Por qué hay que hacer el Transiberiano una vez en la vida

Por qué hay que hacer el Transiberiano una vez en la vida

Hay pocos viajes ferroviarios tan míticos como el Transiberiano, un recorrido a lo largo de 9.289 kilómetros desde Moscú hasta Vladivostok

1 /9

Foto: Baturina Yuliya / Shutterstock

1 / 9

La catedral de San Basilio

Iván el Terrible la mandó construir en el siglo XVI para conmemorar su victoria sobre los tártaros, lo que abrió a Rusia las puertas de Siberia. Apenas un siglo más tarde casi toda Siberia ya formaba parte de las tierras del zar. 

Foto: Maarten Udema / Age fotostock

2 / 9

Desde Europa hasta Asia

La línea ferroviaria que une Europa con los confines de Asia condensa siglos de historia. Por las ventanas del tren desfilan las vastas extensiones de campos de cereales de la Rusia europea, los montes Urales con sus desgastadas colinas, la impenetrable taiga siberiana, las cristalinas aguas del lago Baikal y, por último, la visión de Vladivostok a orillas del Pacífico tras haber cruzado todo un continente

Foto: Misne / Shutterstock

3 / 9

Montes Urales

Tras atravesar la gran cordillera y llegar a Ekaterimburgo, el ferrocarril se adentra en Siberia. Esta ciudad, creada en 1723 para convertirse en el centro industrial de la región, pasó a la historia porque allí fueron asesinados el zar Nicolás II y su familia por los bolcheviques. 

Foto: Getty images

4 / 9

Una semana viviendo en un ferrocarril

La principal atracción de un viaje en el Transiberiano es la vida en el tren, un microcosmos de Rusia. Nada más subir hay que cambiarse de ropa y ponerse cómodo; no tardan en aparecer la comida y bebida, que se van reponiendo en los andenes, donde hay gente que vende de todo. Conforme avanza el trayecto aumentan las conversaciones con los compañeros de compartimento. Mención aparte merecen las provodnitsas, encargadas de mantener el orden en cada vagón. Estas mujeres uniformadas forman parte de los recuerdos de cualquier viaje por el Transiberiano. Además de los trenes convencionales, existen otros de lujo que circulan en ciertas fechas.

Foto: Fyodor Lashkov

5 / 9

El paso de las esta­ciones transfigura los paisajes del Baikal

Centenares de ríos alimentan el lago más profundo del mundo, extenso como Bélgica, pero de él solo aflora uno: el Angará, en la ciudad de List-vyanka. El Baikal es la gran atracción de Siberia. La transparencia inigualable de sus aguas, muy ricas en oxígeno, y la belleza de los paisajes llevan a muchos pasajeros a detenerse en Irkutsk

Foto: Pere Soler

6 / 9

El alma de Siberia

La joya del Baikal es la isla de Olkhon. Las praderas y los infinitos cielos de Siberia, surcados por bandadas de pájaros, se ven interrumpidos por fugaces visiones del lago. Pilares de madera con telas atadas en honor de los espíritus recuerdan que la cultura chamanística buriata considera sagrada la isla. Khuzhir es la única población, un conjunto de casas de madera desde la que se suele ir al cabo Khoboy para intentar ver las nerpas, las focas de agua dulce endémicas del Baikal. En invierno es factible incluso circular en coche sobre las heladas y transparentes aguas del Baikal.

Foto: Nicola de Marinis / Age fotostock

7 / 9

Novosibirsk

La gran ciudad junto al río Ob cuenta con el mayor teatro de ópera y ballet de Rusia. Esta estatua de Lenin se halla delante de él. 

Foto: Shutterstock

8 / 9

Destino Vladivostok

Fundada en 1860, Vladivostok ("Poder sobre Oriente") prosperó después de que fuera completado el Transiberiano. En 1932 se convirtió en la nueva sede de la Flota Rusa del Pacífico y desde 1958 hasta 1991 permaneció cerrada a los extranjeros. Su asentamiento a orillas del Pacífico, en un golfo llamado el Cuerno de Oro por su similitud con el de Estambul, el ambiente desenfadado y sus avenidas donde es frecuente ver a marineros paseando, le otorgan una personalidad que no poseen el resto de ciudades siberianas y la convierten en un perfecto punto y final del Transiberiano.

Foto: Age fotostock

9 / 9

Una obra épica

Entre 1891 y 1898 se tendió la vía, ahorrando el máximo en materiales y con la colaboración de reclusos y deportados que veían reducida su condena. Ante los frecuentes descarrilamientos, se optó por reconstruir enteramente la línea. La imagen muestra unos obreros en Krasnoyarsk en 1899.

El Transiberiano no hace referencia a ningún tren, sino a la línea férrea construida a finales del siglo XIX que unió la Rusia europea con sus lejanas provincias siberianas tras años de trabajos hercúleos. Moscú es el lugar perfecto para adentrarse en la historia y el alma de Rusia, una ciudad que no es asiática ni europea, sino simplemente rusa: iglesias de cúpulas bulbosas que recuerdan mezquitas salidas de Las mil y una noches, el Kremlin agazapado tras sus poderosas murallas rojizas, la sombría arquitectura estalinista, un sinfín de rincones para descubrir una ciudad con mil rostros.

