1
DONDE HABITAN LOS ÁNGELES
CLAUDIA CELIS
Después del entierro
MIS
pasos retumban en el corredor. Las casas vacías
exageran los sonidos. Y más todavía las que extrañan a sus
dueños. Las que están tristes. Las que están de luto. Me
detengo. El silencio es tanto que se puede escuchar. La casa
parece más grande. Enorme. ¿Será que la tristeza nos hace
empequeñecer?... Tengo miedo. Necesito un abrazo de mis
tíos. Su consuelo. Su compañía. Su amor. Me siento como
aquel niño indefenso y atolondrado que llegó aquí de
vacaciones hace dieciocho años, sin siquiera sospechar que
esta ciudad se convertiría en su ciudad, esta casa en su casa, y
estos tíos abuelos en sus padres.
3
Las vacaciones
EL tren comenzó a frenar... Habíamos llegado a San Miguel. Mi
estómago se hizo nudo y las palmas de mis manos se
empaparon. Recordé a mi mamá despidiéndome en el pueblo:
"Te portas bien, Panchito... Te lavas las manos antes de comer
y no te olvides de los dientes... Sé bueno con mi tía Chabela y,
sobre todo, obedeces a mi tío Tacho..." ¡El tío Tacho de mi
mamá!... ¡Mi tío Tacho! Mi estómago se amarró en nudo ciego.
Con toda seguridad, él nos iría a recibir.
Miré por la ventanilla. Ahí estaba: altísimo, el pelo demasiado
corto, casi a rape, y su eterna bata blanca. Miraba el tren con
ansiedad, como con ganas de vemos, de que bajáramos ya. En
cuanto aparecimos por la puerta del vagón, su mirada se
volvió indiferente y hasta algo burlona. Al verme a mí, se
transformó en la de un halcón que ha descubierto a su presa.
Me puse detrás de mi prima Peque. Con su falda me sequé el
sudor de las manos y también unas gotas que escurrían por
mis patillas. Ella me jaló cariñosamente del brazo y me dijo:
-Saluda, Panchito.
Me armé de valor: -¿C-c-cómo l-l-le va, t-t-tío?
A todos los chicos nos saludó con fuertes jalones de pelo, y a
la Peque, a la Nena y a Lola, que ya eran grandes, con ligeros
apretones en los cachetes. Caminamos hacia el coche, donde
nos estaba esperando Lino Pirnos, su chofer.
Lino Pirnos se llama en realidad Noé López. Su cambio de
nombre se debió a que cuando mi tío fue Presidente Municipal
de San Miguel, Noé lo acompañaba a todos los actos políticos,
4
y como al final de éstos ponían el disco del Himno Nacional, en
cuanto Noé se sentía cansado o aburrido, se le acercaba y en
secreto le pedía que ya se tocara el Himno para que pudieran
irse, pero, con su muy particular forma de hablar, le decía:
-Dotor, ¿ya tocamos l'ino p'irnos? y Lino Pirnos se le quedó.
Un tiempo después me enteré de que mi tío no sabía manejar.
Sorprendido por este descubrimiento, le pregunté: -Tío, ¿por
qué no aprende?
Él respondió enojado:
-¿y Lino en qué trabajaría? ¿Cree que yo mismo le iba a
arrebatar la chamba?... ¡Qué mal me conoce, Panchito!
Llegando al coche, saludamos a Lino y tratamos de ganamos el
lugar unos a otros. Mi tío, con voz enérgica, nos indicó:
-No cabemos todos de una vez. Haremos dos viajes.
-Que se vayan primero los chiquitos, ¿no le parece, tío?
-dijo la Peque.
-¿Por qué los chiquitos? -respondió enojado--. No, Peque, es
pésimo sobreproteger a la gente. Lo dejaremos a la suerte...
¡Lino, présteme una moneda!
Mi tío Tacho se hablaba de "usted" con todo el mundo, sólo se
tuteaba con mi tía Chabela.
Voló el cobre: "¡Águila!”... "¡So!!”...
A las tres grandes les tocó irse en la primera tanda. La Peque le
propuso quedarse con nosotros, pero él respondió con un no
rotundo; entonces le sugirió que él mismo lo hiciera pero ni
5
siquiera le contestó, solamente le echó una de sus duras
miradas y ella se subió al coche muy seriecita.
Mi tío se asomó por la ventanilla y gritó:
-¡Adiós, niños! Se cuidan ¿eh? Si se les acerca un robachicos
pelean con uñas y dientes. ¡Pobre del que se deje robar! y el
coche arrancó.
Nos abrazamos a Chucho, que era el mayor del grupo (tenía
doce años).
Estábamos muy asustados. Toda la gente que había en la
estación tenía cara de robachicos.
Caty me tenía el brazo marcado por los pellizcas. Pellizcaba
siempre que estaba nerviosa (muy seguido, por cierto). Lucha
se rascaba salvajemente, tenía surcos por todos lados. Los
dientes de Martha sonaban como castañuelas. Los ojos de
Agustín parecían salirse de sus órbitas. Lupita, siempre tan
seriecita, hablaba con voz estridente y reía a carcajadas.
Chucho nos tranquilizaba diciéndonos que no perdiéramos las
esperanzas, que confiáramos en nuestro tío: "Seguramente
antes de que anochezca volverá por nosotros." Eran las dos de
la tarde.
Mis primos seguían con sus tics nerviosos y yo me estaba
haciendo pipí.
De pronto, el coche de mi tío apareció junto a nosotros. Se
bajó y nos dijo: -¡Suban, niños!
Al ver que no cabíamos todos atrás, agregó: -Panchito y Caty
se vienen con Lino y conmigo.
Caty se puso feliz pues no tendría que dejar mi pellizcado
brazo. Yo, disimuladamente, me cambié de lugar para que, al
menos, siguiera con el otro.
6
Ya en el coche, le dije a mi tío en voz baja: -Tío, quiero hacer
pipí.
-Muy bien, Panchito -me contestó-, no hay problema, ¡Hágase
en los pantalones!
-¿Cómo, tío? -Le pregunté asombrado.
-Mire, niño -me explicó-, si su necesidad es de tal magnitud que
no pueda dominarla, ¡adelante!, ¡desahóguese!, nada más no
me vaya a apuntar a mí.
-¡Ni a mí tampoco! -gritó Caty subiéndose casi a las piernas de
Lino.
-Ahora -continuó mi tío Tacho-, si tiene usted control sobre su
cuerpo, en unos minutos más estaremos en la casa y podrá
satisfacer su necesidad fisiológica con toda corrección y
comodidad.
Yo crucé fuertemente las piernas y descubrí, con agradable
sorpresa, mi capacidad para dominar necesidades fisiológicas;
práctica muy útil en la vida.
7
El cuarto de Camila
ESTA
casa es muy antigua; tiene paredes de adobe, muy
anchas, de las que guardan los ruidos y los sueltan cuando
menos te lo esperas: "En los techos guarda las voces de la
gente -decía mi tío Tacho- y en las losetas del patio, las de la
Madre Naturaleza." Tiene también una fuente de cantera y
arcos en los corredores. Antes tenía un perico, que era como
parte misma de la construcción, y la adoración de mi tía
Chabela. Se llamaba Rorro. En cuanto llegábamos a San
Miguel, el Rorro se ponía a gritar: ¡mis niñoooos!, ¡mis
amoreeees!, imitando, según él, la voz de su dueña. Era un
perico libre; la enorme jaula blanca no tenía puerta y entraba y
salía a voluntad, al igual que a todas las habitaciones de la
casa. Lo mismo lo encontrabas acurruucado en un sillón de la
sala que en la tina del baño. Tía y perico cantaban a dúo: (ella):
Corazón santo; (él): Tú reinarás; (ella): Tú nuestro encanto;
(él): Siempre seraaaás... También cantaba, en la modalidad de
solista, el Himno Nacional, Adiós mamá Carlota, y rezaba La
Magnífica. Mi tío Tacho decía que si hubiera un concurso de
animales pesados él sacaría seguramente el primer lugar. Mi
tía Chabela hacía como que no lo oía, ella adoraba a su perico y
lo consentía muchísimo, igual que a nosotros. Por lo único que
se enojaba, con él y con nosotros, era porque maltratáramos
sus plantas:
-¡Rorro, no deshojes los helechos!... ¡Niño, no cortes los
duraznos verdes!
Un día, mi tío Tacho me dio una espada de plástico: -Ándele,
Panchito, juegue ahí, diviértase un poco.
8
Yo comencé a luchar tímidamente contra los enemigos
imaginarios... Poco a poco el acaloramiento de la batalla
aumentó: una cabeza salió volando, después un brazo, luego
otro...
-¡Panchito! ¿Qué estás haciendo?
¡Era mi tía Chabela!
-¡Mira nada más, niño! ¿Por qué destruyes mis plantas?
Las cabezas y los brazos se transformaron en helechos rotos y
flores destrozadas. Le iba a decir que mi tío me había dado la
espada, que él me había dicho que jugara ahí, pero el gesto de
su cara me hizo enmudecer. Nunca antes se había enojado
conmigo. Me dieron ganas de llorar.
-¡Perdóname, tía! -fue lo único que dije.
-No, Panchito, esto no lo podemos pasar por alto. Lo siento
mucho, niño, pero te vas a quedar en el cuarto de Camila hasta
la hora de la merienda -me sentenció.
¡El cuarto de Camila! ¡Era lo peor que le podía pasar a
cualquiera! Ese cuarto nos daba miedo. Está en el fondo de la
huerta. Del techo de pronto sale un sonido agudísimo,
parecido a una sostenida nota musical. Mi tío Tacho nos decía
que era la voz de Camila; una soprano italiana que, según él,
vivió aquí, en la casa, hace más de un siglo y que,
decepcionada por una pena de amor, se encerró a piedra y
lodo en ese cuarto sin comer, sin beber, sin dormir, sólo
cantando de día y de noche: "Cuore, cuore íngratoooo...",
hasta que se consumió. Decía que nunca encontraron el
cadáver, que sólo hallaron el vestido, las joyas y la peineta,
que, seguramente, sus cenizas habían volado y se habían
alojado en las ranuras de los tabiques del techo, desde donde,
tristemente, seguía entonando su canción desgarradora.
9
-y así seguirá por los siglos de los siglos -nos decía en tono
solemne. A nosotros se nos enchinaba el cuerpo.
Cuando mi tía no estaba, él nos llevaba hasta ahí y, haciendo
voz de tenor, se ponía a gritar: "¡Camila, saaaálganos!"
Nosotros nos horrorizábamos pero no decíamos nada. Era una
prueba de valentía.
Con miedo y todo, me dirigí hacia allá. Sabía que merecía el
castigo.
Entré muy temeroso, escuchando pasos tras de mí. Cerré la
puerta. Sentí que alguien la jalaba por fuera. Temblando como
gelatina, logré dar unos pasos y me senté en un rincón. Con
todas mis fuerzas canté para mis adentros: "¡Camila, no me
vaya a saliiiir!"
La puerta se comenzó a abrir... rechinaba horriblemente. Me
enconché para protegerme. Se seguía abriendo... ¡Una cabeza
asomó! Cerré los ojos esperando lo peor. Escuché una voz que,
en medio de mi temor, sonó como de ultratumba:
-¿Qué le pasó, Panchito?
Era mi tío Tacho. Me miraba entre compasivo y burlón. Me dio
mucho coraje. Decidí no hablarle. -¿No me contesta? -me
preguntó. Seguí callado.
-¿Está enojado conmigo, niño? -se me acercó y se sentó frente
a mí.
-Sí, tío -respondí al fin-. Por su culpa mi tía me castigó.
-¿Por mi culpa? -se sorprendió- ¿Es culpa mía que usted haya
jugado en un lugar que sabía prohibido?
-Pero usted me dijo que.
10
-Pero usted me dijo que -me interrumpió haciendo una voz
chillona, dando a entender que era la mía, luego, ya con su
voz, continuó-: Sabe bien que las plantas no son mías, sino de
su tía. ¿Cómo acepta que alguien le asegure que puede
disponer de lo ajeno? Si le hubiera ofrecido mi instrumental
médico para que jugara, entonces la responsabilidad sería mía,
pero si usted aceptó jugar con las plantas de su tía sólo porque
yo se lo sugerí, el responsable es usted y nadie más. Además,
¿cómo se le ocurre hacer destrozos en una casa en donde
usted está solamente de visita?
Al ver mi compungida cara, de la bolsa de su bata extrajo una
concha de pan y me la ofreció. Noté mordiscos en la capa
azucarada y me explicó:
-Es pan labrado, Panchito, y, como yo mismo lo labré, es pan
sagrado.
Yo acepté la concha sagrada, pues el miedo me había dejado
un vacío en el estómago.
-Cómasela rápido -me dijo-, no se la vayan a arrebatar.
-¿Cómo, tío? -pregunté sintiendo escalofríos.
Con una voz ronca, muy lenta, como un eco del más allá, me
dijo:
-Recuerde que Camila murió de hambre... Me metí a la boca la
concha entera.
Como me estaba ahogando, él me acostó en sus piernas boca
ajo, me golpeó en la espalda repetida y fuertemente, y me
informó:
11
-Por ser usted mi sobrino- este tratamiento médico de
desatragantamiento sólo le costará el módico precio de la
mitad de lo que traiga usted en el bolsillo.
El charco del ingenio
TENÍAMOS una semana de haber llegado a San Miguel y todos
mis primos ya habían recibido llamadas de sus papás, menos
yo.
-Tía, ¿no me ha hablado mi mamá? -le pregunté sabiendo de
antemano la respuesta, ya que yo había estado muy al
pendiente del teléfono; es más, yo había contestado todas las
llamadas de mis primos.
-No, mi niño, no te ha hablado -me contestó. Recapacitó un
momento y luego agregó:
-Aunque te vaya decir que el teléfono ha estado muy mal; se
han cortado varias llamadas, a lo mejor era ella...
Mi decepción no se alivió con la suposición de mi tía; ella
seguramente lo notó, ya que me abrazó y me besó
repetidamente en el pelo, luego, acomodándome el peinado
con los dedos, me dijo: -Pero no te preocupes, mi cielo, yo creo
que no tarda en entrar su llamada. Vete tranquilo al paseo, si
llama, yo te guardo el recado.
Ese día mi tío nos iba a llevar al Charco del Ingenio. Sólo a los
chicos, pues no cabíamos todos en el coche. Las grandes irían
con mi tía Chabela a visitar a los García.
Teníamos que atravesar toda la ciudad para tomar la carretera
que conduce al famoso ojo de agua. Al llegar a la avenida
12
principal, un agente de tránsito estaba marcando el alto, Lino
no frenó pues esperaba la indicación de mi tío, y como no se la
dio, pasamos como ráfaga junto al agente. Casi nos lo
llevamos de corbata. Se puso a pitar como loco con su silbato,
haciendo señas para que nos detuviéramos. Lino, mediante
una orden de mi tío, frenó, y el agente llegó al coche muy
agitado por la carrera.
-¿Qué se le ofrece, oficial? -preguntó mi tío desde su asiento.
-Se me ofrece infraccionarlos, señor, se pasaron el alto.
-Disculpe, es que no lo vimos -exclamó apenado-. Y eso que
dicen que la carne de burro no es transparente -agregó.
El hombre enrojeció. Temblando de coraje fue hacia la
ventanilla del lado de mi tío. Él la cerró rápidamente.
El agente tocó en el vidrio. -¿Quién es? -preguntó mi tío.
El hombre seguía tocando y comenzó a resoplar. Con cada
resoplido sus cachetes se inflaban como si se hubiera tragado
una bomba de aire. Nosotros reíamos con ganas.
-Contrólense, niños, vaya abrir la ventanilla -dijo mi tío. Nos
tapamos la boca para disimular. El agente tocaba ahora con
vehemencia y resoplaba inflando los cachetes de forma
increíble, parecían estar a punto de reventar. Mi tío bajó el
vidrio. -¡Ah, es usted! -dijo con gusto-, yo creí que era un
vendedor de globos -le dio unas palmaditas en los cachetes.
Se escuchó una carcajada. Había sido Lino. Nos dio aún más
risa. Mi tío se puso el dedo Índice sobre la boca pidiendo
silencio, pero la risa se había vuelto incontrolable. El oficial
sacó un bloc, escribió en varias hojas, las arrancó, se las dio de
mal modo y le pidió la tarjeta de circulación. Mi tío la sacó de la
cajueli11a, el agente se la arrebató y se alejó resoplando. Mi tío
revisó los papeles.
13
-A veces la diversión resulta demasiado cara --comentó.
Íbamos felices, comentando el incidente de los cachetes
inflados, cuando mi tío preguntó:
-¿Volteó el letrero como le indiqué, Chuchín?
-¡Sí, tío! -respondió Chucho con aire eficiente.
El letrero era uno que mi tío ponía en la puerta de su
consultorio; por una cara decía: "Consulta de 9 a 2" y por la
otra, solamente: "No hay".
El ojo de agua del Charco del Ingenio está rodeado de
pequeños arbustos y de nopal eras cuajadas de tunas. En
cuanto nos bajamos del coche, mi tío se dirigió a Lino:
-¡Bisturí!
Rápidamente Lino lo sacó del maletín y se lo dio. Instrumento
en mano, mi tío se puso a cortar tunas, las peló y nos las
repartió.
Mientras comíamos, él manoseaba las cáscaras.
-¡Tío! ¿Por qué hace eso? -le preguntamos sorprendidos.
-Pues, no están para saberlo -nos dijo muy serio-, pero las
tunas son mi fruta preferida... ¡pero me hacen un daño!'. Así,
me hago ilusiones de que comí muchas. ¡Muchas!
Cuando sus manos parecían alfiletero s, llamó a Lino: -¡Pinzas
de Kelly!
Lino voló hacia el maletín, sacó las pinzas y, vigorosamente, las
colocó en la espinada mano extendida.
14
Pacientemente se quitó una por una. Nosotros nos sentamos a
observarlo. Cuando por fin terminó, nos ordenó desvestimos. ¡Yo no sé nadar! -dije en seguida.
-¡Yo tampoco! -chilló Caty.
-¿Ah, no? -se acercó amenazante, nosotros retrocedimos-.
¡Pues ahorita mismo van a aprender!
Nos quitó la ropa. Quedamos a su merced. Desnudos
parecíamos más pequeños.
Caty comenzó a llorar. Con cada sollozo sus trencitas pelirrojas
rebotaban en sus hombros, parecían resortes. Yo apreté los
labios con todas mis fuerzas. Mi tío se agachó y nuestras caras
quedaron a la misma altura.
-¿Y usted por qué no llora, Panchito? -me dijo -. ¡Hágalo de una
vez, porque adentro del agua no va a poder hacerlo! -¡Buaaaa!
-me solté.
Él se desvistió, quedando en calzoncillos, nos tomó de la mano
y, antes de damos cuenta, ya estábamos en el agua.
-¡Lino, métase con los otros niños! -le gritó desde la orilla. En
veloz movimiento, Lino se quedó también en calzoncillos, se
lanzó al agua y los llamó. Agustín se desnudó por completo,
Chucho se dejó los calzoncillos y Lucha y Lupita, el fondo.
Martha no se quiso desvestir, así que se metió con ropa.
Al principio, Caty y yo no nos soltábamos del cuello de mi tío,
pero él, con mucha paciencia, poco a poco, nos enseñó a flotar
y a deslizamos. ¡Ese día aprendimos a nadar!
Salimos del agua y, para secamos, ya que no llevábamos
toallas o cosa que se le pareciera, nos tendimos al sol, lo
15
mismo que la ropa de mis primos. Mientras estábamos listos,
mi tío nos puso a repetir una letanía:
-¡Charco del Ingenio!
-¡Charco del Ingenio! -repetíamos.
-¡Que se nos pegue tantito tu segundo apelativo!
-¡Que se nos pegue tantito tu segundo apelativo!
Lo dijimos infinidad de veces.
En esos momentos yo pensé que el segundo apelativo del
Charco del Ingenio eran el lodo y las hojas secas en que
estábamos tendidos, así que apreté mi cuerpo fuertemente
contra la tierra. Cuando me vi lleno de barro y de hojas me
levanté de un salto y grité feliz:
-¡Ya se me pegó el apelativo del Charco! ¡Mire, tío!
-¡Qué bien, Panchito! -me dijo mirándome de arriba a abajo.
Orgulloso, me volví a tender.
Permanecimos así otro rato, hasta que, de pronto, mi tío gritó:
-¡A ver, todos! ¡Sacúdanse los apelativos del Charco y vístanse
rápidamente!
Obedecimos de inmediato. Cuando estuvimos listos, nos
preguntó si queríamos ir a comer sopes. Todos dijimos que sí.
-Pero con una condición -nos dijo.
-¿Cuál? -preguntamos a coro.
16
-Que los van a comer con chile y van a aguantar el picante sin
lloriquear y, sobre todo -aquí recalcó las palabras-, no le van a
decir nada a su tía, ¿de acuerdo?
-¡Sí, tío! -aceptamos.
En el puesto de sopes, pedimos tres cada uno y agua de tuna
para todos, sólo mi tío pidió de horchata.
Mi tío puso una cucharada de salsa en cada sope y un chile
jalapeño en cada plato (menos en el de él).
-.bserven a Lino disfrutando el picante. Imiten la forma en que
muerde su jalapeño.
Miramos a Lino con atención y seguimos su ejemplo.
A Chucho se le salieron las lágrimas, Martha comenzó a toser,
Lupita y Lucha se pusieron como jitomates y Agustín y yo nos
quedamos sin respiración.
Antes de morder el chile, Caty se le acercó y haciendo
pucheros le preguntó:
-¿Me da permiso de llorar?
-Está bien, niña, pero hágalo quedito. ¡Y apúrese para que
muerda su chile!
Al terminar, todos teníamos dolor de estómago. Él sacó su
recetario e hizo una receta para cada uno y nos las repartió,
después nos las fue pidiendo, las leía y nos daba una tableta de
leche de magnesia que llevaba en el maletín.
-Hoy aprendieron algo muy importante, niños -nos dijo
solemnemente-: comer chiles a mordidas no es cualquier cosa;
den las gracias a Lino por su enseñanza.
