Deporte

Auge y caída de Garrincha, el ídolo de las piernas torcidas

El 20 de enero de 1983 fallecía (víctima de los excesos y la mala suerte) Garrincha, el futbolista brasileño más querido junto con Pelé. Las lesiones, los abusos de los directivos y el acoso de la prensa abocaron al jugador a la depresión y el alcoholismo.
Auge y caída de Garrincha en el aniversario de su muerte.

El 18 de diciembre de 1974, Mané Garrincha recibía a la prensa en su apartamento de Copacabana, una vivienda que, como relataba el enviado de Folha de São Paulo, “no tenía demasiados lujos, pero no le faltaba de nada”. El astro del fútbol brasileño se preparaba para recibir esa tarde un homenaje en Maracaná, cuyo objetivo era recaudar fondos para paliar su maltrecha situación económica. Además de ese apartamento, el jugador poseía otro no muy lejos de ahí pero, como se empeñaba en afirmar, “ese es para mis hijas”. Con 41 años, Garrincha tenía nueve hijos reconocidos –de un total que se estimaba en quince–, a los que quería dejar en la mejor situación económica: “dos están casadas y a los demás les meteré dinero en una cuenta corriente para su futuro”, planeaba mientras protagonizaba su particular cuento de la lechera: “el dinero que se recaude hoy me gustaría invertirlo y así poder vivir de los intereses”.

Unos años atrás, eso tal vez habría sido posible. En 1964, Garrincha afirmaba que “no tengo vicios ni soy farrero. Ni siquiera me permito lujos con las cosas de vestir. El otro día me fui a comprar unos zapatos. Me costaron 8000 cruceiros y luego pensé que por ese precio podía haberme comprado dos de 4000”. Según estimaciones de Folha de São Paulo, el dinero que el deportista podía recibir por ese partido benéfico oscilaba entre los dos millones de cruceiros y los 500.000. Una diferencia que era bastante trascendente porque, en 1973, Garrincha sí era farrero, manirroto y tenía graves problemas con el alcohol.

Cuando le preguntaron qué iba a hacer el día después del homenaje, respondió que se despertaría poco antes de la hora del almuerzo, se pondría unos bermudas, una camisa y miraría a los pájaros porque no quería hacer planes hasta saber realmente el monto recaudado. Después de más de dos décadas jugando al fútbol, lo único que le quedaba, además de esos apartamentos, eran dos maletas llenas de medallas y fotos. “Sin embargo, lo que más me gustaría conservar, los aplausos y los gritos de la afición, no los puedo guardar ahí”, reconocía un tanto abatido.

Garrincha, el pequeño pájaro

Manuel Francisco dos Santos nació el 28 de octubre de 1933 en Pau Grande, un barrio de la municipalidad de Magé, estado de Río de Janeiro, en una familia demasiado humilde para poder mantenerle a él y a sus quince hermanos. A pesar de haber nacido con una pierna seis centímetros más corta que la otra y torcida hacia dentro, Garrincha, como fue apodado por una de sus hermanas al recordarle al pájaro del mismo nombre –que en España se llama Troglodytes–, comenzó a jugar al fútbol desde muy pequeño. Poco amigo de ir a la escuela, Mané Garrincha se pasaba los días realizando pequeños trabajos con los que poder comprar rudimentarias pelotas de caucho con las que jugar con sus amigos. “Solo teníamos dinero para las pequeñas, las grandes eran muy caras”, recordaría el futbolista que, gracias a esa limitación, desarrolló una gran habilidad en el regate y control del balón.

Garrincha jugaba siempre que podía por mera diversión. Nunca albergó la idea de dedicarse profesionalmente al fútbol y, de hecho, no fue hasta su adolescencia cuando empezó a jugar en clubes inscritos en competiciones inferiores, actividad que compaginaba con su trabajo en una fábrica textil. No obstante, poco a poco comenzó a llamar la atención de los técnicos y, en 1953, fue contratado por el Botafogo por dos mil cruceiros. Para entonces, Garrincha llevaba varios años casado con Nair, su novia de toda la vida, y ya era padre.

El enorme talento de Garrincha en el campo de fútbol hizo que, dos años más tarde, fuera convocado con el combinado nacional con el que, entre 1955 y 1966, jugó sesenta partidos de los cuales Brasil solo perdió uno, aquel que lo enfrentó a Hungría en 1966 y que supuso la eliminación de la selección canarinha del Mundial de Inglaterra. Dicha derrota impidió que Garrincha se convirtiera en tricampeón del mundo, después de haber ganado los mundiales de 1958 en Suecia y 1962 en Chile.

