San Policarpo de Esmirna


San Policarpo de Esmirna

 

Obispo de Esmirna y m�rtir, naci� hacia el a�o 75, probablemente en el seno de una familia que ya era cristiana.

San Ireneo de Lyon, que lo conoci� personalmente, afirma que hab�a recibido las ense�anzas de los Ap�stoles y que el mismo San Juan le hab�a consagrado Obispo de Esmirna. Si esto fuera as�, la figura de este santo y m�rtir, tal como la conocemos por la carta que de �l conservamos y por el relato de su martirio, es muy congruente con el elogio que el Ap�stol hizo del �ngel de la Iglesia de Esmirna en el Apocalipsis. Seg�n los int�rpretes de la Sagrada Escritura, con el nombre de �ngel se designa en ese libro inspirado a los Obispos que presid�an las Iglesias entonces establecidas en Asia Menor.

La labor pastoral de San Policarpo debi� de ser muy fecunda. Acogi� con gran afecto a San Ignacio de Antioqu�a, camino del martirio, y recibi� de este santo Obispo una carta muy venerada desde la antig�edad. Conservamos una ep�stola suya dirigida a la Iglesia de Filipos, en la que con gran solicitud exhorta a la unidad y da consejos llenos de celo pastoral a todos los fieles: los presb�teros, los di�conos, las v�rgenes, las casadas, las viudas. No menciona al Obispo, por lo que es l�cito pensar que, en esos momentos, la sede de Filipos no ten�a al frente a su Pastor.

Tambi�n fue muy eficaz su actividad contra las herej�as, consiguiendo que tornaran numerosos seguidores de diversas sectas gn�sticas. Cuando estall� una persecuci�n anticristiana, se escondi� en una casa de campo, a ruego de sus fieles, pero fue descubierto por la traici�n de un esclavo y condenado a la hoguera. Muri� en el a�o 155, a los ochenta y seis de edad. La comunidad cristiana de Esmirna redact� una larga carta dirigida a la de Filomelium, ciudad frigia, al parecer con ocasi�n del primer aniversario del martirio. Esta carta, conocida con el nombre de Martirio de Policarpo, escrita por testigos oculares, es la primera obra cristiana exclusivamente dedicada a describir la pasi�n de un m�rtir, y la primera en usar este titulo para designar a un cristiano muerto por la fe.

LOARTE

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Policarpo, obispo de Esmirna, es, con su larga vida, como un puente entre la generaci�n de los ap�stoles y las generaciones que vivieron la expansi�n doctrinal y num�rica del cristianismo. Por una parte fue disc�pulo del ap�stol Juan, y por otra fueron disc�pulos suyos los grandes maestros Pap�as e Ireneo. Este �ltimo, en un pasaje de singular fuerza evocadora, apela a Policarpo como fiel transmisor de la doctrina de los ap�stoles.

Del mismo Policarpo s�lo se conserva una carta a la cristiandad de Filipos: est� escrita en un estilo sencillo y sobrio, y se reduce a una serie de vigorosas exhortaciones, m�s bien de orden moral.

De particular inter�s hist�rico y religioso son las Actas del martirio de Policarpo, generalmente reconocidas como aut�nticas: son un docu mento por el que la Iglesia de Esmirna daba a conocer a las Iglesias hermanas la manera como su obispo juntamente con muchos de sus fieles hab�a sufrido una muerte ejemplar en la persecuci�n, probablemente hacia el a�o 155.

JOSEP VIVES

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San Policarpo de Esmirna y su ep�stola a los Filipenses

Seg�n San Ireneo, Policarpo hab�a sido disc�pulo de San Juan, y hecho obispo de Esmirna por los Ap�stoles. Su prestigio era grande, y trat� con el papa Aniceto de la unificaci�n de la fecha de la Pascua, que en las Iglesias de Asia era distinta, sin que llegaran a un acuerdo. El a�o 156 Policarpo muri� m�rtir; conocemos los detalles de su martirio por una carta contempor�nea que lo relata y que forma por tanto parte del grupo que en sentido amplio llamamos actas de los m�rtires, y que estudiaremos m�s adelante.

