Demián Rugna, el director de 'Cuando acecha la maldad': “Slash quedó flasheado con la película” - Rolling Stone en Español

Demián Rugna, el director de ‘Cuando acecha la maldad’: “Slash quedó flasheado con la película”

Entrevista con el director de la peli de terror argentina más exitosa —con fans como el guitarrista de GNR—, que ahora se prepara para espantar a Hollywood, sin por eso dejar de tocar la guitarra en su banda heavy

Por  BARTOLOMÉ ARMENTANO

mayo 9, 2024

El cineasta y músico Demián Rugna, director de ‘Cuando acecha la maldad’.

Foto: Alfredo Bernardi

El largometraje argentino Cuando acecha la maldad, del cineasta y músico Demián Rugna, sobrepasó todas las métricas conocidas por el terror nacional. Se estrenó en 670 salas norteamericanas, batiendo el récord de 200 pantallas que sostenía Relatos salvajes. Fue programada en la edición pasada del Festival de Cine Fantástico de Sitges, donde ganó el mayor premio: un honor inusitado para un film latinoamericano. Y, en nuestro territorio, llegó a cortar más de 250.000 entradas, convirtiéndose en la segunda ficción más taquillera de 2023.

Cuando acecha la maldad se estrenó en 670 salas norteamericanas. (Foto: Getty Images)

Hay hambre de terror argentino en el mundo. Así lo prueban los libros vendidos de Mariana Enriquez, que se alzó con el Premio Herralde por su novela Nuestra parte de noche (2019). O los espectadores internacionales de Cristian Ponce, que miraron Historia de lo oculto en Netflix y la votaron en Letterboxd como la mejor película de horror de 2021. Dos hitos recientes que, en su conjunto y a la par de instancias como Blood Window o el Festival Buenos Aires Rojo Sangre, reflejan una predisposición propicia para que el género siga creciendo en el país.

Cuando acecha la maldad fue celebrada tanto por su visceralidad como por su propuesta de un terror vernáculo. Su premisa, que gira en torno a dos hermanos que desatan el apocalipsis en plena pampa húmeda, le sirvió de pretexto a Rugna para posar su lente demencial sobre la desidia que se produce allí en los campos de soja, al descubierto, propagándose a través de las fumigaciones de glifosato.
“Te puedo garantizar que mucha gente alrededor del mundo cree ahora que en Argentina tenemos el mito del embichado”, dice Rugna sobre uno de los ejes de la trama, mientras se sirve una taza de café en el living de su casa, con pasmo honesto y un ligero regocijo que es propio de la picardía impune. “Y va a ser así por muchos años más”.

Parado al borde del crossover, con ofertas que le llegan de todos lados, el director de Haedo, formado en la Universidad de Morón, se tomó unas horas para charlar en profundidad con Rolling Stone sobre su película, su historia y su porvenir.

Contame de la génesis de Cuando acecha la maldad. ¿Cuál fue el disparador del proyecto?