17
-¡Gracias, Lino! -dijimos a coro.
-Para servirles, niños -nos respondió muy atento, haciendo una
reverencia.
-Después van a aprender algo más de él -nos dijo mi tío,
camino al coche-, cuando tengan edad, les va a enseñar a
manejar.
Regresamos a San Miguel con esa ilusión, aunque la mía de
que mi mamá me hubiera hablado era mayor que aquélla.
Entrando a la casa se lo pregunté a mi tía. Ella dudó un
momento y luego me dijo:
-Sí, mi amor, te habló. Me dijo que te extraña mucho y que te
manda un beso.
Después me miró largamente, sus ojos se humedecieron y me
abrazó con fuerza.
18
La nevería
COMO era primero de mes, mi tío tenía que ir a Celaya a comprar la
medicina de la farmacia a los laboratorios. Mi tía le dijo que nos
llevara, él aceptó, pero como no cabíamos todos en el coche decidió
hacer una rifa.
Tomé uno de los papelitos del sorteo para ver quién iba y quién no y
lo desdoblé. Decía SÍ. Sentí un vuelco en el estómago. Salir con mi tío
era siempre una aventura. Afortunadamente a la Peque también le
tocó papelito afirmativo, eso me tranquilizó.
Nos despedimos de mi tía y de los primos que les tocó en suerte
quedarse y nos acomodamos en el coche.
-Panchito y Caty se vienen con Lino y conmigo. Los demás se van
atrás sin incomodar a la Peque -dijo mi tío.
Instintivamente crucé los brazos para protegerlos, pero fue inútil,
Caty era muy hábil. Su manita se abrió paso y se insertó en mi
bracito.
Mi tío nos fue contando el cuento de Los tres mosqueteros. Los
nervios de Caty se calmaron y mi brazo descansó.
Llegamos a Celaya. Le preguntamos a mi tío si nos podíamos bajar
del coche para pasear un poco.
-Sí, niños -nos respondió-, pero no se separen. Lino se quedará aquí
para cualquier cosa que necesiten.
Cerca de ahí estaba la nevería de don Vicencio.
-Tío, ¿podemos esperado en la nevería? -preguntó Chucho.
-Sí, si quieren -respondió distraído mientras revisaba unos papeles
que llevaba en su portafolios.
19
-¿Podemos pedir una nieve? -se oyó la vocecita de Agustín.
-Sí. Pueden hacerlo -dijo mi tío con la vista puesta aún en los papeles.
-¿y una leche malteada? -preguntó Lucha, emocionada.
-Pues sí, si les gusta -nos dijo y se alejó.
Le prometimos a Lino un barquillo.
-¿De qué lo quieres, Lino?-le preguntamos.
-De cajeta -respondió, saboreándose.
Don Vicencio nos saludó y anotó el pedido: helados, leches
malteadas y galletas, un flan para la Peque, y para Lucha y Lupita,
además de sus helados, molletes.
Lucha, los molletes son muy caros -le había advertido Lupita. -Sí,
pero tengo hambre.
Lupita reflexionó en la respuesta y dijo:
-Ay, yo también -se sobó el estómago-. ¿Puedo pedir otros para mí?
-¡Claro! -respondió Lucha-. ¡Hay que aprovechar que mi tío anda de
disparador!
-No coman mucho porque no van a tener hambre a la hora de la
comida -dijo la Peque-. No quiero que mi tía regañe al pobre de mi
tío. Y más tú, Lupita, que eres tan remilgosa.
-¡Déjame pedir unos molletitos, Peque! -le suplicó-. ¡Te prometo que
sí como!
-Está bien -consintió ella.
Cuando vimos venir a mi tío, pedimos la cuenta.
20
-¡Hola, don Vicencio! -gritó mi tío desde la puerta-. ¿Terminaron,
niños? ¡Vámonos que tengo prisa!
Nos miramos todos desconcertados. La Peque fue a hablar con él. ¡Cómo! ¿No traen dinero para pagar? -gritó tan fuerte que todos en la
nevería se enteraron del problema.
Llegó a nuestra mesa de tres zancadas.
-¿Cómo está eso, niños? ¡Explíquenmelo porque no entiendo! vociferó.
-Pero, tío, usted dijo que lo podíamos esperar aquí -le recordó Lucha.
-Sí, niña, eso dije. ¿Acaso había algo que se los impidiera?
-Pero también dijo que podíamos pedir lo que quisiéramos -dijo
Chucho.
-¿Y por qué no iban a poder hacerla?
-Pero nosotros supusimos que usted iba a pagar -dijo
Agustín, al borde del llanto.
-¿Yo? -dijo mi tío con exagerada extrañeza-. ¿Y por qué supusieron
eso? ¿Acaso les dije pidan lo que quieran, que yo pagaré?
-Bueno, no, pero nosotros supusimos que... -la voz de Agustín
temblaba.
-¡En la vida no hay que suponer! -exclamó escandalosamente -. ¡Hay
que estar seguros antes de actuar! ¿Cómo se ponen a consumir a
tontas y a locas sin contar con recursos para pagar?
Una vocecita interrumpió: -Peque, quiero vomitar.
-¡No, Caty! -gritó mi tío-. ¡Esa no es la forma de remediar esta
situación! ¿Cree usted que devolviendo lo que se engulló quedará
21
exenta de deuda? ¡No señorita! Además, don Vicencio no acepta esa
forma de pago, con él hay que saldar las cuentas al contado -recalcó.
La Peque se sentó a Caty en las piernas y se puso a consentirla. Caty
se tranquilizó.
Mi tío seguía inconmovible.
-¡Resuelvan esto de inmediato porque tengo mucha prisa! Se dio la
vuelta y fue al mostrador a platicar con don Vicencio. Rascamos
nuestros bolsillos, pero, aún juntando lo de todos, no alcanzaba para
pagar ni la mitad.
Chucho salió de la nevería y al poco tiempo volvió con el dinero
faltante.
-¡Miren! ¡Lino nos prestó! -nos informó feliz-. De pura casualidad mi
tío le acaba de pagar su semana por adelantado. Que no se nos
olvide su barquillo.
La Peque fue al mostrador para comprarlo y pagar la cuenta. Iba
cargando a Caty. Mi tío se la quitó de los brazos. -¡Ay, niña, no me
pellizque! -gritó.
Con mi prima prendida a sus cachetes mi tío llegó a nuestra mesa.
-¡Véngase, Panchito! -me dijo.
Me cargó en el otro brazo y las pincitas de Caty volaron hacia mí.
Afortunadamente ese día traía suéter.
Rumbo al coche, mi tío nos dijo:
-¿Por qué me miran con esos ojos? Las miradas rencorosas son muy
feas. Además, desearle mal a un prójimo no es bueno.
Como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, dejamos la venganza en
manos de nuestra tía: ninguno probamos bocado a la hora de la
comida.
22
Corte de pelo
DEL dinero que mi mamá me había dado para las vacaciones, cinco
pesos eran para ir al peluquero. Se lo comenté a mi tío y me llevó a
donde nadie nos escuchara.
-Mire, Panchito -me dijo--. ¿Para qué va a ir al peluquero a pagar tanto
dinero? No, niño. Ahorita que su tía se vaya al centro con los demás,
yo mismo le corte el pelo.
-¿En serio, tío? -le pregunté entusiasmado.
-En serio, sobrino -me dijo-; usted confié en mí. No más no le diga
nada a nadie.
Le dije a mi tía que estaba cansado. Que prefería quedarme en la
casa.
Ella me dejó acostado, con una taza de té de manzanilla en el buró y
galletas en un platito.
Cuando mi tío estuvo seguro de que se habían ido, me llevó a su
consultorio. Después de habernos puesto de acuerdo sobre el costo
de la operación, sacó de su maletín unas tijeras, un gorro y un
cubrebocas, y los dejó a mano.
Me tomó de la barbilla.
-Déjeme vedo, niño, quiero escoger el corte que iría con su
personalidad. A ver... Perseo... Alcimedonte... U1ises... el mismo
Aquiles... ¡Ya sé!
Se puso el gorro y el cubrebocas, colocó una toalla en mis hombros,
y empezó a tijeretear.
-Allá en el Rancho Grande, allá donde vivííííía... -me dijo que todos los
peluqueros cantan.
23
Al terminar, me miró satisfecho. -¡Listo! ¡Vaya a mirarse al espejo!
Salté de la silla y fui corriendo al espejo del baño. Un poco corto el
copete, pero no estaba mal. Una patilla más larga que la otra, pero
pasaba. Mi tío se acercó con un espejo de mano y lo acomodó detrás
de mi cabeza para enseñarme el corte completo. Lo que ahí se
reflejo hizo que me doliera el estómago. ¿Qué significaba ese círculo
a rape? Miré a mi tío. Esperaba encontrar en su cara algún gesto de
burla pero no, en verdad parecía satisfecho de su obra.
-Al observado noté su gran parecido con San Antonio -El dijo-, ahora
están igualitos, como dos gotas de agua. ¡Qué bárbaro! ¡Las amigas
de su tía le van a pedir la bendición!
En eso, escuché la puerta. ¡Mis primos y mi tía habían regresado!
Corrí a la recámara. Busqué con desesperación algún sombrero o
algún gorrito o, de perdida, alguna pañoleta, pero no hallé nada.
Entró mi tía.
-¿Cómo te sientes, mi niño? -me abrazó con cariño-. Estaba muy
preocupada por ti -me acarició la cabeza-. Te compre unos
boxeadores de los que te gus... ¡Anastasio! -gritó-. ¿Qué hiciste,
Anastasio? ¡No puede ser!
Me cogió de la mano y atravesamos el patio a toda carrera. -¡Esto no
es justo, Anastasio! ¿Por qué le hiciste esta maldad a Panchito? -su
voz temblaba.
Mi tío levantó la vista de unos papeles del escritorio, y dijo con
extrañeza:
-¿A qué te refieres, Chabelita? No sé de qué hablas.
-¡No te hagas el inocente! ¡Me refiero a lo que le hiciste en pelo! ¡Mira
nada más cómo lo dejaste! ¡Parece loco el inocente! -¿Loco? -sonrió
sarcástico-. ¡No sabes lo que dices! ¿L1amas loco a tu santo favorito?
-¿Santo? ¡No te entiendo, Anastasio! -dijo mi tía con impaciencia.
24
-Panchito tiene el honor de poseer el mismo corte de pelo que tu
adorado San Antonio, preciosa -le explicó-, además sólo cobré la
mitad de lo que cualquier peluquero le hubiera cobrado.
No recuerdo si el gorrito tejido que traje puesto durante todas esas
vacaciones me lo compró mi tía o me lo hizo ella misma, pero de lo
que sí me acuerdo bien es de cómo disfruté gastando mis dos
cincuenta.
25
Los Reyes Magos
TODOS mis primos habían regresado a su casa para pasar el seis de
enero con sus papás. Mi tía me dijo que mi mamá había hablado
diciendo que tenía algunos problemas y que no iba a estar en la casa;
que me quedara en San Miguel hasta nuevo aviso.
-¿Qué problemas tiene mi mamá? -le pregunté a mi tía sintiendo
tremenda angustia. Más que por los supuestos problemas, por saber
que no iba a venir por mí, y como yo no pasaría el seis de enero en mi
casa, probablemente los Reyes Magos no me dejarían nada; pero
más que por todo esto, por presentir que mi mamá no me extrañaba
como yo a ella.
-Son problemas de su trabajo, mi niño -me dijo.
Como seguramente notó en mi cara la angustia, agregó: -Pero no te
preocupes, mi amor, verás qué feliz vas a pasar aquí el día de Reyes y
cuántas cosas te van a traer.
Esas palabras me animaron y mi angustia cambió por la duda sobre
qué pedirle a los Reyes Magos.
El día cinco me levanté muy temprano y entré al comedor. -¿Usted
qué les va a pedir a los Reyes, tío? -le pregunté antes de saludarlo.
-¿A cuáles reyes? -siguió desayunando indiferente.
No podía creer que alguien pudiera permanecer ajeno a tan
importante acontecimiento.
-¿Cómo que a cuáles? ¡A los Reyes Magos!
-¡Ah, a ésos! -se quedó pensativo y después habló gravemente-: Pues,
les vaya pedir paz, amor, esperanza, y, sobre todo, ahorro. ¡Que toda
la gente aprenda a ahorrar!
26
Reflexioné en sus peticiones.
-Tío, ninguna de esas cosas las puede usted coger con la mano.
Con ninguna puede jugar ni divertirse...
-¡Ah!, habla usted de cosas cosas, Panchito, ya veo que usted es un
niño materialista al que sólo le interesan los objetos y no piensa en
sus semejantes...
Como yo no entendía bien el significado de materialista y del de
semejantes no estaba muy seguro, no di importancia a sus palabras. Yo les vaya pedir una bicicleta y unos patines -le dije con excitación.
-¿Dos cosas? ... Ay, Panchito, es usted muy ambicioso... Ese
calificativo me sonó a insulto.
-Bueno, mejor nada más mi bicicleta -rectifiqué.
-Para que se la dejen en su casa ¿verdad? -me dijo como si fuera algo
evidente.
Me pareció increíble. Mi tío Tacho no estaba enterado del poder de
los Reyes Magos.
-Ay, tío, ¿que no sabe que los Reyes Magos dejan los regalos a los
niños en donde estén el seis de enero, aunque no sea su casa? -Pues
no, no lo sabía.
Emocionado por poder ensañarle algo yo a él, me le paré enfrente. Pues sí, tío, fíjese: ellos nos ven desde el cielo, adivinan nuestros
pensamientos y...
-¡Está usted equivocado! -me interrumpió-. Ellos no adivinan
pensamientos, leen las cartas de los niños -recalcó.
Me llené de miedo. Yo todavía no sabía escribir bien.
-Tío -dije al borde del llanto-, en mi casa siempre me dejan lo que pido
sin tener que hacer ninguna carta...
27
-¡En su casa, niño, en su casa! -me dijo con impaciencia-. Allá
seguramente ya lo tienen identificado como el niño que no deja carta
¿Pero aquí...?
El resto del día me dediqué a ensayar la carta para los Reyes.
Pensé en pedir sólo los patines porque era más fácil de escribir, pero
no, me interesaba más la bicicleta.
El seis, desperté en la madrugada, fui a la sala, busqué en el árbol y
detrás del nacimiento. No había nada. Miré debajo de los sillones y
de todos los muebles. Nada. Seguramente los Reyes no habían
entendido mi letra. Busqué mi carta. No estaba.
Imaginé a los Reyes Magos leyendo, burlones, mis garabatos.
Me encendí de vergüenza. Cuando iba a empezar a llorar, noté que la
puerta del patio estaba entreabierta.
Me asomé.
¡No lo podía creer! ¡Tres enormes montículos de estiércol,
fresquecito, estaban junto a la fuente y al lado de éstos mi bicicleta!
¡Y no paró ahí, también estaban los patines!
Pegué carrera a la recámara de mis tíos.
-¡Tíos, tíos! -los moví con fuerza- ¡Despierten! ¡Vengan a ver lo que me
dejaron los Reyes y lo que hicieron el elefante, el caballo y el camello!
-¿Lo que hicieron? -saltó mi tía de la cama y salió al patio por delante
de nosotros.
La cara de disgusto que mi tía había puesto al ver el testimonio de
que los Reyes Magos habían estado allí con todo y animales, cambió
cuando miró la mía de pura felicidad.
-¡Mira, tía! -le enseñé, feliz, mi bicicleta.
-¡Ay qué preciosa! -me dijo riendo.
28
-¡Sí, tía! ¡Y también me dejaron mis patines! -me estremecía de
emoción.
-¿Sus patines? -intervino mi tío-. ¡Se equivoca, Panchito!
¡Los patines los pedí yo!
-Aaaaaay -salió a flote mi desilusión. Intentó ponérselos.
-Se me olvidó decirles en la carta de qué número calzo -me dijo-, a
ver, pruébeselos usted. ¡Eran de mi medida!
-Se los presto, pero me los cuida -me advirtió.
-¡Sí, tío! -le prometí feliz.
29
Mi papá
APRENDER a controlar la bicicleta me dio menos trabajo que
guardar el equilibrio en los patines, así que jugaba con ellos como si
fueran carritos.
El patín agarró vuelo, entró por la puerta de la sala y se estrelló en la
mesita repleta de adornos y recuerdos, que mi tía llamaba mesita de
curiosidades.
Rápidamente, antes de que mis tíos se dieran cuenta, me puse a
levantar lo que se había caído. Una fotografía en un portarretratos
plateado llamó mi atención: mi papá, mi mamá y yo. Mi papá me
tenía en brazos. Miré su cara morena, sus ojos negros y su pelo
chino. Yo era idéntico a mi papá.
Casi no lo recordaba. De hecho, el único recuerdo que tenía de él era
el de aquella noche, en aquel salón lleno de flores, cuando mi mamá
me cargó y me asomó a aquella caja plateada:
-Despídete de tu papá, Panchito.
Su voz sollozante vuelve una y otra vez a mi mente, al igual que la
cara de mi papá, tan seria y tan pálida.
¿Por qué se había muerto si no era viejito? ¿Por qué los jóvenes
también se podían morir?
-Papito.... papito... -gemí en voz baja.
Mis lágrimas empezaron a caer en el vidrio que cubría la foto. Una
mano acarició mi cabeza. Contuve el llanto y, avergonzado, me
sequé los ojos.
-Cuando tenga ganas de llorar, hágalo -era la voz de mi tío Tacho-. Y
hágalo fuerte, sin pena. Es la única forma de que la tristeza se licue y
30
se nos salga del cuerpo. Porque la tristeza es dura, Panchito, muy
dura...
La tristeza fue saliendo con el llanto. Al sentir que un pedazo se
atoraba, lloré aún más fuerte y aquella se desprendió.
-Tío, ¿por qué se mueren los papás? -le pregunté entre sollozos.
Se sentó en un sillón y me abrazó. Yo volví a preguntar: -¿Por qué hay
niños que tienen papá, como mis primos, y niños que no tienen,
como yo?
Me sentó en sus piernas. Secó mis ojos y sonó mi nariz con su
pañuelo.
-¿Por qué todos en mi salón tienen papá menos yo? -insistí. Con el
mismo pañuelo se secó los ojos y se sonó.
-Así es la vida, Panchito -me dijo-; algunos niños tienen papá, como
sus primos y sus compañeros, y otros, tienen un tío que los quiere
mucho, como si fuera su papá.
-¿Un tío? -le pregunté intrigado.
-Sí, un tío -afirmó.
-¿Cuál tío tengo que me quiera así? -pasaron por mi mente mi tío
Juan, mi tío Rómulo, mi tío Rubén...
-Lo está usted viendo en estos momentos -dijo con seriedad.
-¿Usted? -la sorpresa me hizo retroceder.
-Sí, yo -afirmó y me volvió a abrazar.
Un poco sofocado por la forma en que me apretaba, le dije: -A veces
no se nota muy bien cuando lo quieren a uno, ¿verdad, tío?
-A veces no, Panchito -admitió-, pero usted nunca dude que yo lo
quiero como si fuera su padre.
31
Me abrazó aún más fuerte y mi tristeza desapareció.
32
Mi nueva casa: San Miguel
MIS tíos me inscribieron en una escuela en donde la directora era
amiga de mi tía Chabela, para que pudiera continuar el año escolar
que había empezado en el pueblo (era primero de primaria). Me
compraron uniformes, ropa y juguetes y cambiaron la decoración del
cuarto de visitas.
-¿Te gustan las colchas, Panchito? -me preguntó mi tía en cuanto
terminó de cubrir las dos camas individuales con una tela suave y
esponjosa, estampada con bicicletas rojas y amarillas. -¡Están
padrísimas! -le dije y me eché un clavado en una cama.
De pronto, un extraño sentimiento me invadió. Como cuando estás a
punto de destapar una caja y no sabes lo que contiene.
-¿Ya me vaya quedar a vivir aquí? -escuché mi voz extraña, como si
hubiera salido desde el fondo de mi cuerpo.
Mi tía se sentó junto a mí y me cogió la mano.
-¿No te gusta estar con nosotros, mi amor? -noté cierta angustia en
su voz.
Reflexioné un momento y luego le respondí: -Sí, sí me gusta... Pero
extraño a mi mamá.
Ella me miró muy raro. Su mirada encerraba ternura mezclada con
tristeza y lástima. Me jaló del brazo, me sentó en sus piernas y me
abrazó. Yo traté de adivinar en el fondo de sus ojos qué era lo que
pasaba. Pensé que algo me ocultaba. Un gran miedo me asaltó.
-¿Le pasó algo a mi mamá? -el recuerdo de aquel salón lleno de flores,
la caja plateada y la cara seria de mi papá pasó por mi mente a toda
velocidad. Sentí en el pecho una opresión que me asfixiaba.
33
-Claro que no, mi amor -me respondió de inmediato-. ¿Por qué
piensas eso?
-Pues como no vino por mí después de las vacaciones, como me
había prometido, y casi no me ha hablado...
-No pienses cosas, mi vida -me dijo acunándome en sus brazos-. Tu
mami está muy bien sólo que muy ocupada. Eso es todo...
Hacía dos meses que había llegado a San Miguel y sólo había recibido
tres llamadas de mi mamá. La primera, sólo me saludó de prisa y me
dijo que le pasara a mi tía. Con ella estuvo hablando un buen rato y
luego le pidió que le pasara a mi tío, con quien habló otro tanto. Las
dos siguientes se portó conmigo muy cariñosa, aunque platicamos
muy poco porque estaba ronca; tanto que parecía ser mi tío Tacho
quien estaba al otro lado del teléfono y no ella.
34
Anécdota de sobremesa
PARA las vacaciones de Semana Santa, todos mis primos vinieron a
San Miguel. Ayudé a mi tía a preparar recámaras y la acompañé al
mercado a comprar los ingredientes para las comidas favoritas de
cada uno.
La hora de la comida era toda una ceremonia. Debíamos estar
puntuales, limpios, peinados, con las uñas impecables, para pasar la
aduana, decía mi tío.
