El crimen real que inspiró el mejor cine negro | Crónica Negra | EL PAÍS
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El crimen real que inspiró el mejor cine negro

En 1925 una pareja de amantes planeó y ejecutó el asesinato del marido de ella para cobrar un seguro de vida, un crimen que sirvió de inspiración para la película 'Perdición'

Ruth Snyder, en la silla eléctrica, en 1928.
Ruth Snyder, en la silla eléctrica, en 1928.Getty

Estaba la novela gótica norteamericana, el cine expresionista europeo y las historias policíacas. Las cortinas venecianas, que proyectaban una luz barrada sobre las caras de detectives a tiempo completo o asesinos esporádicos. Hombres misántropos, bebedores, inconmovibles. Cuadros de pitchers de béisbol en apartamentos donde el único alimento es una botella de bourbon. Una forma rápida de sacar los cigarrillos del bolsillo interior de las americanas. Y frente a ellos mujeres fatales, carnales y frías. Ingredientes todos, aunque no únicos, que a finales de los años treinta y sobre todo en los cuarenta cuajarían en el naciente cine negro norteamericano. Pero en la forja de ese género también se añadieron los sucesos reales.

Sobre la pared de una casa corriente de Queens, en Nueva York, colgaba una foto de la joven y guapa Jessie Guischard, la primera prometida de Albert Snyder, muerta hacía años. Allí la veía cada día la mujer de Albert, Ruth Snyder, que en 1925 conoce a Judd Gray, un vendedor de corsés, casado igual que ella. Comienzan una relación a escondidas. Ruth convence a su marido para que suscriba un seguro de vida por 48.000 dólares, que serán el doble si él muere por un acto violento, con la fraudulenta colaboración de un agente de seguros. En 1927, la pareja de amantes estrangula a Albert y culpan del crimen a unos supuestos ladrones que habían asaltado la casa.

Ruth Snyder y su cómplice y amante Henry Judd Gray, en una portada de la prensa de los años veinte.
Ruth Snyder y su cómplice y amante Henry Judd Gray, en una portada de la prensa de los años veinte.EL PAÍS

La policía encontró entre los papeles del marido muerto un papel con las iniciales J. G., y Ruth le pregunta a uno de los detectives qué tiene que ver Judd Gray con la situación. En realidad, las iniciales correspondían a Jessie Guichard, pero la mera mención de Gray en boca de la mujer puso a la policía tras sus pasos, y la trama quedó al descubierto. Los amantes se culparon uno a otro de la muerte del desdichado Albert. Ambos fueron condenados a muerte.

Poco después de las once de la noche de un 12 de enero de 1928, en el correccional de Sing Sing, Ruth Snyder muere ejecutada en la silla eléctrica. Su amante y cómplice es electrocutado minutos después, en el mismo presidio. El eléctrico que se ocupa de la ejecución detalla que ha tenido que aplicar un voltaje más alto a ella que a él. La imagen de la mujer ajusticiada impactó a los lectores del New York Daily al día siguiente. El fotógrafo Tom Howard la había tomado a hurtadillas, fijando una cámara en miniatura a un tobillo para bular los cacheos. "Esta es quizá la foto en exclusiva más destacada de la historia de la criminología", se envanece el diario en su portada. En ella se ve a Snyder con la cara tapada y dos electrodos en sendos tobillos. A pesar de la mala calidad de la imagen, una ampliación de una foto torcida que fue la única que pudo tomar Howard porque la cámara tenía una sola placa, el rotativo destaca que se aprecia, detrás de la silla, la mesa de autopsias. Será, dice el periódico, "la primera de una ejecución en Sing Sing y la primera de la muerte en silla eléctrica de una mujer".

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Años más tarde, en 1943, el interés público de la historia se amplificó gracias al libro Double Indemnity ("indemnización doble"), del escritor y antes periodista James M. Cain, que se basó en la historia de los amantes asesinos de Queens, si bien transformándola. En su versión, el agente de seguros se enamora de una mujer casada, que lo persuade para que le deje suscribir un seguro de vida para su marido, y que ambos lo asesinen para que ella lo cobre. Lo estrangulan en el coche de su mujer, y dejan el cuerpo junto a unas vías para simular que ha caído desde un tren. Luego, ella quiere deshacerse de su amante. Él, de ella, agobiado por la posibilidad de ser descubierto y las crecientes sospechas de su jefe en la compañía de seguros. En una emboscada, se hieren con disparos. Huyen en un barco a México y se lanzan a las aguas para suicidarse. La historia también podría haber encontrado inspiración en la novela de Émile Zola Thérèse Raquin, la historia de una mujer casada con su primo pero enamorada de otro hombre, que mata al primero. 