Hubo muchos. Uno fue que Cuando acecha la maldad es una respuesta a Aterrados [su film anterior]. Yo estuve en dos procesos de trabajo con Aterrados: la hice en su momento, y después me puse a hacer la remake. Esta película nació de mi necesidad de hacer algo diferente, incluso en la concepción de cómo asustar. Es una road movie, mientras que la otra se centraba en lo suburbano: tres casas, cuatro o cinco personas, todo muy claustro. Yo mismo me mudé a una zona rural y mi entorno también cambió. Estoy cerca de Brandsen, pasan las vacas por la puerta de mi casa. Y después hay cosas que suceden alrededor mío como argentino, y que observo. La creación de este personaje, el embichado, fue el reflejo de las noticias sobre los pueblos fumigados. Entender la vida de la gente que vive en el medio del campo, en una pobreza que a todo el mundo le chupa un huevo, me despertó un primer interés. Nadie sabe los flagelos de vivir en la contaminación. La idea fue transpolar a ese familiar enfermo, sólo que en vez de tener un cáncer tiene a un demonio adentro. El otro interés fue el contagio del odio en la cabeza de la gente y cómo se transmite tan fácilmente. Me generaba un guion que nunca me senté a escribir, pero que tenía masticado en la cabeza hacía años. Trataba de un tipo que regresa a su pueblo después de un tiempo, y todos lo odian porque hay un pequeño periódico que se la pasó hablando muy mal de él. Esas ideas de la transmisión de la locura estaban en mi cabeza cuando me senté a escribir Cuando acecha la maldad. Es lo que yo entendía de cómo los medios de comunicación terminan contagiando ese odio. Uno lo puede ver en el crecimiento del fascismo alrededor del mundo. Yo estaba haciendo la remake de Aterrados y había hecho un viaje. Cuando volví a Argentina, me puse a terminar este guion sin entender cómo los mexicanos en Estados Unidos votaban a Trump, o cómo los medios de comunicación del propio país alentaban ese suicidio colectivo. Más allá del afín político que uno tiene, la tergiversación de noticias en pos de la erosión de una ideología, o incluso de un artista, era lo que me parecía algo de terror. Si bien ves Cuando acecha la maldad en otro contexto y no es una película de denuncia, es lo que a mí me tocaba lateralmente cuando la estaba escribiendo. Eso que iba a ser mucho más discursivo lo transformé en algo mucho más fantástico.

¿Cómo es tu circunstancia de escritura? ¿Hace falta escribir asustado para transmitir terror a una audiencia?

En los últimos tres guiones, lo que estuve implementando es poner las bandas de sonido de algunas películas. El flow me introduce más rápidamente en la historia. Por lo general, ando siempre en las bandas de sonido de Constantine, The Ring, Suspiria y Dead Silence. Mi jermu me putea. Después, algo que uso en el proceso de escritura es plantear lo que pasa y nunca saber cuándo o cómo termina. Casi nunca hago tratamiento ni sinopsis. Cuando tengo una idea, escribo la escena y voy a los diálogos lo antes posible para entender la dinámica de los personajes. Los diálogos van construyendo la historia. Pero qué sé yo. En uno de los mejores guiones que escribí, me fumé un porro y a las dos horas estaba escribiendo algo espectacular.

Ya filmaste mucho del género. ¿Descubriste algo acerca de los mecanismos del miedo? ¿Arribaste a algún método Rugna para construirlo, indistintamente de la premisa?

Decirte que fui descubriendo los mecanismos es medio engañoso porque en realidad lo que voy descubriendo es la forma de no repetirme. Mi método es que todo puede pasar, todos están en peligro y de ningún personaje sabés si va a sobrevivir. Es una bomba de tiempo en todo momento. Hace poco estaba escribiendo una película para afuera y me decían: “No mates a este ni a este”. Yo si quiero matarlo lo mato, porque es mi estilo y voy a hacer lo que necesite el guion. A nivel recursos, no te podría decir porque uno intenta sorprender y el factor sorpresa en una peli de género hoy está más complicado. Si estamos hablando de jumpscares o secuencias de efectos, ya estamos acostumbrados como espectadores a ver cualquier cosa. No hay nada a nivel visual que nos sorprenda, si vas al cine de Hollywood. Entonces, para mí, lo que te tiene que sorprender es el guion, que es lo más difícil. Es lo que yo al menos intento buscar.

El recurso del jumpscare es polémico pero está utilizado con inventiva en tu película. No lo abordás desde el incremento del volumen sino a través de la irrupción desde el fuera de campo. ¿Cómo se te ocurrió la escena del perro y cómo fue su filmación?

