Drive my car (2 de 4) Murakami visto por Hamaguchi

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Drive my car (2 de 4) Murakami visto por Hamaguchi

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Haruki Murakami huye del ramaje. Es un escritor atento, rastrea. Saca a la luz conflictos humanos que otros tocan a flor de piel. Sus historias son muy difíciles de llevar a cine (igual a las de William Faulkner, salvando las distancias) porque entrañan un trabajo de creatividad conceptual para no copiar al papel carbón la obra literaria.

El maestro coreano Lee Chang-dong adaptó al cine el complejo relato de Murakami “Burning” (“Quemado”, 2018), Palma de Oro en Cannes ese año. Y no lo hizo mal. Ese relato es también introspectivo, pero resuelto con un técnica cercana al thiller.

“Drive my car” es un cuento mucho más complejo y su puesta en escena parte de una adaptación libre para dar paso a un guion mucho más cercano a la complejidad, dentro de las características específicas de cada personaje.

Esta virtud no abunda mucho en el cine de hoy donde el facilismo, la farándula y el poco nivel técnico de sus realizadores enfrenta limita películas a un simple negocio.

Su director, Ryūsuke Hamaguchi, se ha apartado de ese popularismo vergonzante para construir una obra perdurable, libre, si se quiere enriquecedora del relato que le dio origen. Ensancha la cinematografía al incorporar como complementos el teatro y la literatura a la puesta en escena, sin traspazar los límites de cada género.Estos son introducidos no a manera de exposición, sino como referentes de la posibilidad de alcanzar la pleniud formal en una obra de cine con ellos includos.

Murakami, Beckett y sobre todo Chejóv otorgan un toque de creatividad al filme de Hamaguchi que, partiendo de la literatura, refiere dos obras teatrales para exponer los profundos conflictos de unos personajes poco comunes (en este caso, un director de teatro y su chofer de 23 años) en su vida privada.

El hecho de no otorgarle a su pareja un espacio para comprender, sobrellevar y compartir su mundo interior es suficiente como para provocar una ruptura que desencadenará en una destrucción moral de su protagonista por no detectar la doble personalidad de su pareja fallecida. Él se encierra dentro de falsos complejos de culpa muy bien ocultos dentro de los intrincados vericuetos de su mente. Nadie llega a salvarlo, a su forma de ver, igual que en la obra de Becket, pero su salvación está muy cerca y no de la forma que un hombre y una mujer suelen hacerlo, sino en una joven de baja estaura, vestida de freeky (con una cachuca sobre sus cabellos sin peinar y pantalones jeans), como demostrando con esa rebeldía, que le da lo mismo amanecer de pie, como sentada a la espera de alguien con similares problemas internos para cambiar el rumbo de su vida.

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