Existen tantas rutas del Transiberiano como viajeros y multitud de paradas entre las que escoger, especialmente en el tramo de la Rusia europea, donde se puede optar por tres caminos para llegar a los Urales. Sea cual sea el elegido, al entrar en cualquiera de las estaciones de tren de Moscú, con ese aire palaciego del periodo zarista que evoca los tiempos románticos de los primeros viajes en tren, es imposible no emocionarse ante la perspectiva de un trayecto que se extiende hasta los confines de Asia.

El tramo moscovita

El tren atraviesa los suburbios de Moscú, que dan paso a bosques que se alternan con pequeños asentamientos de dachas, las típicas casas de campo rusas, y pueblos que parecen sumidos en un estado de hibernación. Las opciones para detenerse son múltiples: las históricas ciudades del Anillo de Oro como Vladimir, Suzdal o Yaroslavl, cuyas ricas iglesias medievales rivalizan con las de Moscú; Kazan, capital de la República de los Tártaros, que parece tener un pie en Oriente y otro en Occidente, donde los espigados minaretes de las mezquitas y las resplandecientes cúpulas de las iglesias sobresalen a orillas del Volga; o la orgullosa Nizhni Nóvgorod, con un portentoso Kremlin.

El tren abandona las grandes planicies y empieza a serpentear entre las colinas que conforman los Urales, la cordillera que separa Europa y Asia. No importa la vía que se tome puesto que todas confluyen en la capital de los Urales: Ekaterimburgo. Esta ciudad, creada en 1723 para convertirse en el centro industrial de la región, pasó a la historia porque allí fueron asesinados el zar Nicolás II y su familia por los bolcheviques.

Más allá de los Urales la tierra parece asentarse de nuevo cubierta por una impenetrable taiga y el tren se adentra en Siberia. Aunque hubo expediciones ocasionales, la conquista de este territorio no se inició hasta que Iván el Terrible se deshizo de los kanatos tártaros que ocupaban parte de la Rusia europea. Apenas un siglo más tarde casi toda Siberia ya formaba parte de las tierras del zar. Aunque se encuentre en un ramal de la línea principal, conviene visitar Tobolsk, antigua capital de Siberia, con un majestuoso Kremlin a cuyos pies se extiende la ciudad antigua, con infinidad de casas de madera e iglesias centenarias a orillas del río Irtysh.

Ciudades siberianas

Las ciudades de Omsk, Novosibirsk o Krasnoyarsk aparecen como anomalías entre la naturaleza que las rodea; centros industriales con gigantescos bloques de pisos enmarcados en un horizonte de chimeneas humeantes. Estas poblaciones, fundadas en su mayoría como pequeños asentamientos por cosacos y pioneros a medida que los rusos iban colonizando Siberia, son hoy grandes metrópolis donde viejos edificios zaristas y catedrales provinciales se funden con edificaciones soviéticas y rústicos barrios de casas de madera. Su ambiente relajado contrasta con el estrés que reina en Moscú.

Hay multitud de opciones para explorar el Baikal: en barco, a bordo de un pequeño tren que recorre la vía conocida como el Circumbaikal o a pie

A los 5.185 kilómetros aparece Irkutsk, la ciudad siberiana más atractiva y base ideal para realizar una excursión al Baikal. Este lago de más de 650 kilómetros de longitud es el más antiguo y profundo del mundo y contiene el 20% de las reservas de agua dulce del planeta. Hay multitud de opciones para explorar el Baikal: en barco, a bordo de un pequeño tren que recorre la vía conocida como el Circumbaikal completada en 1904, a pie por alguno de los senderos que rodean el lago, o simplemente durmiendo en Listvyanka en una pensión con vistas. El tren prosigue el viaje rodeando el sur del Baikal hasta llegar a la acogedora Ulén-Udé, la capital de Buriatia, donde los rasgos asiáticos de sus habitantes, el sonido gutural del idioma y los monasterios budistas traen efluvios de la cercana Mongolia. Desde aquí la ruta conocida como el Transmongoliano se dirige a Ulán Bator y Beijing (Pekín).

Para llegar al Mar de Japón aún quedan más de 3.000 kilómetros por algunas de las zonas más despobladas de la vía. De vez en cuando aparecen capitales como Chita, lugar de destierro de los decembristas, un grupo de oficiales que trataron de derrocar al zar en 1825, o Khaba-rovsk, a orillas del grandioso río Amur, en cuya otra orilla se encuentra China. Lentamente, la taiga va dejando paso a paisajes más dulces, con agradables colinas y una vegetación que anuncia la cercanía del océano. En este último tramo se experimenta una mezcla de tristeza ante el fin del viaje y cierta liberación tras tantos días en el tren. El Pacífico aparece de repente, con un deslumbrante azul turquesa, mientras la locomotora aminora su ritmo hasta detenerse en Vladivostok.