De las varias cartas que Policarpo escribi� a Iglesias vecinas y a otros obispos, de las que ten�a conocimiento Ireneo, nos ha llegado s�lo una Ep�stola a los Filipenses, con la que acompa�aba una copia de las de San Ignacio; en realidad, es probable que se trate de dos cartas escritas con unos a�os de diferencia y que al ser copiadas juntas han llegado a unirse, pues la nota acompa�ando al env�o no parece estar muy de acuerdo con la extensi�n y el tipo de temas que se tratan despu�s y que recuerdan la de Clemente de Roma a los corintios. En ella insiste en que Cristo fue realmente hombre y realmente muri�; que hay que obedecer a la jerarqu�a de la Iglesia (por cierto, menciona s�lo presb�teros y'di�conos en Filipos), que hay que practicar la limosna, y que hay que orar por las autoridades civiles.

MOLIN�
 

CARTA DE SAN POLICARPO DE ESMIRNA A LOS FILIPENSES (Texto completo)

EP�STOLA DE LA IGLESIA DE ESMIRNA A LA DE FILOMELIO
 

 

I. Testimonio de Ireneo sobre Policarpo.

...Siendo yo ni�o, conviv� con Policarpo en el Asia Menor... Conservo una memoria de las cosas de aquella �poca mejor que de las de ahora, porque lo que aprendemos de ni�os crece con la misma vida y se hace una cosa con ella. Podr�a decir incluso el lugar donde el bienaventurado Policarpo se sol�a sentar para conversar, sus idas y venidas, el car�cter de su vida, sus rasgos f�sicos y sus discursos al pueblo. �l contaba c�mo hab�a convivido con Juan y con los que hab�an visto al Se�or. Dec�a que se acordaba muy bien de sus palabras, y explicaba lo que hab�a o�do de ellos acerca del Se�or, sus milagros y sus ense�anzas. Habiendo recibido todas estas cosas de los que hab�an sido testigos oculares del Verbo de la Vida, Policarpo lo explicaba todo en consonancia con las Escrituras. Por mi parte, por la misericordia que el Se�or me hizo, escuchaba ya entonces con diligencia todas estas cosas, procurando tomar nota de ello, no sobre el papel, sino en mi coraz�n. Y siempre, por la gracia de Dios, he procurado conservarlo vivo con toda fidelidad... Lo que �l pensaba est� bien claro en las cartas que �l escribi� a las Iglesias de su vecindad para robustecerlas o, tambi�n a algunos de los hermanos, exhort�ndolos o consol�ndolos... 1.

Policarpo no s�lo recibi� la ense�anza de los ap�stoles y convers� con muchos que hab�an visto a nuestro Se�or, sino que fue establecido como obispo de Esmirna en Asia por los mismos ap�stoles. Yo le conoc� en mi infancia, ya que vivi� mucho tiempo y dej� esta vida siendo ya muy anciano con un glorios�simo martirio. Ense�� siempre lo que hab�a aprendido de los ap�stoles, que es lo que ense�a la Iglesia y la �nica verdad. De ello son testigos todas las Iglesias de Asia, y los que hasta el presente han sido sucesores de Policarpo... �ste, en un viaje a Roma, en tiempos de Aniceto, convirti� a muchos herejes... a la Iglesia de Dios, proclamando que hab�a recibido de los ap�stoles la �nica verdad, id�ntica con la que es transmitida en la tradici�n de la Iglesia. Y hay quienes le oyeron decir que Juan, el disc�pulo del Se�or, una vez que fue al ba�o en Efeso vio all� dentro al hereje Cerinto; y al punto sali� del lugar sin ba�arse, diciendo que tem�a que se hundiesen los ba�os, estando all� Cerinto, el enemigo de la verdad. El mismo Policarpo se encentro una vez con Marci�n, y �ste le dijo: ��No me conoces?� Pero aqu�l le contest�: <<Te conozco como a primog�nito de Satan�s...� 2.

II. La carta a los de Filipos.

...Ce�idos vuestros lomos, servid a Dios con temor y en verdad, dejando toda vana palabrer�a y los errores del vulgo, teniendo fe en aquel que resucit� a nuestro Se�or Jesucristo de entre los muertos y le dio gloria y el trono de su diestra. A �l le fueron sometidas todas las cosas celestes y terrestres; a �l rinde culto todo ser vivo; �l ha de venir como juez de vivos y muertos, y Dios tomar� venganza de su sangre a aquellos que no creen en �l...

