Dungeons & Dragons: Honor entre ladrones (2023), de Jonathan Goldstein

En un mundo de aire medieval y criaturas fantásticas, estilo El Señor de los Anillos pero con tono más ligero, los ladrones Edgin y Holgan logran escapar de prisión, tras una añagaza puesta en práctica en la sesión donde debía revisarse su pena. Formando equipo con Simon y Doric, deben rescatar a la hija de Edgin de las garras de su embaucador tío Forge, que se ha aliado con una malvada bruja. Al mismo tiempo, Egdin quiere resucitar a su esposa muerta con una antigua reliquia.

Lograda adaptación a la gran pantalla del popular juego de rol creado en 1974. La empresa juguetera Hasbro se ha aliado con un gran estudio como Paramount, y logran que el espectador olvide la lamentable versión fílmica del año 2000, donde resultaba lastimoso ver a Jeremy Irons dando vida a un malvado mago. Podemos decir, ahora sí, que ha nacido al fin una saga aventurera con recorrido. Porque se han cuidado el guión y los personajes, con una trama sencilla –intento de resurrección y rescate, donde entra en juego el espíritu de sacrificio y la recuperación del sentido del honor–, que funciona bien.

Estamos ante una dinámica cinta de aventuras, al estilo de las sagas Star Wars e Indiana Jones, con ritmo trepidante y atractivos personajes que conjugan heroísmo, pillería, honor, espíritu de sacrificio y buenos sentimientos. Abunda el sentido del humor –memorable la visita a los muertos en un campo de batalla–, jugando al choque de caracteres y evitando sacarte de situación, que es más complicado de lo que parece, y destacan los espectaculares efectos visuales, muy imaginativos. Resultan especialmente graciosos Chris Pine y Hugh Grant. El primero con un personaje que sigue las huellas de Harrison Ford, y el otro con algo que sabe hacer muy bien, no tomarse demasiado en serio a sí mismo, para entregar a un villano que te caiga bien, frente a la odiosa bruja. Pero todo el reparto está bien conjuntando, incluida una maternal y guerrera, Michelle Rodríguez, el cuadriculado Regé-Jean Page, y los más jóvenes Justice Smith, Sophia Lillis y Chloe Coleman.

En un film de estas características los esfuerzos de dirección artística y efectos visuales pueden ser un arma de doble filo. Es evidente que el público reclama espectacularidad, y lo fácil es recorrer caminos trillados, que podrían ser cansinos. No es aquí el caso, los distintos escenarios, como el laberinto en una especie de juegos circenses al estilo de los antiguos romanos, donde se ha puesto cabeza e ilusión.