Resulta inevitable, en un onírico ejercicio de frivolidad atea, imaginar el más allá de Ennio Morricone dentro de aquel cine en el que Salvatore lloraba al ver el montaje que su añorado Alfredo había guardado con todos los besos y escenas románticas que el sacerdote del pueblo había censurado y cortado durante su infancia. Solo que, en aquella sala de un cine de Roma, en lugar de un director de cine asediado por la nostalgia, veríamos a un compositor detrás de unas enormes gafas de pasta negra, recostado sobre una butaca y escuchando, emocionado, una detrás de otra, las bandas sonoras de su vida. Y resulta inevitable imaginar cómo hubiera sido la escena final de Cinema Paradiso sin la música de Ennio Morricone. O cómo habríamos concebido el cementerio de Sad Hill sin aquellos acordes que apuntalaron el duelo final entre Clint Eastwood, Eli Wallach y Lee Van Cleef. Porque hay películas que no serían lo mismo sin sus BSO. Y el legado inmortal de Morricone se erige aquí como uno de los mejores exponentes del poder catalizador de la música en el cine.

Tras el fallecimiento del maestro italiano a los 91 años, elegir las diez mejores piezas musicales compuestas por una leyenda como Ennio Morricone de ente las más de 500 bandas sonoras que creó entre 1962 y 2016 viene a ser lo mismo, en términos cinematográficos, que obligar a alguien a decantarse por una sola película de Chaplin o Kubrick, salvar una única interpretación de Katharine Hepburn o Bette Davis, o elegir entre Paul Newman y Robert Redford. Es decir, una quimera difícilmente asumible para el cinéfilo de turno. De ahí que, en nuestro particular y humilde homenaje a uno de los grandes y más prolíficos compositores de la historia del cine, nos decantemos por un argot menos pretencioso y hablemos de BSO inolvidables, imprescindibles y únicas. Aquellas que, por un motivo u otro, se hicieron un hueco en la memoria auditiva de los espectadores, coparon festivales y ceremonias de premios y marcaron un antes y después en la carrera profesional de este músico nacido en la Roma de 1928. Una ciudad que le vio aprender a tocar la trompeta siendo niño, crear su primera obra con seis años y terminar en seis meses un programa de armonía programado para realizarse en cuatro años. ¿Alguien ha dicho niño prodigio?

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El recorrido de Ennio Morricone por los designios del séptimo arte estuvo marcado, como el de otros grandes nombres del apartado musical, por una versatilidad innata que le permitió oscilar entre distintos géneros y firmar innumerables partituras que contribuyeron, como un personaje más del guión, a crear atmósferas llenas de sensibilidad, matices y artificios que, en su momento, sorprendieron por su innovación y originalidad. Porque hay películas que no serían lo mismo sin sus BSO. Historias que no serían las mismas sin Ennio Morricone. Y la del cine, no se entendería sin él.

Si quieres volver a escuchar y emocionare con algunas de las mejores BSO del compositor italiano, dale al play y descúbrelo en el vídeo de arriba.

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Javier Díaz-Salado

Se perdió una mañana de instituto para ver el final de ‘Perdidos’ y, aunque la leyenda cuenta que está en FOTOGRAMAS por sus tortillas de patata, la realidad es que lleva en la revista desde 2016 como “el chico de los vídeos”. Graduado en Periodismo y Comunicación Audiovisual por la Universidad Carlos III de Madrid, un día se cansó de vivir entre muggles y, antes de que ‘Cinema Paradiso’ y ‘El espíritu de la colmena’ despertaran su fascinación por el séptimo arte, decidió (no) crecer imaginando su infancia entre hobbits y jedis. Vive enamorado de Emma Watson y Michael Scott, y está convencido de que su cima en la vida ha sido, es y será decirle a Viggo Mortensen en un ascensor que todavía guarda una figura de acción de Aragorn.