Principio de todos los males es el amor al dinero. Sabiendo, pues, que as� como no trajimos nada a este mundo, tampoco podemos llevarnos nada de �l, arm�monos con las armas de la justicia, y aprendamos a caminar en el mandamiento del Se�or. Adoctrinad a vuestras mujeres en la fe que les ha sido dada, en la caridad, y en la castidad: que amen con toda verdad a sus propios maridos, y en cuanto a los dem�s, que tengan caridad con todos por igual en total continencia; y que eduquen a sus hijos en la disciplina del temor de Dios. En cuanto a las viudas, que muestren prudencia con su fidelidad al Se�or, que oren incesantemente por todos, y se mantengan alejadas de toda calumnia, maledicencia, falso testimonio, avaricia de dinero o de cualquier otro vicio. Que tengan conciencia de que son altar de Dios, y de que �l lo escudri�a todo, sin que se le oculte nada de nuestras palabras o pensamientos o de los secretos de nuestro coraz�n... Los di�conos sean irreprochables delante de su justicia, pues son ministros de Dios y de Cristo, no de los hombres. No sean calumniadores ni dobles de lengua; no busquen el dinero, y sean continentes en todo, misericordiosos, diligentes, caminando conforme a la verdad del Se�or, que se hizo ministro de todos... Que los j�venes sean irreprensibles en todo, cultivando ante todo la castidad y refrenando todo vicio, porque es bueno arrancarse de todas las concupiscencias que andan por el mundo... Tambi�n los presb�teros han de ser misericordiosos, compasivos para con todos, procurando enderezar a los extraviados, visitar a todos los enfermos, sin olvidarse de la viuda o del hu�rfano o del pobre; atendiendo siempre al bien delante de Dios y de los hombres, ajenos a toda ira, acepci�n de personas y juicios injustos, alejados de todo amor al dinero, no creyendo en seguida cualquier acusaci�n, ni precipitados en el juzgar, sabiendo que todos tenemos deuda de pecado... 2a.

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Consejos de un Pastor (Ep�stola a los Filipenses, 4-10)

Principio de todos los males es el amor al dinero. Ahora bien, sabiendo como sabemos que, al modo que nada trajimos con nosotros al mundo, nada tampoco hemos de llevarnos, arm�monos con las armas de la justicia y amaestr�monos los unos a los otros, ante todo a caminar en el mandamiento del Se�or. Tratad luego de adoctrinar a vuestras mujeres en la fe que les ha sido dada, as� como en la caridad y en la castidad: que muestren su cari�o con toda verdad a sus propios maridos y, en cuanto a los dem�s, �menlos a todos por igual en toda continencia; que eduquen a sus hijos en la disciplina del temor de Dios.

Respecto a las viudas, que sean prudentes en lo que ata�e a la fe del Se�or, que oren incesantemente por todos, apartadas muy lejos de toda calumnia, maledicencia, falso testimonio, amor al dinero y de todo mal. Que sepan c�mo son altar de Dios, y c�mo Dios escudri�a todo y nada se le oculta de nuestros pensamientos y prop�sitos ni de secreto alguno de nuestro coraz�n.

Como sepamos, pues, que de Dios nadie se burla, deber nuestro es caminar de manera digna de su mandamiento y de su gloria. Los di�conos, igualmente, sean irreprochables delante de su justicia, como ministros que son de Dios y de Cristo y no de los hombres: no calumniadores, ni de lengua doble, sino desinteresados, continentes en todo, misericordiosos, diligentes, caminando conforme a la verdad del Se�or, que se hizo ministro y servidor de todos. Si en este mundo le agradamos, recibiremos en pago el venidero, seg�n �l nos prometi� resucitarnos de entre los muertos y que, si llevamos una conducta digna de �l, reinaremos tambi�n con �l. Caso, eso s�, de que tengamos fe.

Igualmente, que los j�venes sean irreprensibles; que cuiden, sobre todo, la castidad y se alejen de cualquier mal. Es cosa buena, en efecto, apartarse de las concupiscencias que dominan en el mundo, porque toda concupiscencia milita contra el esp�ritu, y ni los fornicarios, ni los afjeminados ni los deshonestos contra naturaleza han de heredar el reino de Dios, como tampoco los que obran fuera de ley. Es preciso apartarse de todas estas cosas, viviendo sometidos a los presb�teros y di�conos, como a Dios y a Cristo.

Que las v�rgenes caminen en intachable y pura conciencia.