Nos sentábamos en el lugar que él nos indicaba. Sólo podíamos
hacer comentarios sobre temas agradables, hablando de uno por
uno, sin arrebatamos la palabra. Mi tío era buen dibujante. Cada día
escogía a uno de nosotros como modelo. El elegido tenía que
permanecer prácticamente inmóvil hasta que mi tío hubiera
terminado de estampar su imagen en el mantel. Todos los días mi tía
le decía que no lo hiciera ahí y le acercaba una hoja de papel; él le
daba las gracias, la hacía a un lado y seguía dibujando en la tela.
Si algún platillo no nos gustaba, no nos obligaba a terminarlo,
aunque sí a probarlo, y si él no quería comer algo, mi tía le decía que
se lo habían mandado de la hacienda del Blanquillo, donde él había
nacido, entonces, se lo comía con gusto y lo elogiaba con
exageración.
Siempre hacíamos sobremesa.
A veces, mi tío nos platicaba emocionantes anécdotas de la Médico
Militar, donde él había estudiado la carrera. Lo que ese día nos
contó, me dejó impresionado:
-Me habían arrestado por llegar tarde a clases. Un arresto era cosa
seria. Todo un fin de semana sin salir de la habitación. A puro
estudiar. Yo necesitaba asistir a una importante cita, y no era de
amor -agregó rápidamente mirando a mi tía-, era de negocios. No iba
a ser fácil salir, ya que la puerta del edificio donde estaban los
35
dormitorios se encontraba rigurosamente vigilada; el único recurso
que quedaba era la ventana, pero mi habitación estaba en el tercer
piso. ¿Cómo poder salir? Caminaba de un lado a otro del cuarto como
león enjaulado. En esas estaba, cuando recordé mis clases de yoga.
¡Claro! ¡Concentración y fuerza de voluntad es todo lo que
necesitaba! Decidí lanzarme.
Abrimos mucho los ojos. Satisfecho, continuó:
-Me puse mi uniforme recién planchado, me rasuré
meticulosamente, perfumé mi pañuelo y me coloqué el kepí. Era sólo
una cita de negocios -volvió a mirar a mi tía-, pero ya ven que en el
mundo de las finanzas como te ven te tratan. Conforme con mi
apariencia, me subí a la ventana, y salté.
Abrimos la boca y su satisfacción pareció aumentar.
-En el trayecto, me concentré en que mi peso era mínimo
-continuó-, me imaginé a mí mismo como una ligerita pompa de
jabón, como un papelito al aire, y, ¿qué creen?, la velocidad de la
caída disminuyó... me sentí flotar como si fuera una pluma y caí al
suelo con increíble suavidad. El kepí ni siquiera se movió de su lugar.
Atravesé el patio con elegante paso marcial, agradeciendo las
ventajas de la concentración.
Abrimos más la boca; bueno, los chicos, porque la Nena, Lola, y la
Peque, desde antes de que terminara el relato, se habían levantando
a ayudar a mi tía.
Toda la tarde, y parte de la noche, me quedé pensando en' lo que
nos había platicado. Me imaginé a mí mismo flotando como una
ligerita pompa de jabón, como un papelito al aire, y pensé que al fin
podría realizar el sueño de toda mi vida: ¡volar!
Apenas amaneció, me subí a la azotea. Después de haberme
concentrado en que era una pluma, salté. Caí ruidosamente sobre
una maceta. Me golpeé tan fuerte que creí haberme roto todos los
huesos. Mi tía salió al escuchar el ruido. Me miró con angustia y
corrió hacia mí.
36
-¡Mi niño! ¿Qué te pasó, mi amor?
Estaba verdaderamente asustada. Haciendo un esfuerzo, me cargó.
-No pude convertirme en pluma, tía -le dije pujando de dolor.
-¡Anastasio, ven en seguida! ¡Corre! -gritó con todas sus ganas.
Llegó mi tío diciéndole que bajara la voz, que iba a despertar a los
niños, y ella me depositó en sus brazos. Haciendo caso omiso a la
recomendación de no gritar, le dijo:
-¿Ya ves, Anastasio, lo que provocan tus aventuras inventadas?
-¿Mis aventuras? -se hizo el sorprendido.
-¡Este niño se aventó de la azotea!
Alcancé a notar la cara de preocupación de mi tío. En el consultorio
me revisó meticulosamente.
-No tiene nada, Chabelita -le dijo tranquilamente-. Los niños están
hechos para rebotar y para que su cabeza suene como calabaza
cuando se estrella en el piso.
-¡Ay, Anastasio! ¡Cómo te gusta decir impertinencias! Mi pobre niño
casi se mata por haber creído tus historias, y tú todavía...
Mi tío la interrumpió:
-Mira, Chabelita, aunque parezca cruel, este niño acaba de recibir una
importante lección. Ya no será tan crédulo. Te aseguro que de aquí
en adelante, analizará las cosas con mayor detenimiento antes de
actuar. No te preocupes, preciosa, no le pasó nada. Lo voy a llevar a
su recámara.
Me tomó en brazos y en el camino me dijo:
-¿Sabe qué, Panchito? Yo creo que no se concentró bien.
37
Me quedé con la duda, pero, afortunadamente, las veces que intenté
salir de ella, mi tía Chabela me lo impidió.
38
La película
LA invitación de mi tío nos cayó de sorpresa.
-Se alistan a buena hora, niños, no quiero que lleguemos tarde a la
función -nos dijo.
-Sí, tío -le dijimos con recelo.
Cuando mi tía Chabela le preguntó si nos iba a llevar a todos, él le
respondió con toda naturalidad que claro que sí, y que si quería
también nos llevábamos al Rorro. El perico oyó eso y voló a los
brazos de mi tía.
-¿Al Rorro? ¡Cómo crees! -respondió ella, abrazándolo protectora.
Mi tío mostró alivio y el perico más.
La Peque le advirtió que no íbamos a caber todos en el coche. -No
importa, haremos dos viajes -admitió, conforme.
-Pero nos vamos primero las grandes ¿no le parece, tío?
-insistió la Peque recordando el incidente de las vacaciones pasadas
en la estación del tren.
-Se hará como ustedes quieran -la sumisión de mi tío era tanta que
nos confundió.
Martha le preguntó que si teníamos que llevar nuestros ahorros. -No,
niña, no tienen que llevarlos.
-Para los dulces sí, ¿verdad? -le preguntó Caty.
La vio con enojo.
-No tienen que llevar nada, niña, yo invito.
39
-¿Tú? -preguntó incrédula mi tía.
-Sí, Chabelita, yo. ¿Qué tiene de particular?
-¿Te sientes bien? -le tocó la frente.
-Me siento perfectamente -sonriendo, lleno de bondad, le hizo un
cariño-. Bueno, niños, regreso por ustedes en una hora nos dijo, y
salió, dejándonos muy sorprendidos.
-Tía, ¿no crees que sea una broma? -dijo la Peque.
-Pues, mira, Peque, yo estoy tan asombrada como ustedes.
Llévate este billetito bien guardado, por si las dudas.
Exactamente a la hora, ni un minuto más ni uno menos, mi tío llegó
por nosotros.
En la entrada del cine había unos carteles con las fotos de unos niños
muy contentos nadando en una laguna, el título era: El paraíso
encontrado.
-Lino va a entrar con nosotros -nos dijo mi tío.
Lo miramos con desconfianza. Lino el primero. ¿Sería capaz mi tío de
pagar tantos boletos?
Los pagó.
Nuestro asombro fue aún mayor en la dulcería, cuando mi tío nos
dijo de excelente buen humor:
-Pidan lo que quieran, chiquitines, y usted, Lino, también.
-No, dotor, gracias, yo no quiero nada -respondió Lino, receloso.
-¿Cómo que no? ¡Ande! ¡Pida algo! -insistió mi tío empezándose a
mostrar impaciente.
40
Lino y nosotros pedimos cualquier cosita.
-¡No, no, no!, pidan bien -dijo con franca impaciencia-. A ver, señorita
-su voz se dulcificó-, tráiganos palomitas, refrescos, y unas bolsas de
esos chocolatitos, para todos.
¡Hubiéramos besado a nuestro tío!
Felices de la vida, golosinas en mano, nos dispusimos a disfrutar de la
función.
Se apagó la luz. Una música muy rara se escuchó. Apareció una
espantosa cara, mitad animal y mitad gente, que llenó la pantalla. De
su hocico, babeante y colmilludo, salió un espeluznante alarido. Caty,
Agustín, y yo, nos caímos de la butaca. Lucha y Lupita se abrazaron y
empezaron a gritar como sirenas. La Nena y Lola pegaron un salto y
cayeron en las piernas de Lino. Las palomitas de la Peque quedaron
regadas por el piso. Mi tío dio un grito peor que el del espanto de la
pantalla, se cogió de la cabeza del señor que tenía enfrente y se
quedó con algo en la mano. Cuando se repuso, levantó el artefacto
para verlo contra la luz de la pantalla; luego, sacó su peinecito de
carey, le dio una peinadita, y lo volvió a acomodar en la liza cabeza
del pobre hombre que se había quedado petrificado del susto.
Nunca supimos cómo fue que mi tío se enteró de que en el cine iban
a estrenar la película Asustemos a Jeroboán hasta morir cuando no les
había dado tiempo de cambiar los carteles.
A la mitad de la horrible película, todos nos queríamos salir. -¡No sean
cobardes! -nos regañó y nos obligó a verla completa. Platicamos a mi
tía lo que había sucedido. No podía creerlo. Al día siguiente, llevó a la
iglesia a bendecir un garrafón de agua y cuando mi tío pedía un vaso,
de esa le daba.
41
Mi primer trabajo
YO estaba en el patio de atrás jugando con el Rorro.
-Peque, usted no puede abandonar los estudios -era la voz de mi tío.
-¿Cómo sabe que los voy a dejar, tío? -en la voz de la Peque se notó la
sorpresa.
-Escuché accidentalmente, desde luego -aclaró de inmediato-, lo que
estaba platicando hace un momento con su tía. Por eso le pedí un
cafecito, para hablar con usted.
-En mi casa hay problemas económicos -empezó a explicar mi prima-.
Mi papá no está enterado sobre mis intenciones de dejar la escuela le advirtió-, usted sabe que él no estaría de acuerdo con que yo
dejara de estudiar, así que por favor no le vaya usted a decir nada...
yo voy a buscar trabajo y...
-Le propongo algo, Peque -la interrumpió-, si usted está de acuerdo,
yo la voy a emplear.
-¿Usted? -dijo sorprendida-. ¿Y cuál sería mi trabajo?
-Su trabajo sería terminar sus estudios. Yo le asignaría un sueldo
mensual, que variaría según sus calificaciones. No podría reprobar
ninguna asignatura pues quedaría despedida de inmediato. ¿Acepta?
-¡Claro que sí, tío! -aceptó la Peque de inmediato-. ¿Puedo ir a
contárselo a mi tía?
-Sí, Peque, vaya. Le aseguro que ella se quedó muy preocupada. Mi
tío estaba tomando su café muy tranquilo cuando yo entré en la
cocina y me senté a su lado.
-Tío -le dije-, ¿no tendrá un trabajo para mí como el que le va a dar a la
Peque?
42
-Bueno, bueno, Panchito -me miró con dureza-, ya veo que usted
escucha conversaciones ajenas... pero no importa agregó-, a veces
yo también lo hago, desde luego sin querer -aclaró rápidamente.
Quedó pensativo unos momentos, luego me dijo:
-Pues mire, ahora que lo menciona, creo tener el trabajo ideal para
usted.
-¿De veras tío? -le pregunté incrédulo de lo que estaba escuchando.
-De veras, sobrino -afirmó con seriedad-. Mire, usted tendrá que
estudiar mucho, sacar las mejores calificaciones de su clase para que
yo lo pueda emplear, sólo que su puesto será de meritorio. Meritorio... meritorio... -quise reconocer la palabra-. ¿No es como los
muchachos que están de ayudantes en el despacho de mi padrino
Pedro?
-¡Exactamente! -aprobó satisfecho.
-¿Y mi sueldo?
-Mjjj-mjjj -se aclaró la garganta-, bueno, su sueldo será más bien
simbólico, como el de todo buen meritorio. ¿Cómo le explicaré?..
Será casi nulo... más bien nulo, pero usted será mi colaborador más
cercano -agregó inmediatamente-, el de más confianza, el más
estimado... ¿Acepta el empleo?
-¡Claro que sí, tío! -respondí feliz-. ¡Gracias! ¡Muchas gracias!
Todo el día anduve con la sonrisa en la boca. ¡Mi primer trabajo! ¡Qué
emoción! La sonrisa desapareció cuando le pregunté a mi tía el
significado de las palabras simbólico y nulo.
43
El valor de la intención
MIS
primos habían regresado a su casa y yo, curiosamente, ya no
había sentido ninguna angustia al ir a despedirlos a la estación. La
compañía de mis tíos era muy divertida. ¡Los quería tanto...! Eran los
tíos abuelos más jóvenes del mundo. Parecían novios. Una de mis
diversiones favoritas era oír sus conversaciones:
-Anastasio, quiero hablar contigo seriamente -le dijo mi tía.
-Sí, Chabelita, estoy a tus órdenes -le respondió él, cuadrándose
como soldado-. Nada más que no sea demasiado serio el asunto agregó suavemente, haciéndole un cariño-, sabes bien que me
conquistaste por tu sonrisa.
Mi tía retrocedió y fingió una sonrisa.
-Pues sonriendo te diré que estoy enterada de que ayer no fuiste a
Celaya como me habías dicho.
-No, siempre no fui -contestó él con naturalidad.
-¿Entonces por qué no me lo dijiste cuando llegaste? -le reclamó--.
Toda la tarde pensé que te encontrabas en Celaya, y luego, por pura
casualidad, me entero de que estuviste jugando dominó en casa de
los Barrera.
-Bueno, amorcito, eso es cierto -dijo mi tío con una voz
exageradamente dulce-, pero toda mi intención era haber ido a
Celaya, así que no te mentí -luego su voz se volvió acusadora-;
además, tú no me preguntaste en dónde había estado.
-Pues no -admitió mi tía-, porque antes de irte me dijiste que irías a
Celaya y yo lo di por hecho.
Mi tío se quedó pensativo un momento, y luego dijo:
44
-Pues te diré que un cincuenta por ciento estuve ayer en Celaya.
-¿Qué dices, Anastasio? -mi tía lo miró sorprendida
¿Cómo que un cincuenta por ciento?
-Sí, Chabelita -le explicó-: cuando uno tiene la intención de hacer
algo, ya sólo por ese simple hecho, se tiene el cincuenta por ciento
realizado, así es que ayer estuve un cincuenta por ciento en casa de
los Barrera y el otro cincuenta en Celaya.
-¡Muy bien! -mi tía dio por terminada la conversación-.
Ya va a ser hora de merendar. Voy a prepararte un mole de olla.
Mi tía se fue a la cocina y él hacia su despacho, saboreándose: ¡Molito de olla! ¡Mhhhh!
Cuando mi tía nos llamó a merendar, mi tío llegó corriendo al
comedor. Yo me senté a su lado.
Miró con extrañeza el platón de frijoles. Mi tía le sirvió dos
cucharadas:
-Estos frijolitos son un cincuenta por ciento mole de olla.
¡Buen provecho, mi amor!
-¡Qué buena lección le diste, tía! -se me salió decir.
Mi tío me miró furioso y, acercando su cara a la mía, hasta quedar
nariz con nariz, me preguntó:
-¿A qué lección se refiere, Panchito?
Yo temblé. Había metido la pata hasta el fondo. ¿Cómo salir de ésta?
Dije las primeras palabras que se me vinieron a la mente: -Le decía yo
a mi tía de una lección de rezos que le dio al
Rorro...
45
-Al Rorro... Al Rorro... -repetía él, furioso.
Mi tía se sentó a mi lado y me abrazó. Como por arte de magia, la
tensión desapareció y los tres empezamos a comer los ricos frijolitos.
46
Afición literaria
MI tía Chabela a nadie le enseñaba sus poemas, pero yo sabía de
ellos, sin sospechar que eran suyos porque, a veces, cuando creía
que nadie la estaba escuchando, los leía en voz alta. Además, como
el Rorro andaba todo el día detrás de ella, se había aprendido
algunos fragmentos, y los repetía una y otra vez de corrido, casi sin
tomar aire.
Una tarde en que mi tía arreglaba la cocina, fui a hacerle
conversación:
-Tía, ¿ya oíste al Rorro diciendo versos?
-¿Cuáles versos?
-Mira, ven -la llevé de la mano a la ventana que da al patio-, ¿lo oyes?
Se quedó escuchando por un momento y luego salió de prisa. ¡Rorro! -le gritó-, ¡no se te ocurra decir esos versos delante de
Anastasio! ¿Entendiste?
El Rorro, asustado, guardó silencio unos instantes y luego continuó
desde donde lo había interrumpido.
-¿Por qué no quieres que mi tío los oiga? -le pregunté intrigado.
-Porque... -se quedó pensativa-, porque son míos y no quiero que tu
tío los escuche.
-¿Son tuyos? -dije maravillado.
-Sí, Panchito, son míos.
-¿y por qué no quieres que mi tío los oiga?
-Porque no. Ya sabes cómo es tu tío.
47
No tuvo que decir más. La entendí perfectamente. -Tienes razón, tía.
Yo tampoco diré nada.
Un tiempo después, estaba en el pasillo, afuera de la recámara de
mis tíos y, sin querer, escuché:
-¿De quién es este cuaderno, Chabelita?
-Mío.
-¿Qué es lo que escribes aquí?
-Nada. Dámelo, por favor.
-¿Desde cuándo escribes versos?
-No los leas, por favor. ¡Dame acá!
-¿Por qué no me habías dicho que escribes, Chabelita?
-No lo creí necesario, Anastasio. Además, sólo escribo por afición.
Dame mi cuaderno. Sé que no escribo bien, pero me gusta. -No digas
eso; en general está bien. Claro que podrías mejorar, pero eso sólo
podrá ser a base de disciplina.
-No pretendo publicar, sólo lo hago por gusto.
-Pues, aunque así sea, debes tratar de mejorar tu técnica, y eso sólo
lo lograrás si eres constante. De ahora en adelante escribirás
diariamente y practicarás también la prosa. No importa que sean
simplezas -escuché cómo hojeaba el cuaderno-, que no tenga
contenido -volví a escuchar el sonido del pasar de páginas-, que no
sea interesante ni original...
-¡Dámelo! -gritó ella, y agregó con voz tranquila-: Tienes razón,
Anastasio, voy a tratar de ser disciplinada y constante y de practicar
la pro.sa; pero, para no perder la costumbre de seguir escribiendo
simplezas poco originales y sin contenido, de ahora en adelante voy
a dedicarme a escribir tu biografía.
48
Mi tío salió de la recámara y cerró la puerta cuidadosamente, sin
hacer ruido. Yo me senté en el piso y, recargado en la pared, me hice
el dormido. Aún con los ojos cerrados sentí sobre mis párpados su
mirada fulminante.
49
Su hijo
EL Rorro se metió corriendo a la recámara de mis tíos, y yo tras él.
Voló por la ventana, yo me senté en la cama. Vi una llave sobre el
buró de mi tío, la probé y abrí el cajón. Había muchos papeles, cartas,
y una fotografía de mis tíos con un niño chiquito. Mi tío estaba
riendo. Se veía muy bien. Casi nunca reía.
Cogí la foto. ¿Quién sería el niño? No era ninguno de nosotros.
Era güero de ojos claros, como mi tía.
La puerta se abrió de golpe y apareció una figura enorme y ceñuda.
-¿Qué está haciendo aquí? -vociferó.
-¡Ay, tío, me asustó! -de mi mano se zafó la fotografía.
Visiblemente enojado, llegó adonde yo estaba, recogió la foto y miró
el cajón abierto.
-¿Quién le dio permiso de entrar a mi recámara y, peor tantito, de
abrir mi buró?
-Es que el Rorro... -le iba a explicar lo ocurrido.
-¡Qué Rorro ni que ocho cuartos! -me interrumpió furioso- ¡Nada más
me faltaba que le eche la culpa al pesado del perico! Ya me imagino:
mi niñooo, ve a la recámara de tu tío y ponte a esculcaaar. .. -imitaba
muy bien la penetrante voz del Rorro-. Y usted muy obediente,
¿verdad? ¡A manazas le vaya quitar lo tentón!
-¡Perdóneme, tío! -retrocedí asustado-. Es que andaba yo jugando
con el Rorro, él se metió para acá, luego se salió volando, yo vi la
llave y...
50
Mi tío no me escuchaba. Estaba como embelesado, mirando la
fotografía.
-Tío -le dije despacio-, ¿qué le pasa? Parecía como si yo no estuviera
allí.
-¿Quién es ese niño? -le pregunté acercándome con cierta
precaución.
Se sentó en la cama. Parecía muy cansado. Comenzó a llorar en
silencio.
Me senté a su lado y lo abracé.
-¿Por qué le da tristeza ver esa foto, tío?
-Por lo mismo que a usted cuando ve la foto de su papá.
-¿Por lo mismo? -reflexioné-. ¿Se murió?
-Sí, Panchito, se murió. Era mi hijo.
-¿Usted tenía un hijo, tío?
-Sí, Panchito.
-¿Y se murió chiquito?
-Sí...
La tristeza me envolvió de pies a cabeza. Algo en mis adentro s se
rebeló.
-Ay, tío -le dije hirviendo de coraje-, francamente yo no entiendo eso
de la muerte. ¿Por qué se mueren los que no se deben de morir y los
que deberían no se mueren? Ya ve al padre Simeón, tan viejito que
está, tan regañón que es y...
-No diga eso, Panchito -me interrumpió-; la muerte no se le desea a
nadie. Pero, tiene razón -coincidió conmigo-, la muerte a veces es
muy injusta... ¡Este niño era lo que yo más quería!
51
El llanto lo sacudió. Nunca había visto llorar así a un grande. Me puse
a contemplar la foto y a llorar junto con él.
-Qué bonito era su hijito, tío -le dije entre sollozos.