Coincido con lo del jumpscare, el tema es utilizarlo con criterio. Se ve más con las películas de afuera: cuando no están funcionando, empiezan a agregar sustos gratis, y ahí es donde las hacen peores. Por eso los jumpscares a veces están mal vistos, porque los ves venir todo el tiempo. Después, la escena del perro… Un vecino tenía un criadero de dogos de Burdeos, y eran monstruosos. El dogo de Burdeos es el perro de Messi. El suyo es de los grandes, pero hay gigantes, y siempre me dieron entre asco y miedo: asco porque son babosos y horribles; miedo porque si muerden a un niño chiquito se lo llevan. Yo mismo tuve una experiencia con un perro que se coló en mi casa, agarró a otro de mediano tamaño y lo sacudió como a un trapo. Pero siempre tuve en el tintero esta escena del perro robándose a un bebé. Era “mi escena”. Filmarla fue un quilombo porque implicó mucha planificación, estuvimos un año planificando esa escena. Yo estaba obsesionado y no quería que fuera en 3D, entonces había que conseguir un perro y esos perros no se entrenan para filmaciones porque son muy vagos, bastante bobos y se cansan rápido. Los perros fáciles de entrenar son los que responden a estímulos. Los entrenadores me ofrecían perros diferentes, pero no me servían porque ya los veías en otras películas con una connotación agresiva de peligro, o porque no tenían el porte físico para arrastrar a una niña. Me empeciné en que tenía que ser ese perro y, bueno, se hizo más difícil el casting. Fue un quilombo esa escena, la verdad. Estuvimos cuatro días de rodaje y fue una pesadilla. En la planificación original, la idea era que fuera todo un plano secuencia. Sufro bastante los rodajes. Hay pocos momentos de mucho disfrute. Por lo general, las escenas con efectos son las que decís: “Wow, esto va a quedar buenísimo”. Pero fueron todas muy complejas y nunca tenía bien en claro para dónde estaba yendo y cómo iba a terminar. La última escena que filmamos fue la del choque de Jimi contra el árbol, con Sabrina en el capó mirándolo. Fue una jornada durísima de 16 horas. Pero como usamos un fondo virtual para la toma desde adentro del auto, uno ya veía la posproducción y ahí sí sentí: “Mirá toda esta secuencia, ya estoy viendo la película”. Ahí me sentí feliz.

Con todos los contratiempos que suele implicar filmar, ¿cuál fue el mayor desafío para Cuando acecha la maldad?

Creíamos que la escena del perro iba a ser el desafío más grande, pero resultó que lo más complicado fue poder armar un plan de rodaje con niños de Buenos Aires. Teníamos todos los impedimentos burocráticos porque son menores entonces venía un área de minoridad, que es la que te da los permisos para trabajar. Es muy difícil hacer una película de terror con niños, pero no por los chicos ni por los padres sino por minoridad: no podíamos filmar más de cuatro horas por día, no podían filmar más de tres días por semana (y no podían ser consecutivos), no podían ver sangre por más que fuera falsa, no podían siquiera presenciar una discusión entre dos actores. Tienen que estar alejados completamente de la violencia. Tenían que ir lejos de Buenos Aires, pero no te dejaban ir más de equis cantidad de kilómetros de su casa, y encima ese viaje entraba dentro del horario de trabajo. Se hacía tedioso, y no podías cambiar el plan de rodaje si tenías un problema porque al otro día no podían venir. Cada cambio tenía que mandarse una semana antes para que minoridad lo aprobara, y a los cambios a veces no los podés prever. Son de hoy para mañana. Hubo una cuestión de regulaciones que hacía imposible filmar esta película. Los productores me preguntaban: “¿Por qué no ponemos todos niños arriba de 15?”. ¡No son niños! Ya nos costaba encontrar niños buenos que parezcan niños. Entonces eran como sagrados. Obviamente, los niños son sagrados.

¿Qué asusta a un director de cine de terror? ¿Se pierde la sensibilidad al susto?

A mí me da mucho miedo envejecer. Y las enfermedades. Ese es el verdadero miedo que tengo como ser humano y que creo que compartimos todos. Después, todo lo paranormal y lo oculto me provoca fascinación, pero no me da miedo.

¿Tuviste alguna experiencia de índole paranormal?

