Este antiguo reino celta, que tantas veces repelió y nunca se dejó transformar por sucesivas invasiones, es un paraíso para todos aquellos británicos no obsesionados con el soleado sur de Europa. Cautivados por sus casi dos centenares de playas, coloridas villas pesqueras y reputación de buena mesa, los incursores de hoy en día acuden en busca de las impresionantes estampas naturales que han inspirado a tantos artistas y escritores.
El poeta DH Lawrence describió su estancia de principios del siglo pasado en Cornualles (Kernow, en el dialecto gaélico local, que apenas se usa) «como estar frente a una ventana» desde la que podía divisar Inglaterra desde la distancia. Con ello aludía a la fuerte personalidad de este condado ubicado en la península del extremo sudoeste del Reino Unido que, si bien es y se siente inglés y británico, al tiempo vindica el acervo heredado de sus ancestros celtas, plagado de mitos y leyendas. La más archifamosa es la del rey Arturo, cuya figura sigue trayendo de cabeza a los historiadores, incapaces de discernir si se trató de un personaje real o solo un producto de la ficción vinculado a la búsqueda del Grial.