Del éxito a los problemas

En julio de 1958, ocho años antes de la debacle de Inglaterra, la selección brasileña regresaba a casa procedente de Suecia, donde había disputado el mundial de fútbol y quedado campeona. Brasil era una fiesta y los medios de comunicación lanzaron ediciones especiales para dar cumplida cuenta de todo lo acontecido. Uno de ellos fue la revista ilustrada O Cruzeiro, que anunció un número extra de sesenta páginas “sin aumento de precio”, algunos de cuyos contenidos eran “La llegada triunfal”, “El encuentro con los padres, esposa y novias en la redacción de O Cruzeiro”, “La locura en las calles”, “El abrazo del presidente en la casa de gobierno” y “Garrincha regresa de madrugada a su tierra natal”. Aunque el titular era totalmente inocente y se limitaba a hacer referencia a la llegada del jugador a Pau Grande para reunirse con los suyos, ese “regresa de madrugada” sería profético. Poco tiempo después, Garrincha comenzaría a llegar de madrugada pero ya no de un viaje transoceánico, sino de los bares y las boites.

Perseguido por las lesiones desde el principio de su carrera profesional, después de disputar su segundo mundial, las delicadas piernas de Garrincha comenzaron a resentirse más de lo habitual. No obstante, los directivos del Botafogo, llevados por sus intereses comerciales, no permitieron que el jugador se sometiera a los tratamientos médicos que hubieran sido necesarios para su recuperación. “El año pasado, cuando jugaba con Colombia, me lesioné de cierta gravedad. No podía jugar más. Pero el club recibía dinero porque yo estuviera en el campo y continué jugando”, relataba Garrincha a Folha de São Paulo en 1964. Aunque el jugador pidió regresar a Brasil para curarse, el Botafogo decidió que se incorporase a la gira que llevó al equipo por Europa, donde llegó en muy mala forma física. “Jugué siete partidos infiltrado. No me molestaba, pero de repente noté que la pierna comenzaba a atrofiarse. (…) Quise parar para someterme al tratamiento pero el médico exigía cuarenta días sin jugar y no me los concedieron”.

A esa situación de explotación se sumaban los constantes incumplimientos del Botafogo a la hora de abonar su sueldo, lo que complicaba una ya de por sí compleja situación familiar. Aunque el club había acordado con él una ficha de 10 millones de cruceiros, de esa cantidad solo había recibido 30.000 y, desde que estaba lesionado, no le abonaban las primas de los partidos que no había disputado. “Mi salario es de 150.000 cruceiros, de los cuales tengo que dar 120.000 a Nadir y a las niñas por orden del juez”, se quejaba el ídolo.

Desde principios de los años 60, Garrincha había comenzado una relación sentimental con la cantante de samba Elza Soares, lo que había provocado la ruptura de su matrimonio con Nadir y generado numerosas críticas procedentes de una sociedad hipócrita y puritana, que no vio bien que el astro del fútbol abandonase a su esposa e hijas por otra mujer que, debido a sus problemas económicos, era además quien le mantenía. “La grada me gritaba gigoló. No sabía que significaba pero me sonaba ofensivo, así que me dio vergüenza hablarlo con los compañeros. Le pregunté a Elza y ella me lo explicó”, narraba con cierto patetismo el futbolista, que defendía su amor por la artista: “no le hago mal a nadie pero no me dejan vivir mi vida. No voy a desatender nunca a mis hijas y a Nadir, pero quiero vivir mi vida con la persona a la que amo”. Ante semejante escenario profesional y personal, Garrincha comenzó a buscar refugio en el alcohol.

El delito de ser pobre

Elza Soares había nacido en Río de Janeiro en 1930. A los doce años y obligada por su familia, se casó y a los trece tuvo su primer hijo. Cuando a la edad de veintiún años enviudó, los hijos ya eran cinco. Cantante aficionada, la necesidad de ganar dinero le llevó a presentarse a un programa radiofónico de nuevos talentos que presentaba el músico Ary Barroso. Cuando el compositor de Acuarela de Brasil la vio aparecer desarrapada y escuálida, le hizo una broma para diversión de los oyentes: “¿De qué planeta viene usted?”, a lo que Elza respondió tajante: “del planeta Hambre”. A continuación, cantó lo que llevaba preparado y ganó el concurso, iniciando así una exitosa carrera artística.