Mi papá era pai umbanda, entonces conviví un poco con cosas como mínimo extrañas, y con anécdotas muy jugosas de dudosa veracidad. Él era una especie de curandero y yo estaba acostumbrado a estar en una especie de templo que funcionaba en su casa. Me acuerdo de que una vez vino uno a hacerse tirar los buzios (en esa religión es como tirar las cartas) y preguntó por un amigo suyo que hacía mucho que no veía. Calculá que estamos hablando de 1991 y el celu no existía. La sesión por lo general duraba como una hora, y este tipo se fue a los quince minutos. Yo lo vi irse pálido y medio rápido. Mi papá me contó que le tiraba los buzios y sabía que el amigo del tipo estaba muerto; tiraba de nuevo y salía siempre lo mismo. Le dijo: “Mirá, dice que no está en este mundo esta persona”. El tipo se paró y se fue sin decir nada porque sabía que su amigo estaba muerto, eso lo corroboramos más adelante. Entonces lo que estaba haciendo era probarlo a mi viejo. Mi viejo no entendía cuál había sido la reacción de este tipo, tal vez se había angustiado. En realidad se asustó. Yo no he tocado con cosas paranormales así. Una vez Chilavert hizo un gol de mitad de cancha a River en 1996, y estaba esperando las doce de la noche para verlo. En esa época tenías que esperar al noticiero. Cuando lo estaban por pasar, le dije a mi hermana: “Mirá si se corta la luz ahora”. Y se cortó en todo el barrio. Me pegué un cagazo bárbaro.

¿Hubo algún hito en esa crianza que haya sentado las bases de quien terminaste siendo, o que te haya iniciado como cineasta de terror?

Me parece que fue el espíritu rebelde de rock de los sesenta que se vivía en la casa de mi papá. Mi viejo tenía una banda en los sesenta que se llamaba Semillas de Este Tiempo; calculá que empezó a tocar cuando tenía ocho años, y que el guitarrista de su pequeña banda era Willy Gardi, que años después formó El Reloj y que es del mismo barrio, Ramos Mejía. Sus amigos de esa época eran todos rockeros, sobrevivientes de la dictadura, exhippies. Creo que ese espíritu rebelde y en contra del sistema que se respiraba como rock me forjó a cagarme en lo establecido y me sentó las bases de decir: “No tenés que quedar bien con todo el mundo, tenés que quedar bien con lo que a vos te gusta y con aquello en lo que creés”. Siempre fui de pelearme con las causas perdidas. No me recuerdo demasiado militante en la secundaria, pero sí estaba bastante politizado porque mi familia venía más del socialismo en una época en donde a nadie le interesaba lo que estaba haciendo Menem con YPF, por ejemplo. Haber vivido el neoliberalismo cuando tenía 18 años y me hacía hombre también hizo que hoy vea la realidad con otro prisma.

Hablabas de la propagación del fascismo en Cuando acecha la maldad. Esa idea del protagonista, que esparce el mal donde cree que está haciendo el bien, fue premonitoria de todo lo que ocurrió electoralmente. ¿Qué opinás del desfinanciamiento a las instituciones culturales y de la persecución al talento local por fanáticos que no discuten con buena fe?

A mí me han puteado y me han dicho algunas cositas en Twitter, tratando de hacer campaña sucia para no ir a ver la película. ¿Cómo lo vivo? La verdad es que con mucha pena, no por mí sino por mis colegas. Por un lado, la caza de brujas: esta gente que dice vivir en busca de la libertad no acepta que uno tenga la libertad de opinar lo que quiera. Los libertarios restringen la libertad de expresión de cualquier artista que sale a dar su opinión, no sólo atacando y desprestigiando en las redes y los medios sino además vaciándote de posibilidades como los festivales y los institutos de cine y teatro. Ir en contra de eso es también para no darles visibilidad a los artistas que son, sabemos, quienes más cerca están de la gente. Es un retroceso de muchísimos años el que se va a hacer si continúan con esta idea de desfinanciar a la cultura. Si bien tengo trabajo garantizado en el exterior y no me afecta en lo personal, todos quienes me rodean y conforman mi mundo (amigos y colegas, tanto actores como técnicos, directores y productores) están muy preocupados. Y yo estoy preocupado por ellos, y también estoy preocupado como argentino. El cine argentino es visto de forma muy positiva, tenemos una de las mejores cinematografías en el mundo. Ningunearlo simplemente por un hecho ideológico es preocupante, y a mí me da muchísima tristeza y muchísima bronca.