-Sí, Panchito, era muy bonito - contestó sorbiendo con la nariz.
Sacó su pañuelo, se sonó y luego me sonó a mí. Recargué mi cabeza
en sus piernas y le dije:
-Algunos tíos no tienen hijos, pero tienen un sobrino que los quiere
mucho, como si fuera su hijo.
Me abrazó y lloramos juntos.
Mi tía entró a la recámara y le extrañó vemos así. Iba a decirnos algo
pero miró la foto que mi tío tenía en la mano y pareció comprenderlo
todo. Se acercó y nos abrazamos a su falda, ella acarició nuestro
pelo.
-No lloren -nos dijo-, Albertito está en el cielo y desde allá nos mira; a
él no le gustaría vemos llorar. -¿Se llamaba Albertito? -le pregunté.
-Sí... así se llamaba -me respondió pensativa.
-¡Qué bonito nombre! -y sin poderme contener agregué-:
Menos mal que no le pusieron Anastasio...
-Mire niño -saltó mi tío-, mi nombre es un elegante nombre griego y
además muy original, no como el de usted; Panchos encuentra uno
hasta debajo de las piedras.
-¿No le gusta mi nombre? -le pregunté extrañado.
-Me gusta tanto como a usted el mío.
Me sentí un poco triste al saber lo feo que le parecía mi nombre. -Me
hubiera gustado llamarme Albertito -le dije.
52
-¿Ah, sí? ¿Y para qué? -me preguntó.
-Para que usted pensara que tengo un nombre bonito.
Mi tía intervino:
-Tu nombre es muy bonito, Panchito, tu tío sólo estaba bromeando,
¿verdad, Anastasio?
-Así es -dijo mi ti.-, estaba bromeando como estoy seguro de que él
también lo hacía; Francisco y Anastasio son igualitos de hermosos.
-¿Igualitos? -le pregunté.
-Sí, niño. Igualitos -afirmó.
La idea de cambiarme el nombre me persiguió durante algún tiempo;
luego se me olvidó. Después de todo, uno está muy acostumbrado a
su nombre.
53
Técnica para el insomnio
MI tío Tacho compraba los
cigarrillos por paquete y a veces, sin
darse cuenta, encendía dos o tres al mismo tiempo. Siempre
criticaba a las personas que caían en excesos y se disgustaba consigo
mismo por cometer éste. Además, estaba seguro de que el abuso del
cigarro era la causa de su insomnio.
Se puso a investigar métodos para dejar de fumar. Leía artículos
sobre el tema, escuchaba consejos y trataba de seguidos, pero era
inútil, fumaba muchísimo y cada vez dormía menos.
Un amigo suyo le platicó sobre un hipnólogo que lo podía ayudar a
dejar el cigarro y tenía un método buenísimo para el insomnio. Acompáñeme, Panchito, vamos a vedo -me dijo una tarde. Llegamos
al consultorio. La recepcionista nos hizo pasar de inmediato.
-Bienvenido, doctor -dijo el hipólogo-. Póngase cómodo
-le señaló un diván-. Tú, niño, siéntate allá para que no lo distraigas había una silla al fondo de la habitación.
Mi tío se quitó la bata, se aflojó la corbata y se recostó.
El hipnólogo se dirigió hacia una parte del cuarto que estaba
separada con un biombo. Hablaba sobre la técnica para el insomnio,
asegurándole que era bastante sencilla, pero mi tío no lo escuchaba:
se había quedado profundamente dormido.
El hombre salió del apartado llevando un libro en la mano y se
sorprendió al verlo así.
-Debe estar muy cansado -me dijo quedito-, dejémoslo dormir unos
minutos.
Yo asentí con la cabeza.
54
Después de un rato, comenzó a hablarle en voz baja tratando de
despertarlo, pero mi tío se volteó de ladito y empezó a roncar.
Al principio, los ronquidos eran leves, pero a medida que pasaba el
tiempo iban subiendo de intensidad, hasta volverse insoportables.
Lo movió con brusquedad, pero fue inútil, sólo cambió de posición y
siguió roncando a pierna suelta.
La recepcionista se asomó, junto con varios clientes, tratando de
averiguar qué era lo que pasaba. El hipnólogo, muy molesto, les
ordenó retirarse y cerrar la puerta.
Hizo un segundo intento por despertarlo. No hubo modo. Después
otro; tampoco. Luego otro, otro y otro, hasta que se dio por vencido.
Pasó como hora y media.
De repente, mi tío se incorporó de un salto, asustando al hipnólogo,
y dijo:
-Creo que me dormí.
-Sí, doctor, creo que sí -le respondió disgustado-. Pero no se
preocupe -suavizó la voz-, se nota que estaba usted muy cansado; de
todos modos dormir le hizo mucho bien, aunque no pudimos realizar
la sesión.
Mi tío miró el reloj.
-¡Qué barbaridad, es tardísimo! ¡Vámonos, Panchito! Quedó de
regresar al día siguiente.
Llegamos puntuales.
-Puedes sentarte, niño -me dijo el hipnólogo. Me fui a mi lugar.
El hipnólogo lo hizo recostar pero esta vez no se retiró, pues ya
tenía en la mano el libro que iba a leerle. Mas, en lo que buscaba el
párrafo de la técnica para el insomnio, mi tío se quedó dormido,
roncando sin consideración.
55
El hipnólogo me miró con disgusto, como si yo tuviera la culpa. Yo
clavé la mirada en el piso y no la levanté hasta que mi tío despertó:
-¡Qué barbaridad! ¡Me dormí otra vez!
-Así es, doctor... -dijo el hipnólogo con fastidio.
Mi tío saltó del diván.
-Nos vemos mañana -dijo, se puso la bata y miró el reloj-. ¡Es
tardísimo! ¡Vámonos, Panchito!
Volvimos al día siguiente. Mi tío saludó a la recepcionista y a los
pacientes que nos veían entre divertidos y burlones. Pasamos al
consultorio.
El hipnólogo le señaló el diván. Yo iba rumbo a la silla pero me dijo
que me sentara junto a mi tío y que no lo dejara dormir.
Mi tío acomodó la cabeza en mis piernas y antes de que el hipnólogo
empezara a leer el párrafo de la técnica para el insomnio, que ya
tenía señalado, cayó en profundo sueño y empezó a roncar molesta
y ruidosamente.
Yo me quedé muy quieto. Cerré los ojos y me tapé los oídos. Aún así,
pude percibir la mirada del hipnólogo, llena de coraje, fija en
nosotros. Sentí las piernas dormidas. Me moví y mi tío despertó.
Apenas abrió los ojos, el hipnólogo arrancó una hoja del libro y se la
dio:
-Doctor, ya no es necesario que regrese. Aquí está el párrafo que le
iba yo a leer. Aunque, pensándolo bien, ya no es necesario que lo lea
-le quitó la hoja-, usted maneja perfectamente la técnica para el
insomnio. Por lo demás, trate de no fumar. Adiós, doctor.
Ni siquiera le dio tiempo de volverse a poner la bata. Lo tomó del
brazo, a mí de los hombros, nos llevó hasta la salida dándonos un
ligero empujón y cerró la puerta con llave.
Nos subimos al coche. Mi tío se acomodó en el asiento. Parecía muy
satisfecho.
56
-¿Cómo le fue, dotor? -Lino le preguntó.
-¡Perfectamente! -le dijo mi tío con optimismo-. ¡No cabe duda que la
hipnosis es algo maravilloso! ¿Verdad, Panchito? -Ajá...
Desde ese día no volvió a fumar y despertaba muy contento diciendo
que había dormido de maravilla. Nunca entendí su reacción.
57
Don Pascual
MI tío me había pedido que lo acompañara a visitar a don Pascual, el
delegado de un pueblo donde iban a empezar a hacer una obra de
electrificación.
Mi tío no había tenido tiempo de desayunar.
-Seguramente don Pascual nos invitará a almorzar -me dijo.
-Yo ya desayuné, tío.
-Pues quién como usted, Panchito. ¿Viera qué hambre traigo?
-Puede almorzar en casa de don Pascual -le sugerí.
-¡Qué más quisiera yo! Ya ve que él siempre tiene unos antojos
deliciosos, pero, por desgracia, tengo el tiempo encima y no podré
hacerlo. Ni modo, Panchito, mi destino era ayunar este día.
Nos subimos al coche.
-¿Ya desayunó, Lino? -le dijo a manera de saludo.
-Sí, dotar -respondió Lino sobándose el estómago.
-¡Pues qué envidia, Lino, qué envidia! -se acomodó en el asiento y
cruzó los brazos para acallar su estómago.
Llegamos a casa de don Pascual. Nos estaba esperando en la puerta.
-¡Señor presidente! ¡Qué gusto verlo!- -corrió a recibirlo hasta el
coche.
Entramos a la casa.
58
-¡Siéntense, por favor! -nos dijo con mucha amabilidad. Mi tío
comenzó la plática:
-Pues aquí andamos, don Pascual, tratando de olvidar el hambre...
Don Pascual se levantó de un salto.
-¿Hambre? ¿Tiene hambre, señor presidente? ¡Permítame traerle
algo! -se encaminó a la cocina.
-No, don Pascual, no se moleste; de veras, no tengo tiempo de
comer nada. La visita de hoy será de doctor.
El hombre se paró en seco en la puerta de la cocina. -¿De doctor?
Entonces, espéreme tantito.
Se metió a otro cuarto.
Después de unos momentos, gritó: -,-¡Ya estoy listo, doctor! ¡Pase
usted!
Entramos al cuarto que resultó ser una recámara. Don Pascual
estaba acostado en la cama, tapado hasta la barbilla.
-¿Se puede saber qué hace usted? -preguntó mi tío.
-Es para que me revise, doctor. Usted me acaba de decir que hoy no
viene de presidente municipal, sino de doctor.
-¡Muy bien! -dijo mi tío-. ¡Tráiganme el maletín del coche! Lino y yo
fuimos y regresamos rápidamente, maletín en mano. Sacó sus
instrumentos médicos y revisó a don Pascual de cabo a rabo. Cuando
terminó nos dijo a Lino y a mí:
-Traigan de la cocina un batido de jugo de naranja con dos yemas de
huevo -volteó a ver al paciente- ¿Tiene jerez, don Pascual? -¡Sí,
doctor! -respondió en seguida, y luego volteó a vemosEstá en las puertitas de abajo del fregadero. -Le ponen una copita concluyó mi tío. Salimos de inmediato para la cocina.
59
Regresamos con el batido y se lo dimos a don Pascual. Mi tío se lo
arrebató, revisó el contenido contra la luz, y quedó pensativo.
Estábamos muy intrigados. ¿Cuál sería el padecimiento de don
Pascual?
El enfermo tenía cara de angustia.
De pronto, mi tío se llevó el vaso a la boca y se bebió el batido con
voracidad; satisfecho, exclamó:
-¡Está usted completamente sano, don Pascual!
-¡Gracias!, muchas gracias, doctorcito -dijo con alivio el hombre.
Mi tío se dirigió a la puerta. Don Pascual se levantó de un salto.
Estaba en calzoncillos. Se enredó con una cobija y caminó de prisa
tras él.
Antes de subir al coche, mi tío le dijo:
-Mañana va usted a mi casa para que hablemos de la electrificación,
¡ah!, y me lleva los cincuenta pesos de la consulta.
60
Visita importante
EL gobernador del estado iba a venir a San Miguel. Mi tío Tacho,
como presidente municipal, recibiría una felicitación del alto
funcionario por su buena administración, y el municipio, una
aportación económica para la terminación de las obras de
electrificación y drenaje.
Mi tío estaba muy nervioso, quería que todo saliera a la perfección.
Supervisó meticulosamente hasta el último detalle.
Después de la ceremonia oficial, se haría un recorrido por el
municipio y al final una comida en la casa. Mis primos, los chicos,
estaban con nosotros de visita. Todos ayudábamos en lo que
podíamos.
Mi tío estaba en su consultorio haciendo el discurso que iba a leer.
-Panchito, cuídeme la puerta. Que nadie me moleste para que pueda
inspirarme.
-Sí, tío -le respondí y me puse a hacer guardia.
Después de casi dos horas se abrió la puerta del consultorio y salió
mi tío fingiendo quitarse el sudor de la frente con la mano.
-¡Uf!, ¡ya estuvo!
-¿Cómo le salió? -le pregunté.
-¡Genial, Panchito, genial! Ahora, véngase para acá; necesito que me
cuide la puerta de la sala porque voy a hacer unas llamadas. Que no
me interrumpan.
Tenía ya un buen rato en la puerta de la sala, cuando oí el timbre de
la puerta. Agustín vino a decirme que buscaban a mi tío. -No
podemos molestado, está hablando por teléfono -le dije.
61
-Es que le traen un pedido del laboratorio -insistió.
-Pues diles que te lo den -le sugerí y se dirigió a la puerta. Regresó
con una caja y una nota en la mano.
-Que tiene que firmar de recibido -me dijo.
-Si lo interrumpimos nos va a regañar. Firma tú -le propuse.
-¡Cómo crees! -dijo asustado-, tiene que ser la firma de mi tío.
-Haz cualquier garabato, ¿no has visto su firma? -le recordé.
-Sí, ¿verdad? -estuvo de acuerdo. Estampó una rúbrica bastante
rebuscada y se alejó.
Me dijo que revisaron la firma y no le dijeron nada. Antes de llevar la
caja de medicinas al consultorio me dio un papel. -Se lo entregas a mi
tío. Voy a ayudar a mi tía.
En cuanto salió de la sala le entregué el papel.
-Es del laboratorio -le informé.
Me lo regresó y me pidió que lo guardara en un fólder que estaba en
el consultorio.
Sobre el escritorio había varios fólders. ¿Cuál sería el indicado para
guardar el papel? Lo dejé a la suerte. Cerré los ojos y lo puse en el
primero que tocó mi mano.
En el salón del palacio municipal nos acomodamos en nuestros
respectivos lugares y dio principio la ceremonia.
Mi tío fue al palco de oratoria y comenzó la lectura de su discurso:
-Señor gobernador: damos a usted la más cordial bienvenida... bla
bla bla bla... Nos sentimos honrados por su presencia y... bla bla bla
bla bla... Hemos trabajado con ahínco para... bla bla bla bla... un
futuro más prometedor... bla bla bla bla...
62
Dio vuelta a la hoja:
-Ativán, Valium, Mogadón, Paciflorina...
Lo miramos sorprendidos. Él se aclaró la garganta y siguió: -¿Para qué
nos sirven estos medicamentos? Para dormir, para tranquilizamos,
pero no es el camino correcto; con ellos sólo conseguiremos una paz
interior momentánea, pasajera, artificial... ¡No, distinguidos
compañeros! Lo único que nos puede llevar a la tranquilidad
verdadera es el actuar con justicia y honestidad en todo momento...
bla bla bla bla...
Volvió la hoja, me echó una mirada fulminante, y siguió leyendo el
discurso.
Al terminar la ceremonia, fuimos al recorrido y luego a la casa a
comer. En cuanto entramos, mi tío me llamó aparte: -¡Qué bueno es
usted para guardar papeles!
Pensé que si no inventaba algo rápido, me iba a ir muy mal. -Lo hice a
propósito, tío.
-¿Cómo dice? -se sorprendió.
-Quería ver cómo salía usted del paso... ¡Qué bárbaro, tío!
¡Lo felicito! ¡De veras lo felicito!
Puso cara de presunción y habló con voz petulante:
-Claro, niño... ¿Qué esperaba? ¡Écheme sus toritos cuando quiera!...
¡Aquí está su torero maravilla!
Mi tía le hizo la seña de que todo estaba listo. Fuimos al comedor. Al
terminar la comida, el gobernador le comentó de ciertas molestias
estomacales que tenía.
-¡Ah! Quiere consulta... -dijo mi tío.
-En efecto, doctor, quiero consulta -respondió el gobernador.
63
-Pues pasemos a revisarlo.
Fueron al consultorio.
Cuando regresaban, mi tío le venía diciendo:
_...y quiero que me disculpe por haberle cobrado, es que tengo la
certeza de que si no cobro no se alivian... y no piense que fue abuso,
lo que pasa es que yo tengo la costumbre de cobrar según los
recursos del cliente...
Mi tía puso los ojos en blanco y se tuvo que detener de una silla para
no caerse.
64
Cirugía en familia
POR lo menos una vez al mes íbamos a comer a casa de mi abuela,
mamá de mi mamá y hermana de mi tío Tacho. A mí me gustaba ir
porque era donde a veces (muy contadas, por cierto) veía a mi
mamá. Cuando esto ocurría, mi pulso se aceleraba y me tenía que
detener el corazón para que no se me saliera del pecho. Como
respuesta recibía un ligero y apresurado beso en el cachete y, casi
siempre, un adiós prematuro.
Recuerdo bien que aquel día mi mamá no fue a comer. Acababan de
servir el puchero cuando a mi padrino Pedro se le ocurrió decir que
sentía una molestia en el cuello.
-Algo así como una bolita dolorosa.
Mi tío Tacho se levantó de inmediato.
-A ver, don Pedro, déjeme revisarlo.
Lo comenzó a examinar. Mi padrino siguió comiendo como si nada.
-¡Sí! ¡Aquí está! -exclamó jubiloso- ... A ver, a ver, ¿le duele? -le apretó
fuerte.
-Un poco -respondió mi padrino, visiblemente adolorido.
-Permítame tantito, don Pedro -volteó para todos lados, como
buscando algo-. No traje mi maletín ¿verdad, Chabelita? -le preguntó
a mi tía.
Ella le dijo que no y siguió saboreando su puchero.
-Bueno, no importa -y comenzó a buscar en las bolsas de su bata
blanca.
Sacó una jeringa, un bisturí y una botellita de alcohol. Luego,
65
se desabotonó la bata, buscó en las bolsas de su pantalón y
aparecieron: gasas, hilo de nylon, agujas de sutura, tela adhesiva,
guantes de cirugía, gorro, cubre bocas, pinzas, y no sé qué más.
-Hay que ser precavidos -comentó mientras ponía todo en la mesa.
Cargó la jeringa con el líquido de una ampolleta que sacó de la bolsa
de su camisa y dijo a mi padrino, mientras se colocaba el gorro, el
cubrebocas y los guantes:
-Esto le va a doler un poco, don Pedro.
Y, sin ninguna consideración, le dio varios piquetes en el cuello. Mi
padrino apretó fuertemente los dientes y los ojos se le
humedecieron.
-Sí... esto duele... duele mucho -le decía mi tío Tacho... pero en unos
instantes más sentirá adormecido... ¡Como si nunca hubiera tenido
pescuezo!
Mi abuela y mis tíos habían dejado de comer. Algunos se habían
quedado con la cuchara en el aire y otros con el bocado en la boca.
Sólo mi tía Chabela seguía comiendo como si nada. Mis primos y yo
intercambiamos miradas y risitas.
-Hay que esperar a que la anestesia haga su efecto --dijo mi tío; se
subió el cubrebocas a la frente, se quitó los guantes, se sentó en su
lugar y siguió comiendo. Mi padrino siguió comiendo también.
Mi abuela llamó a Macrina, la muchacha, para que recogiera los
platos del puchero. La mayoría se fueron intactos a la cocina. Lo que
seguía era un guisado de cordero.
Apenas lo acabaron de servir, mi tío Tacho se puso de pie, se colocó
el cubrebocas, se puso los guantes, tomó el bisturí y, sin más ni más,
se fue sobre mi padrino haciéndole una profunda incisión en el
cuello. La sangre brotó. Todos mis tíos, menos mi tía Chabela,
retiraron sus platos y pusieron cara de horror. El horror aumentó
cuando los dedos de mi tío Tacho se introdujeron en la herida y
empezaron a escarbar. Caty se levantó de su lugar y vino hacia mí
66
para calmar sus nervios. Yo no hice nada por evitarlo, la comprendí
perfectamente. Los dedos de mi tío, bañados en sangre, salieron por
fin de la herida extrayendo una bola gelatinosa y sanguinolenta, muy
parecida al guisado de cordero.
-¡Ya estuvo, don Pedro! -exclamó triunfante mi tío-. ¿Le dolió?
-No... nada... -respondió afligido mi padrino.
-Ahora, nada más unas cuantas puntaditas y quedará usted como
nuevo... Qué bonito es el sol de mañanaaaa... al regreso de la
capitaaaal -cantaba mientras cosía.
El tumor quedó en un plato en medio de la mesa.
Los comensales se empezaron a retirar. Mi abuela pidió sus sales. ¿Cuáles sales, mamá? -le preguntó mi tía Mimí.
-¡Las que sean! ¡Pero tráelas pronto, que me desmayo!
Mi tía tomó el salero, lo destapó y se lo dio a oler; mi abuela aspiró
con fuerza, Mimí la tomó del brazo y salieron las dos tambaleantes.
Mis tías Chita y Coya se retiraron a gatas y sus maridos tras ellas. ¡Guácala! -exclamaron varias voces infantiles y los dueños de las
voces salieron del comedor disparados.
Mi tía Chabela se levantó de prisa para llevar al baño a mi tía Meche,
que arqueaba sobre la mesa.
Lola y la Nena echaron una mirada de enojo a mi tío Tacho y salieron
del comedor. La Peque dijo, antes de levantarse:
-Tío, ¿me puedo retirar?
-Adelante, Peque... ¡Buen provecho! -le contestó, quitándose los
guantes y acomodándose el cubrebocas en la frente.
La Peque salió, tapándose la boca con toda delicadeza.
67
Yo no me pude mover. Me sentía lacio, cual hoja de palmera, y veía
todo como entre brumas.
Mi tío Tacho y mi padrino llamaron a Macrina para que les sirviera el
postre.
68
Mi tía Chabela
MI tía Chabela era una sonrisa, unas manos suavecitas; un mi niño,
mi amor, m'ijito; un abrir los ojos durante las noches que estaba
enfermo y encontrarla sentada en la orilla de mi cama; un pásate con
nosotros, cuando yo no podía dormir. Era una sopa riquísima; una
cucharada de emulsión que me tenía que tomar, para que crezcas mi
cielo, mi tío siempre agregaba: para que no te quedes chaparro como
tu tío Rubén; unos tamales para desayunar, un pastel recién hecho
para merendar, y un baño en la tina antes de empiyamarme.
