Dallas Buyers Club | Crítica | Película | Cine Divergente

Dallas Buyers Club

Desvíos Por Manu Argüelles

Cuando la gente se moría en los hospitales los ponían en bolsas de basura negra. Y no todas las funerarias aceptaban pacientes que habían muertos de SIDA.Doctora Barbara Starlett en How to survive a plague (David France, 2012)

El SIDA recorre el cine norteamericano como un fantasma. Desde el ominoso silencio al que estuvo confinado en los años ochenta, momento de mayor apogeo de la epidemia, la respuesta de la industria llegó en los 90 con Philadelphia (Jonathan Demme, 1993) y su reflejo en los Oscars, desde un enfoque políticamente correcto (con todo lo hipócrita que lleva consigo el concepto), película que se convirtió en símbolo del tardío cargo de conciencia de Hollywood de haberle dado la espalda a la tragedia 1. Y para ello contaron con un Tom Hanks que se convirtió en involuntario portavoz con su lastimero discurso de agradecimiento del Oscar. Una fecha cercana y oportunista, por cierto, a cuando el tratamiento de la enfermedad (o mejor dicho, su flagrante fracaso) se convirtió en asunto central de las campañas presidenciales de George Bush padre y Bill Clinton en 1992, cuando ya se contaban más de 3 millones de muertos en el mundo a causa del virus.

Antes, dos potentes protestas lo habían puesto sobre la palestra, desde un valiente, visceral y frontal tratamiento, muy arraigado en el desencanto, el nihilismo y la tendencia kamikaze: Vivir hasta el fin (The Living End, Gregg Araki, 1992) y desde Francia Las noches salvajes (Les nuits fauves, Cyril Collard, 1992). Películas descarnadas y nada complacientes, que siguen siendo hoy en día de los mejores exponentes cinematográficos sobre la enfermedad. Desde entonces, su presencia ha sido testimonial, escorada en películas de temática homosexual y lejos de los circuitos mayoritarios. Podemos destacar, no obstante, muestras como Las horas (The Hours, Stephen Daldry, 2002), aunque operaba de forma muy secundaria, la miniserie de Mike Nichols Ángeles en América (Angels in America, 2003) con Al Pacino y Meryl Streep, o desde Francia André Techiné con Los testigos (Les témoins, 2007).

Las noches salvajes

Las noches salvajes

Un aciago trayecto que nos lleva hasta Dallas Buyers Club, película que además funciona como perfecto complemento de How to survive a plague (David France, 2012), fundamental documental que revisa desde un revelador y copioso material de archivo el recorrido de  la organización activista ACT UP, desde su primera manifestación el 23 de marzo de 1987 hasta 1996. Y lo cierto es que contra todo pronóstico, lo destacable y valioso del film es cómo opera y trabaja con el material que tiene entre manos. Porque más que emparentarse con Philadelphia la película busca encontrarse con un film como Contagio (Contagion, Steven Soderbergh, 2011), en cuanto refleja y explota con fruición la estupidez, incompetencia y avaricia de las instituciones sanitarias, tal como afirma una manifestante en How to survive a plague.

Por lo que me atrevo a afirmar que Dallas Buyers Club más que un largometraje sobre el SIDA se trata de un film que cuestiona abiertamente y sin tapujos los mecanismos de la FDA 2, acrónimo de la institución federal que regula la circulación legal de los medicamentos en territorio norteamericano.

El AZT se trataba del primer fármaco que se aprobó su venta con receta para luchar contra el SIDA. No sólo se acabó demostrando su ineficacia y su toxicidad, sino que además tuvo el deshonroso lugar en la historia de ser la medicina más cara que se había comercializado hasta la fecha, por lo que resultaba una medicina inoperante, clasista y de difícil acceso. Dallas Buyers Club refleja claramente cuánto había de negocio en su distribución. De esta manera, el controvertido medicamento opera como lugar de la contienda (muy en sintonía con el cuestionamiento del sistema sanitario norteamericano) y como elemento de pulso del personaje principal que se rebela con un arrojado espíritu combativo en contra de la administración, ante la negativa de ingerir tal medicamento. Y a partir de aquí es cómo el protagonista organiza su puesto de operaciones, el Dallas Buyers Club, como acción alternativa y clandestina de la distribución de fármacos, no aprobados por la FDA para su comercio en EUA, pero utilizados en otros países para afrontar la enfermedad.