Con la película proponés una visión de la malignidad y te quería preguntar cuál fue la cosa más malvada que hayas vivenciado.

Guau, qué buena pregunta. Mi compañera acá me dice que lo más malvado es Francesca, mi perra [risas]. Hablando en serio, he visto que han cagado a palos a alguien en la salida de un boliche hasta matarlo. Eso tal vez sea lo más heavy que vi.

¡No es menor, un homicidio!

No es menor [risas]. Lo que pasa es que en el momento no nos enteramos de que se murió. Nos enteramos después.

Demián Rugna con su ídolo Slash. (Foto: Gentileza Demián Rugna)

¿Cómo fue la experiencia de haber conocido a Slash? ¿Qué significa él para vos?

El primer póster que pegué en mi habitación en 1991 fue de Slash. Empecé a tocar la guitarra escuchando a los Guns y actuando como él arriba de mi cama. De ahí a tener una banda de metal desde 1998 significa que estuve ligado a la guitarra gracias a Slash, y que parte de mi vida en el arte (que es la música) lleva su nombre. Pasar de eso a que el tipo me quiera conocer fue… raro [risas]. Me contactó Greg Nicotero, que es una leyenda de los efectos especiales. Hizo los efectos de The Walking Dead y de toda película de terror que uno pueda imaginarse, y formó parte de KNB (Kurtzman, Nicotero, Berger), que eran como decirte Stan Winston. Bueno, el tipo se pone en contacto porque está produciendo y quería producir algo conmigo. Me manda un mail de la nada y me dice: “Che, ¿sabés quién te quiere conocer que es fanático de tu película? Slash. Así que te voy a poner en contacto con él porque va a ir a Argentina”. Para mí ya era loco estar teniendo una conversación con Greg Nicotero, y ahora me está escribiendo con copia a Slash, que responde al toque que no iba a tener mucho tiempo, pero que me quería conocer porque teníamos que hablar del terror. Él es productor también. “Bueno”, digo, “me encanta la idea”. Contaba los días. Una mañana recibo un mensaje en el celular a las 8 a.m., y dice: “Estoy en el aeropuerto”. Yo pensé que se refería a Los Ángeles, pero no, había llegado a Argentina y al primero al que le escribe es a mí. “¿Da para vernos esta noche?”. ¿Vos podés creer que yo justo tocaba con mi banda? Entonces me dice: “Hacé una cosa. ¿Por qué no te venís a la prueba de sonido mañana? No tengo mucho tiempo pero de última nos podemos ver el sábado. Me voy temprano para Córdoba pero podemos desayunar”. Prueba de sonido, ahí estoy [risas]. Fui con mi compañera y llevé unos Blu-rays de Aterrados, mi Gibson y un librito para que me firmara. El Movistar Arena vacío, los tipos ensayando, y Slash me saluda desde arriba del escenario como si fuésemos amigos de toda la vida. Hablé un rato con él y fijate la emoción que tenía que a la salida ni siquiera saqué la guitarra para que me la firmara. Me olvidé. El primer encuentro fue más de fanboy, el segundo más de dos artistas hablando. Me dice: “¿Por qué no desayunamos mañana en el hotel?”, y lo que me estaba pasando es que tenía a mi vieja internada.

¿Está bien?

Sí, estaba internada pero le daban el alta ese sábado a la mañana. Llego a casa y pienso: “Che… Mi vieja está bien” [risas]. “Le digo a mi hermana que vaya a buscarla”. Me contesta: “Tu vieja es más importante”. Le respondo: “Mirá, mi vieja va a estar más contenta que yo de que te vea”. Así que fui, y estuvimos una hora hablando de cine y de proyectos que podemos encarar en común. Quedó flasheado con la película. Me la contaba entera y yo le decía “claro, ya la vi” [risas].