También era un perfume, un chal tejido cuando atardecía, un cabello
plateado, una canción tarareada mientras regaba sus plantas, y otra
cantada a dúo con su perico; era una piel blanquísima y unos ojos
azules que tan pronto eran lilas como verdes.
A mí siempre me intrigaba ese cambio de color. -Tía, ¿por qué tienes
los ojos de tantos colores?
-Porque son color del tiempo, mi amor.
-¿Son azules cuando hay cielo azul?
-Sí, mi cielo.
-¿Y verdes cuando está nublado?
-Algo así, mi amor.
-¿Y lilas cuando florece la jacaranda?
-Sí, niño -se adelantó mi tío Tacho a contestar-, son como los de
usted: café común cuando hace frío, café corriente cuando llueve y
café común y corriente cuando hace calor.
Miré sus ojos.
-Como los suyos, ¿verdad, tío?
69
Mi tía sonrió burlona y él me dijo muy serio:
-Mire Panchito, ya estuvo bueno de estar analizando ojos, váyase a
hacer la tarea.
Y se puso sus lentes oscuros.
70
Cumpleaños
MI tía Chabela entró en la sala.
-Ya duérmete, Panchito, ya es muy tarde. ¿No estás cansado? Tus
primos ya se acostaron. -Ahorita, tía.
-¿Quieres que te lea un poco para que te dé sueño?
-No. Todavía no me quiero ir a mi cuarto -le dije con la vista fija en el
teléfono.
-Mi amor -dijo con cariño y cogió mi mano-, seguramente tu mamita
estuvo muy ocupada y no te pudo hablar.
Yo retiré la mano y me puse tenso.
-Mira, mi niño -me abrazó-, a veces uno no puede hacer todo lo que
quiere; te apuesto a que todo el día estuvo pensando en ti, pero no
tuvo ni un ratito libre ni para coger el teléfono. Tú sabes que tu mami
tiene mucho trabajo y...
La interrumpí:
-Todas las mamás quieren a sus hijos, ¿verdad, tía?
-Claro que sí, mi amor.
-La mía también me quiere, ¿verdad?
-¡Por supuesto!
-Aunque se olvide de mi cumpleaños, ¿verdad?
Se acercó a mí.
-No se olvidó, mi cielo; te aseguro que no. Mira, Panchito
71
-me dijo con seriedad-, a tu mami le tocó vivir cosas muy difíciles.
Cuando se quedó sola, sin tu papá, ella tuvo que salir a trabajar. Tu
mami es una mujer muy buena, pero no tiene tiempo para quedarse
en la casa contigo, como quisiera...
Me apreté a ella.
-¡Qué bueno que tú si te puedes quedar conmigo! ¡Te quiero!
-le dije.
En brazos de mi tía me sentía seguro, protegido; pero cuando estaba
en ellos deseaba con toda el alma que fueran los de mi mamá. Quería
creer que ella también me extrañaba, que se pasaba el día pensando
en mí, como decía mi tía, pero que no tenía tiempo para hablarme ni
para venir a verme de vez en cuando. A veces reflexionaba en ello, y
sacaba en conclusión que ningún trabajo podía ser tan absorbente
como para tener a alguien ocupado las veinticuatro horas del día,
pero como esta idea me entristecía hasta hacerme sentir enfermo,
prefería pensar que el trabajo de mi mamá era la excepción.
Mi tía me llevó a la cama y se sentó a mi lado.
-Tía -le dije-, ¿crees que ella esté pensando en mí?
-Seguramente, mi amor, seguramente -me respondió...
Ya muy tarde, con su mano entre las mías, el sueño acudió.
Al día siguiente, mi tío Tacho, Chucho, Caty y Lupita entraron a mi
recámara. Mi tío traía una caja de regalo, enorme. -¡Mire, niño, lo que
acaba de llegar por correo! Yo salté de la cama.
-¿Es para mí?
-Pues solamente que haya otro Panchito en la casa... -me dio un
sobre rotulado con mi nombre.
No sabía qué abrir primero, si la carta o el regalo. Me decidí por el
regalo. Mis primos me rodearon, ansiosos por mirar el contenido. ¡El
72
barco que siempre había deseado! ¡Qué felicidad! -¡Qué padre! -dijo
Chucho.
-Ah... es un barco -dijo Lupita y salió de la recámara.
-¿Me lo vas a prestar? ¡Mire, tío, no me lo quiere prestar!
-dijo Caty al tiempo que lo sacaba de la caja.
A mí me dieron muchas ansias, yo hubiera querido ser el primero en
cogerlo.
-Déselo a Panchito -dijo mi tío-, luego se lo va a prestar.
-Sí, Caty, al rato jugamos todos -dijo Chucho.
Caty hizo un puchero. Mi tío se acercó a ella y le dijo que lo pellizcara
a él mientras yo leía mi carta.
La carta era de mi mamá. Me decía que no había olvidado mi
cumpleaños, que le había sido imposible llamarme, pero que me
quería mucho. Me sentí feliz.
Leí esa carta una y otra vez. Siempre que lo hacía pensaba en lo
parecidas que eran la letra de mi mamá y la de mi tío Tacho
73
Mis primos
LAS grandes se habían casado, y, de los chicos, sólo Chucho, que ya
tenía diecisiete, y Caty, que como yo tenía doce, seguían pasando sus
vacaciones aquí en San Miguel.
Desde luego, de vez en cuando nos volvíamos a reunir todos, ya
fuera en casa de mi abuela o aquí.
-Tío, ¿usted cree que mis primos ya no nos quieran? -le pregunté un
día mientras rociábamos los frutales con un líquido que preparaba mi
tía para evitar las plagas.
-¿Por qué dice eso, Panchito?
-Porque ya no vienen.
Interrumpió su labor y me dijo con seriedad:
-El que no vengan no significa que nos hayan dejado de querer. Le
aseguro que sus primos siempre estarán al pendiente de nosotros.
Apuesto a que cualquiera de ellos vendría de inmediato si supiera
que lo necesitamos.
Continuamos apretando los atomizadores durante un buen rato,
hasta que externé un asunto que me preocupaba desde hacía
tiempo:
-Tío, ¿usted cree que la Peque se acuerde de mí?
-Panchito -me dijo tomándome de los hombros-, la Peque ha dejado
de venir porque se acaba de casar, pero eso no quiere decir que se
haya olvidado de usted. Ahora ella tiene obligaciones y compromisos
que la detienen en su casa, pero no por eso debe usted pensar que
ya no lo quiere -se quedó pensativo- ... Cuando se enamore la va a
entender...
74
Me abrazó ligeramente mirándome pensativo y después seguimos
esparciendo el líquido sobre todos los árboles de la huerta.
75
Judith
CUANDO
conocí a Judith, comprendí aquellas palabras. Esa
muchacha se había convertido en lo más importante para mí. Quité
la fotografía de la Peque que tenía en un portarretratos sobre mi
buró, y puse la de ELLA.
-Ten cuidado, Panchito, esa muchacha es mucho mayor que tú. La
opinión de mi tía Chabela me tenía sin cuidado. Judith era la
perfección hecha mujer, y yo estaba enamorado.
Lo de Judith comenzó en una reunión en casa de unos amigos.
Todo fue verla y quedarme con la boca abierta. Su figura era muy
diferente a la de las niñas de la escuela. Mi timidez le cayó en gracia.
-¡Muévete, pareces palo!
Y se repegaba a mí. Yo, que de por sí no sabía bailar, estaba tan
aturdido por su cercanía que mis piernas se habían vuelto dos barras
de acero que no obedecían. No recuerdo de qué hablamos, más bien
de lo que ella habló porque yo era un mudo embobado por su cara,
por su cuerpo de mujer y por su boca...
Ella me enseñó a besar. Despertó todos mis sentidos. -Pancho, deja a
Judith; nada más está jugando contigo. Ella se besa con todos...
Toño, mi mejor amigo de la secundaria, me lo advirtió. Le di un golpe
en la nariz que lo dejó noqueado.
Más noqueado quedé yo cuando, unos días después, la descubrí
besando a un muchacho, ya grande, precisamente en nuestro lugar.
En ese lugar que yo consideraba sagrado por ser de ella y mío: un
parque solitario, atrás de la Catedral, al que ella me había llevado de
la mano:
-No seas miedoso, ¿qué no eres hombre?
76
-¡Claro que sí!
Y por sentirme hombre desafié a todo el mundo.
-Panchito, yo creo que no está bien que llegue usted tan tarde a la
casa, ¿dónde andaba?
-Ya soy lo bastante grande como para cuidarme solo, ¿no cree?
Mi tío callaba ante mis respuestas.
-Panchito, yo creo que esa muchacha no te conviene, mi amor.
-Tía, yo amo a Judith. Déjame en paz.
Estoy seguro de que mi tía lloraba en las noches. Así era ella.
Así se preocupaba por mí.
El día que vi a Judith besándose con aquél, se me rompió el corazón.
Le reclamé.
Aquella risa burlona y aquellas palabras quedaron resonando en mis
adentros durante mucho tiempo:
-¿Pues qué habías creído? ¿Pensaste que en verdad tus encantos me
habían cautivado? ¡Niño estúpido!
Me enfermé.
-Tiene fiebre, Anastasio -decía, angustiadísima, mi tía Chabela.
-No te preocupes, preciosa, se va a poner bien -aseguraba mi tío.
Y tuvo razón. Pronto, en cuanto tomé conciencia de la maldad de
Judith, decidí que ella no valía ni un momentito de sufrimiento. En un
arrebato de ira, arranqué del portarretratos su fotografía. Estaba a
punto de hacerla pedazos, cuando mi tío entró a mi recámara.
-¿Qué está haciendo, Panchito?
77
-Nada, tío -escondí la foto.
-Supongo que esa muchacha no le dio solamente malos ratos
-me dijo.
Los recuerdos de Judith pasaron por mi mente.
-Pues, no... -respondí.
-Entonces no rompa esa fotografía, mejor guárdela y mírela de
repente. Cuando una persona ha significado mucho en nuestras
vidas, para bien o para mal, y se ha ido, no debemos tratar de
encerrarla en el olvido, porque el olvido tiene una puerta que se abre
cuando menos lo esperamos y nos lanza los recuerdos como caballos
salvajes que nos patean el alma. Aprenda a domar el recuerdo de esa
muchacha. Los recuerdos domados no lastiman... Supongo que algo
bonito, digno de recordar, le habrá dejado...
Recapacité un momento.
-Pues, sí tío... -le dije, pensando en las veces que junto a ella me había
sentido el hombre más feliz del mundo.
Volví a poner a la Peque en su portarretratos, y a Judith en el cajón
de los recuerdos.
78
Moisés
MOI, le decía mi mamá. Nunca se me olvidará el día que lo conocí.
Llegué a la casa después de la escuela y vi afuera un coche muy
elegante. Cuando entré, oí la voz de mi mamá. Casi me caigo de la
emoción. El portón está bastante retirado de la sala y, sin embargo,
desde allí la escuché.
Hacía más de dos años que no la veía. Aventé mis cosas y corrí para
verla. Ella oyó mis pasos y salió al patio.
-¡Mi amor, m'ijito adorado, cuánto te he extrañado!
-¡Hola, Panchito, ven a saludar a Moi! -fue la frase real, porque la
anterior sólo se formó en mi mente.
Ni un beso y, mucho menos, aquel abrazo que en mi imaginación me
había dejado sin respiración.
¿Moi? ¿Quién era Moi?
Mi mamá caminó de prisa delante de mí. Siempre parecía tener prisa.
Por detrás, yo observaba su figura, su ropa elegante, sus
movimientos... ¡Era tan bonita!
-Mira, Moi, este es Panchito, creo que ya te había hablado de él.
"¿Creo?", pensé. ¿No es lo más lógico que ella hable de mí a sus
conocidos?
-Panchito, él es Moisés, mi esposo, ¡nos acabamos de casar! No sé si
lo saludé, si me saludó, qué le dije, o qué me dijo. Me vuelvo a
acordar hasta que estaba sentado junto a mi tío Tacho con su brazo
en mi hombro, apretándome con cariño. Mi mamá estaba sentada en
el sillón de enfrente, acariciando la mano de un señor gordito, calvo,
y muy sonriente. Tenía dentadura postiza, porque cuando hablaba se
le movía.
79
Entró mi tía Chabela y puso una charola en la mesa de centro.
Tras ella venía el Rorro.
-¿Ya llegaste, mi amor? -me dijo-. No te oí entrar -se acercó a
besarme.
Sirvió el café y algo en los platitos. No recuerdo qué.
-¿Tú quieres un refresco, mi niño? -me dijo con cariño.
-No, tía, gracias -le respondí sin poder ocultar la extraña sensación
que me oprimía la cabeza y no me dejaba pensar.
Se sentó junto a mí y me tomó de la mano. El Rorro voló a mis
piernas.
Fue una impresión muy especial: yo estaba sentado en medio de mi
familia y, frente a nosotros, la mujer más bonita del mundo con su
esposo.
"¿Cómo le vaya decir que no me puedo ir con ella?", pensaba,
mientras ella describía su nueva casa. "Si me voy, mis tíos se van a
quedar muy solos", seguía pensando mientras ella hablaba del club.
"Además, yo no me quiero ir... sin mis tíos yo no podría... "
No tuve que decir nada porque ella simplemente se puso de pie,
tomó del brazo al tal Moi y se despidió de nosotros. Mi tía los
acompañó a la puerta.
Una molesta mezcla de coraje, frustración y tristeza me invadió. ¿Por qué no me dijo que mi mamá se había casado, tío?
-le pregunté sintiendo un rencor que me hacía temblar.
-Espérese, no diga nada -me dijo-, hay moros en la costa.
Se levantó del sillón y con exagerados aspavientos echó al Rorro de
la sala.
80
-Ahora que ese bocaza calumniador se ha ido podemos hablar
tranquilos -se sentó frente a mí.
Yo comenzaba a exasperarme. -Tío, esto es muy serio para mí.
_y para mí también, Panchito -me tomó una mano-. Si no le había
dicho que su mamá se casó es porque yo tampoco lo sabía. Para
nosotros también fue una sorpresa...
Su respuesta me asombró. -¿De veras no lo sabían?
-Desde luego que no -me dijo-. ¿Usted cree que si hubiésemos estado
enterados se lo habríamos ocultado?
Reflexioné un momento y respondí: -No. Creo que no.
La gran tristeza que en seguida me invadió casi me aplasta. -Tío, ¿por
qué es así mi mamá? -tuve que hacer un gran esfuerzo para que mis
palabras no sonaran a alaridos.
-Mire, Panchito -me dijo-, eso, creo que eso nunca lo sabremos. Lo
único que puedo decirle es que a las personas que amamos hay que
aceptadas tal como son, con sus cualidades y sus defectos.
Me quedé pensativo. Después de un buen tiempo le dije:
-¿Sabe qué, tío?
-¿Qué cosa? -me respondió.
-Deseé que me pidiera que me fuera con ella, pero, a la vez, sentí
miedo. Yo no podría alejarme de ustedes.
Sus ojos se humedecieron y me abrazó con fuerza.
Por encima de su hombro vi a mi tía. Nos observaba desde la puerta
y también lloraba.
81
Número dos
MI
tío decidió que estudiara la preparatoria en el Distrito
Federal, en la misma escuela en que él lo había hecho. Ocupé
un cuarto en una casa de huéspedes que recibía estudiantes.
Todos los fines de semana venía a San Miguel.
Desde el primer semestre tuve serios problemas con las
matemáticas, así que, a mediados del segundo semestre,
después de haber tenido que presentar difíciles y largos
exámenes extraordinarios, tomé la decisión de dejar los
estudios y buscar un empleo. Pensé que lo mejor sería enterar
a mis tíos de inmediato.
Llegué a San Miguel en la tarde. Mi tía había salido y mi tío
estaba dando consulta. Aguardé en la sala de espera, repleta
de gente. Puse mi maleta en el piso. Las manos me sudaban de
nervios. ¿Cómo se lo diría? ¿Cómo lo tomaría él? Me sobrepuse,
me di valor: "Todos tenemos derecho a decidir nuestra vida",
repetía para mis adentros.
Salió mi tío a despedir al paciente que acababa de atender y
me vio.
-¡Hola, Panchito! -me saludó con gusto-. ¿Qué anda haciendo
por acá con todo y maleta? ¿Acaso suspendieron las clases? No, tío. Vine a hablar con usted -le dije tratando de disimular
mi nerviosismo.
-Pásele, pásele -me invitó gustoso-. Es mi sobrino -dijo a los
pacientes a modo de disculpa por no hacerme esperar.
Dentro del consultorio me preguntó:
82
-¿Qué cosa es tan urgente que tuvo que venir entre semana?
-Tío -le dije envalentonado-, ¡he decidido dejar la escuela!
-¿Dejarla? -se sorprendió.
-Sí -la seguridad en mí mismo iba en aumento-; voy a buscar un
empleo.
Se hizo un silencio tan denso que se hubiera podido cortar con
un cuchillo. Él se puso de pie, entró al baño, y después de un
largo tiempo que a mí me pareció eterno, regresó con la
cabeza y la cara empapadas, escurriendo agua sobre el cuello
de su camisa. Volvió a instalarse en la silla giratoria de su
escritorio y me preguntó:
-¿Y puedo saber por qué ha tomado esa decisión? Yo recité el
parlamento que tenía tan ensayado:
-Me he puesto a pensar que no todo el mundo debe ser
profesionista. Creo tener la preparación necesaria para
enfrentar cualquier situación que se me presente. Además, he
llegado a la conclusión de que a la escuela sólo se va a perder
el tiempo y que las matemáticas no sirven para nada...
Se quedó pensativo. Luego se levantó, me tomó bruscamente
de un brazo y me llevó a la puerta.
-Espere a que termine mi consulta y después hablamos -me
dijo antes de echarme con un empujón.
Me senté en la sala de espera y aguardé. El tiempo se me hizo
eterno. Cuando salió el último paciente, me dirigí hacia la
puerta del consultorio pero mi tío la cerró bruscamente; casi
me da en las narices. -¡Espere a que lo llame! -gritó desde
adentro.
83
Extrañado por su actitud regresé al sillón.
Después de mucho rato, apareció en la puerta y me hizo señas
para que pasara.
-Siéntese, muchacho -me indicó-, ¿de qué me estaba hablando?
-Era acerca de la escuela...
-¡Ah, sí! -me interrumpió-, me estaba comunicando sus
intenciones de abandonar los estudios, ¿no es cierto?, pues,
casualmente, necesito un ayudante en la farmacia, así es que
su brillante decisión me cayó como anillo al dedo.
Me alegré por su comprensión, aunque, francamente, no
esperaba que fuera así de sencillo.
-¿Habla en serio? -le pregunté.
-¡Claro! -me dijo-, desde hoy tiene usted empleo.
Emocionado exclamé: -¡Gracias, tío!
-¡Nada de "tío"! -gritó-. ¡No sea usted igualado! ¡De ahora en
adelante llámeme doctor!
-¿Cómo? -la sorpresa no cabía en mí.
-¡Así como lo oye! ¡Desde este momento yo soy el patrón y
usted sólo un empleado! ¿Entendido?
-Sí, doctor -respondí con un nudo en la garganta. En ese
momento llegó mi tía. Tocó la puerta. -¡Adelante! -dijo mi tío.
-¡Mi cielo! -exclamó mi tía al verme y corrió hacia mí con los
brazos extendidos-. ¿Qué andas haciendo por aquí? -me
abrazó-. ¿Qué tienes, mi amor? Estás temblando. ¿Te sientes
mal?
84
-No, Chabelita -respondió mi tío-, está perfectamente; ha
venido a damos la nueva de que va a dejar la escuela... -¿Cómo?
-preguntó sorprendida.
-Así es -continuó mi tío-; ha decidido que estudiar es perder el
tiempo y que lo mejor será ponerse a trabajar; por tanto,
desde hoy, será mi nuevo ayudante en la farmacia.
-¿En serio? -me miró incrédula.
-Sí, tía pero...
Iba a darle una explicación más detallada sobre mi forma de
pensar y de las serias reflexiones que me habían llevado a
tomar esta decisión, pero mi tío no me dejó hablar.
-¡No la llame "tía"! ¡Dígale señora y háblele de "usted"!
-vociferó.
-Pero, Anastasio... -mi tía iba a empezar a protestar pero él la
interrumpió:
-Sí, Chabelita, así debe ser -dijo tajante-. En la vida cada quien
escoge su lugar. Se le va a acondicionar el cuarto de servicio y
va a comer en la cocina...
-¡Anastasio! -exclamó mi tía.
-¡Las cosas se harán como yo digo! -gritó enojado.
Mi tía se quedó muy sorprendida; él nunca le hablaba así. Mi
tío pareció reflexionar, se acercó a ella y la abrazó con cariño: Te aseguro que así es como debe ser, preciosa; hazme caso...
Ella asintió y salió del consultorio.
85
Al día siguiente, mi tío fue al cuarto de servicio; -¡Arriba,
muchacho! ¡No sea perezoso!
Abrí los ojos. Aún estaba oscuro.
-¿Qué hora es? -le pregunté.
-¡Hora de trabajar! -me respondió-. ¡No quiero ir a la farmacia y
encontrarme con que usted no ha hecho el aseo! ¿Entendió?
-Sí, tío, digo, doctor -corregí rápidamente.
-¡Pues apúrese! -aventó unas llaves sobre la cajonera-. ¡A las
siete en punto el negocio debe estar abierto! -y salió dando un
portazo.
Aún semidormido me dirigí a hacer la limpieza de la farmacia.
No lograba pensar en otra cosa que no fuera en la actitud de
mi tío. No podía ser cierto que me estuviera tratando así.
Seguramente al rato vendría y me pediría perdón. Todo
volvería a ser como antes...
Mojé la jerga y empecé a trapear. Miré el radio y lo prendí.
Entró mi tío. De tres zancadas llegó a donde estaba el aparato
y de un manotazo lo apagó.