Mas tambi�n los presb�teros han de tener entra�as de misericordia, compasivos con todos, tratando de traer a buen camino lo extraviado, visitando a los enfermos; no descuid�ndose de atender a la viuda, al hu�rfano y al pobre; atendiendo siempre al bien, tanto delante de Dios como de los hombres, muy ajenos de toda ira, de toda acepci�n de personas y juicio injusto, lejos de todo amor al dinero, no creyendo demasiado aprisa la acusaci�n contra nadie, no severos en sus juicios, sabiendo que todos somos deudores del pecado. Ahora bien, si al Se�or le rogamos que nos perdone, tambi�n nosotros debemos perdonar; porque estamos delante de los ojos del que es Se�or y Dios, y todos hemos de presentarnos ante el tribunal de Cristo, donde cada uno tendr� que dar cuenta de s� mismo. Sirv�mosle, pues, con temor y con toda reverencia, como �l mismo nos lo mand�, y tambi�n los Ap�stoles que nos predicaron el Evangelio, y los profetas que, de antemano, pregonaron la venida de Nuestro Se�or. Seamos celosos del bien y apart�monos de los esc�ndalos, de falsos hermanos y de aquellos que hip�critamente llevan el nombre del Se�or para extraviar a los hombres vacuos.

Porque todo el que no confesare que Jesucristo ha venido en carne, es un Anticristo, y el que no confesare el testimonio de la cruz, procede del diablo; y el que torciere las sentencias del Se�or en inter�s de sus propias concupiscencias, ese tal es primog�nito de Satan�s.

Por lo tanto, dando de mano a la vanidad del vulgo y a las falsas ense�anzas, volv�monos a la palabra que nos fue transmitida desde el principio, viviendo sobriamente para entregarnos a nuestras oraciones, siendo constantes en los ayunos, suplicando con ruegos al Dios omnipotente que no nos lleve a la tentaci�n, como dijo el Se�or: Porque el esp�ritu est� pronto, pero la carne es flaca.

Manteng�monos, pues, incesantemente adheridos a nuestra esperanza y prenda de nuestra justicia, que es Jesucristo, el cual levant� sobre la cruz nuestros pecados en su propio cuerpo: �l, que jam�s cometi� pecado, y en cuya boca no fue hallado enga�o, sino que, para que vivamos en �l, lo soport� todo por nosotros.

Seamos, pues, imitadores de su paciencia y, si por causa de su nombre tenemos que sufrir, glorifiqu�mosle. Porque �se fue el dechado que �l nos dej� en su propia persona y eso es lo que nosotros hemos cre�do.

Os exhorto, pues, a todos a que obedezc�is a la palabra de la justicia y ejecut�is toda paciencia, aquella, por cierto, que visteis con vuestros propios ojos, no s�lo en los bienaventurados Ignacio, Z�simo y Rufo, sino tambi�n en otros de entre vosotros mismos, y hasta en el mismo Pablo y los dem�s Ap�stoles. Imitadlos, digo, bien persuadidos de que todos �stos no corrieron en vano, sino en fe y justicia, y que est�n ahora en el lugar que les es debido junto al Se�or, con quien juntamente padecieron. Porque no amaron el tiempo presente, sino a Aqu�l que muri� por nosotros y que, por nosotros tambi�n, resucit� por virtud de Dios.

As�, pues, permaneced en estas virtudes y seguid el ejemplo del Se�or, firmes e inm�viles en la fe, amadores de la fraternidad, d�ndoos mutuamente pruebas de afecto, unidos en la verdad, adelant�ndoos los unos a los otros en la mansedumbre del Se�or, no menospreciando a nadie. Si ten�is posibilidad de hacer bien, no lo difir�is, pues la limosna libra de la muerte. Estad sujetos los unos a los otros, manteniendo una conducta irreprochable entre los gentiles, para que recib�is alabanza por causa de vuestras buenas obras y el nombre del Se�or no sea blasfemado por culpa vuestra. Mas �ay de aqu�l por cuya culpa se blasfema el nombre del Se�or! Ense�ad, pues, a todos la templanza, en la que tambi�n vosotros viv�s.

