En los márgenes (2022), de Juan Diego Botto

Bienintencionado cine social, deudor de Ken Loach, con el que el actor Juan Diego Botto, que se reserva un pequeño papel, debuta en el largometraje, antes había dirigido un segmento de ¡Hay motivo! y un episodio de la serie nacida en la pandemia del covid Relatos con-fin-a-dos.

Sigue a lo largo de un día a múltiples personajes que viven al borde la marginalidad, en el seno de familias desestructuradas, en gran parte a causa de los condicionamientos sociales extremos. Sirve de elemento aglutinador Rafa, abogado laboralista que se apunta a todo tipo de causas perdidas, lo que tiene efectos colaterales negativos en la atención de su familia, Helena, que está embarazada, y su hijastro Raúl. Por ejemplo, cuando se entera de que la policía se lleva a una niña hija de inmigrante, que estaba sola en casa, remueve Roma con Santiago para intentar dar con la madre. Por otra parte, también está atento a las tribulaciones de Azucena, que trabaja en un supermercado, casada y con un niño, a la que el banco está a punto de desahuciar; y por otro lado tenemos a Germán, que trabaja en la construcción, y no se atreve a atender el teléfono cuando llama su madre Teodora, que la avaló para un negocio que no ha ido bien, aunque un compañero de curro le anima a hacerlo.

Botto ha reunido a un estupendo plantel de actores, donde sobresalen Luis Tosar, Penélope Cruz –también productora– y Adelfa Calvo, aunque además lo hacen bien los menos conocidos Christian Checa, Aixa Villagrán, Font García, Nur Levi y el propio director. Se nota que se siente cómodo trabajando con el reparto, y ser del oficio ayuda, por ejemplo en las escenas asamblearias, donde sin duda muchos de los que intervienen no son profesionales de la interpretación, pero que se muestran muy naturales, tal vez narrando sus propios casos reales.

En cambio, en lo relativo a la narración, hay momentos muy logrados, con otros que no lo están tanto, falta equilibrio en el guión y elaborar un poco más los diálogos –el “no me jodas” se convierte en un latiguillo cansino–, además de rematar la faena en el desenlace, precipitado y con algo de sabor a trampa en el caso de uno de los hilos argumentales. Consigue intensidad dramática en algunas escenas, pero a la estructura del relato le falta solidez.

Resulta sugerente plantear que las buenas intenciones individuales no bastan para cambiar el mundo, pero que hay que abrir los ojos a las necesidades del que tenemos al lado, conjugar la sensibilidad social y el cuidado de los más próximos, algo especialmente importante entre los jóvenes, lo que se apunta en el personaje de Raúl. Y muestre el límite de las personas, donde la capacidad de lucha llega hasta cierto punto, cabe rendirse, o dejarse dominar por la desesperanza.

Aunque puedo entender que se quiera mandar un mensaje político, denunciar determinadas legislaciones donde acaban pagando los platos rotos los más desfavorecidos, resultan demasiado obvios y simplificadores los insertos radiofónicos sobre los beneficios de las malvadas empresas eléctricas, o la mención de lo aprobado por el ministro de un partido político conservador, naturalmente. Un poco más de sutileza se habría agradecido.