-¡Mire, jovencito, aquí no quiero abusos! -gritó-. ¡No vuelva a
encender el radio sin permiso! ¡Ah, tampoco se le vaya a
ocurrir hacer uso del teléfono! ¿Me entendió?
-Sí, doctor -contesté al borde del llanto.
-¡Y cuando necesite ir al baño vaya al del patio de atrás! -y salió
de la farmacia.
86
Así pasaron cinco días. Con nada le daba gusto. Todo el día me
regañaba y me pedía las cosas a gritos. Cuando llegaban los
clientes, casi todos conocidos míos, no me dejaba platicar con
ellos, decía que un empleado no debía ser igualado con la
clientela. A la hora de comer, él me servía personalmente,
racionando las porciones exageradamente. No permitía que
mi tía se me acercara o me dirigiera la palabra, ella y yo sólo
nos echábamos desde lejos unas miradas muy tristes; y
cuando el Rorro me gritaba, él lo regañaba:
-¡Dígale "muchacho", o "ayudante", o "fámulo"! ¡No lo llame
"Panchito"!
Sentí que no podía aguantar más. Fui al consultorio a hablar
con él.
-Doctor, creo que se está portando muy injusto conmigo -le
dije-. No creo merecer el trato que me da y no entiendo el
porqué de este cambio tan brusco hacia mí.
-¿No lo entiende? -preguntó burlón-, es muy sencillo: yo soy el
patrón y usted mi servidor. ¿Qué esperaba? ¿Acaso ser tratado
como un igual?... ¡No, señor!... El ganarse un lugar en este
mundo cuesta trabajo... El que yo me gané, me costó mucho
esfuerzo, años de estudio, dedicación y sacrificio... La vida
siempre presenta dificultades, pero si usted a la primera se
rinde, está demostrando que se conforma con ser número
dos, y que está dispuesto a que cualquier persona un poquito
más preparada que usted le pueda dar órdenes. ¡Decida su
lugar en la vida! y salió del consultorio. Yo me quedé
pensativo.
Esa misma tarde empaqué mis cosas y fui a decide: -Doctor, le
prometo que lucharé por llegar a ser número uno. Me miró sin
hablar durante un buen rato y su dura mirada se fue
transformando. Al fin, visiblemente satisfecho, exclamó: ¡Estoy seguro de que lo hará, Panchito!... ¡Ah, y no vuelva a
llamarme doctor! ¡Yo soy su tío!
87
-¡Tío! -le dije feliz y nos abrazamos.
-Vaya con su tía -me dijo-, ya no soporto veda tan triste.
Ella me pidió que me quedara hasta el día siguiente, cosa que
acepté con gusto. Esa noche me preparó una cena deliciosa y
después me fui a mi recámara, muy contento de volver a
disfrutar de su comodidad. Pero no pude dormir... sólo
pensaba en el examen de matemáticas que me esperaba en la
escuela.
88
Ramsés
MI
mamá se divorció de Moisés y muy pronto se volvió a
casar. Esta vez con Ramsés; un hombre joven y bastante bien
parecido.
Cuando se acababan de casar, escuché una plática que me
dejó helado:
-Es una mujer sin sentimientos, sin ninguna moral -era la voz
de mi tía Meche.
-Así es -contestó mi tía Reme-. De su hijo ni se acuerda.
Pobre Panchito.
¡Estaban hablando de mi mamá!
No se dieron cuenta de que yo estaba al otro lado del
corredor. ¡Qué mal me sentí ese día!
Como todas las noches, después de merendar, mi tío y yo
salimos a caminar a los portales. Aproveché para comentarle
lo que había oído en el corredor. Él permaneció en silencio,
como si no me hubiera escuchado. Cuando ya había perdido
las esperanzas de obtener una respuesta, me dijo:
-Sólo vaya hacerle una observación y después usted mismo
saca sus conclusiones: ¿no cree que dos personas tan feítas,
como mis hermanas, que por estar esperando a los de a
caballo se les fueron los de a pie, podrían haber hablado
solamente por envidia? Ellas fueron las patitas feas de la
familia; no como su abuelita y como yo -alzó una ceja y sonrió
89
de lado-. Además, no es que su mamá no se acuerde de
usted... ella piensa que aquí está mejor. En varias ocasiones
nos dijo que ella no podía darle la estabilidad y la tranquilidad
que aquí tiene, y aunque para ella era un sacrificio estar lejos
de usted, estaba dispuesta a hacerla por su bien.
-¿Les dijo que vivir sin mí era un sacrificio? -le pregunté ansioso
de que me lo confirmara.
-Bueno, no exactamente -me respondió-, pero le aseguro que
eso es lo que ella siente.
-¡Mentira! ¡Usted está inventando todo eso! ¡Usted no puede
saber lo que ella siente! -le dije fuera de mí.
Después la tristeza me invadió y, con un hilo de voz, agregué: Perdóneme. La verdad es que mis tías tienen razón; yo no le
importo a mi mamá... nunca le he importado...
-Mire, Panchito -me dijo-, usted debe tener en cuenta que su
mamá no es una mujer común y corriente. Ella es
extraordinariamente bella, y los que tienen algo de
extraordinario no actúan como la generalidad de las personas.
Imagínesela viviendo en forma rutinaria, como Reme o como
Meche, y verá que esa imagen no le va. Es cierto que su belleza
la ha convertido en una persona un poco individualista, con
cierta tendencia a un inmoderado amor por sí misma... ¿cómo
le explicaré?
-Egoísta -le dije.
-Bueno... más o menos -aceptó--, pero no la juzgue mal, ella...
-Gracias por defenderIa, tío -lo interrumpí-. A pesar de todo yo
la quiero mucho y me duele que la critiquen.
-¡Bravo! -gritó jubiloso-. ¡Así me gusta oírlo hablar! Con eso
usted me está demostrando que ha madurado y que puede
90
aceptar a las personas tal como son y disculpar sus errores.
Hay mucho amor dentro de usted, Panchito, y el amor es lo
único que transforma a las almas en excelentes.
Reflexioné en sus palabras y me sentí muy contento; como si
desde ese momento me hubiera dado permiso a mí mismo de
sentir y de expresar libremente el gran amor que le tengo a mi
mamá.
91
Primera consulta
CUANDO mi primo Chucho terminó su carrera, el más feliz y
orgulloso de todos era mi tío Tacho. Su mayor satisfacción
eran nuestros logros.
Inmediatamente le acondicionó un consultorio al Iado del
suyo. -Mire, Chuchito -le dijo-, este consultorio es para usted,
pero no quiero que se sienta obligado a venirse a trabajar a
San Miguel. Si usted desea quedarse en el pueblo, o irse a otro
lugar, está bien; sólo quiero que tenga en cuenta que los
aparatos y el mobiliario que están aquí son suyos y si quiere se
los puede llevar... claro que en este caso usted pagaría la
mudanza -agregó rápidamente- ... aquí contaría con casa y
comida, pero le advierto que en cuanto usted comenzara a
ganar dinero tendría que pagarme la renta del consultorio. No
me conteste ahorita, piénselo todo el tiempo que necesite.
Al día siguiente de que Chucho presentó su examen
profesional para obtener el título de médico veterinario, se
instaló en la casa y estrenó su consultorio.
Nerón y Celín, los perros de mi abuela, lo mismo que el Rorro,
fueron sus primeros clientes. Ese día mi tío había ido muy
temprano al pueblo a traer a los perros de mi abuela. Se quedó
un buen rato afuera del consultorio de Chucho sujetando a los
animales y batallando con ellos, platicándole a toda la gente
que pasaba por ahí que había un nuevo veterinario en San
Miguel y que era buenísimo.
Cuando Chucho terminó de revisar a los animales y le aseguró
que estaban completamente sanos, mi tío le preguntó:
92
-¿Cuánto le debo?
-¿Cómo cree que le vaya cobrar, tío? -dijo mi primo.
-¿Y por qué no? -gritó disgustado-. ¡Es su trabajo! A usted le
costó mucho esfuerzo llegar a ser lo que es y no va a regalar
sus servicios. ¿Cuánto le debo?
-Son veinte pesos, tío -respondió Chucho muy apenado.
-Muy bien, aquí están -le tendió un billete.
Chucho lo acompañó a la puerta. Antes de salir, mi tío se paró
en seco y le dijo:
-¡Ah, se me olvidaba!, cuando termine su consulta vaya a
pagarme el adelanto de la renta.
93
Perro en observación
UN
perro había mordido a una niña y, a pesar de que sus
dueños aseguraban que estaba vacunado contra la rabia, no
tenían el comprobante. Tuvieron que empezar a ponerle a la
pobre niña las dolorosas vacunas en el estómago pues no
podían correr el riesgo de que fuera a contraer la terrible
enfermedad. Mi primo Chucho se ofreció para ir a checar al
perro durante los días necesarios para ver si no presentaba
síntomas y así poder suspender la vacunación de la niña y no
tener que completar la larguísima serie. Ese día no iba a poder
ir, así que le pidió a mi tío Tacho que lo hiciera.
-Claro que sí, Chuchito, con todo gusto -aceptó mi tío-.
Acompáñeme, Panchito -me dijo.
Llegamos al domicilio. Mi tío tocó y una mujer gorda y
colorada abrió la puerta.
'--Buenas tardes, señora -la saludó cortésmente-, disculpe la
molestia, ¿me podría informar si se encuentra el perro en casa?
-¿Quién lo busca? -preguntó la mujer.
-Mire, a mí no me conoce, vengo de parte de mi sobrino el
veterinario...
-¡Ah!, del doctor Chuchito, ¿verdad?
-Así es.
-Pues no, fíjese que no está, salió desde hace rato.
-¿Y como a qué hora regresa?
94
-Pues no tiene hora -dijo la mujer-, pero si gusta le puede dejar
el recado.
-Nada más dígale que vuelvo como a las siete, que me espere.
-Cómo no, yo se lo voy a decir -respondió ella y se despidieron
muy correctamente.
En el coche, Lino y yo nos revolcábamos de la risa.
-¿De qué se ríen? -nos preguntó mi tío cuando se subió.
-De nada, tío -le respondí-, es que Lino me contó un chiste.
-Ya no estén tonteando -nos dijo furioso-, de lo único que se
tienen que acordar es de que tenemos que regresar a las siete
a revisar a ese vago.
95
La rana
Yo estaba en la casa disfrutando de las vacaciones del quinto
semestre de preparatoria. Un lunes, mientras comíamos, mi
primo Chucho nos dijo que se había encontrado con un
antiguo compañero de la prepa que también estudiaba
veterinaria pero que iba un poco atrasado, que apenas estaba
en primer año.
-¿ Y quién es él? -preguntó mi tío.
-Ángel Rodríguez, tío -respondió Chucho-. ¿No se acuerda de
él?, al que le decíamos la Rana; una vez vino conmigo a San
Miguel...
-Ángel... Ángel... ¡Ah, ya recuerdo, la Rana! ... era simpático.
Pero, dígame, Chuchito, ¿por qué está cursando apenas el
primer año si usted ya tiene de recibido más de seis meses?
-No sé exactamente, creo que dejó de estudiar un tiempo...
pero ya nos contará él los motivos porque lo invité a cenar. Pues hizo usted bien, Chuchito, así no nos quedaremos con la
duda -dijo mi tío complacido.
Como a las ocho de la noche llegó la Rana.
-¡Pasa, pasa! -mi tía Chabela lo recibió con gusto-, Chuchito te
está esperando.
Cenamos riquísimo, como siempre. Durante la sobremesa, mi
tío empezó a bombardear a la Rana con preguntas sobre su
retraso en la escuela. La Rana respondió con evasivas y no nos
sacó de dudas.
Cuando mi tío se dio cuenta de la hora y vio que la Rana no
tenía para cuándo retirarse, se levantó de la mesa y dio las
96
buenas noches. Al ver que la Rana no se movía, le tendió la
mano como para despedirse, lo jaló de la mano y lo llevó hasta
la puerta, lo sacó y cerró ruidosamente.
Al día siguiente, cuando nos disponíamos a desayunar, llegó la
Rana y desayunó con nosotros; al terminar, se ofreció para
levantar la mesa y se puso a lavar los trastes. Luego, se fue a
sentar a la sala de espera del consultorio de Chucho llevando
un libro de anatomía de animales.
-¡Qué muchacho tan estudioso! -comentó mi tío muy contento;
adoraba a los aplicados.
Al poco rato, mi tío fue a ver cómo iba en sus estudios de
anatomía y lo encontró dormido con el libro abierto sobre las
piernas. Nos lo fue a platicar muy enojado. Antes de la comida,
la Rana se despidió.
Al día siguiente regresó a la hora del desayuno; desayunó con
nosotros, se levantó antes que nadie de la mesa, y volvió a
lavar los trastes. Iba rumbo al consultorio de Chucho, con su
libro de anatomía bajo el brazo y mi tío lo interceptó en el
corredor.
-¿Y usted dónde estudia, joven Rana?
-¡En la Universidad de México, doctor! -dijo con orgullo.
-¿Y ahora está de vacaciones?
-Pues... no precisamente -le respondió-. Lo que pasa es que me
sentí un poco desorientado y quise venir a ver a Chucho para
observar la práctica de la carrera. Por un amigo me enteré de
que Chucho es muy buen veterinario.
-¿Y no cree que debería concluir primero sus estudios y
después venir a observar la práctica?
97
-Pues sí, doctor; lo que pasa es que así, desorientado, no me
puedo concentrar en los exámenes...
-¡Ah!, ¡está usted en exámenes! -le dijo a gritos.
-Pues... sssí -contestó asustado.
Mi tío le dirigió una mirada fulminante, le dio la espalda
violentamente y se retiró. La Rana bajó la cabeza y con tristeza
se acercó a donde estaba el Rorro, quien empezó a gritar
"¡Buurro!", "¡Burro!" y se alejó volando muy bajo.
Mi tío entró a la sala de espera del consultorio de Chucho y
encontró a la Rana dormido, con su libro de anatomía abierto
sobre las piernas.
-¡Siempre en la página trece! -gritó.
La Rana saltó del asiento, cerró su libro y se despidió. Durante
varios días la Rana llegaba cuando empezábamos a desayunar.
Después, comenzó a llegar más temprano; alguien le abría y
cuando llegábamos al comedor, ya estaba la mesa puesta y el
desayuno preparado. A continuación, sus llegadas se volvieron
más tempraneras; cuando nos levantábamos el patio estaba
limpísimo, las plantas de mi tía regadas, la comida del Rorro
servida y el desayuno preparado. Mi tía lo saludaba de beso y
le decía "Ranita preciosa”.
Después de dos semanas, mi tío quiso hablar con él. La Rana
entró en la sala con su libro de anatomía bajo el brazo, mi tío
se lo pidió y lo abrió en la página trece.
-Dígame, Rana, ¿cuáles son las partes del aparato digestivo
del borrego? -le preguntó.
En la cara de la Rana se reflejó la duda. -¿No me puede dar más
datos?
98
-¡Lo que le voy a dar es un librazo! -gritó mi tío fuera de sí-.
Mire, muchacho -le dijo más calmado-, creo que está
equivocando su profesión... su vocación está clara. Si está
usted de acuerdo, desde hoy tiene trabajo... claro que también
tendría que lavar y planchar... descansaría los domingos y...
La Rana no lo dejó terminar. Le arrebató el libro de anatomía
y, muy ofendido, salió de la casa sin despedirse de nadie.
99
Prejuicios sociales
MI primo Chucho, muy preocupado, le platicó a mi tío Tacho
su problema:
-y no quiere venir a pedirla, tío... no sé qué hacer.
-Parece mentira que su padre esté actuando así... déjame ir a
hablar con él, a ver si puedo arreglar las cosas. -Gracias, tío dijo mi primo.
Esa misma tarde, Lino y yo lo acompañamos al pueblo.
En el camino iba hablando solo: "Qué peros le pone mi sobrino
Juan a Marianita muchos padres estarían deseosos de tener
una nuera como ella "
Mis tíos, Coty y Juan, nos recibieron con gusto. Para la
merienda mi tía sacó las obleas y el queso de tuna que
guardaba para los invitados especiales. Al final de la merienda,
dijo mi tío Tacho: -Juan, quiero hablar con usted sobre Chucho
y Marianita. Mi tía Coty se levantó de la mesa y desapareció.
-Ya me imaginaba que a eso se debía su visita, tío respondió
molesto mi tío Juan.
-Chucho está muy preocupado por la actitud que usted ha
tomado.
-Creo que es la correcta. No pienso cambiarla -dijo mi tío Juan
y se levantó de la mesa.
-¡Es injusto, Juan! -mi tío Tacho subió la voz.
-¿Cómo voy a aceptar que mi hijo se case con una muchacha
sin apellido? -Mi tío Juan se volvió a sentar-. ¿Cómo voy a
100
aceptar que mi hijo tome por esposa a una muchacha que no
tuvo padre?
-¿Que no tuvo padre? -preguntó mi tío Tacho, exagerando
extrañeza-. ¡Oiga, sobrino, eso es increíble! ¿Quiere decir,
acaso, que Marianita es un monstruo? ¿Una mutante que ha
nacido sólo de una madre, sin padre?
-No se burle, tío -dijo muy disgustado-, sabe a qué me refiero.
-No l0 sé.
-¡Pues a que su padre nunca se casó con su madre y, por si
fuera poco, ni siquiera la reconoció!
-Juan, ¿cómo puede culparla de eso?... Creo que usted está
muy mal.
-Yo no lo creo -respondió cortante mi tío Juan-. Mire, tío, no
aspiro a que mi hijo se case con una dama de la realeza, pero sí
con una muchacha que tenga como respaldo una familia
respetable, no con una que sólo tiene detrás de ella a una
pobre mujer como su madre.
-¡Así es! -gritó mi tío Tacho-. ¡A una pobre mujer que ha
dedicado su vida a cuidar a su hija! - Ya más tranquilo
prosiguió-: Ella fue víctima de las circunstancias; su único
pecado fue haberse enamorado de un hombre irresponsable...
Por lo que veo, para gente como usted eso es un pecado
imperdonable. Seguramente, preferiría que Chucho se casara
con una mujer tan fina y elegante como la de Neto; ella sí que
tiene un apellido rimbombante como respaldo. Creo que sus
problemas conyugales se deben, casi siempre, a que gasta más
de lo que Neto puede darle en ropa, salones de belleza,
comidas con las amigas y todo lo que implica pertenecer a tan
alta esfera social. Por lo demás, es buena esposa, siempre y
cuando Neto esté dispuesto a comer comida de lata, a no
descomponerle el peinado con una caricia, a no besarla
101
espontáneamente para no estropearle el maquillaje y a no
tocarla hasta que el barniz de uñas se haya secado. Luego,
mire a sus hijitos, tan bonitos como insoportables; unos
pobres niños repletos de objetos caros pero vacíos de
atención y de afecto, porque su mamá lleva una vida social tan
intensa que nunca puede estar con ellos y su papá trabaja
como negro para poder mantener ese nivel de vida que, por
cierto, es muy chic ¿no es cierto? Pero, bueno, eso no importa.
Tal vez fue el precio que Neto tuvo que pagar por el flamante
apellido de su mujer, ¿no le parece?
-Tío -dijo mi tío Juan-, creo que está exagerando... dramatiza
tanto que me confunde...
-Juan --concluyó mi tío Tacho-, debemos pensar en la felicidad
de Chucho. Olvide los prejuicios. Piense en lo feliz que va a ser
con una mujer como Mariana; tan alegre, tan inteligente y,
sobre todo, tan enamorada. Chucho merece lo mejor. Siempre
ha sido un excelente hijo... para usted y para mí.
Nos despedimos y volvimos en silencio a San Miguel.
102
La petición de mano
MIS vacaciones habían terminado y había regresado a la casa
de huéspedes en el Distrito Federal. Toda la semana estuve
pensando en Chucho y en Mariana. El sábado siguiente,
cuando llegué a la casa, encontré a Chucho muy contento. Su
padre, al fin, había accedido a ir a pedir la mano de Mariana.
-¡Mira, Pancho! -me dijo Chucho emocionado-. Mi tía Chabela
quiere que sea de Mariana el anillo que mi tío le dio cuando se
comprometieron -me lo enseñó en su estuche.
Una oleada de envidia me envolvió, pero logré disimular. -¡Qué
bueno! -le dije, admirando el anillo que siempre creí sería para
mi novia.
Chucho pareció no darse cuenta de mi perturbación, pues
siguió hablando entusiasmado:
-Mi tío Tacho se ofreció para organizar una cena en el salón
Embajadores para el próximo sábado. ¿Te imaginas, Pancho?
No sé cómo agradecerle todo esto.
-Me alegro mucho por ustedes -le dije sinceramente.
El día de la petición, en la casa todo era movimiento. Mariana y
doña Rosa, su mamá, habían ido a que mi tía Chabela les
ayudara con su arreglo.
-¡Ay, Chabelita! ¡Me está picando! -gritó doña Rosa cuando mi
tía le detuvo el cabello con un prendedor.
103
-Ni modo, Rosita, así se le ve muy bien; recuerde que las
elegantes se aguantan -respondió mi tía fijando con firmeza el
broche.
-Tiene razón, Chabelita -admitió doña Rosa con lágrimas en los
ojos-; pero, ¿antes de irnos me podría dar una aspirina? -¡Claro
que sí, Rosita! -sacó una tira-. Y se lleva las demás por si las
dudas.
Llegamos al salón. Mariana y Chucho estaban felices. Al poco
tiempo llegaron mis tíos Juan y Coty con mi prima Caty.
Habían invitado a los amigos más allegados: los Torres, los
García, los Mayers, los López Mendívil, los Aragón y los Mir.
Del pueblo llegaron: mi abuela, mis tíos y primos, y mis
padrinos Pedro y Sara. No me extrañó que mi mamá no
asistiera.
Mi tío Juan hizo la petición de mano. Aunque cortés, se notó
frío y seco. Doña Rosita respondió un poco incómoda, pero
con mucha educación. Luego, mi primo Chucho puso el anillo
en el dedo de su novia y yo sentí un vuelco en el estómago.
