El rey de Zamunda (2021), de Craig Brewer

Jafe Joffer, monarca de Zamunda, está a punto de fallecer, pero su heredero, Akeem, sólo ha tenido hijas, que según la ley de Zamunda no pueden acceder a la corona, reservada sólo a los varones. El general Izzi, dictador de Aquialladia, el país vecino, pretende que una de las hijas de Akeem se case con su vástago, unificando ambos territorios, o de lo contrario iniciará una ofensiva militar. Surgirá una nueva alternativa cuando un hechicero real desvele que Akeem tiene un bastardo, engendrado cuando mantuvo relaciones sexuales con una mujer de Queens, durante el viaje de tres décadas atrás en busca de una esposa, en compañía de su fiel consejero Semmi. Ambos regresarán a Estados Unidos para encontrar al chaval.

El cómico Eddie Murphy se había convertido en una estrella internacional de cine con títulos de calidad, sobre todo Límite: 48 horas, aunque no estaban mal Superdetective en Hollywood y hasta Entre pillos anda el juego. Inició su decadencia con El príncipe de Zamunda (Buscando a la mujer ideal), comedia facilona dirigida (como Entre pillos anda el juego) por John Landis, antaño director de peliculones como Un hombre lobo americano en Londres, que por desgracia se convirtió en especialista en este tipo de producciones que acabaron con el género. Vista con la perspectiva del tiempo, al menos tenía cierto nivel -en comparación con lo que vendría después- y hasta su moraleja: conviene buscar un amor que no actúe por el interés.

Treinta y tres años después, Murphy protagoniza una de las secuelas más tardías de la historia, en la que repiten también Arsenio Hall (Semmi), Shari Headley (Lisa, esposa de Akeem), y un ya anciano James Earl Jones (padre del protagonista). No realizan grandes esfuerzos interpretativos, ni tampoco los recién llegados a la saga, como Wesley Snipes (el general Izzy), el histriónico Jermaine Fowler (el joven hijo ilegítimo) o Tracy Morgan (tío de este último). El film tiene también algún cameo sorprendente, pero abusa de referencias al original, y de apelar a la nostalgia, por ejemplo con un regreso a la barbería en la que Murpy y Hall interpretaban a otros personajes. Mas allá de eso se limita a ofrecer chistes malos de trazo grueso como el de las 'bañadoras' reales, o repite escenas de anunciación de personajes que acuden a la corte. Una pena que el actor se conforme con esto, tras protagonizar la más arriesgada y redonda Yo soy Dolemite.