El suicidio de Arguedas: Una herida imposible de cerrar | EL PERFIL
Este artículo es de hace 3 años

El suicidio de Arguedas: Una herida imposible de cerrar

El 2 de diciembre se conmemoraron 51 años de la muerte de José María Arguedas, escritor telúrico y sufriente al que debemos seguir leyendo.

Adrián Ayala
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Hace 51 años, José María Arguedas le abrió al Perú una herida imposible de cerrar. El escritor se había disparado en la sien, un 28 de noviembre, frente al espejo en un aula de la Universidad Agraria La Molina y, tras una lenta agonía, murió el 2 de diciembre. Aquella fue la última vez que Arguedas ‘se sintió a la muerte’ y se rindió ante sus fuerzas robustecidas por una vida entera de tormentos con episodios de fascinación.

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José María Arguedas fue un escritor, poeta, docente universitario, antropólogo y etnólogo que dedicó los esfuerzos de su vida a entender al Perú y a narrarlo, y fue el que mejor captó la esencia polivalente de la identidad peruana, su corazón de sangres variadas, marginadas y luchadoras. Su pérdida fue uno de los sucesos más devastadores en la historia de las letras nacionales.

Nuestro más grande narrador no vio otra salida. Según su última carta, ya no tenía “energía e iluminación para seguir trabajando, es decir, para justificar la vida”. Sus dolencias psíquicas, los traumas que cargó desde niño y diversos factores más lo empujaron a tentar el suicidio dos veces, con éxito en la segunda, y es que la muerte se había apoderado de sus pensamientos desde muy pequeño.

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Su legado, sin embargo, pervive e inspira a los más jóvenes, conmueve y permite apreciar cuidadosamente al Perú. Su novela maestra, Los Ríos Profundos (1958), trastoca a sus lectores, con sus páginas plagadas de evocaciones místicas, huainos, poesía quechua y el castellano quechuizado, dinámico, que fluye entre dos mundos, al igual que Arguedas.

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El puente y el río

El río Pachachaca, que parecía “de acero líquido, azul y sonriente, a pesar de su solemnidad y su hondura”; y el puente del mismo nombre, construido por españoles y con una cruz erigida en lo alto de la columna central le despejaban el alma a Ernesto en Los Ríos profundos. Decía Arguedas, mimetizado en el niño Ernesto, que no sabía a cuál de los dos amaba más.

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El historiador Alberto Flores Galindo, cierta vez, insistió en ese uso reiterado de las imágenes del puente y del río por parte de Arguedas, e hizo una hipótesis que dio en el blanco: ambos elementos forman parte de la identidad misma del escritor andahuaylino. Según Flores Galindo, el escritor de Yawar Fiesta “se presenta a sí mismo como una especie de puente entre el mundo indio y el mundo español”.

Esto se condice con el planteamiento de Ricardo González Vigil, que explica que Arguedas vivió en carne propia una dualidad conflictiva, heterogénea, y que por eso dedicó su existencia a servir de puente (unión) entre lo andino y lo occidental. Sin embargo, Flores Galindo se atrevió a proponer que, en otras ocasiones, Arguedas parece simpatizar más con la imagen del Yawar Mayu, aquel río que irrumpe y arrasa con todo.

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Por ende, para él, el escritor andahuaylino representaba dos ideas contrarias: “o la posibilidad de conciliación, de encuentro de dos mundos, o la posibilidad de la ruptura, de la quiebra, del cambio radical de estos dos mundos”. Así pues, de ambas posibilidades, la que resalta más, y significó una labor más extenuante, fue la primera: la conciliación.

También me gusta pensar en Arguedas como un río, pero no con la posibilidad que plantea Flores Galindo, sino más bien, desde el punto de vista de Ernesto. Hay un pasaje en el que este rememora a la chichera líder de la rebelión, y le dice lo siguiente: “Tú eres como el río, señora (…). No te alcanzarán. ¡Jajayllas! Y volverás”. Esto ha ocurrido con mi escritor favorito.

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No lo han alcanzado los que siempre buscan la discordia, ni han trascendido las infamias de las lenguas ingratas que, en aquella lejana Mesa Redonda sobre Todas las Sangres, de 1965, hirieron el centro de su sensibilidad, haciéndole sentir, en aquel momento y hasta su muerte, que “había vivido en vano”.

Al contrario, y como reza el pasaje, Arguedas siempre vuelve. Con la fuerza de sus ríos magnánimos y la belleza de su prosa telúrica.

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Telúrico y sufriente

Hay quienes equiparan la obra de Arguedas, por el acercamiento al problema del indio, con la de Juan Rulfo; ambos escritores, demasiado humanos, sufrientes, telúricos. El propio Rulfo, ocho años después de la muerte del tayta Arguedas se refirió a él como uno de los escritores que gozaba de su devoción, en el programa de entrevistas “A fondo”.

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Su prosa perteneció a la Narrativa Telúrica latinoamericana; también, en un principio, al indigenismo; y de inicio a fin, al realismo mágico, por el uso del mito. Y nunca olvidó que, para lograr sus más grandes obras, tuvo un principio supremo que expuso cuando recibió el premio Inca Garcilaso de la Vega: “Considerar al Perú como fuente infinita para la creación”

Su espíritu no más está escribiendo

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En su novela Diamantes y Pedernales (1954), cuando el Upa Mariano tocaba su arpa en la soledad de su cuarto, la gente se detenía a escucharle desde afuera de la puerta. Un mestizo, un día, abrazó la idea de que “su espíritu no más estaba tocando”. “A ver si me limpia mi alma”, dijo escuchándolo.

José María Arguedas escribía con el espíritu, por esto lo dejó todo en esa tarea autodestructiva que es la escritura, y quien lo lea, sin duda, sentirá lo mismo que aquel mestizo que escuchaba al arpista Mariano, una purificación, una catarsis con el complemento de apreciar al Perú bajo la óptica extremadamente sensible de este genial escritor.

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Le debemos una reivindicación a su nombre, y solo podremos dársela si no dejamos de leerlo. Y, claro, necesitamos comprender que muchos de los problemas que él denunció aún siguen vigentes, y deben ser erradicados. Por eso, y en su memoria, debemos luchar por un Perú mejor.

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Adrián Ayala
Periodista y redactor de política, cultura y actualidad en EL PERFIL.
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