Después brindamos y la música comenzó.
Correspondía a mi tío Juan bailar la primera pieza con la novia,
pero al ver que no tenía intenciones de hacerla, mi tío Tacho se
levantó y se dirigió a Mariana:
-Quisiera pedir esta pieza a quien, como linda flor, ha venido a
perfumar nuestra familia.
Caty, que estaba sentada junto a mí, hizo un agrio comentario:
-No sé cómo mi papá puede permitir que mi hermano se case
con ésa...
-No seas cruel, Caty -le reproché un tanto incómodo-. Mariana
es muy buena. No debes juzgar a las personas tan a la ligera.
104
-¡No, Pancho! -insistió-. ¡Nunca aceptaré a ésa como de la
familia!
Se levantó y se fue a otro lugar. Yo me alegré.
Al terminar de bailar, mi tío Tacho se sentó junto a mí, en el
lugar que Caty acababa de abandonar.
-Ella está en el mismo plan que su padre, ¿no es así, Panchito?
-me preguntó.
-Sí, tío -respondí en tono reflexivo-, no los entiendo.
-¡El tiempo, Panchito!. .. El tiempo pone todo en su lugar
-aseguró.
-¡Qué linda se ve Mariana! ¿No le parece, tío? -le comenté
mirando a los novios, que bailaban encantados-. El anillo le
quedó perfecto...
-Así es -respondió-. Por cierto -me dijo-, no quiero volver a ver
en su rostro ninguna señal de envidia. Para usted tenemos
reservados nuestros anillos de bodas. Desde hace mucho,
Chabelita y yo acordamos que éstos serían para nuestro hijo
consentido... y apretó mi mano con cariño.
105
Nuevos padres
HABÍAN pasado unos meses desde que Chucho y Mariana se
casaran cuando nos dieron la noticia de que iban a ser padres.
Chucho nos invitó a la comida que darían en su casa para
festejarlo.
Ese domingo, mis tíos y yo fuimos casi los primeros en llegar,
allí estaba ya doña Rosa, la mamá de Mariana.
Al poco tiempo, llegaron Lupita y Lucha y, en seguida, mis
padrinos Pedro y Sara y la Peque, Loli y la Nena con sus
maridos.
Mi padrino dijo a Chucho que sus padres y su hermana Caty no
podrían asistir por tener otro compromiso. En la cara de mi
primo se notó la desilusión pero Mariana lo abrazó y él
recuperó su alegría.
La comida que Mariana preparó estaba deliciosa; es muy
buena cocinera.
Estábamos terminando de comer cuando llamaron a la puerta.
Chucho fue a abrir y nos quedamos sorprendidos al ver a Caty,
acompañada por un muchacho muy bien parecido, bastante
pasado de copas.
-¡Hola a todos! -dijo Caty en la puerta-. ¡Les presento a Valente!
106
Entraron y se sentaron. Su actitud era descortés y altanera.
Mariana se apresuró a servir unos platos y Caty le dijo con
petulancia:
-Ni te molestes, chula, no vamos a comer. Sólo sírvenos una
copa para brindar contigo ya que vas a ser mamá.
La mirada de Chucho se iluminó.
-¿Qué te parece, Caty? Pronto serás tía.
-¿Tía yo? -dijo extrañada-. Mira, hermano, si fueras tú quien
estuviera esperando a ese niño, estaría segura de eso, pero
como no es así, pues siempre queda la duda...
-¡Caty! -gritó Chucho, poniéndose de pie.
-No creo que sea momento para discutir -intervino mi tío
Tacho-, y menos para que usted, Caty, haga ese tipo de
comentarios.
Caty se levantó, con actitud retadora, sirvió otras copas para
ella y su acompañante y después de dar un buen trago,
respondió: -Mire, tío, con todo respeto, creo que esto no es de
su incumbencia. A usted le es fácil aprobar esta situación
porque no fue su casa la que se manchó con la llegada de ésta
-señaló a Mariana. -¡Basta, Caty! -saltó Chucho-. ¡Haz el favor
de salir de mi casa y no vuelvas a poner un pie aquí! -le dijo
fuera de sí.
Caty sonrió, burlona.
-Sí, hermanito, me voy. Pero no porque tú me corras, sino
porque me sale urticaria con esta clase de gente -miró de
arriba a abajo a Mariana y a su mamá.
Nos quedamos consternados. No podíamos dar crédito a lo
que había pasado.
107
Caty y su amigo salieron de la casa, tambaleantes por el efecto
del vino.
108
Futuro médico
-MEDICINA, ¿qué otra cosa?
Respondía mi tío Tacho cuando alguien me preguntaba qué
iba a estudiar cuando terminara la prepa. Siempre se me
adelantaba, a mí no me dejaba hablar.
-¿Qué te parece, Chabelita? ¿Quién nos iba a decir que ibas a
tener dos médicos en la casa? -le decía lleno de orgullo. Todavía falta tiempo, Anastasio -respondía ella.
-Sí, pero una verdadera vocación se lleva en la piel, se le nota a
la gente hasta en la forma de caminar, ¡míralo nada más! -me
señalaba como quien está mostrando algo extraordinario.
Yo trataba de descubrir frente al espejo de cuerpo entero, que
está en el baño, los atributos que ponían en evidencia mi
notoria vocación por la medicina.
-Pues sí, don Pedro -dijo a mi padrino el día que fue a
visitarnos-, imagínese lo orgulloso que me siento por la
decisión que ha tomado Panchito... ¡Mi futuro médico! exclamó mirándome complacido. ¿Mi decisión?.. a pesar de
tener muy claro que no había sido mía, no me atrevía a
contradecirlo. Mi tío estaba contentísimo, no hablaba de otra
cosa.
-Ya debe comenzar a practicar, Panchito -me dijo cuando entré
al último semestre de preparatoria.
Al inicio de las vacaciones de semana santa compró un costal
de naranjas para que pudiera ejercitarme en la puesta de
109
inyecciones. Yo nada más veía la jeringa y mis manos
comenzaban a temblar fuera de control.
-¡Domínese! -me decía-. ¿Cómo le va a hacer cuando tenga que
operar? ¡Un cirujano debe tener temple de acero!
Me veía yo vestido de médico abriendo con el bisturí en canal
a un paciente y por mi frente empezaban a correr gruesas
gotas de sudor.
Nunca pude desprender la cabeza de las ampolletas ni cargar
una jeringa. Las ampolletas en mis manos se rompían por
completo y cuando mi tío ya me las daba abiertas, las agujas se
doblaban por el mal cálculo que hacía de la profundidad del
frasquito. Toda una tarde nos pasamos inyectando naranjas.
-Recuerde que cada una representa el nalgatorio de algún
paciente. Trátelas con cuidado -me decía.
Ninguna salió con bien. Quedaban despanzurradas, o, en el
mejor de los casos, rasgadas de la cáscara porque la jeringa se
me iba chueca y la aguja se clavaba en forma perpendicular.
Pensaba en lo que hubiera pasado si las naranjas hubiesen sido
nalgatorio s reales y la carne se me ponía como de gallina.
-Lo que usted necesita es practicar en una persona -decidió mi
tío.
Al día siguiente llegó muy contento.
-Me acaban de informar que su tío Rubén tiene bronquitis ¡Es
nuestra oportunidad! -me dijo.
Llevó varias ampolletas y jeringas.
-Por si se rompen o se dobla la aguja -decía mientras las
guardaba en el maletín.
110
Mi tío Rubén estaba tan débil y tan afiebrado que no se dio
cuenta cuando varias ampolletas se desbarataron en mis
manos ni cuando otras tantas agujas quedaron como bastón; y
mi tía Rufina, su esposa, yo creo que sí se dio cuenta pero se
hizo la disimulada.
-No se ponga nervioso, Panchito -dijo mi tío-, no es más que su
tío Rubén... ¡Preste acá!
Me arrebató la ampolleta y la jeringa, preparó la inyección
como se debe y me la dio.
-¡Ahora sí, banderillero, a triunfar! -exclamó en tono festivo.
-¡Ole! -reforzó mi tía Rufina.
Saqué fuerza de flaqueza. El público me aclamaba. No lo podía
defraudar. Tomé la jeringa, apunté, inserté, y vacié el líquido
de un jalón. Miré, con horror, cómo en la desinflada naranja de
mi tío Rubén se formaba un círculo que iba del rosa mexicano
al morado berenjena. En ese momento recordé que antes de
vaciar el medicamento debí haber jalado para atrás el émbolo
de la jeringa y mirar si no había sangre, para estar seguro de
que no había picado vena. Ya era tarde. La inyección estaba
puesta.
-Mire, Panchito -dijo mi tío Tacho-, si su tío Rubén queda
impedido, que es muy posible debido a la forma en que le
puso la inyección, no se preocupe -me tranquilizó-, el mundo
no va a extrañado.
-¡De veras que no! -aseguró mi tía Rufina.
Antes de despedimos, mi tía Rufina nos agradeció varias veces
la buena acción de haber ido en auxilio de su esposo.
-No me lo agradezca a mí, Rufina -dijo mi tío-, agradézcaselo a
nuestro flamante futuro galeno.
111
A los pocos días, mi tío me llevó a presenciar una operación.
Llegamos al hospital. Pasamos a la sala donde los médicos se
visten de cirujanos y me vistieron.
-Usted quédese aquí, paradito -me acomodó a un lado de él
cuando entramos al quirófano-, va a ser una operación
inolvidable para usted, mi futuro cirujano.
Y así fue. Era una amputación de brazo.
El sonido de la sierra eléctrica y los trocitos de hueso junto con
los chorros de sangre que salpicaron mi cara, aún se presentan
en mis sueños más inquietos, en mis pesadillas. Y ese olor...
nunca se me olvidará.
Una espesa bruma me envolvió. Comencé a arquear, pero el
vómito se me fue al cerebro. Al menos así me pareció. Perdí el
sentido. No volví a saber de mí hasta que estaba en mi cama.
Miré para todos lados sintiéndome confundido y atontado;
una potente voz me hizo reaccionar:
-¡Qué necedad la suya, Panchito! ¿De dónde sacó usted el
absurdo disparate de que quiere ser médico? ¿Quién le metió
en la cabeza esa terquedad?... ¿Usted cree que, así no más
porque sí, uno puede decir "quiero ser médico" y listo? ¡No,
Panchito, reconózcalo, usted no puede ser médico!
-Pero tío... -balbuceé.
-¡No insista! -me interrumpió-o ¡No sea testarudo! ¡No quiero
volver a oído decir semejante impertinencia! -Tío, escúcheme...
-¡Silencio, no sea obstinado! -me dijo-. ¿Acaso no tiene
imaginación? ¿Cree que todo el mundo es médico? No,
Panchito, también hay contadores, publicistas, ingenieros,
mecánicos, astronautas, bomberos, cantantes, payasos,
equilibristas, plomeros... usted puede ser lo que se le dé la
112
gana, menos doctor ¿me entiende? ¡Menos doctor! -y salió de
mi recámara golpeando la puerta. El portazo hizo que se
abriera la ventana y por ella entró una brisita de alivio.
113
Alfonsina
CUANDO entré a la universidad a estudiar economía conocí a
una muchacha que, aunque bastante fea, me llamaba la
atención por su inteligencia. Comenzamos a hacer amistad y
surgió entre nosotros una corriente de simpatía que se
convirtió en salidas al cine, al teatro o, simplemente, a caminar
por la ciudad.
Pero las cosas se complicaron. Alfonsina se enamoró de mí y
yo, ni por equivocación, sentía lo mismo.
Traté de alejarme de ella pero no pude. Se tomó muchas
pastillas para dormir y se puso gravísima. Yo me asusté. Me
sentía culpable. Cuando se estaba recuperando, me hizo
prometerle que nunca la dejaría y que la amaría por siempre.
Me sentí atrapado.
Decidí contarle todo a mi tío Tacho.
-¿y hasta dónde piensa usted dejar llegar esta situación?
-me preguntó.
-No lo sé, tío no puedo abandonarla... ella es muy buena y me
quiere mucho.
-¿y no le parece que también es importante lo que usted
sienta? -me dijo-o ¿No cree que siempre es mejor la más
amarga de las verdades que la más dulce mentira? -me
preguntó. -Sí, tiene usted razón -admití-, pero si la abandono
ella terminará con su vida...
114
-¿Entonces usted piensa que lo correcto es sacrificar la suya a
cambio de la de ella? -me preguntó.
-Pues no, tío -le respondí incómodo-, pero, ¡entiéndame!, yo no
puedo hacer sufrir a alguien que, aunque no amo, me da
tristeza por la forma en que me quiere.
Quedó pensativo y luego me dijo:
-¿Por qué no la trae el próximo fin de semana? Me gustaría
conocerla y así poder darle mi opinión con conocimiento de
causa.
Llegué con Alfonsina. Mis tíos la recibieron con gusto. Él no
dejaba de mirarla. Cuando menos lo esperaba, se me acercó y
en voz alta me dijo:
- ¡Cómo es usted exagerado, Panchito! ¡Esta muchacha no
está tan fea como usted dice!
El rostro de Alfonsina se encendió. Yo me quedé helado.
Durante la comida, Alfonsina se mostró contenta y animada,
aunque fría conmigo. Al terminar, mi tía Chabela nos invitó a
dar un paseo por la huerta. Ellas se fueron juntas, por delante
de nosotros. -Pues sí, Panchito --comenzó a decir mi tío-, tiene
usted razón, esta muchachita es muy simpática y muy
inteligente ...
Yo le hice señas para que bajara la voz, pero tal pareciera que
entendió lo contrario.
- aunque no creo que haga usted bien en andar con ella sin
amarla entiendo que se sienta culpable por no poder
quererla... pero yo creo que la lástima es un sentimiento muy
triste... sinceramente pienso que ella merece mucho más y no
me cabe en la cabeza cómo es que, valiendo tanto, esta
encantadora mujer se valore en tan poco...
115
Mi tía trataba de distraer a Alfonsina contándole la historia de
sus limones y enseñándole las flores de los duraznos. Yo
quería que la tierra me tragara. ¿Cuál sería la reacción de
Alfonsina después de haber escuchado una verdad que yo no
me atrevía a decirle?
Cuando regresábamos de San Miguel, Alfonsina iba seria y
pensativa. Yo me sentía apenado y también iba callado. De
pronto, ella rompió el silencio:
-Pancho, creo que me he portado como una tonta.
-No digas eso... yo... ¡Perdóname! -fue todo lo que pude decir.
-No te disculpes -me dijo-, yo he sido la única responsable.
Deseaba con toda el alma que me quisieras como yo a ti.
Quería retenerte a costa de lo que fuera... pero tu tío tiene
razón; yo no quiero que estés conmigo por compasión.
-Alfonsina -supliqué-, no quiero que te sientas mal...
-No, Pancho -me dijo-, en verdad he abierto los ojos y no estoy
resentida. Sé que soy fea...
-¡No! -le interrumpí-. Quizá no seas muy bonita físicamente,
pero por dentro...
Ella sonrió y me tomó de la mano.
-Ya lo sé -me dijo con cariño-, pero yo necesito tener a alguien
que le guste por dentro y por fuera... ¡Y lo vaya encontrar! ¡Ya
lo verás, Pancho, ya lo verás!
116
Alejandra
TODO en mi vida transcurría sin novedad hasta que me
enamoré.
Era la muchacha más hermosa que había visto, aunque,
cuando la analizaba objetivamente, reconocía que había otras
más bonitas, pero en ella había algo que ninguna otra tenía.
Cuando me miraba sentía una descarga eléctrica.
Ella estudiaba Pedagogía, lo mismo que mi amigo Roque. Un
día que no tuve clases y lo acompañé a su salón, me senté en
una butaca de alguien que seguramente había faltado,
precisamente, al lado de ella. ¿De qué se trató la clase?, no lo
sé; no puse atención a otra cosa que no fueran sus ojos
negros, su perfil aguileño y sus larguísimas pestañas.
Cuando terminó la clase quise presentarme con ella, pero no
me dio oportunidad; solamente me regaló media sonrisa y
salió rápidamente del salón. Roque se quedó sorprendido
cuando vio que me alejaba a toda prisa sin despedirme de él.
No la alcancé. Se había esfumado. Pensé que tal vez había sido
una alucinación, algo así como un ángel.
-Claro, Pancho -me dije-. ¿Cómo crees que eso que viste puede
ser real?
¡Pero era real! Lo comprobé al día siguiente. Anduve
merodeando por todos los salones de clase de pedagogía,
hasta que la vi salir. Le sonreí pero ella pareció no verme. Se
alejó a toda prisa y se subió en su destartalado carrito azul.
Hablé con Roque y le pedí ayuda.
-Alejandra es muy seria, Pancho; con nadie se lleva -me dijo.
117
Pero no me di por vencido; al menos ya sabía su nombre.
Todos los días acudía a Pedagogía buscando la oportunidad de
hablar con Alejandra.
-¡Alejandra, olvidaste tu libreta! -salió un muchacho corriendo
tras ella.
-¡Yo se la llevo! -me ofrecí.
Ella se detuvo a esperar su libreta, su seriedad y su frío aire de
indiferencia me hicieron temblar.
Le di la libreta, ella me la arrebató, murmuró un leve "gracias"
y se subió al coche dando un sonoro portazo. Yo me paralicé.
Empecé a asistir a todas las clases de Pedagogía. Lógicamente,
tuve un serio atraso en las mías; lo peor de todo era que no
lograba llamar su atención.
Un día me armé de valor y la esperé durante horas recargado
en su carrito.
-Alejandra, permíteme hablar contigo -le dije cuando llegó. La
frialdad de su mirada me hizo sentir muy pequeño y mis
piernas me llevaron hacia un lado del auto. Ella abrió la
portezuela y entró en él. Algo dentro de mí se rebeló y me
empujó hacia la ventanilla.
-¡Alejandra, por favor, déjame hablarte un momento! -mi mano
tocaba en el vidrio.
Ante mi sorpresa, ella bajó el cristal y me dijo: -Nos vemos en la
tarde en el Bambi.
Arrancó y se alejó.
118
¿Qué era el Bambi? ¿A qué hora de la tarde estaría allí
Alejandra? Hablé con Roque. Afortunadamente, conocía la
cafetería El
Bambi y me dio todas las señas.
Llegué a las tres. ¿Qué hora sería para Alejandra "la tarde"? Las
siete. Desde ese día supe que para Alejandra "la tarde" era a
las siete.
No me tuve que presentar. Sabía mi nombre y todo de mí. Debes ponerte al corriente en tus materias, Pancho -fueron
sus primeras palabras. Yo estaba sin habla; mis manos
temblaban visiblemente.
-No te comportes así de nervioso, que me contagias -dijo
después.
-Tengo miedo de perderte -fue todo lo que pude decir.
Nos quedamos callados durante un buen rato. Sólo
mirándonos. Nuestras manos se enlazaron y ella rompió el
silencio:
-No temas, no me vaya alejar de ti -su voz me acariciaba...
aunque debiera -dijo después.
"¿Aunque debiera?" No me quiso aclarar qué había querido
decir. Más tarde lo supe. Estaba enferma, muy enferma.
Alejandra era una muchacha solitaria. No tenía a nadie. Sus
padres habían muerto cuando era pequeña. Hija única, había
quedado al cuidado de su abuela materna, una buena y
hermosa mujer que Se dedicó a ella en cuerpo y alma hasta
que murió. Alejandra había heredado una magnífica casa, la
cual, por las tardes, se convertía en escuela de regularización
para estudiantes de primaria y secundaria. Llenaba su vida
estudiando y trabajando.
119
Con frecuencia me decía que mi familia y yo le habíamos dado
una nueva y poderosa razón a su existencia, y siempre que lo
decía cierta angustia se asomaba en su mirada.
-Debe ser porque la vida fue cruel con ella al arrebatarle a sus
seres queridos cuando más los necesitaba; ahora que nos
tiene a nosotros, inconscientemente, siente temor de
perdemos -me decía mi tío cuando le comentaba esta actitud
de Alejandra que yo no comprendía.
Mi tía Chabela se convirtió en su amiga, su cómplice, su madre.
Todos los fines de semana Alejandra y yo veníamos a San
Miguel y ellas disfrutaban mucho el estar juntas. Mi tío decía
que yo no había podido elegir mejor, que si a él le hubiera
tocado el papel.de ser el dictaminador mundial para elegir a la
mujer superior, mi tía Chabela y Alejandra habrían empatado
en el primer lugar. Que mi tío opinara esto era cosa seria. Yo
me llenaba de gusto y hacía todo lo que estaba a mi alcance
para tener contenta a Alejandra.
De repente, sin previo aviso, las cosas cambiaron. Alejandra se
empezó a desmejorar rápidamente y no pudo ocultar más su
enfermedad.
Hasta que no lo vive uno en carne propia no se da uno cuenta
de lo terrible y maligno que es el cáncer.
Nuestras vidas se transformaron por completo. Mis tíos se
trajeron a Alejandra a San Miguel para atenderla y luego nos
mudamos junto con ella a su casa para estar cerca de las
instituciones donde suministraban a Alejandra los bárbaros
tratamientos que la dejaban aniquilada.
Vivimos momentos terribles que no puedo describir; sólo de
recordar mi corazón se desgarra... seis meses después,
Alejandra murió. La enterramos aquí, en San Miguel.
120
Yo no pude llorar, pero dejé de vivir. Iba a la universidad y
hacía todo lo que tenía que hacer como un autómata. Nada
me interesaba. Me pasaba el tiempo maldiciendo a la vida.
Mi mamá empezó a visitarme, tanto en la pensión de México
como en San Miguel, con bastante regularidad: eso, que en
otros tiempos me hubiera hecho tan feliz, en esos momentos
no me importaba. La odiaba a ella, odiaba a mis tíos, odiaba al
mundo.
Los fines de semana los pasaba casi enteros en el cementerio
junto a la tumba de Alejandra. Mis tíos organizaban en la casa
reuniones con mis primos y amigos para distraerme, y yo ni
siquiera los tomaba en cuenta. Un sábado, llegué al
cementerio y vi a mi tío Tacho sosteniendo una pala. Cuando
me vio, comenzó a rascar la tierra. Yo me sorprendí; me dio la
idea de un profanador de tumbas.