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El martirio de Policarpo

(Carta de la Iglesia de Esmirna a la Iglesia de Filomelium, 1, 7-11, 13-16)

Os escribimos, hermanos, la presente carta sobre los sucesos de los m�rtires, y se�aladamente sobre el bienaventurado Policarpo, quien, como el que estampa un sello, hizo cesar con su martirio la persecuci�n. Podemos decir que todos los acontecimientos que le precedieron no tuvieron otro fin que mostrarnos nuevamente el propio martirio del Se�or, tal como nos relata el Evangelio. Policarpo, en efecto, esper� a ser entregado, como lo hizo tambi�n el Se�or, a fin de que tambi�n nosotros le imitemos, no mirando s�lo nuestro propio inter�s, sino tambi�n el de nuestros pr�jimos (Fil 2, 4). Porque es obra de verdadera y s�lida caridad no buscar s�lo la propia salvaci�n, sino tambi�n la de todos los hermanos (...).

Sabiendo que hab�an llegado sus perseguidores, baj� y se puso a conversar con ellos. Se quedaron maravillados al ver la edad avanzada y su enorme serenidad, y no se explicaban todo aquel aparato y af�n para prender a un anciano como �l. Al momento, Policarpo dio �rdenes de que se les sirviera de comer y de beber cuanto apetecieran, y les rog�, por su parte, que le concedieran una hora para orar tranquilamente. Se lo permitieron y, puesto en pie, se puso a orar tan lleno de gracia de Dios, que por espacio de dos horas no le fue posible callar. Todos los que le o�an estaban maravillados, y muchos sent�an remordimientos de haber venido a prender a un anciano tan santo.

Una vez terminada su oraci�n, despu�s de haber hecho en ella memoria de cuantos en su vida hab�an tenido trato con �l, lo montaron sobre un pollino y as� le condujeron a la ciudad, d�a que era de gran s�bado. Por el camino se encontraron al jefe de polic�a Herodes, y a su padre Nicetas, que lo hicieron montar en su carro y sent�ndose a su lado, trataban de persuadirle, diciendo: ��Pero qu� inconveniente hay en decir: C�sar es el Se�or, y sacrificar y cumplir los dem�s ritos y con ello salvar la vida?�

Policarpo, al principio, no les contest� nada; pero como volvieron a preguntar de nuevo, les dijo finalmente: �No tengo intenci�n de hacer lo que me aconsej�is�. Ellos, al ver su fracaso de intentar convencerle por las buenas, comenzaron a proferir palabras injuriosas y le hicieron bajar tan precipitadamente del carro, que se hiri� en la espinilla. Sin embargo, sin hacer el menor caso, como si nada hubiera pasado, comenz� a caminar a pie animosamente, conducido al estadio, en el que reinaba tan gran tumulto que era imposible entender a alguien.

En el mismo momento que Policarpo entraba en el estadio, una voz sobrevino del cielo y le dijo: �ten buen �nimo, Policarpo, y p�rtate varonilmente�. Nadie vio al que dijo esto; pero la voz la oyeron los que de los nuestros se hallaban presentes. Seguidamente, mientras lo conduc�an hacia el tribunal, se levant� un gran tumulto al correrse la voz de que hab�an prendido a Policarpo.

Al llegar a presencia del proc�nsul, le pregunt� si �l era Policarpo. Respondiendo afirmativamente el m�rtir, el proc�nsul trataba de persuadirle para que renegase de la fe, dici�ndole: �Ten consideraci�n a tu avanzada edad�, y otras cosas por el estilo, seg�n tienen por costumbre, como: �Jura por el genio del C�sar; muda de modo de pensar; grita: �Mueran los ateos!�.

A estas palabras, Policarpo, mirando con grave rostro a toda la muchedumbre de paganos que llenaban el estadio, tendiendo hacia ellos la mano, dando un suspiro y alzando sus ojos al cielo, dijo:

�S�, �mueran los ateos!

�Jura y te pongo en libertad. Maldice de Cristo.

Entonces Policarpo dijo:

�Ochenta y seis a�os hace que le sirvo y ning�n da�o he recibido de �l; �c�mo puedo maldecir de mi Rey, que me ha salvado?

Nuevamente insisti� el proc�nsul, diciendo:

�Jura por el genio del C�sar.

Respondi� Policarpo:

�Si tienes por punto de honor hacerme jurar por el genio, como t� dices, del C�sar, y finges ignorar qui�n soy yo, �yelo con toda claridad: yo soy cristiano. Y si tienes inter�s en saber en qu� consiste el cristianismo, dame un d�a de tregua y esc�chame.