Garrincha y Elza parecían estar hechos el uno para el otro. Ambos procedían de lo más bajo de la sociedad brasileña y ambos habían llegado a lo más alto de sus profesiones. Sin embargo, esa misma sociedad que los admiraba, no les perdonó que eligieran salirse de lo convencional. Desde el momento en que se conoció su relación, la prensa no dejó de acosarles, sufrieron atentados en su domicilio, las emisoras de radio boicotearon los discos de la cantante y los periódicos deportivos comenzaron a hacer mofa de las continuas lesiones del deportista.

“La operación de menisco de la pierna torcida de Garrincha no se va a arreglar: por tanto, el médico torcerá la otra pierna” o “El Botafogo pide 10 cruzeiros por el traspaso de Garrincha y 648 millones por el de Elza Soares” eran algunos de los chistes que aparecían semanalmente en las secciones de humor de los periódicos brasileños. Una situación de acoso constante que aumentó los problemas de alcohol del futbolista y generó situaciones con dramáticas consecuencias. Un día que Garrincha conducía el automóvil familiar en el que también viajaban Elza, una de sus hijas y la madre de la cantante, perdió el control del automóvil provocando un accidente en el que falleció la suegra del futbolista. Juzgado por conducir borracho, Garrincha fue condenado a dos años de prisión que cumplió en libertad condicional. A todas estas desgracias se sumó la turbulenta situación política de Brasil, que obligó a la pareja a poner océano por medio e irse a Europa.

El ídolo caído

Durante los años 70, fueron muchos los músicos brasileños que, a consecuencia de la dictadura militar, tuvieron que exiliarse del país. Algunos, como Caetano Veloso y Gilberto Gil eligieron Inglaterra, cuna del pop; otros, como Chico Buarque, prefirieron Italia. Elza Soares y Garrincha, obligados también a abandonar Brasil porque la dictadura no aceptaba su escandalosa relación personal, eligieron Italia, país en el que el samba y la bossa nova tenían muy buena aceptación y en el que están radicados algunos de los mejores clubes de fútbol del mundo. De hecho, Elza actuó en los mejores teatros y Garrincha a punto estuvo de conseguir un contrato en Milán, pero, de nuevo, todo se frustró. Con ese nuevo fracaso a sus espaldas, la pareja viajó a Portugal con intención de que Garrincha jugase en el Benfica. Tampoco funcionó. De nuevo, fueron las actuaciones de su pareja las que les permitieron subsistir hasta que la situación política se suavizó y regresaron a Brasil.

A pesar de estar alcoholizado y fuera de forma, Garrincha seguía siendo “a alegría do povo” brasileño. Era incluso más apreciado por la hinchada que el propio Pelé, no obstante, nadie lo quería en sus plantillas y, hasta aquellos que habían sido sus amigos y se habían enriquecido gracias a él, lo ignoraban. En 1973, un club canadiense contactó con el Botafogo para ofrecerle a Garrincha jugar diez partidos exhibición por los que estaba dispuesto a pagarle mil dólares cada uno. Los directivos del club brasileño tardaron en comunicarle la noticia y, cuando Garrincha tuvo conocimiento de la propuesta, solo quedaban por disputar dos de los diez encuentros. “Así es la vida. Ayer corrían a mi casa para tirarme flores y hoy ni siquiera se toman la molestia de contactar conmigo por teléfono, incluso sabiendo que necesito dinero”, se lamentaba el deportista que, finalmente, viajó a Canadá para jugar esos dos partidos por los que recibió un único pago de mil dólares.

El deterioro del futbolista y su mala situación económica eran tan evidentes, que en 1974 sus compañeros decidieron organizarle ese partido homenaje en Maracaná. Sin embargo, el reconocimiento y la ayuda llegaba demasiado tarde. Los problemas de Garrincha ya no eran solo económicos. Deprimido y alcoholizado, en 1976 incluso perdió el apoyo de Elza Soares, que lo abandonó harta de aguantar las continuas peleas y los malos tratos a los que la sometía el deportista. Cuando se marchó de su lado, la cantante se llevó consigo a Manoel Francisco dos Santos “Garrinchinha”, el único hijo de la pareja que, años después, fallecería en un accidente de circulación en Portugal. Elza quedó desecha y protagonizó varios intentos de suicidio; Garrincha no llegó a ser testigo de la desgracia, pues llevaba ya varios años muerto después de que una cirrosis hepática acabase con su vida el 20 de enero de 1983. Tenía 49 años.

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