-¿Qué hace, tío? -le pregunté asustado. Él no me respondió y
siguió cavando. -Tío -insistí-, ¿qué está haciendo?
-Su tumba, Panchito -contestó con naturalidad.
-¿Mi tumba? -me sorprendí-. No lo entiendo.
-Mire, Panchito -me dijo-, ahorita que yo termine de hacer este
agujero, usted se mete en él y cierra bien los ojos para que yo
le eche la tierra encima. Le voy a hacer un favor y también a
todos nosotros.
-No lo comprendo -le dije.
-Le vaya explicar -enterró la pala y se recargó en ella-:
Usted ha perdido las ganas de vivir, es decir, lo ha perdido
todo, porque la vida es lo único que tenemos y que en verdad
nos pertenece. Usted está presente sólo para sufrir y hacemos
sufrir a los que lo queremos -me tomó de los hombros-; mire,
121
Panchito: el vivir realmente la vida, el tomar en serio la
responsabilidad de vivir, nos exige mucho más que respirar y
comer. Es nuestro deber superar los obstáculos y seguir
adelante. Comprendo su pena, pero usted no está solo, nos
tiene a nosotros que lo queremos tanto... me tiene a mí que lo
quiero como a un hijo...
Me abrazó y lloramos. Por primera vez di rienda suelta a ese
llanto que me oprimía el alma. Después de un rato, ya
tranquilos, nos alejamos de allí. Me despedí de Alejandra
pensando en no regresar. No tenía para qué; a ella me la
llevaba, para siempre, en el corazón.
122
Mi vida
SIN Alejandra, mi vida se convirtió en un boceto de existencia.
Era como si mi vista no captara los colores, corno si mis oídos
se cerraran a las palabras, como si mi vida no me perteneciera.
Me sentía como un actor ambiental de una lenta película muda
en blanco y negro que parecía no tener fin.
-Le compré unas cosas, Panchito. Están en su recámara -me
avisó mi tío un sábado que llegué a la casa.
-Te preparé los ravioles que te encantan, mi amor -la voz de mi
tía me alcanzó en la puerta que da a la huerta.
Con mi indiferencia a cuestas, 11egué al tanque y me senté en
el borde. Mi imagen se reflejó en el agua.
-¡Odioso! -me dije y volví a la casa.
La gran cantidad de paquetes que había en mi cuarto logró
intrigarme. ¿Para qué era toda esa ropa acolchada, esa
chamarra rompevientos, los zapatos de suela de goma y los
patines con púas de acero, esa piqueta, ese gancho, tantas
cuerdas y la mochila llena de alimentos enlatados,
cantimploras, lentes oscuros, mapas, barómetro, brújula y
bolsa para dormir?
Salí de mi recámara sintiendo una opresión en el pecho por
cierta sospecha de que mi tío Tacho no estuviera en sus
cabales. Lo vi sentado en la fuente, leyendo tranquilamente.
-¿Para qué son esas cosas, tío?
-Para usted -me respondió sin levantar la vista del periódico.
-Ya lo sé -mi voz sonaba impaciente-, pero ¿para qué las quiero
yo?
123
-Para escalar -me dijo.
-¿Cómo dice? -mi extrañeza aumentaba.
-Mire, Pan chito -se puso de pie-, usted necesita, a como dé
lugar, salir del abismo en el que ha caído. Sé que no va a ser
nada fácil, que le llevará bastante tiempo ponerse en forma y
aprender a escalar la empinada montaña de la tristeza, pero,
por lo menos, ya tiene su equipo; todo está en que se decida y
comience a practicar.
Volvió a sentarse, abrió el periódico y siguió leyendo.
Pensativo, me senté junto a él. Sentí los rayos del sol
calentándome y noté el aroma de las plantas. Fue un
reencuentro con la vida.
-Lo voy a lograr -le dije.
Nos abrazamos y permanecimos así un largo rato. Después
nos dirigimos al comedor en donde estaban servidos los
exquisitos ravioles rellenos de espinacas que, ante la sonrisa
alegre y esperanzada de mi tía Chabela, empecé a devorar.
124
Mi prima Caty
LLEGUÉ
a la casa de huéspedes y la dueña me dijo que una
muchacha me estaba esperando en la sala. Fui para allá. Era mi
prima Caty.
Me dio gusto verla, aunque su visita me extrañó, ya que desde
la comida en casa de Chucho y Mariana no la había vuelto a
ver. Yo me había enojado bastante por su comportamiento y
ya no la había buscado, ni ella a mí.
-¿Qué te trae por aquí? -le dije tratando de mostrar
indiferencia.
Ella me miró y se soltó llorando.
-¿Qué te pasa? -le pregunté preocupado.
-¡No sé qué vaya hacer! -decía una y otra vez. Se veía
desesperada.
-Cálmate, Caty -la abracé-o Cuéntame qué te pasó.
-Estoy embarazada -me dijo de sopetón.
La sorpresa me dejó sin habla. Ella quedó en silencio también.
Sus manos temblaban.
Después de un largo momento, cuando ya me había repuesto
un poco de la impresión, tomé sus manos y las acaricié; en
verdad me sentía conmovido.
De repente empezó a hablar:
125
-Valente prometió casarse conmigo pero cuando supo lo que
pasaba desapareció; se fue sin decir nada... ¡No sé que vaya
hacer! ¿Te imaginas, Pancho? ¡Me engañó! ¡Todo fue mentira!...
Sus palabras salían como torbellino.
-Tranquilízate -la abracé. Ella se acurrucó junto a mí. Seguía
siendo la niña indefensa y consentida.
-Mi papá me corrió -me dijo después de un rato.
-¿y tu mamá? -le pregunté.
-Hizo todo lo que pudo pero no logró nada. Ya sabes cómo es
mi papá.
Lo sabía; sí. Rosita, la hija de Mariana y Chucho, ya había
cumplido un año y él no la conocía.
-¿Ya hablaste con Chucho?
-No-me contestó apresurada-. No quiero que lo sepa. ¿Qué va a
pensar de mí? -empezó a llorar de nuevo.
-Caty -le dije con seriedad-, es importante que tu hermano lo
sepa. Él te quiere mucho.
-¿A pesar de lo mal que me he portado con ellos? ¿Después de
lo grosera que he sido con Mariana? ... Sólo he visto a la niña
una vez desde que nació, ¿crees que puedan perdonarme?
-Tú eres su hermanita, Caty. Creo que vale la pena intentarlo
-le dije.
Llegamos a San Miguel por la noche. Mis tíos estaban de visita
en casa de Chucho y Mariana.
126
Todos se extrañaron al vemos.
-¿Pasa algo? -preguntó mi tío Tacho antes de saludamos. Lo
tranquilizamos y tratamos de comportamos como si nada.
Caty fue muy amable con Mariana; todos la vieron con
desconfianza. Luego pidió que la dejaran ver a la niña, que ya
estaba durmiendo, y la extrañeza aumentó. Mariana la
condujo a la recámara de su hija y, aprovechando su ausencia,
mi tío empezó a interrogarme sobre nuestra repentina negada
y la inexplicable amabilidad de Caty. Mis respuestas no lo
convencieron y se soltó a decir todo lo que pensaba:
- ... y se me hace muy raro que así, nada más porque sí, a Caty
se le haya antojado visitar a su hermano y a Marianita, con
quienes ha sido tan grosera y tan cruel; y que ahora resulte
que quiere ver a Rosita aunque sea dormida ... no, Panchito,
'aquí hay gato encerrado ... algo ha de querer esa muchacha ...
Caty y Mariana ya estaban en el pasillo. Mi tía Chabela, que se
había dado cuenta, le hizo una seña a mi tío para que se
callara. -Déja10, tía -dijo Caty-, mi tío tiene toda la razón. Me he
portado muy mal con ellos y ahora vengo a pedirles ¡que me
perdonen!
Chucho se levantó a toda prisa y la abrazó. Mariana también.
Luego los tres se reunieron con mis tíos y conmigo y Caty les
contó todo. Mariana y Chucho le ofrecieron su casa. Mi tío
Tacho parecía muy satisfecho.
-Qué gusto me da que esta egoísta muchacha reconozca sus
errores -dijo mi tío al despedirse-. La felicito, Caty -la tomó de
los hombros-; el que usted admita que ha sido mala... habla
muy bien de usted. Sería imperdonable que negara que se ha
comportado como un ser nocivo que ha abusado de la bondad
de estos dos muchachos. De ahora en adelante cuente
conmigo para lo que se le ofrezca. Claro, no sería así si usted
hubiera persistido en su vileza, en su...
127
-¡Anastasio! -intervino mi tía Chabela-. ¡Discúlpate con la niña!
¡No le estés diciendo esas cosas tan horribles!
Mi tío pareció tomar conciencia de sus palabras.
-Es verdad, Caty, discúlpeme, creo que me excedí -la abrazó-.
Su hijito tendrá en mí a un tío bisabuelo que lo querrá de
verdad. Cuente conmigo, Caty. Siempre.
128
Malas noticias
NACIÓ
el niño de Caty y todo marchaba bien hasta que un
negro nubarrón vino a ensombrecer nuestras vidas.
-Necesito que venga de inmediato, Panchito -por el teléfono la
voz de mi tío Tacho se notaba desesperada. -¿Qué ha pasado? le pregunté asustado.
-Venga pronto; lo necesito -me dijo y colgó.
Salí para acá de inmediato. La preocupación me salía por los
poros.
Llegué en la tarde. Mi tía Chabela no salió a recibirme y eso me
extrañó.
-Pásele, Panchito -dijo mi tío mostrándose exageradamente
nervioso.
-¿No está mi tía? -la busqué con la mirada.
-Precisamente de ella quiero hablarle -me dijo-; está muy grave
-su voz se quebró.
Sentí una opresión en el pecho.
-¿Qué es lo que tiene? -le pregunté sin aliento.
-Leucemia -me respondió.
Yo me quedé sin habla. No sabía qué decir.
-¿Ya le hicieron todas las pruebas? -fue todo lo que se me
ocurrió.
129
-¡Jamás he dado un diagnóstico sin estar completamente
seguro! -gritó enojado-. Aunque ahora quisiera estar
equivocado -agregó débilmente.
-Pero, ¿desde cuándo está enferma? -le pregunté teniendo la
seguridad de que una enfermedad así no se presenta de un día
para otro sin que nadie se diera cuenta.
-Hace meses se empezó a sentir mal. Los tratamientos no
dieron buen resultado. No le habíamos querido decir nada
para no preocupado...
-¡Algún remedio habrá! -grité fuera de mí-. ¡Usted puede pagar
cualquier hospital por caro que sea!
-¿Habla usted de dinero? -me preguntó tristemente-. Lo que
tiene Chabelita es mortal -su voz sonó ronca, como si le saliera
del fondo de su cuerpo-. ¿La vida, con qué dinero se compra,
Panchito? Usted sabe que he logrado reunir un buen capitalito
y podría pagar lo que fuera por la salud de Chabelita; pero eso
ya no puede ser -sus lágrimas salían sin control, la fatalidad ha
tocado a nuestra puerta y ni un millón de cerrojos puede
impedir su entrada.
Sacó un sobre y me lo dio.
-Aquí tiene las instrucciones para después de nuestra muerte
-me dijo-; usted sabe que sin ella no resistiré mucho tiempo.
Ábralo cuando nos hayamos ido los dos.
Tomé el sobre y lo guardé tristemente. -Quiero veda -le dije.
-Que lo vea contento. Disimule -me pidió.
130
Entramos a la recámara. Parecía que todos los años del mundo
habían caído sobre mi hermosa tía. Ella abrió los brazos y los
dos corrimos a abrazada.
-¡Cuídalo, hijito! -era todo lo que decía.
131
Vuelo envidiable
SIN mi tía Chabela, en la casa y en nuestras vidas, todo era
desolación.
Junto con el ramito de rosas, que mi tío puso en sus manos
antes de trasladada a su última morada, se habían ido nuestra
alegría y nuestras ganas de vivir.
Una tarde, mi tío y yo estábamos sentados en una banquita del
corredor cuando algo nos llamó la atención: una figura verde y
lustrosa se elevó con rapidez y se alejó a toda prisa hacia el
cielo, hasta perderse de vista.
-Siempre creí que ese perico tenía las alas cortadas -me dijo
pensativo-, y, ya lo ve, Panchito, hoy comprobamos que no es
así. Toda su vida estuvo aquí por amor. Bien hubiera podido
haberse ido. -Sí, tío -respondí.
-¿Sabe? -continuó-, muchos de los que me conocen pensaban
que yo tenía las alas cortadas, pero eso no es cierto. Mi
hermosa Chabelita nunca me tuvo a la fuerza. Si viví pegado a
ella y siempre le fui fiel, fue por amor. Ahora yo quisiera salir
volando tras ella, igual que el tal Rorro -su voz se quebró-.
Fíjese, Panchito, lo que es la vida; tan sin gracia que siempre
me pareció ese perico, y resulta que ahora lo envidio...
132
Alpinistas
DURANTE
las vacaciones, antes del último semestre de mi
carrera, teniendo apenas mi tía dos meses de haber partido, la
gente de San Miguel empezó a murmurar sobre la dudosa
salud mental de mi tío Tacho y la mía.
-Tráigase su equipo para escalar -me dijo un día.
-¿Para qué lo quiere, tío? -le pregunté extrañado.
-Debemos practicar. Hemos de salir de nuestros respectivos
abismos a como dé lugar.
Él lo usaba por las mañanas y yo por las tardes. Así, vestidos de
alpinistas, durante nuestras largas caminatas por la calle, no
había quien no nos mirara con extrañeza y hasta con un poco
de compasión. Cuando mi tío se detenía a platicar con alguien
conocido, atoraba el piolet en la tierra, en un árbol o en los
barrotes de alguna ventana.
-Permítame que me enganche -les decía-; no vaya a ser que
pierda la poquita altura que he ganado y me vaya otra vez
hasta el fondo...
Nadie entendía el significado de sus palabras, sólo yo.
133
Extraña despedida
CUESTA trabajo creer que en tan poco tiempo la vida de uno
pueda cambiar tanto...
Aprobé el examen profesional por unanimidad. Para evitar
nerviosismos extras, le había pedido a mi tío que no asistiera al
examen; acordamos que nos veríamos por la tarde en San
Miguel para festejar. Antes de salir del salón donde había sido
el examen una de las secretarias de la universidad me dio un
sobre que un mensajero había dejado para mí. Todo imaginé
menos que fuera una carta de mi tío. Salí al patio, abrí el sobre
y saqué la carta:
Querido hijo: Cuando esté usted leyendo ésta, yo ya me habré
retirado. Mi quehacer por estos lugares terminó. Usted acaba de
dar el paso definitivo para iniciar una brillante carrera
profesional y yo doy por concluido mi compromiso con la vida.
Chabelita y yo acordamos esperar hasta este día, pero ni uno
más. Me voy con ella, Panchito, ahí está mi sitio. El equipo de
alpinismo se lo dejo casi completo, sólo me llevo la brújula para
no perder el rumbo donde habitan los ángeles, no vaya a ser que
me desoriente y me vaya para el lado contrario. No olvide leer
las instrucciones para después de nuestra muerte.
Sentí una punzada en el corazón. ¿Por qué mi tío hablaba así?
Llegué a la pensión a recoger mi dinero, y ahí, en el cajón de mi
buró, estaba también el sobre que mi tío me había dado. Lo
tomé y lo guardé. Al salir, la dueña de la casa me dijo que mi
primo Chucho me había estado hablando por teléfono. Un
negro presentimiento nubló mi mente.
Llegué aquí, a la casa. Estaba llena de gente. Chucho corrió a
recibirme.
134
-¿Qué pasó? -le pregunté, temiendo oír la respuesta.
-Murió mi tío -me dijo.
Entre sollozos nos abrazamos. Se nos unieron Caty y Mariana.
-¿Qué le pasó? -les pregunté confundido.
-El doctor García dijo que fue su corazón -respondió Caty.
-¿Desde cuándo empezó a sentirse mal? -quise saber.
-Todo fue muy repentino -me dijo Chucho-; ayer fue a mi casa y
se encontraba bien. Pasó mucho tiempo con los niños y antes
de irse se puso a damos consejos a Mariana, a Caty y a mí.
Luego, le dio un sobre a Caty advirtiéndole que lo abriera
hasta hoy -Caty asentía con la cabeza-, y resulta que en ese
sobre están las escrituras de un terreno en Celaya y un papel
notarial donde dice que la nueva dueña es Caty.
Fui a la recámara de mi tío. Mucha gente estaba alrededor de
la cama, donde mi tío yacía tranquilamente, como si durmiera.
Me incliné para besar sus manos. Una de ellas apretaba
fuertemente la brújula que se mojó con mi llanto.
Fui hacia el doctor García y, a manera de reclamo, le pedí que
me explicara cómo había sido posible que el corazón de mi tío
hubiera fallado así, tan de repente, sin haber mostrado antes
ninguna señal de enfermedad, que mi tío siempre había sido
muy sano y que se me hacía muy raro todo esto.
-A veces, cuando se ha querido tanto en la vida y el ser amado
se va, el corazón se ve atacado por una terrible enfermedad,
para la que no hay cura, que se llama pena. Eso fue lo que le
pasó a tu tío, Panchito. Él quería irse con Chabelita y te
aseguro que en estos momentos no hay hombre más feliz que
él.
135
-Tiene razón, doctor -le respondí pensativo.
-Dejó esto para ti -me dijo, y me entregó un sobre.
Lo abrí. Contenía un recado con los anillos de bodas de mis
tíos, prendidos con unos seguritos de metal:
Hijo: Como le había prometido, aquí están nuestros anillos. No
tire los seguritos hasta haber comprobado que mis ojos estén
perfectamente cerrados; de no ser así, utilícelos para este efecto.
Reí a pesar de las circunstancias. Guardé los anillos con mucho
cariño, y también los seguritos. En ese momento recordé el
sobre de las "instrucciones". Lo saqué de la bolsa de mi
camisa, lo abrí y leí la última voluntad de dos que se amaron en
verdad:
Nosotros, Anastasio López Negrete e Isabel Aguilera de López,
deseamos que a nuestra muerte se nos entierre juntos, es decir, en
la misma caja (féretro, ataúd, cajón, o como quieran llamarrle) y
nos acomoden frente a frente, mucho muy cerca uno del otro.
Estaban ahí sus firmas que yo conocía tanto. Eran las mismas
que aparecen en mis boletas de calificaciones, en mis
permisos, en mis constancias médicas y en todos mis
documentos.
136
La última voluntad
Después de la triste e interminable noche del velorio,
trasladamos a mi tío al cementerio. Para que la última
voluntad de ambos fuera cumplida, el féretro donde
descansaba mi tía Chabela se encontraba ya fuera de la fosa.
Un enigmático rayo de sol, en una mañana tan fría y nublada,
lo hacía brillar extrañamente. Cuando lo abrieron, el ambiente
se inundó con un aroma de rosas. La confusión se hizo
presente y se acrecentó sin medida cuando vimos que las
rosas que mi tío había colocado en las manos de mi hermosa
tía habían conservado la frescura.
-Tenía la idea de que las rosas eran naturales... -murmuraban.
Desde luego eran naturales. Lino y yo habíamos acompañado
a mi tío a compradas. Automáticamente, los dos nos
volteamos a ver. -y mira la cara de Chabelita... -continuaban los
murmullos. Yo también me sorprendí al notar que la corrosiva
muerte no había logrado dañada.
Dos robustos muchachos de la funeraria dijeron que para que
mis tíos quedaran frente a frente había que ladear el cuerpo
de ella. El más joven sugirió sólo voltear la cabeza que
seguramente ya se hallaba desprendida del resto del cuerpo.
Yo no estuve de acuerdo y me dispuse a realizar el
movimiento.
Lo que sentí al tomada en mis brazos me hizo estremecer:
estaba blanda y cálida, como si durmiera. Su cuerpo se hallaba
intacto y el aroma que despedía era el de aquel dulce perfume
que en vida la caracterizó. Un raro sentimiento me envolvió:
una especie de ternura mezclada con rebeldía y coraje. Mi
cuerpo se estremeció y comencé a llorar sin control. Mis
primos se acercaron y de todos recibí abrazos consoladores.
Miré a mi tío, muy serio en su ataúd, recordé a mi papá y a
Alejandra en idéntica postura y un grito desconsolado salió de
mi garganta:
137
-¡¿Por qué?! ¿Por qué todos los que amo me abandonan?
Mi mamá soltó la mano de su esposo y se acercó con los
brazos extendidos, pero al llegar ante mí los bajó, sin
atreverse a abrazarme. -Panchito -me dijo- ... comprendo tu
dolor ahora que se han ido... pero si de algo te sirve, hijo, aquí
estoy...
Sus labios temblaban y lloraba con tristeza. La abracé y ella
llenó de besos mi cara. La miré y, una vez más, la perfección de
sus facciones me sorprendió.
-¡Qué hermosa eres, mamita! -le dije.
Permanecimos mirándonos, aislados de los demás, hasta que
el dueño de la funeraria me preguntó en voz baja: ¿Proseguimos?
Asentí.
Los dos fornidos muchachos de la funeraria levantaron a mi tío
como si no pesara nada y, en rápido movimiento, lo
acomodaron junto a mi tía, frente a frente. La seriedad
abandonó la cara de mi tío Tacho y una sonrisa, casi
imperceptible, apareció en sus labios. Nadie más pareció
notario. Solamente las miradas de Lino y la mía se volvieron a
cruzar.
Cuando me acerqué a despedirme de mis tíos, algo brillante,
en el fondo de la caja, me llamó la atención. Era la brújula. Mi
tío la había soltado.
-¡Hallaste el rumbo! -grité.
Todos se sorprendieron. Chucho se acercó y me tomó del
brazo. -Tranquilízate, Pancho, necesitas descansar -me dijo.
Yo, asentí en silencio y me guardé celosamente la brújula. Hoy
138
Más que nunca iba a necesitar el equipo completo
139