Respondi� el proc�nsul:

�Convence al pueblo.

Y Policarpo dijo:

�A ti te considero digno de escuchar mi explicaci�n, pues nosotros profesamos una doctrina que nos manda tributar el honor debido a los magistrados y autoridades, que est�n establecidas por Dios, mientras ello no vaya en detrimento de nuestra conciencia; mas a ese populacho no le considero digno de o�r mi defensa.

Dijo el proc�nsul:

�Tengo fieras a las que te voy a arrojar, si no cambias de parecer.

Respondi� Policarpo:

�Puedes traerlas, pues un cambio de sentir de lo bueno a lo malo, nosotros no podemos admitirlo. Lo razonable es cambiar de lo malo a lo justo.

Volvi� a insistirle:

�Te har� consumir por el fuego, ya que menosprecias las fieras, como no mudes de opini�n.

Y Policarpo dijo:

�Me amenazas con un fuego que arde por un momento y al poco rato se apaga. Bien se ve que desconoces el fuego del juicio venidero y del eterno suplicio que est� reservado a los imp�os. Pero, en fin, �a qu� tardas? Trae lo que quieras (...).

Enseguida fueron colocados en torno a �l todos los instrumentos preparados para la pira y como se acercaban tambi�n con la intenci�n de clavarle en un poste, dijo:

�Dejadme tal como estoy, pues el que me da fuerza para soportar el fuego, me la dar� tambi�n, sin necesidad de asegurarme con vuestros clavos, para permanecer inm�vil en la hoguera.

As� pues, no le clavaron, sino que se contentaron con atarle. �l entonces, con las manos atr�s y atado como un cordero egregio, escogido de entre un gran reba�o preparado para el holocausto acepto a Dios, levantando sus ojos al cielo dijo:

�Se�or Dios omnipotente, Padre de tu amado y bendecido siervo Jesucristo, por quien hemos recibido el conocimiento de Ti, Dios de los �ngeles y de las potestades, de toda la creaci�n y de toda la casta de los justos, que viven en presencia tuya:

Yo te bendigo, porque me tuviste por digno de esta hora, a fin de tomar parte, contado entre tus m�rtires, en el c�liz de Cristo para resurrecci�n de eterna vida, en alma y cuerpo, en la incorrupci�n del Esp�ritu Santo.

�Sea yo con ellos recibido hoy en tu presencia, en sacrificio ping�e y aceptable, conforme de antemano me lo preparaste y me lo revelaste y ahora lo has cumplido, T�, el infalible y verdadero Dios!

Por lo tanto, yo te alabo por todas las cosas, te bendigo y te glorifico, por mediaci�n del eterno y celeste Sumo Sacerdote, Jesucristo, tu siervo amado, por el cual sea gloria a Ti con el Esp�ritu Santo, ahora y en los siglos por venir. Am�n.

Apenas concluida su s�plica, los ministros de la pira prendieron fuego a la le�a. Y levant�ndose una gran llamarada, vimos una gran prodigio aquellos a quienes fue dado verlo; aquellos que hemos sobrevivido para poder contar a los dem�s lo sucedido. El fuego, formando una especie de b�veda, rode� por todos lados el cuerpo del m�rtir como una muralla, y estaba en medio de la llama no como carne que se abrasa, sino como pan que se cuece o como el oro y la plata que se acendra al horno. Percib�amos un perfume tan intenso como si se levantase una nube de incienso o de cualquier otro aroma precioso.

Viendo los imp�os que el cuerpo de Policarpo no pod�a ser consumido por el fuego, dieron orden al confector para que le diese el golpe de gracia, hundi�ndole un pu�al en el pecho. Se cumpli� la orden y brot� de la herida tal cantidad de sangre que apag� el fuego de la pira, y el gent�o qued� pasmado de que hubiera tal diferencia entre la muerte de los infieles y la de los escogidos.

Al n�mero de estos elegidos pertenece Policarpo, var�n admirable, maestro en nuestros tiempos, con esp�ritu de ap�stol y profeta; obispo, en fin, de la Iglesia cat�lica de Esmirna. Toda palabra que sali� de su boca, o ha tenido ya cumplimiento o lo tendr� con certeza.

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1. EUSEBIO, Historia Eclesi�stica, V. 20, 3-8.

2. IRENEO, Adversus Haereses, III, 3, 4.

3. Carta a los Filipenses, cap. 3-6.