James M. Cain aprovechó también la historia original para su libro El cartero siempre llama dos veces, llevado a las pantallas en 1946 y 1981. Pero si su libro sigue siendo conocido es por la versión cinematográfica de Willy Wilder, en 1945, con un guion firmado por él y por el gran Raymond Chandler, un tour de force entre dos genios lleno de tensiones y desencuentros por los distintos criterios de desarrollo de las escenas y los diálogos. Y la única grabación, aparte de una casera, donde aparece el escritor de El sueño eterno o El largo adiós, en un cameo en la compañía de seguros del protagonista.

Con los mismos nombres que en la novela, el agente de seguros Walter Neff (Fred MacMurray) queda prendado de la belleza de la mujer de un cliente, Phyllis Nirdlinger (Barbara Stanwyck), que lo convence, no sin trabas, para que suscriba un seguro de vida de 50.000 dólares a nombre de su marido, sin que él lo sepa. Neff accede, y ambos planean matarlo en un trayecto en coche hasta la estación de tren de Los Ángeles desde donde el hombre saldrá de viaje hacia sus pozos petrolíferos en Texas. Neff se hace pasar por el marido de Phyllis, sube al tren y se baja en una estación. Él y su cómplice y amante sacan el cuerpo del muerto y lo dejan junto a las vías.

Pero no cuentan con la sagacidad del jefe de Neff en la compañía de seguros, Barton Keyes (Edward G. Robinson), una figura casi paternal para Neff. Un sabueso al que ningún estafador ha conseguido colarle un fraude en un seguro. El nervioso y avispado Keyes siempre recurre a su empleado predilecto, Neff, para que le encienda sus puros. Neff lo teme y lo admira. En un momento juntos, Keyes le dice que lo había contratado porque lo consideraba "menos tonto que los demás" empleados, pero que "tan solo era más alto". En ese momento, Keyes todavía cree que la muerte de Nirdlinger se ha debido a un suicidio. No puede imaginarse que su querido Neff es el asesino. "No podía escuchar mis pasos. Caminaba como un hombre muerto", dice la voz en off de Neff, la de Fred MacMurray, que narra a toro pasado la historia.

Pero pasan los días y a Keyes no le encajan varios hechos: en el tramo donde ha aparecido el cuerpo el tren circulaba a solo 25 kilómetros por hora. Nadie se suicidaría, ni probablemente moriría, saldando de un vehículo que circula a tan poca velocidad. Prosigue en sus pesquisas y localiza al único testigo que ha hablado con Neff mientras se hacía pasar por el marido de su amante. Dice que el hombre con el que había hablado es joven, algo que no encaja con la edad real del muerto, 51 años. Neff se entera por la hija del asesinado que su querida Phyllis tiene otro amante. Agobiado por su jefe y decepcionado por ella, Neff se enfrenta a Phyllis, que le dispara en el hombro. Con la misma arma, él la mata. Malherido, desangrándose, va a su oficina en la compañía de seguros y en un dictáfono graba su confesión, dirigida a su admirado e insobornable jefe.

Wilder tuvo que plegarse a las exigencias del estricto Código de Producción Cinematográfica, conocido popularmente como el Código Hays: el tejido de la toalla que cubría el cuerpo de la despampanante Barbara Stanwyck cuando la conoce Fred MacMurray tendría que ser más generoso y había que evitar mostrar detalles escabrosos del cadáver del malogrado marido. Además, se impedía que en el montaje final se incluyera una última escena, que llegó a filmarse, en el que los amantes morían, igual que los criminales en los que se basaban sus personajes, en la silla eléctrica. Pero los espectadores se quedaron en su lugar con una imagen final inolvidable. Neff, casi muerto, se saca un cigarrillo de la chaqueta. Torpe, lentamente. Pero, por primera vez, es su jefe, Hayes, quien se lo enciende, y no al revés. 

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