¿Mantuvieron un diálogo fluido después de eso?

Sí. Cuando fui de fanboy a la prueba de sonido le llevé cuatro remeras: dos de Cuando acecha la maldad y dos de Pasco 637, mi banda. Le iba a regalar una y una, pero no sabía si su talle era L o XL. Es un L, pero a la XL la cortó y la hizo musculosa y salió en mil fotos con esa. Con la L tocó en Australia. Cuando veo que tenía la remera en Sidney, hago una captura de foto y le escribo: “Che, qué linda remera tenés”, y me contesta: “Sí, más roja no se conseguía”. Después quedamos en hablar por el tema de ver si movíamos una película con su productor. Estamos en contacto. Tengo un viaje a Los Ángeles en septiembre, ahí tal vez nos veamos.

Me resulta muy enternecedor que hagas mención aparte de Slash cuando figuras de la talla de James Cameron, Guillermo del Toro y Mariana Enriquez vieron la película.

Se generaron muchos efectos colaterales, como que James Wan y Howard Stern se hicieran fans de la peli. Para sacarme una foto con Del Toro, volví de Francia a Bruselas en un viaje que hice por Europa. Eso fue con Aterrados, y después tuve la suerte de haber trabajado un tiempo con él; de pasar del ídolo a “somos dos artistas: vos estás consagrado y yo estoy creciendo”. Pero lo naturalizás porque de alguna forma no te queda otra. Eso de James Cameron puede pasar, pero cuando viene un tipo que no es el del mismo mundo, como el guitarrista de los Guns N’ Roses, no tiene mucha conexión. Si fuese por mí, yo hubiera estado ahí abrazándolo toda la hora que estuve hablando con él de la película, porque no sólo representa una admiración sino una conexión con toda mi infancia, toda mi adolescencia, toda mi vida a través de la música.

Justo mencionaste a James Wan, y quería saber qué opinabas sobre el debate central que sostienen hoy los fans del terror. A partir del estreno de The Babadook hace ya diez años, se empezaron a producir películas rotuladas bajo la nómina de “terror elevado”, en su momento muy celebradas. Hoy se reniega de que el género tenga que pasar por el tamiz de la academia para ser valorado, pero eso simultáneamente ocasionó una tendencia nueva de camp autoconsciente: de películas B que por su presupuesto jamás podrían ser verdaderamente B. Hablo de obras como Barbarian, Malignant y Pearl.

No tomo posición como fan pero sí observo, porque estoy perteneciendo a la industria y debo observar. Tengo ofertas de trabajo para hacer películas de entretenimiento, pero a la vez mi carácter es bastante más autoral. Sin ir más lejos, veinte minutos antes de hablar con vos estaba discutiendo con un productor español sobre qué tan a fondo voy con un guion que ellos están ofreciendo para que una plataforma lo tome sin ningún problema. Mi discusión era: “Mirá, esta es mi marca y yo soy así. No están comprando un guion, están comprando al director”. Entonces la respuesta de él fue: “Bueno, tenés razón, lo vamos a vender como terror elevado, más high concept tipo Hereditary”. La verdad es que el terror elevado le da cierta potestad al autor para dar una visión y que esa visión sea apoyada con comercialización. Son películas que no ves, o que solo ves en festivales, y cuando uno dice “la vendemos como terror elevado” tienen distribución global. Le da una posibilidad tanto al espectador como al director de ver algo diferente dentro del género. Hay mucho de terror elevado que es un bodrio soporífero y está considerado como obra maestra, pero hay películas que son buenísimas y es muy valioso que existan. Cuando el género se hace wide audience, ves que quieren quedar bien con todo el mundo y decís: “Me tengo que bancar toda esta perorata políticamente correcta en una peli de terror”. Muchachos, si el guion está bueno no me importa que sea elevado o comercial.

