• Garrincha falleció hoy hace 40 años

• Su funeral al día siguiente fue tan alucinante como su vida

• El tráfico se paralizó hasta 25 kilómetros a la salida de la iglesia

Está considerado como "el mayor espectáculo del mundo". Miles y miles de cariocas y turistas –vestidos excéntricamente y con las emociones desatadas– se agolpan en las calles de ‘la Ciudad Maravillosa’ cada verano austral con motivo del Carnaval de Río de Janeiro, el más multitudinario del planeta.

Un panorama similar pudo verse en la antigua capital brasileña un día veraniego de 1983. Sin embargo, ocurrió tres semanas antes de que los bailarines y bailarinas de escuelas de samba moviesen sus cuerpos enérgica y magnéticamente encima de vistosas carrozas. El vehículo que todos querían ver y por el que se abrían paso frenéticamente a empujones (algunos se habían subido a puentes peligrosamente abarrotados; otros colgaban de ramas de árboles) era un camión de bomberos que llevaba a otra fuente de entretenimiento incalculable.

‘El mayor espectáculo del mundo’ ese día concreto fue el funeral de ‘la Alegría del Pueblo’. El cadáver de Manoel Francisco dos Santos, o Mané Garrincha, que había fallecido el día anterior con 49 años, estaba siendo transportado desde el templo del fútbol brasileño, el inmenso Estadio de Maracaná, hasta Pau Grande, el remoto municipio rural ubicado a los pies de la Sierra de los Órganos en el que nació el futbolista.

Y al nacer, lo hizo con la columna vertebral torcida, las rodillas deformadas y una pierna seis centímetros más corta que la otra; todo ello agravado por una poliomielitis. Los neurólogos y los ortopedistas le dijeron lo mismo a doña Maria Carolina: su hijo nunca podrá andar.

Garrincha, un milagro de la anatomía, acabó haciendo infinitamente más que dar unos simples pasos. Gozaba de la aceleración de un Jaguar D-Type 3.4L, la soltura de caderas de Fred Astaire, y el alucinante arte para escaparse de Harry Houdini.

Tras ser objeto de burlas en su juventud por parecer un payaso, acabó convirtiendo los campos de césped en circos en los que ejercía de maestro de ceremonias, ridiculizando a sus marcadores –dos, tres y hasta cuatro a los que se había encargado específicamente que lo maniatasen– y refiriéndose a todos ellos traviesamente como ‘João’ (equivalente en portugués de ‘Juan’) . Es famosa su afirmación de que jugaba al fútbol por diversión, por encima de los resultados; y Garrincha era, en efecto, el juguetón exhibicionista por excelencia. En el penúltimo amistoso de Brasil antes de la Copa Mundial de la FIFA 1958™, en Florencia contra el subcampeón de la Serie A, la Fiorentina, Garrincha se deshizo de tres contrarios y regateó al portero. Pero en vez de empujar el balón al interior de la portería vacía, reculó y dribló a otro oponente antes de marcar. Vicente Feola, enervado, despojó de la titularidad al ingobernable ‘siete’. Sin embargo, tras un insípido e indigno 0-0 contra Inglaterra (el primer empate sin goles para Brasil en la historia de la Copa Mundial de la FIFA™), el seleccionador auriverde hizo debutar en la competición a Garrincha y a Pelé para el tercer encuentro, contra la Unión Soviética. ‘La Alegría del Pueblo’ y ‘la Perla Negra’ se mostraron intratables desde entonces, y la Seleção puso rumbo de forma embriagadora hacia su primer título mundial.

Cuatro años más tarde, cuando Pelé se lesionó en el segundo partido de Brasil en el campeonato, Garrincha ofreció una de las actuaciones individuales en un Mundial más impresionantes de la historia, para inscribir una segunda estrella sobre el escudo de la camiseta. Para cuando Garrincha firmó su última internacionalidad en 1966, él y Pelé habían jugado juntos seis partidos del Mundial y varios de la Copa América; se habían enfrentado a Argentina en varias ocasiones, y se habían medido a potencias europeas como Inglaterra, Francia, Portugal, la Unión Soviética, España y la República Federal de Alemania. Increíblemente, no perdieron ni una sola vez. Para muchos siguen siendo el mejor tándem en la historia del fútbol…  e incluso del deporte. Garrincha, además, llevó al Botafogo a ganar seis títulos durante una época de extraordinaria competitividad en el fútbol brasileño. Es más, el hombre considerado con todo merecimiento como uno de los mayores fabricantes de goles de todos los tiempos marcó 245 tantos con el club; una cifra asombrosa para un diestro que jugaba por la banda derecha. Tal vez la Alegria do Povo priorizase el disfrute por encima del resultado, pero es indiscutible que era extraordinariamente productivo. La fascinación de un país entero por este personaje de dibujos animados hecho realidad era indescriptible. Era el escolar fracasado al que la gente no podía evitar adorar, la figura folclórica que unía a todas las razas y clases sociales, el genio inigualable que convertía a los aficionados contrarios en fanáticos de Garrincha (el rey de Suecia, el presidente de Chile y otros…). Mané nació en la pobreza y, pese a haber alcanzado las cotas más altas durante su carrera, murió en la pobreza. Hasta tal punto que no tenía dinero para su funeral…

Pero Garrincha, de cuya muerte se cumplen hoy 40 años, no solo iba a tener un funeral, sino que fue el funeral más espectacular jamás visto en Brasil. Agnaldo Timoteo, un famoso cantante de boleros e hincha del Botafogo, inmediatamente puso el dinero para financiarlo.

El hecho de que tuviese lugar al día siguiente –una tradición en Brasil– no impidió que los brasileños acudiesen en masa. Autobuses y trenes se llenaron a rebosar. Increíblemente, el tráfico se paralizó hasta 25 kilómetros de distancia del destino. Innumerables hinchas abandonaron sus coches y se pusieron a caminar o a correr. 

“Nunca he visto nada semejante en mi vida… y tengo 72 años”, afirma a FIFA+ uno de los innumerables asistentes, Sergio Esposito. “Una locura, la locura total… La iglesia solo tenía capacidad para unos pocos centenares de personas, pero había miles y miles intentando entrar”. 

“La gente estaba abriéndose paso a empujones, luchando por intentar entrar. Recuerdo que algunos parientes de Garrincha ni siquiera podían entrar. La gente los empujaba hacia atrás, y ellos trataban de explicar quiénes eran. Ni siquiera sé si entraron al final… Solo Dios sabe cuántas personas estaban dentro de aquella iglesia”, resalta.  “Recuerdo estar fuera [posteriormente]… La gente había perdido sus bicicletas, otros no recordaban dónde habían dejado sus coches… Una locura. Se trataba de rendir homenaje a Garrincha… y todo lo demás no importaba”, concluye. Puede que el epitafio de Garrincha fuese sencillo (“Aquí descansa en paz el que fue la alegría del pueblo: Mané Garrincha”), pero su funeral fue tan excéntrico y espectacular como su vida.