Dallas Buyers Club

Además, Jean-Marc Vallée rompe conscientemente el aparato estructural del biopic, saltándose el canon establecido, al acercarse a un personaje tan rico en matices como Ron Woodroof, magníficamente interpretado por un Matthew McConaughey en racha. Él, un redneck  de pura cepa, primo hermano del interpretado por él mismo actor en Killer Joe (William Friedkin, 2011) -momento que nos dejó a todos ojipláticos por el radical giro que realizó con este papel-, al revelarse como víctima de la enfermedad acaba realizando un recorrido desde el odio hasta llegar a la comprensión en lo referente al hecho homosexual, similar al que realiza Denzel Washington en Philadelphia. Aunque la gran diferencia con el abogado homófobo del film de Jonathan Demme es que aquí el protagonista no supone ningún role-model positivo, todo lo contrario, timbres que sintonizan con la incorrección subversiva de Vivir hasta el fin o Las noches salvajes. Esa es la función capital de la entrada en acción del personaje, también excelentemente encarnado, por Jared Leto. Su transexual, socio improvisado de sus negocios paralelos, también sirve para que el film cambie la tonalidad y se suavice el tono áspero y seco del primer tramo del film, centrado en la cotidinaeidad de Ron y su difícil conciliación con la enfermedad, una vez que se la detectan. De la misma manera, la doctora interpretada por Jennifer Garner opera en el film para aportar el toque humano dentro de la institución sanitaria, para que el tono de denuncia no quede ofuscado y arrastre con la generalización, dado que es su jefe quién piensa en el negocio y en la rentabilidad económica por encima de la calidad de vida de sus pacientes.

Dallas Buyers Club 3

Pero más allá del, por otra parte, tradicional patrón fílmico norteamericano del individuo contra las instituciones y las redes de poder que regulan y controlan el orden de la sociedad, el David contra Goliat plasmado, por ejemplo, en Erin Brokovich (otra vez Steven Soderbergh, 2000) y con el que nos podemos remontar hasta los tiempos de Frank Capra, Dallas Buyers Club estando en manos de Jean-Marc Vallée centra también sus esfuerzos en trabajar el estigma social, en coherencia con sus trabajos donde ya lo había abordado. Desde C.R.A.Z.Y (2005) pasando por Café de flore (2011), Dallas Buyers Club no acaba varada en su carácter de drama social de denuncia, sino que se refuerza con un aspecto sensible y sentimental que no se olvida de construir la interioridad de sus personajes, algo que sí sucedía en el Contagio de Soderbergh, donde acababan ligeramente descuidados en ese complicado ajedrez de ofrecer una visión holística y multiángulo de la tragedia de la epidemia, pero que acababa propiciando un tono aséptico y quirúrgico. Jean-Marc Vallée esquiva ese riesgo, fundamentalmente gracias a la excelente labor de sus intérpretes, que permiten que el film quede humanizado y atienda a las implicaciones del SIDA como una enfermedad que no sólo llevaba consigo un grave problema de salud sino que hacía recaer en sus pacientes el peso de la moral, abocándoles a la exclusión y la marginación. Ese, que posiblemente ha sido el ángulo más abordado de la enfermedad en el cine, tampoco queda descuidado, pero la novedad radica en la perspectiva desde la que se aborda la epidemia, visibilizando un aspecto silenciado, el mismo reflejado en How to survive a plague.

Dallas Buyers Club 2

El director, asimismo, claro heredero de las apuestas de cine independiente norteamericano de los 90 que disgregaban y atomizaban el relato, apostando por un énfasis en el estilo, en este caso corrige los errores de su film precedente, cuando el ensimismamiento estilístico de Café de flore ahogaba el resto de componentes fílmicos. Su grafismo visual y sus puntuaciones de montaje que rompen el tradicional ensamblaje quedan aquí reducidos y se adecuan perfectamente al relato. Su puesta en escena pierde efectismo y funciona de forma mucho más orgánica sin perder su personalidad y sin descuidar su tendencia por los elementos retóricos esteticistas. También la narración pierde su esquema unidireccional y las bifurcaciones que afronta se ejecutan con la misma eficacia de C.R.A.Z.Y. Porque ya lo vemos, en todos sus ámbitos, Dallas Buyers Club es un film de desvíos, donde el tratamiento de la alteridad encuentra nuevamente un fructífero exponente y la enfermedad del SIDA, en los márgenes del tabú, ya puede sumar un excelente tratamiento.

 

  1. Si no se visibiliza en la ficción no existe. Habitual reacción de Hollywood frente a los grandes traumas que hacen sangrar a la sociedad norteamericana. El tardío reflejo de Vietnam en el cine popular como ejemplo paradigmático.
  2. Food & Drug and Administration
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