Es una cuestión de ejecución: uno puede ver El bebé de Rosemary o El vengador tóxico y disfrutar ambas por lo que proponen. Pero sí me parece que las películas de los setenta y ochenta tenían un encanto auténtico en ser un poco trash y estar hechas con dos mangos, sin la mediación de la ironía. Ahí creo que se complica el decir que el terror estilo A24 es pura pose, si lo que se reivindica en contestación es una bizarreada igual de performativa.

A ver, James Wan hizo Malignant y le fue mal comercialmente, se arrepiente de haberla hecho y nunca más va a volver a hacerla.

Wan es un gran director…

Claro, pero a lo que voy es que también depende de qué quiere uno de su carrera. Hay muchísimos directores que prefieren no hacer películas de Hollywood y quedarse en esa sintonía de cineasta de culto o consagrado que hace sus películas, lo cual se parece mucho más a mí. Después está Sam Raimi, por ejemplo, que podría haber sido tranquilamente uno que se quedaba en ese ancho de banda y el tipo decidió hacer Spider-Man. Entonces cuando se puso más grande tuvo que hacer películas para gente más joven también.

¿Quiénes son tus referentes?

Son varios. En un principio John Carpenter, Steven Spielberg, Dario Argento, Sam Raimi. Después Guillermo del Toro, Quentin Tarantino y los Coen. Son los directores por los que corro a ver una película, entonces los tomo como referentes. Peter Jackson, Paul Verhoeven… Esos fueron los que a lo largo de mi vida más admiré.

Una de las destrezas de Cuando acecha la maldad es que te sumerge en su universo in media res y te revela su mitología a cuentagotas. ¿Tenés pensado continuar explorando o expandiendo aquel mundo?

Sí. No fue escrita pensando en una secuela pero dada la suerte y el éxito que tuvo se entiende que esto va a continuar. Primero, porque no soy tenedor de los derechos, o sea que esto va a continuar conmigo o sinmigo [risas]. Entonces, para que eso suceda, prefiero que continúe conmigo. Entendemos que va a continuar. Tengo una secuencia que es cómo arrancaría Cuando acecha la maldad 2, y le estoy dando vueltas en mi cabeza. Pero no te la puedo contar.

¿Qué nos podés adelantar de tu próximo proyecto? ¿Sería Cuando acecha la maldad 2 u otra película?

No puedo adelantar mucho porque siempre que adelanté se terminó cayendo, pero lo que te puedo decir de primicia es que la gente va a estar muy contenta con la película que voy a hacer. Es para un estudio de Hollywood. Ellos quieren filmarla este año, esperemos lograrlo y que lleguemos con todo.

¿De ahí el viaje en septiembre a Los Ángeles? ¿Filmarían a fin de año?

Claro. Si sale todo bien, sí.

¿Hay algún subgénero del terror que todavía no hayas abordado y en el cual te gustaría incursionar?

Sí, varios. Obviamente el de vampiros. Tengo algunas cosas.

¿Cómo ves el futuro del terror en Argentina, siendo una figura clave del rubro?

Lo veo muy bien. Creo que estamos entrando en una etapa maravillosa en nuestra literatura y en nuestra cinematografía. Muchísimos autores que empezaban a asomar la cabeza a finales de los noventa hoy ya son profesionales, pero el género depende además de que exista un público, y hay muchísima gente joven que está consumiendo terror local. Estamos empezando a ver los frutos de muchísimos años de trabajo y también de vacío. Después de Quiroga, Elsa Bornemann se animó a escribir unos cuentos pero no teníamos mucho terror en literatura. De Narciso Ibáñez Menta para acá, estuvimos 20 años sin estrenar una película de terror en salas comerciales argentinas. Entre Alguien te está mirando (1988) y Visitante de invierno (2008) pasaron 20 años, y ese vacío obviamente nos vació de artistas y de público. Ahora estamos en plena ebullición, pero lo que sí miro con preocupación es el freno de mano que están metiéndole a todo el cine, que no solo va a afectar al género. Esperemos que ese freno de mano no dure mucho.

¿Algo más que quieras dejarle al público de Rolling Stone?

Que escuchen Pasco 637.

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