica de los narcotraficantes por permitir cultivar plantaciones de marihuana en sus nobles jardines les permite mantener un estilo de vida que su tradicional e inútil torpeza para los negocios les abocaría al fracaso. Nuestro protagonista y heredero vuelve con el ánimo de acabar con esa relación con el hampa, un buen deseo que se modifica paulatinamente ante la evidencia de que la nobleza sanguínea y las cuentas saneadas no siempre son compatibles, algo que sabe Ray Winstone, uno de los grandes capos de la mafia que disfruta de una estancia en la prisión con el confort suficiente para no añorar la libertad.

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